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viernes, 1 de marzo de 2013

REFLEXIONES Y DESERCIONES HISTÓRICAS DEL CRISTIANISMO SIN JESÚS



Con base en las declaraciones del Espíritu Emmanuel, decidimos formatear y publicar en nuestras páginas  las enjuiciadas  reflexiones históricas sobre el Cristianismo sin Jesús, conforme fueron publicadas en el libro A Camino de la Luz. Haciendo eso, estamos  dando la oportunidad a los lectores  el conocer un poco mejor a Emmanuel y la famosa Carta del Obispo Strossmayer, leída en el Vaticano en 1870, cuando  el decreto de la infalibilidad papal.
      Según escribe el mentor de Chico Xavier, en el capítulo titulado IDENTIFICACIÓN DE LA BESTIA APOCALIPTICA, sobre las narrativas del Apocalipsis, leímos que “la bestia podría decir grandezas y blasfemias por  42 meses, acrecentando que su  número era 666 (Apoc: XIII, 5 y 18). Examinándose la importancia de los símbolos en aquella época  y siguiendo el rumbo cierto de las interpretaciones, podemos tomar cada mes como  de 30 años, en vez de 30 días,  obteniendo de ese modo, un periodo de 1260, años comunes, justamente el periodo comprendido entre 610 y 1870, de nuestra era, cuando el Papado se consolidaba, después de su surgimiento, con el emperador Focas, en 607, y el decreto de la infalibilidad papal con Pio IX, en 1870. Esa fecha señaló la decadencia y la ausencia de autoridad del Vaticano cara a la evolución científica, filosófica y religiosa de la Humanidad.”  Con referencia al fantasmagórico numero 666, Emmanuel pronuncia: “ sin referirnos  a las interpretaciones  con los números griegos, en sus valores, debemos recurrir  a los dígitos romanos , en su significación, por ser más divulgados y conocidos  explicando que es el Sumo-Pontífice  de la iglesia romana quien usa los títulos  de "VICARIVS GENERALIS DEI IN TERRIS", "VICARIVS FILII DEI" e "DVX CLERI “, que significan "Vicario general de Dios en la Tierra", "Vicario del Hijo de Dios" y "Príncipe de los clérigos". Bastará al estudioso un pequeño juego de paciencia, sumando los dígitos romanos encontrados en cada título papal a fin de encontrar la misma ecuación de 666, en cada uno de ellos. Véase pues, que el Apocalipsis de Juan  tiene singular importancia  para los destinos de la Humanidad terrestre.”
     Emmanuel  hace comentarios sobre las PRUEBAS DE LA IGLESIA, recordando que “aproximándose al año de 1870, que señalaría el fracaso de la Iglesia con la declaración de la infalibilidad papal, el Catolicismo experimenta pruebas amargas y dolorosas. Exhaustos de sus imposiciones, todos los pueblos cultos de Europa no  vieron  en sus instituciones sino escuelas religiosas, limitándoseles las finalidades educativas y controlándose el mecanismo de sus actividades. “(3)
    Recuerda los actos espirituales de  "Hace dos mil años", que “comprendiendo  que Cristo no tratara de tomar posesión de ningún territorio del Globo, los italianos, naturalmente, reclamaran sus derechos en el capítulo de las reivindicaciones, procurando organizar la unidad de Italia sin la tutela del Vaticano. Desde 1859 se estableció  la lucha, que fue por mucho tiempo prolongada por la decisión de Francia, que mantuvo a todo un ejército en Roma para garantía del  pontífice de la Iglesia. Más la situación de 1870 obligó al pueblo francés a reclamar la presencia de los guardias del Vaticano, triunfando las ideas de Cavour y privándose al papa de todos los poderes temporales, restringiéndose su posesión material. Comienza, con Pio IX, la gran lección de la Iglesia. El periodo de las grandes transformaciones había comenzado, y ella, que siempre  dictara ordenes a los príncipes del mundo, en su sed de dominio, se volvió  un instrumento de opresión en las manos de los poderosos. Se observaba un fenómeno interesante: la Iglesia, que nunca se acordó de dar un titulo real a la figura de Cristo, cuando vio desmoronarse los tronos del absolutismo con las victorias de la República  y del derecho, construía la imagen de Cristo-Rey para el altar mayor” (4) Emmanuel cita  que después  de las “afirmativas del Silabo y después del famoso discurso del obispo Strossmayer  (vean el discurso abajo).  En 1870, en el Vaticano, cuando Pio IX decretaba la infalibilidad pontificia”(5), el Clero  intentaba rehabilitarse a través de encíclicas  de cuño social.


