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martes, 24 de marzo de 2015

Manifestación del espíritu de los animales


La luz de la Oración - 

Joanna de Angelis

Por más grises que sean los días,por más agobiantes que sean los problemas,no pierdas la jovialidad,ella te ayudará a no caer en la presión de la angustia,el desajuste del miedo y los abismos de la depresión.

Cuida siempre tu estado de ánimo,estimúlate, edúcate, proyectando pensamientos positivos,que atraerán positividad a tu vida.Confianza en Dios, porque lo que pasa en tu mundo íntimo y en el Universo,es el cumplimiento de sus leyes.
Por Hermana María - Libro: Fidelidad 

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La mente que se abre a una nueva idea jamás regresa a su tamaño original. 
Albert Einstein

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               LA MEJOR OFRENDA


   Todos sabemos que la mejor ofrenda que podemos ofrecer a aquellos que llaman a nuestra puerta y se cruzan en nuestro camino es el amor, el amor a través de una atención sincera, un gesto de cariño, un perdón sincero, una ayuda desinteresada,  una disculpa ante el agravio, el amor es una dadiva inagotable,  que  todos podemos aumentar día a día. La capacidad de amar es infinita, es por eso que Dios nuestro Padre, es a través del amor, que podremos entendernos un día con El.
Muchos esa dadiva, aun es muy pequeña e insignificante, por eso siente muy alejados, muy distante de Dios, enmarañados en sus  instintos inferiores, nada ven, nada sienten, son  almas que no saben oler el néctar de las flores, no saben comprender la debilidad de aquellos que aun están más lejos  que él, del  objetivo primordial del ser, que no es otro que adquirir la capacidad de amar a su prójimo como a sí mismo y a Dios sobre todas las cosas.
Es muy difícil a veces comulgar con hermanos que están fuera de sí, que dominados, por los vicios  y las pasiones inferiores, no te permiten acercarte para ayudarle, para esclarecerle, y así, que opten por un  camino mejor, en estos casos, lo mejor es no discutir con ellos, sino por el contrario no ofrecerles la ocasión para ello, y orar por ellos, porque la luz pronto se haga en su camino, y así pueda acceder  a una comprensión mejor de la vida y de las cosas, capacidad que lamentablemente están muy lejos de poseer.
Asomados a la ventana, muchas veces al mirar al exterior nos topamos con las cosas más extravagantes, que nos podemos imaginar, las dificultades que muchas veces no las hemos buscado, pero que acuden a nuestra vida, como un patrimonio, que se hace nuestro, pero que no lo es de la actualidad,  y no lo son porque nada hemos hecho para merecerlo. Se nos olvida que todo lo del presente es una consecuencia del pasado, y que las cosas no suceden porque si, es por eso que tenemos de la noche a la mañana, situaciones introvertidas en la vida, que es mejor meditar sobre ellas, para darle la mejor solución.
El rencor y el odio no son buenos consejeros, y además nos enferman, nos apartan del amor, nos inducen a las peores cosas, por eso desde un principio no tenemos que anidarlo en nuestro corazón, sino que por el contrario debemos enfatizar la potencia del amor, que nos ayudará a suavizar las cosas, a verlas desde otro punto de vista, y que si escuchamos la voz del amor, nos esclarecerá, hasta el punto de hacer desaparecer la fuerza del odio, que nos enferma y nos aparta de Dios.
La vida moral se impone como una obligación para todos aquellos a quienes preocupe algo su destino; de aquí la necesidad de una higiene del alma  que se aplique a todos nuestros actos, ahora que nuestras fuerzas espirituales se hallan en estado de equilibrio y armonía.
Si sometemos al cuerpo, envoltura mortal, instrumento perecedero, a las prescripciones  de la ley física que asegura su mantenimiento, es importante, mucho más, velar por el perfeccionamiento del alma, que es imperecedera y a la cual está unida nuestra suerte en el porvenir. El Espiritismo nos ha proporcionado los elementos para esta higiene del alma.
El conocimiento del objeto real de la existencia  tiene consecuencias incalculables para el mejoramiento y la elevación del hombre. Saber a donde va tiene por resultado el afirmar sus pasos, el imprimir a sus actos un impulso vigoroso hacia el ideal concebido.
Con la filosofía de los Espíritus, este punto de vista cambia y se ensancha  la perspectiva. Lo que debemos buscar  no es ya la felicidad terrena, la felicidad, en la Tierra, es cosa precaria, sino un mejoramiento continuo; y el medio  de  realizarlo es con la observación moral en todas sus formas.

Cuando el hombre  venga de donde venga,  entra en el Espiritismo, se abre ante el un amplio campo de investigaciones, que de momento, no se da cuenta de tamaña grandiosidad. A medida que va ampliando sus estudios  y sus experiencias, más ancha se  torna la  perspectiva de lo que antes le era desconocido, y en todo empieza a ver la grandeza de Dios.

