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sábado, 21 de mayo de 2011

El gobierno y la Política ( II )


( viene del anterior ).....



Las cuestiones políticas, religiosas y sociales dividen al pueblo en grupos adversos, manteniendo el clima de guerra permanente, ante la preocupación de cada sector para imponer su preferencia o simpatía. Aunque las revoluciones glorifiquen a sus autores y los resalten en el altar de sus héroes, patriotas o salvadores del pueblo, en verdad, siempre existe un juego de intereses, en que los grupos dominados reaccionan contra los grupos dominantes. La revolución es un estado de espíritu en el hombre insatisfecho, que piensa en “cambiar” de cualquier forma, y casi siempre procura casi exclusivamente su propio bien. Cuando ese oculto estado espiritual se exterioriza en forma de movimientos belicosos o luchas sangrientas, apenas materializa la insatisfacción de un grupo de hombres sintonizados en la misma frecuencia de los deseos. Solo en casos raros un ideal exceptuado de intereses personales mueve una revolución a favor del pueblo, pues en general la codicia y la ambición son inherentes a los revolucionarios de todos los tiempos. La prueba se tiene en que constantemente en las nuevas revoluciones que sustituyen a las viejas porque los salvadores del pueblo siempre cuidan de su propia salvación.

A pesar del beneficio que a veces ciertas revoluciones proporcionan, bajo una intención superior, jamás pueden promover la felicidad de un pueblo, porque no atienden específicamente los intereses totales de la colectividad, peo son generadas por grupos de hombres asociados, por la misma simpatía grupal. Evidentemente, si la felicidad, tolerancia, honestidad y el patriotismo de raza existieran unificados por un esquema evangélico sobre “el bien ajeno, jamás habría necesidad de revoluciones, las cuales significan el corolario de una insatisfacción colectiva.

Mientras el hombre no cambie fundamentalmente, vivirá constantemente en guerra con sus propias pasiones y vicio esclavizantes. La revolución es inherente al alma del hombre terrenal, por eso es tan frecuente que por la tarde se arrepienta de aquello que hizo por la mañana, es una guerra constante consigo mismo. De esa forma. Se establece la lucha silenciosa o ruidosa en el seno de la familia, de la vecindad, en las calles y en los establecimientos de trabajo. Las noticias de los diarios comentan con grandes letras los grandes robos, crímenes, violencias, asaltos, desmanes, locuras de borrachos, anormalidades de los drogadictos, adulterios, prostitución y corrupción pública. Los líderes corruptos no pueden solucionar y armonizar esos estados críticos y revolucionarios, en los hombres terrícolas.

El advenimiento de Cristo también fue una revolución, pues por su trabajo sublime se cambiaron las formas del comportamiento humano, puesto que el “amor debe sustituir al odio, la humildad al orgullo, la renuncia al pillaje, el bien al mal, la paz a la guerra…
El Maestro Jesús no nos endiosó bajo la infantil vanidad de los distintivos y medallas pendiendo del pecho perecedero, ni preparó hombres para la gloria del poder transitorio; sin embargo, revoluciono al mundo lavando los pies de los apóstoles y sacrificando su vida por la felicidad de la humanidad.

Fue un revolucionario jamás igualado, porque enseñó el gobierno del espíritu sobre las pasiones y los vicios, en verdad ¡los peores enemigos del hombre! En las guerras los militares y civiles marchan eufóricos por las calles al son de la banda portando banderas, distintivos de guerra y fusiles modernos, como salvadores, que un poco más tarde transforman sus patrias en ruinas, Jesús mientras tanto, era el “gran amigo”, cuyo sequito revolucionario estaba integrado por viudas, pescadores, hombres pacificaos, que manoseaban las armas del amor para establecer la Paz y la Compasión en el alma.

A través de la silenciosa dirección del alma, Jesús instituyo la revolución del Amor, del Bien y de la Paz para toda la humanidad, ajena a las condiciones de razas, credos, sistemas políticos o entendimientos intelectivos.

La humanidad terrícola todavía es incapaz de ser feliz, pues enfrenta los mismos problemas de orden espiritual de antaño. Lo partidos políticos, los sistemas doctrinarios, las castas sociales y las segregaciones raciales forman tremendas limitaciones verrugosas en el cuerpo saludable de la vida hecha por Dios. A pesar de las reuniones amistosas de las clases profesionales, de las confraternizaciones artísticas, de los congresos eucarísticos, de los simposios de espiritas y de otras iniciativas espiritualistas modernas, apenas se observa una demostración que exalta la oratoria, pero sin resultados prácticos, porque los hombres, en lo intimo de sus almas, todavía dependen de las superficialidades y de los intereses del mundo transitorio de la carne.