Discurso pronunciado en el célebre Concilio de 1870, por el Obispo Strossmayer


Venerables padres y hermanos:
No sin temor, aunque con una conciencia  libre y tranquila, ante Dios  que nos juzga, tomo la palabra en esta augusta asamblea.
     Presté toda mi atención a los discursos que se pronunciaron en esta sala, y ansio por un rayo de luz que, descendiendo de la cima, ilumine mi inteligencia y me permita votar a los cánones de este Concilio Ecuménico con perfecto conocimiento de causa.
     Compenetrado de mi responsabilidad, por la cual Dios me pedirá cuentas, estudié  con la más escrupulosa atención a los escritos del Antiguo  y Nuevo Testamento, e interrogué esos venerables monumentos de la Verdad: si el pontífice que preside aquí  es verdaderamente el sucesor de San Pedro, Infalible Vicario de Cristo y Doctor de la Iglesia.
     Me transporté a los tiempos en que aun no existían  el Ultramontanismo y el Galicanismo, en el que la Iglesia tenia por doctores a Pablo, Tiago,  y Juan,  los cuales no se les puede negar la autoridad divina, sin poner en duda  lo que la santa Biblia nos enseña. Esta santa Biblia en el Concilio de Trento  fue proclamada  como la Regla de la Fe y de la Moral.  Abrí esas sagradas paginas  y estoy obligado a deciros: nada encontré que sancione, próxima o remotamente, la opinión de los ultramontanos. Y mayor es mi sorpresa cuando, en aquellos tiempos apostólicos, ¡nada hay que hable del papa  sucesor de San Pedro y Vicario de Jesucristo!
      ¡Vos,  Monseñor Manning, diréis que blasfemo, vos, Monseñor Pio, diréis que estoy demente! ¡No, monseñores; no blasfemo, ni he perdido el juicio! He leído todo el Nuevo testamento y declaro ante Dios y con la mano sobre el crucifijo, que ningún vestigio encontré del papado.
¡No me rechacéis vuestra atención, mis venerables hermanos! con vuestros murmullos e interrupciones, justificáis a los que dicen, como el Padre Jacinto, que este concilio no es libre ; si así fuera,  tened en cuenta que esta augusta asamblea, que despierta  la atención de todo el mundo, caerá en el más terrible descrédito.
      Agradezco a su Excelencia, Monseñor Dupanloup, la señal de aprobación que me hace con la cabeza; eso  me  ayuda y me hace proseguir.
     Leyendo, pues, los santos libros, no encontré en ellos  un solo capitulo, un solo versículo que de a Pedro el liderazgo sobre los apóstoles.
     ¡No solo Cristo no dijo nada sobre ese punto, sino que, al contrario, prometió tronos a todos los apóstoles (Mateo, XIX, 28), sin decir que Pedro seria más elevado que los otros!
     ¿Qué diremos de su silencio?
     La lógica nos enseña a concluir que Cristo nunca pensó, en elevar a Pedro a ser líder del Colegio Apostólico.
     Cuando Cristo envió a sus discípulos  a conquistar el mundo, a todos – igualmente – dio el poder de ligar y desligar, a todos – igualmente – hizo la promesa del Espíritu Santo.
     Dicen las Santas Escrituras que hasta prohibió a Pedro y a sus colegas el reinar o ejercer señoría (Lucas, XXII, 25 y 26)
     Si Pedro fuese elegido Papa,  Jesús – no diría eso, porque según nuestra tradición, el papado tiene una espada en cada mano, simbolizando los poderes espiritual y  temporal.
