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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mi Religión



AMBIENTE  CASERO
André Luiz
Orden, trabajo, caridad, benevolencia, comprensión, comienzan dentro de casa...
La parentela es un campo de aproximación, jamás cautivo.
Aprendamos a oír sin interrumpir a los que hablan en la mesa doméstica, a fin de que podamos escuchar con seguridad las lecciones de la vida.
El hogar  es un punto de reposo y recuperación, nunca un muestrario de muebles y filigranas, con cuanto pueda y deba ser decorado con distinción y buen gusto, tanto como sea posible.
Quien practica el derroche, no reclame si llegase a la penuria.
Benditos cuantos se dedican a vivir sin incomodar a los que le comparten su experiencia. 
Evite las bromas de mal gusto que, no es raro que conduzcan al desastre o la muerte prematura.
El trabajo digno es la cobertura de su independencia.
Aconseje al niño y ayúdelo en su formación espiritual, que eso es obligación de quien orienta, pero respete a los adultos en sus elecciones, porque los adultos son responsables y deben ser libres en las própias acciones, tanto como usted desea ser libre en sus idéas y emprendimientos.
Si usted no sabe tolerar, entender, bendecir o ser útil a ocho o diez personas del nido doméstico, ¿de que modo cumplirá sus ideales y compromisos de elevación en las áreas de la Humanidad?. Muchos crímenes y muchos suicidios son llevados a efecto con el pretexto de homenajear cariño y dedicación en el mundo familiar.
(Del libro “Señal Verde”, André Luiz, Francisco Candido Xavier)


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Raul Teixeira

Añoranzas de un niño


¡Ah, madre mía, cuánta añoranza! Partiste hace cincuenta y tres años y aún me veo un niño llorando tu ausencia.

Tenía poco más de cuatro años cuando partiste, dejando a mi padre en la viudez y yo en la orfandad.

Tu ausencia desencadenó en mi vida profundas alteraciones.

No fue solamente el cariño de madre que me faltó. También dejé la casa que era mi hogar, para vivir con mi abuela y mi madrina.

Todo cambió. El infarto que te quitó la vida física, frustró mis sueños de niño despreocupado.

Mientras todos los colegas de mi clase reclamaban de sus madres, yo reclamaba solamente la ausencia de madre.

Te busqué en muchas madres, intentando encontrar a alguien que me diera el cariño maternal que yo idealizaba.

En una madre, que me recibía en su hogar los fines de semana junto a su propio hijo, percibía que había demasiada disciplina.

Deseaba comer huevos, muchos huevos, pues de niño me gustaba mucho saborear las yemas blandas.

Sin embargo, en aquella casa había una regla: allí nadie podía comer más de uno.

Uno solamente. No porque no los hubiese o fuesen escasos, pero porque la señora tenía miedo de un tal de colesterol.

No podía comprender, pero sabía que aquella no podría ser mi madre. Porque mi madre permitiría que mi voluntad de niño goloso fuese satisfecha.

En otra, que me acogió en un alegre día de fiesta, pensé encontrar la madre anhelada.

Sin embargo, cuando deseé un tiempo libre para un descanso, comprendí que allí había otra regla: el trabajo.

Y trabajo pesado: limpiar la maleza del terreno. Y mi memoria de niño recuerda que era inmenso, casi interminable.

Con certeza, mi madre me dejaría descansar, gozar del ocio y aún me mimaría en sus brazos por un largo tiempo.

Ah, madre mía, cuanta añoranza en los días de fiestas en la escuela, cuando comparecían todas las madres, menos la mía; en las victorias escolares, en las celebraciones de mención de honor que otras madres conmemoraban aplaudiendo a sus hijos, menos la mía; en las festividades del Día de la Madre, cuando todos confeccionaban tarjetas, regalos para sus madres y las sorprendían, menos yo.

Cómo deseé tus abrazos. Cuántas noches lloré tu ausencia.

Aprendí que la vida continuaba, más allá del portal de la muerte. Pero, si así era, ¿por qué no venías abrazarme, rompiendo la barrera entre el mundo invisible y el material?

Sí, tuve el cariño de la abuela, que me reconfortó. Pero yo quería un regazo de madre.

Mi abuela hacía todo lo que podía, en el cansancio de sus años y en las condiciones que disponía.

Yo deseaba comer pan con mantequilla y queso. Mi abuela decía que debía escoger uno u otro.

Yo pensaba: Si fuese mi madre yo podría comer a los dos.

Te idealicé siempre más bella y más tierna que el grabado en mis propios recuerdos.

Te esperé a cada día y en todas las noches de mí crecer en soledad, venciendo los años de la niñez, de la adolescencia, de la juventud.