Muy pocas son las criaturas a quienes les importa investigar la autenticidad del espíritu inmortal en su manifestación educativa sobre la faz del mundo, a fin de dirigir la vida bajo el imperativo de un orden superior. Por esa causa, los hombres no saben gobernar y gobernarse, hasta que llegue el día, en que aprendan a colocar las circunstancias provisorias de la existencia física por debajo de la normas de la vida eterna y verdadera del espíritu.

Todas las doctrinas, la socialista, fascista democrática o nazista, desean formalizar una cúpula de protección para ciertos grupos de hombres congregados por simpatía personal y dedicada a la misma concepción política, y que consideran como la panacea preferida para solucionar todos los problemas humanos. De ahí el fanatismo y la sumisión servil de esos grupos, a “su” sistema político, que consideran el mejor del mundo aunque ello sea del desagrado de otras doctrinas semejantes. Todos esos sistemas serán superados por el tiempo en base a la modificación y evolución de las costumbres y temperamentos de los hombres. Innumerables sistemas y doctrinas económicas, políticas, filosóficas y hasta educacionales, de otros tiempos, se podrían ajustar al pensamiento y a la emotividad del hombre atómico.

El sistema que pude salvar al mundo es la doctrina de Jesús que además de haber sido el hombre más santo y sabio es el mejor amigo del hombre. Es una doctrina sana, universalista e incriticable, que siendo practicada por todos los hombres elimina efectivamente las dificultades, carencias y desventuras de la humanidad. No tiene estructura capitalista, fascista, democrática, nazista o socialista sino que se rige por una regla Áurea e irreducible que es el sublime sentimiento del Amor. Los hombres no se salvan sustituyendo sistemas políticos, sino mediante el ejercicio incondicional de Amor...en el desierto de la vida humana; la doctrina de Jesús es el “oasis” capaz de mitigar la sed del viajante más desventurado.

Es la forma inalterable en cualquier latitud geográfica del mundo, clima social, político o religioso, así como también la más avanzada solución moral y espiritual de las relaciones de los hombres. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” no se refiere específicamente a grupos de hombres socialistas, fascistas, demócratas, nazistas, capitalistas o comunistas, sino, ¡Al genero humano!

Los hombres pueden alegar que es difícil vivir el Evangelio, tal como el Maestro Jesús lo vivió; pero ningún hombre del mundo podrá negar que si tal Código de Moral fuera practicado por la humanidad, se eliminarían todos los problemas económicos, financieros, políticos, morales, racistas, religiosos, y hasta recuperarían la salud humana ante la inevitable liberación de los vicios y pasiones mórbidas.

En consecuencia no somos partidarios de ningún partido, doctrina o sistema político, filosófico o religioso del mundo, pero si estamos con el “amor” pregonado y vivido por Jesucristo, el cual es independiente de cualquier diferencia de raza, cultura, fortuna, política o religión.

La humanidad es un todo que se mueve lentamente por ciclos y camina en dirección a un objetivo superior: la felicidad espiritual. Esos ciclos se renuevan y retornan y superan la fase anterior, transcurriendo los periodos de la “exaltación” y “humillación” espiritual. Se parece a las olas del mar; cuanto más alta se eleva, más profundo cae después. Es una especie de “marea” espiritual, cuyo ritmo exige las fases positivas de las actividades en el trato con la materia, y las fases negativas de la reflexión, sobre lo que ha sucedido.

Los hombres, en su ceguera milenaria, buscan y rebuscan lideres políticos, expertos economistas, consejeros diplomáticos socialistas inteligentes y de probada capacidad, para que el mundo pueda ser conducido hacia el estado de felicidad; sin embargo olvidaron la mayor y genial conducción humanista que fue la de Cristo, reflejada en el más avanzado y perfeccionado código para la vida humana que es el “Evangelio”.

El Espiritismo es la política del amor. Ligando a los hombres entre si, en la Tierra, y los hombres con los espíritus, entre la Tierra y el Espacio,  realiza la mayor y más bella política de todos los tiempos, para la buena administración de las riquezas  del espíritu. Pero siempre que sea posible, el espirita puede y debe dar a la política del mundo, la ayuda divina de la política del cielo.