     Aun más: ¿si Pedro fuese papa  jefe de los apóstoles, ¿ permitiría que esos sus subordinados lo enviasen, con Juan, a Samaria, para anunciar el Evangelio del Hijo de Dios? (Actos, VIII, 14).
     ¿Qué diríais vosotros, venerables hermanos, si nos permitiésemos, ahora mismo, mandar a Su Santidad Pio IX, que preside aquí, y a Su Eminencia Monseñor Plantier, al Patriarca  de Constantinopla, para convencerlo de que debe acabar con el Cisma de Oriente?
Cónclave Cardenales
    ¡El símil es perfecto, habéis de concordar!
    Pero tenemos aun una cosa mejor:
   Se reunió en Jerusalén  un concilio ecuménico para reincidir cuestiones que dividían a los fieles. ¿Quién debía convocarlo? Sin duda Pedro, si fuese papa. ¿Quién debía presidirlo? Por cierto que Pedro. ¿Quién debía formular  y promulgar a los cánones? ¿También Pedro, ¿ no es verdad? Pues bien: ¡Nada de eso sucedió!. Pedro asistió al concilio con los demás Apóstoles, bajo la dirección de Tiago! (Actos, XV).
     Así que me parece que el hijo de Jonás no era el primero,  tal como sustentáis.
     Mirando ahora por otro lado, tenemos que en cuanto enseñamos que la iglesia está edificada sobre  Pedro, Pablo  (cuya autoridad debemos todos acatar) nos dice que la iglesia  está edificada – sobre el fundamento de la fe  de los apóstoles y profetas, siendo  la principal piedra del ángulo, Jesucristo (Efesios, II, 20).
     ¿ Ese mismo Pablo, al enumerar los oficios de la Iglesia, menciona a los apóstoles, profetas, evangelistas y pastores, ¿ será creíble que el gran Apóstol de los Gentiles  se olvidase del papado, si el papado existiese?  Ese olvido me parece tan imposible  como el que un historiador de este concilio que no hiciese mención de Su santidad Pio IX.
(Apartes): Silencio, hereje! ¡Silencio!
    Calmaos, venerables hermanos, porque aún no concluí. Impidiéndome   seguir, probareis al mundo que sabéis ser injustos, tapando la boca del más pequeño miembro de esta asamblea. Continuaré:
     ¿El Apóstol Pablo no hizo mención, en ninguna de sus Epístolas, de las diferentes Iglesias, de la primacía de Pedro; si esa primacía existiese y si él fuese infalible como queréis, ¿podría Pablo dejar de mencionarla, en tan larga Epístola  sobre tan importante asunto?
     Concordad conmigo: La Iglesia nunca fue más  bella, más pura  y más  santa que en aquellos tiempos  en que no tenía papa.
(Apartes): ¡no es exacto! ¡No es exacto!
     ¡Por qué  lo negáis, Monseñor de Laval? Si alguno de vosotros, mis venerables hermanos,  se atreve a pensar que la Iglesia, que hoy tiene un papa (que va a quedar como infalible), es más firme en la fe y más pura en la moralidad que la Iglesia Apostólica,   dígalo abiertamente ante el Universo, visto como este recinto es un centro en el cual nuestras palabras vuelan  de polo a polo!
     ¿Os calláis? Entonces continuaré :
     ¡También en los escritos de Pablo, de Juan, o de Tiago, no descubro trazo alguno  del poder papal! Lucas, el historiador  de los trabajos misioneros de los apóstoles guarda silencio sobre el asunto!
     ¡No me juzguéis un cismático!
     Entré por la misma puerta que vosotros; mi titulo de obispo me dio derecho a  comparecer aquí, y  mi conciencia, inspirada en el verdadero cristianismo,  me obliga a deciros  lo que juzgo  ser verdad.
     Pienso que, si Pedro fuese  vicario de Jesucristo, lo sabría y no es así, pues nunca procedió como papa: ni en el día de Pentecostés, cuando  predicó su primer sermón, ni en el Concilio de Jerusalén, presidido por Tiago, ni en Antioquia, ni  en las  Epístolas que dirigió a las Iglesias. ¿Será posible que él fuese papa sin saberlo?