Entonces ve   lo que el significa en la Creación, comprende que su vida es eterna y que no se encuentra aquí por acaso, comprende que jamás  será abandonado que está ligado  a una ley que abarca a todos los seres humanos  y que con ellos alcanzará por sus esfuerzos, más tarde o más temprano, su felicidad, su belleza y su sabiduría. Comprende que el tiempo que tarde, depende únicamente  de el, que un día será atraído por el amor universal, pasando a formar parte  de la gran familia de los espíritus felices, que gozan y trabajan en el plano del amor divino.
Sigamos trabajando, enfatizadamente en nuestro mejoramiento, que el Señor ilumine nuestro camino, y que nos de fuerzas para perseverar en el bien, que es la opción que más nos puede favorecer para conseguir ser mejores personas.
- Merchita-  

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Manifestación del espíritu de los animales

«… Me parece, estimado señor, que nos estamos acercando a una época donde deben acontecer cosas increíbles. No sé qué pensar sobre un fenómeno de lo más extraño que ha ocurrido en mi casa. En los tiempos de escepticismo que vivimos, no me atrevería a hablar sobre ello con nadie, por miedo a que me tomen por un alucinado; pero, aun arriesgándome, estimado señor, a provocar una sonrisa de duda sobre sus labios, quiero contaros el hecho; en apariencia fútil, en el fondo puede ser más serio de lo que se pueda creer.

Mi difunto hijo, fallecido en Boulogne-sur-Mer, donde continuaba sus estudios, había sido obsequiado por uno de sus amigos con una encantadora y pequeña galga, que habíamos entrenado con extremo cuidado. Era, en su especie, la más adorable criatura que se pueda uno imaginar. La amábamos como se ama todo lo que es bello y bueno. Nos comprendía al mínimo gesto, nos comprendía con una mirada. La expresión de sus ojos era tal, que parecía que fuese a responder cuando nos dirigíamos a ella con la palabra.

Tras el fallecimiento de su joven amo, la pequeña Mika (ese era su nombre) me fue traída a Dieppe, y, según su costumbre, descansaba acurrucada a mis pies, sobre la cama. En invierno, cuando el frío arreciaba en extremo, se levantaba, dejaba escapar un pequeño gemido muy suave, lo que era su manera habitual de hacer una petición y, comprendiendo lo que deseaba, le permitía venir a colocarse a mi lado. Se extendía entonces lo mejor que podía entre dos sábanas, su pequeño hocico sobre mi cuello que usaba como almohada, y se entregaba al sueño, como los felices de la Tierra, recibiendo mi calor, comunicándome el suyo, lo que por lo demás no me desagradaba. A mi lado, la pobre pasaba felices días. No le faltaban mil y un cuidados; pero, en el pasado septiembre, cayó enferma y murió, a pesar de los cuidados del veterinario a quien la había confiado. Hablábamos de ella a menudo, mi mujer y yo, y la echábamos de menos casi como a un hijo amado, tanto había sabido, con su dulzura, su inteligencia, su fiel compañía, cautivar nuestro afecto.

Últimamente, hacia la media noche, estando acostado pero sin dormir, escuché surgir de los pies de la cama ese pequeño gemido que hacía mi pobre perrita cuando deseaba algo. Fue tal mi sorpresa, que extendí los brazos fuera de la cama como para atraerla hacia mí, y creí en verdad que iba a sentir sus caricias. Al levantarme por la mañana, le cuento el hecho a mi mujer, que me contesta: “He escuchado el mismo sonido, no sólo una vez, sino dos. Parecía venir de la puerta de mi habitación. Mi primer pensamiento fue que nuestra pobre perrita no había muerto, y que, habiéndose escapado de casa del veterinario quien se la había apropiado por su dulzura, solicitaba volver a casa.” Mi pobre hija enferma, que tiene su cama en la habitación de su madre, afirma haberla escuchado también. Sólo que, le ha parecido que el sonido salía, no de la puerta de entrada, sino de la misma cama de su madre que está muy cerca de la puerta. Hay que decir, estimado señor, que el dormitorio de mi mujer está situado encima del mío. Esos extraños sonidos ¿provenían de la calle como cree mi mujer, quien no comparte mis convicciones espiritistas? Es imposible. Si proviniesen de la calle, esos suaves sonidos no podrían haber impresionado mis oídos, estoy tan sordo que, mismo en el silencio de la noche, no puedo escuchar el estruendo del paso de una pesada carreta. Ni siquiera escucho los sonoros truenos de una tormenta. Por otra parte, si el sonido hubiese provenido de la calle, ¿cómo explicarse la ilusión de mi mujer y de mi hija que han creído escucharlo, proveniente de un punto totalmente opuesto, de la puerta de entrada para mi mujer, de la cama de la misma para mi hija?