El Espiritismo es una política superior, aplicada no apenas a la ciudad del mundo, sino también a la ciudad celeste y a las relaciones entre las dos ciudades. El espirita, por tanto, es político, en el buen sentido de la palabra. Pero su política no es ni puede ser hecha de intrigas, de golpes, de negativas, de maniobras. Solo puede ser hecha de amor comprensión, fraternidad y luz.

Por eso los espiritas, en general, son extraños a la política del mundo. Detestan el ambiente de mezquindad interesada en que se procesan las maniobras políticas. Y no admiten que el Espiritismo sea envuelto en la política, cosa que hacen muy bien. Los pocos espiritas que se vuelven políticos mundanos, si son realmente sinceros y firmes en su fe, enfrentan duras dificultades y terribles sufrimientos. Porque no puede un espirita sincero respirar con naturalidad en el ambiente pesado y malsano de la política mundana. Los que se adaptan a ese ambiente son dignos de piedad, pues sacrifican la más ella oportunidad de perfeccionamiento espiritual que Dios les concede, en torno del plato de lentejas de los intereses mundanos. Brevemente pasa la vida presente de esos hermanos, pues breve es nuestra vida en la Tierra, y al entrar en la vida espiritual, ellos van a lamentar el tiempo perdido y la oportunidad desperdiciada.

El espirita debe evitar las infiltraciones políticas en las sociedades espiritas, particularmente en los Centros Espiritas, que deben ser casa de oración y de paz de amor y fraternidad. Los espiritas fascinados suelen argumentar que no deben entregar a los malos la dirección de la vida publica. ¿Más, quien les dio el derecho de juzgarse mejor que los otros? El simple hecho de que hayan aceptado el Espiritismo no les concede ese derecho. El espirita debe ser suficientemente humilde para no creerse capaz de reformar el mundo y transformar a la sociedad, simplemente por su participación en la vida política. Si no lo es, será expuesto a muchos engaños, y principalmente estará expuesto a la influencia mistificadora de espíritus perversos que se aprovechan siempre de nuestras pretensiones vanidosas, par transformarnos en sus instrumentos.

El espirita no debe abstenerse de sus deberes políticos. Muy por el contrario, esos deberes deben ser cumplidos escrupulosamente por los espiritas. Más cumplir los deberes políticos es cosa diferente a entregarse a la vida política. Para cumplir aquellos nos basta observar las leyes, comparecer a los pleitos electorales, votando con pensamiento elevado y sin pasiones, apoyar , con buenos argumentos, y cuando sea posible con ayuda practica, a las buenas causas, defender a los oprimidos, librarse siempre de apoyar las causas más injustas, perjudiciales a la colectividad y librarse principalmente de compromisos con los crímenes políticos, sea en beneficio propio o de otros, y más aun con la pretensión absurda de beneficiar el Espiritismo o a las instituciones espiritas. Para entregarse a la vida política, es necesario envolverse en todas sus complicaciones, en todas sus enmarañadas y confusas situaciones actuales.
La política del mundo es hecha, de la pasión por las cosas mundanas, particularmente la pasión de poder, que embriaga a la vanidad humana. El espirita tiene otra política a ejecutar: la humildad, que identifica al hombre con los infelices, los sufridores del mundo, y no le lleva para las altas posiciones terrenas, sino para los puestos de socorro de la caridad cristiana. “En mi Reino, dice Jesucristo, los mayores son los que sirven” Y para servir Él no precisa de cargos en partidos políticos, ni de cargos o puestos en la administración pública. Le basta con el sentido espirita de caridad, en todas sus formas, según enseña el Espiritismo. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a Sí mismo: ¿Qué mejor política puede existir que esa? Pues esa es la política espírita y, por tanto, la de todo espirita sincero.

El espirita, desde el momento que aceptó conscientemente el Espiritismo, se alistó en la política del amor universal; su único partido es el Reino de Dios, y su plataforma política es el Sermón de la Montaña.  En el caso que sea llevado a cargos públicos, llamado a cualquier actividad política del mundo, no debe olvidar su cualidad de espirita, y ha de hacer todo porque la luz que hay en él, no se haga tinieblas; amor y caridad deben constituir sus armas políticas, aunque eso le cueste la oposición de los propios compañeros, pues es mejor estar solo con la Verdad que estar acompañado por la mentira.

Trabajo realizado por Merchita
Extraído de Diversos libros y del Tesoro de los Espiritas de Miguel Vives.