     Me parece escuchar de todos los lados: ¿Pues Pedro no estuvo en Roma? ¿No fue crucificado con la cabeza para abajo? ¿No existen los lugares donde enseñó y los altares donde  dijo misa en esa ciudad?
    Y yo responderé:  Solo la tradición, venerables hermanos,  es la que nos dice  que Pedro estuvo en Roma;  y como la tradición es tan solo  la tradición de su estancia en Roma, ¿es con ella con la  que me probareis su episcopado y su supremacía?
     Scalígero, uno de los más  eruditos historiadores, no vacila  en decir que el episcopado de Pedro y su residencia en Roma se deben clasificar en el numero de las leyendas más ridículas!
 (Repetidos  gritos y apartes: le tapan la boca y  lo hacen descender de esa silla)
     Mis venerables hermanos, no es cuestión de callarme  como queréis, ¿ no será mejor probar todas las cosas  como manda el apóstol y creer solo en lo que fuera bueno? Recordad  que tenemos un dictador ante el cual todos nosotros, incluso  Su Santidad Pio IX, debemos doblar la cabeza:  ¡Ese dictador, vosotros bien lo sabéis, es la Historia!
     Permitid que repita: hojeando los sagrados escritos, no encontré  el más leve vestigio del papado en los tiempos apostólicos.
    Y, recorriendo los Anales de  la Iglesia, sucedió lo mismo, en los cuatro primeros siglos.
    Os confieso que encontré lo siguiente:
   Que el gran San Agustín, Obispo de Hipona, honra y gloria del Cristianismo y secretario en el Concilio de Melive, niega la supremacía al obispo de Roma.
   Que los obispos de África, en el Sexto  Concilio de Cartago, sobre la presidencia de Aurelio, obispo de esa ciudad, amonestaban a Celestino, Obispo de Roma, por suponerse superior a los demás obispos, enviándoles comisionados  e introduciendo el orgullo en la Iglesia.
   Que por tanto, el papado no es una institución divina.
   Debéis saber, mis venerables hermanos, que los padres del Concilio de Calcedonia colocaron a los obispos de la antigua  y de la nueva Roma, en la misma categoría de los demás obispos.
   Que aquel Sexto Concilio de Cartago prohibió el título de Príncipe de los Obispos, por no haber soberanía entre ellos.
   Y que san Gregorio I escribió estas palabras, que mucho  sacan provecho de la tesis: “Cuando  un patriarca se  nombre Obispo Universal,  sufre  incontestablemente  el descrédito. ¿Cuantas desgracias no debemos nosotros esperar, si entre los sacerdotes se suscitaran tales ambiciones?
   ¡Ese obispo será rey de los orgullosos! (Pelágio II, Cett. 15).
   Con tales autoridades y muchas otras que podría citaros, juzgo como probado que los primeros obispos de Roma no fueron reconocidos como obispos universales o papas, en los primeros siglos  del Cristianismo.
    Y para más reforzar mis argumentos, recordaré a mis venerables hermanos que fue Osio, obispo de Córdoba, quien presidió el Primer Concilio de Nicea, reafirmando sus cánones;  y que fue  ese obispo quien  presidiendo el Concilio de Sárdica, excluyó al enviado de Julio, Obispo de Roma!
Pero directamente  me citaron estas palabras de Cristo “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
    Sois, por tanto, llamados para este terreno.
    Juzgáis, venerables hermanos, que la roca o piedra sobre la que  la santa Iglesia  está edificada es Pedro; más permitid que yo discorde de vuestro modo de pensar.
    Dice Cirilo, en su cuarto libro sobre la Trinidad: “La roca o piedra de que nos habla Mateo es la fe inmutable de los Apóstoles”.
    Olegario, Obispo de Poitiers, en su segundo libro sobre la Trinidad, repite: “aquella piedra es la roca de la fe confesada por la boca de Pedro. En su sexto libro nos ofrece más luz diciendo: “y sobre esta roca  de la confesión de la fe, la Iglesia  está edificada”.
    Jerónimo en el sexto libro sobre Mateo es de la opinión  de que Dios fundó  su Iglesia, sobre la roca, o piedra, que dio nombre a Pedro.