Entonces, transcurridos cincuenta y tres años surges para mí, atestiguando de la vida que no muere y del afecto que no fenece.

Surges bella, culta y sabia utilizándote de mi mediumnidad para transmitir tus mensajes.

Y lo que escribes por mis manos, para mí, tu hijo y para los hijos de todas las madres, lenifica el dolor de mi añoranza siempre presente.
 
Entonces, agradezco a Dios por tu ausencia del ayer, que me dio fortaleza moral; y por tu presencia junto a mí, en las horas del hoy, cuando señalas derroteros de luz que brotan de mis manos. 

Dios, gracias por mi madre.


 Redacción del Momento Espírita, con base en hechos de la vida del orador espírita Raul Teixeira.

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             MI RELIGIÓN.


 
Asistiendo a una entrevista en un programa de televisión, registramos un hecho interesante.
El reportero estaba entrevistando a un ex jugador de fútbol que fue contemporáneo  de Pele, Garrincha, y otros maestros del deporte.
La entrevista transcurría de forma agradable, pues el reportero conducía la conversación haciendo correlación entre  el fútbol y la vida cotidiana.
En varios momentos el entrevistado dejo trasparecer su buena conducta ante la vida.
Era un jugador ejemplar; un esposo dedicado y fiel; un padre amable y  compañero; no era dado a orgías y borracheras, fue siempre muy apreciado por sus colegas de profesión.
En cada ítem de esos, el reportero preguntaba, ¿”Por qué actúa usted así?  Y el respondía: “es por causa de mi religión”
Los valores expresados por el deportista causaban agradable impresión al tele espectador.
 Su ejemplo de vida ciertamente despertó la  curiosidad de muchos, para saber cuál era la religión que el profesaba.
El reportero, como que captando la curiosidad general, hizo la pregunta tan esperada: “¿Cuál es tu religión”?
Para sorpresa de todos, el ex jugador dijo convencido: “mi  religión, es que yo no tengo religión. Como sé que mi vida a acabar en el túmulo, quiero dejar para mis familiares una buena imagen, un buen ejemplo.
Lo que más me impresionó en la exposición de aquel hombre, fue su disposición firme de ser honrado, noble, digno, aun mismo  creyendo que su vida acababa en el túmulo.
Podemos decir que su ejemplo debe provocar serias reflexiones en aquellos que profesan  una religión, que creen en la inmortalidad del alma, que tienen fe en Dios, y no actúan como tal.
Algunos aseguran, sinceramente, que el hecho de seguir esta o aquella religión, basta para que tengan su felicidad futura garantizada. Para que tengan un lugar de destaque en el más allá.
No en tanto, podemos afirmar, sin sombra de dudas, que lo que importa para las leyes divinas, no es la bandera religiosa que se ostenta, más si las obras realizadas.
Las leyes de Dios darán a cada uno según sus obras. Nada más. Nada menos. Si así no fuese, no sería justo. Y Dios es suprema justicia.
La religión, por tanto, es un medio para que se logre un fin, que es el perfeccionamiento del ser humano.
Si la misión de las religiones es ocuparse con el alma,  conduciéndolas a Dios, podemos concluir que la mejor religión es la que mayor número de hombres de bien hace, y menos hipócritas.
Si la persona tiene buena índole vincularse a esta o aquella religión, no dejará de entrar en los cielos, pues el reino de los cielos, como afirmo Jesús, está dentro de nosotros, y no fuera.
En el caso del ex jugador, su religión es su propia conciencia. Y su conciencia es una brújula segura.
De todo esto podemos concluir que más importante  que tener una religión, es ser un hombre de bien.
No queremos decir con esto que no existan  y no existirán hombres de bien  en el seno de las religiones, eso no.
La historia registró y aun registra grandes hombres en el medio religioso. Hombres libres por amar a  todos, sin barreras ni preconceptos.
El hombre verdaderamente libre y bueno entiende que nosotros somos todos hijos de Dios.
Cuando practiquemos el amor al prójimo  a nosotros mismos cumpliremos  nuestro objetivo en la Tierra.
Una gran familia; una familia que se abraza más, y sabe respetar a todos independientes del credo, raza y condición social.
 Cuando el amor norteé nuestras vidas, no precisaremos luchar más y matar en nombre  de Dios. Estaremos más fuertes para enfrentar otros tipos de desafíos; respiraremos aires de paz y unión.
Piense en eso
Procure  ser mejor hoy que mañana y mejor mañana, de lo que está siendo hoy.
Sea un hombre de bien, intentando acertar el máximo que pueda para que, cuando alguien le pregunte cual es su religión, usted pueda responder: “mi religión es el amor.”
¡Piense en eso!

Equipo de redacción de Momento Espírita