    En las mismas aguas navega Crisóstomo, cuando, en su  homilía 56 al respecto de Mateo, escribe: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia: y esta roca es la confesión de Pedro:”
    ¿Y yo os preguntaré, venerables hermanos,¿ cual fue la confesión de Pedro?
    Ya que no me respondéis, yo os la daré: “Tu eres el Cristo, el hijo de Dios.”
    Ambrosio, Arzobispo de Milán; Basilio de Selencia y los padres del Concilio de  Calcedonia, enseñan precisamente  la misma cosa.
    Entre los doctores de la Antigüedad Cristiana, Agustín ocupa uno de los primeros lugares, por su sabiduría, y por su santidad. Escuchad como  se expresa sobre la Primera Epístola de Juan: “Edificaré mi Iglesia sobre esta roca, significa claramente que es sobre la fe de Pedro.”
   En su tratado 124, sobre el mismo Juan, se encuentra esta frase significativa: ·Sobre esta roca, que acabáis de confesar, edificaré mi Iglesia; y la roca era el propio Cristo, hijo de Dios.”
    Ese grande y santo obispo no acreditaba que la Iglesia  fuese edificada sobre Pedro, que dijo en su sermón n. 13: “Tu eres Pedro,  y sobre esta roca  o piedra, que me confesaste, que  reconociste, diciendo: Tu eres el Cristo, el hijo de Dios vivo, edificare mi Iglesia; sobre mi mismo: pues yo soy el Hijo de Dios vivo, edificaré sobre mí mismo, y no sobre ti.”
¿Habrá cosa más clara y positiva?
    Debéis saber que la comprensión de Agustín  sobre tan importante punto del Evangelio, era la opinión  corriente del mundo cristiano en aquellos tiempos. Estoy seguro de que no me contestareis.
Así que os diré, resumiendo:
1º Que Jesús  dio a los otros apóstoles  el mismo poder  que dio a Pedro.
2º Que los apóstoles nunca reconocieron en Pedro  la calidad de vicario de Cristo e infalible Doctor de la Iglesia.
3º Que el mismo Pedro nunca pensó ser papa, ni hizo cosa alguna como papa.
4º Que los Concilios de los cuatro primeros siglos nunca dieron, ni reconocieron el poder  y la jurisdicción que los obispos  de Roma querían tener.
5º Que los Padres de la Iglesia, en el famoso pasaje: “Tu eres Pedro y sobre esa piedra (la confesión de Pedro) edificaré  mi Iglesia” nunca entendieron  que la Iglesia estaba edificada sobre Pedro (súper petrun), esto es: sobre la confesión de fe del Apóstol.
Concluyo, pues, como la Historia, la razón, la lógica, el buen sentido y la conciencia del verdadero cristiano,  afirmando que Jesús  no dio supremacía alguna a Pedro, y que los Obispos de Roma  solo se constituirán soberanos de la Iglesia confiscando  uno por uno, todos los derechos del episcopado! 
(¡voces de todas las direcciones del episcopado! Voces de todos lados:
¡Silencio, Insolente! ¡Silencio! ¡Silencio!)
¡No soy insolente! ¡No, mil veces no!
    ¡Contestad  a la Historia, si osáis hacerlo;  pero estar seguros de que no la destruiréis!
    Si yo mintiese  me enfrentaría con la Historia, de la cual prometo hacer la más fiel apología!       
    ¡ Pero comprendí que no dije aun todo cuanto quiero y puedo decir!;  ¡Aunque la hoguera me aguardase  allá fuera,  no me callaría!
    Sed pacientes  como manda Jesús. ¡No añadáis la cólera al orgullo que os domina!
    Dijo Monseñor Dupanloup, en sus celebres Observaciones sobre el Concilio del Vaticano, y con razón, que si declaráramos infalible a Pio IX, necesariamente  precisaríamos sustentar que infalibles también eran todos sus antecesores. Sin embargo, venerables hermanos, con la Historia en la mano, os probaré que algunos papas fallaron.
    Paso a probaros, mis venerables hermanos, con los propios libros existentes  en la Biblioteca de este Vaticano, cómo fallaron  algunos de los papas que nos han gobernado:
    El papa Marcelino entró en el templo de Vesta  y ofreció incienso a la diosa del Paganismo.
    Fue, por tanto, idolatra; o peor aun, fue apostata.
    Liborio consintió en la condenación de Atanasio; después se pasó  al Arrianismo.
   Honorio se adhirió al monoteísmo.
  Gregorio I llamaba Anticristo al que se le imponía como Obispo Universal; entretanto,   
  Bonifacio III consiguió obtener del parricida emperador Focas este título en 607.
  Pascual II y Eugenio III autorizaban los duelos, condenados por Cristo: mientras que Julio II y Pio IV los prohibieron. Adriano II, en 872, declaró válido el casamiento civil; entretanto, Pio VII excomulgó la edición!
    Sixto V publicó una edición de la Biblia, y con una bula recomendó  su lectura; y aquel Pio VII excomulgó la edición!
   ¡Clemente XIV abolió la Compañía de Jesús, permitida por  Paulo II; y Pio VII la restableció!
¿Sin embargo, para qué más pruebas? ¿Nuestro Santo Padre Pio IX no acaba de hacer la misma cosa cuando, en su bula para los trabajos de este Concilio, da como revocado todo cuanto se ha hecho al contrario a lo que  aquí fue determinado, aun  tratándose de decisiones de sus antecesores?
    ¿Hasta eso negareis?
    Yo nunca acabaría, mis venerables hermanos, si me propusiese presentaros todas las contradicciones de los papas, en sus enseñanzas!
   ¿Cómo entonces se podrá  darles infalibilidad? No sabéis que, haciendo infalible  a Su Santidad, que se halla presente y me oye, habréis de negar su  falibilidad y la de sus antecesores.
¿Y se atreven a mantener que el Espíritu Santo os reveló que la infalibilidad de los papas data apena de este año de 1870?
    No o engañéis a vosotros mismos: Si decretáis el dogma de la infalibilidad papal, veréis a los protestantes, nuestros rencorosos adversarios, que penetraron  con  bravura por la larga brecha  que les da la Historia.
    ¿Y qué tendréis vosotros  para oponerles? El silencio, si no quisieseis desmoralizaros. 
(Gritos: Es por  demás; ¡Basta! ¡Basta!)
    ¡No gritéis, monseñores! ¡Temer a la Historia, es confesaros derrotados! Aunque pudieseis hacer correr toda el agua  del Tibet sobre ella, no borrareis ni una sola de sus páginas! Dejadme hablar y seré breve.
    Virgilio compró el papado de Belizario, teniente del Emperador Justiniano. Por eso fue condenado en  el Segundo Concilio de  Calcedonia, que estableció este canon: “El obispo que se eleve por dinero será degradado”.
    Sin respeto aquel canon, Eugenio III, seis siglos después, hizo lo mismo con Virgilio, y fue reprendido por Bernardo, que era la estrella brillante de su tiempo.
    Debéis  conocer la historia del Papa hermoso: Esteban XI hizo exhumar su cuerpo, con los vestidos pontificales: mandó cortarle los dedos, y lo arrojo en el Tibet. Esteban fue  envenenado; y tanto Romano como Juan, sus sucesores, rehabilitaron la memoria de Formoso.
    ¡Loa a Plotino, loa a Barônio, el  Cardenal! ¡Es de ellos de quienes me sirvo!
    ¡Barônio llega a decir que las poderosas cortesanas vendían,  intercambiaban y hasta se apoderaban de los obispados; y, es horrible decirlo, hacían ser sus amantes a los papas!
    ¡Genebrado sustenta que,  durante 150 años, los papas, en vez de apóstoles, fueron apostatas!
    ¡Debéis saber que el Papa Juan XII fue elegido  con la edad de apenas dieciocho años;  y que su antecesor era hijo del Papa Sergio  con Marozzia!
   ¡Qué Alexandre XI era… ni me atrevo a decir lo que el era de Lucrecia! Y que Juan XXII negó la inmortalidad del alma, siendo  depuesto por el Concilio de Constanza.
   Ya no hablo de los cismas que tanto han deshonrado a la Iglesia. Vuelvo, sin embargo, a deciros que si decretáis a la infalibilidad  del actual Obispo de Roma, deberéis decretar también   la de todos sus antecesores: ¿mas, os atreveréis a tanto?  ¿Seréis capaces  de igualar, a Dios  todos los incestuosos, avaros, homicidas y simoniacos Obispos de Roma?  
(Gritos: ¡Descended de la silla, descienda ahora! Tapemos la boca de ese hereje).
     No gritéis más venerables hermanos. ¡Con los gritos nunca me convenceréis! ¡La Historia  protestará eternamente sobre el monstruoso dogma de la infalibilidad papal; y, aun  cuando todos lo aprobéis, faltará un voto, y ese voto es el mío!
    Mas, volvamos a la doctrina de los Apóstoles:
    Fuera de ella solo hay errores, tinieblas y falsas tradiciones. Tomemos a ellas y a los profetas por nuestros únicos maestros, bajo el liderazgo de Jesús. 
    Firmes e inmovibles como la roca, constantes e incorruptibles inspirados en las Escrituras digamos al mundo: Así como los sabios de Grecia  fueron vencidos por Pablo, así la Iglesia de Roma  será vencida por su 98 (Gritos clamorosos: ¡Abajo el protestante! ¡Abajo  el calvinista!¡Abajo el traidor de la Iglesia!)
    Vuestros gritos, monseñores, no me atemorizan, y solo os comprometen. Mis palabras tiene calor, mas mi cabeza está serena. No soy de Lutero, ni de Calvino, ni de Pablo, y, si, y solamente, de Cristo! (Nuevos gritos: ¡Anatema! ¡Anatema os lanzamos!)
    ¡Anatema! ¡Anatema! Para los que contrarían la Doctrina de Jesús!  Quedad ciertos de que los apóstoles, si aquí compareciesen, os dirían la mismas cosas que os acabo de declarar.
   ¿Qué les diríais vosotros, si ellos, que predicaron  y confirmaron  con su sangre, recordándoos lo que escribieron, si os mostrasen  todo lo que habéis deformado  del  Evangelio del Amado  Hijo de Dios? ¿Acaso les diríais: Preferimos  la doctrina de los Loyolas a la del Divino Maestro?
¡No! ¡mil veces no! A no ser que os hayáis tapado los oídos, cerrados los ojos y embotado vuestra inteligencia, lo que no creo.
    ¡Oh! Si Dios nos quiere castigar haciendo caer pesadamente su mano sobre nosotros, como hizo con el faraón, no precisa  permitir que los soldados de Garibaldi  nos expulsen de aquí; basta dejar que hagáis de Pio IX un Dios, como ya hicisteis una diosa a Maria!
    ¡Evitad, si, evitad, mis venerables hermanos, el terrible precipicio a cuyo borde estáis colocados!    
    ¡Salvad la Iglesia del naufragio, que la amenaza, y busquemos todos, en las sagradas Escrituras, la regla de la Fe que debemos tener y profesar!  ¡Dígnense de asistirme! ¡He concluido!
(Todos los padres se levantaron, muchos salieron de la sala; sin embargo, algunos prelados Italianos, americanos, franceses e Ingleses rodearon al inspirado orador y, con fraternales apretones de mano, demostraron concordar con su modo de pensar.)”
Cosa singular: ¡desde  la tal infalibilidad de los papas, viene la Iglesia  como deslizándose hacia un despeñadero, de cabeza para abajo!”
¡Cuán inspirado estaba el obispo Strossmayer!
- Jorge Hessen-
                                                         *****************
"Evita los enfados y discusiones con las personas fanatizadas; permanecen en la cárcel del exclusivismo y, como todos los prisioneros, merecen compasión." 
 André Luiz / Chico Xavier

NOTA IMPORTANTE: Los lunes,miércoles y jueves a las 22,30 horas, pueden participar en el chat de la Federación Espírita Española.

 Los viernes a las 23,00 horas se os invita a asistir a una  interesante conferencia en la misma sala. .

Los domingos a las 21,00 horas se os invita a la clase de estudio del Espiritismo por "Grupo espírita Sin Fronteras" dirigida por Carlos Campetti.

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