Os confieso, estimado señor, que esos hechos, a pesar de que tienen relación con un ser privado de razón, me hacen reflexionar singularmente. ¿Qué pensar sobre ello? No me atrevo a formular ninguna conclusión y no tengo tiempo para extenderme largamente sobre el tema; pero me pregunto si el principio inmaterial, que debe sobrevivir en los animales como en el hombre, no adquirirá, hasta un cierto grado, la facultad de comunicarse como el alma humana. ¡Quién sabe! ¿Conocemos todos los secretos de la naturaleza? Evidentemente no ¿Quién explicará las leyes de la afinidad? ¿Quién explicará las leyes de repulsión? Nadie. Si el afecto, que es del dominio de los sentimientos, como los sentimientos son del dominio del alma, posee en sí una fuerza de atracción, ¿qué habría de sorprendente en que un pobre animal en estado inmaterial se sienta llevado hacia donde su afecto le atrae? Pero, y el sonido de su voz, nos dirán, ¿cómo admitirlo? Y si se ha hecho escuchar una vez, dos veces, ¿por qué no todos los días? Esa objeción puede parecer seria; sin embargo, ¿sería irracional pensar que ese sonido pudiese producirse en razón de ciertas combinaciones de fluidos, los cuales reunidos reaccionan en cierto sentido, como se producen en química ciertas efervescencias, ciertas explosiones, como consecuencia de la mezcla de tales o cuales materias? Que esa hipótesis parezca fundamentada o no, no lo discuto, sólo diré que puede estar dentro de las cosas posibles, y sin ir más allá, añadiré que constato un hecho apoyado sobre un triple testimonio, y que si ese hecho se ha producido, es que ha podido suceder. Además, esperemos que el tiempo nos esclarezca, no tardaremos quizás en escuchar hablar de fenómenos de la misma naturaleza.»

Nuestro honorable correspondiente actúa con sabiduría al no dirimir la cuestión; de un solo hecho que es aún una probabilidad, no saca una conclusión definitiva; constata, observa a la espera de que la luz se haga. Así lo requiere la prudencia. Los hechos de ese género no son aún lo suficientemente numerosos, ni suficientemente aseverados para deducir de ellos una teoría afirmativa o negativa. La cuestión del principio y del fin del espíritu de los animales comienza apenas a esclarecerse, y el hecho en cuestión está relacionado en su esencia. Si no es una ilusión, constata al menos el lazo de afinidad que existe entre el Espíritu de los animales, o mejor dicho de ciertos animales y el del hombre. Además, parece positivamente probado que hay animales que ven los espíritus y son impresionados; hemos relatado varios ejemplos en la Revue, entre otros el de «El Espíritu y el perrito», en el número de junio de 1860. Si los animales ven los Espíritus, no es evidentemente mediante los ojos del cuerpo; tienen pues una especie de vista espiritual.

Hasta el presente, la ciencia sólo ha constatado las relaciones psicológicas entre el hombre y los animales; nos muestra, en lo físico, todos los eslabones de la cadena de los seres sin solución de continuidad; pero entre el principio espiritual de los dos Espíritus existía un abismo; si los hechos psicológicos, mejor observados, vienen a tender un puente sobre el abismo, será un nuevo paso dado hacia la unidad de la escala de los seres y de la creación. No es de ninguna manera mediante sistemas que se puede resolver esta grave cuestión, sino mediante hechos; si debe serlo algún día, sólo el Espiritismo, creando la psicología experimental, podrá proporcionar los medios. En todo caso, si existen puntos de contacto entre el alma animal y el alma humana, sólo puede ser, del lado de la primera, por el de los animales más avanzados. Un hecho importante a constatar es que, entre los seres del mundo espiritual, no se ha hecho nunca mención de la existencia de Espíritus de animales. Parecería pues que éstos no conservan su individualidad tras la muerte, y, por otro lado, esa galga que se habría manifestado parecería probar lo contrario.

Vemos según esto que la cuestión está aún poco desarrollada, y que no hay que precipitarse en resolverla. Tras ser leída la carta citada en la Sociedad de París, se recibió la siguiente comunicación sobre el tema en cuestión.

                                              París, 21 de abril de 1865. – Médium, Sr. E. Vézy.


Voy a tocar una grave cuestión esta noche, hablándoos de las relaciones existentes entre la animalidad y la humanidad. Pero en este recinto, cuando, por primera vez, mis instrucciones os enseñaban la solidaridad de todas las existencias y las afinidades que existen entre ellas, un murmullo se escuchó proveniente de una parte de esta asamblea, y me callé. ¿Deberé hacer lo mismo hoy, a pesar de vuestras preguntas? No, porque al fin os veo penetrar en la vía que os indicaba. Pero no basta con detenerse en creer solamente en el progreso incesante del Espíritu, embrión en la materia y desarrollándose pasando por el filtro del mineral, del vegetal, del animal, para llegar a la humanimalidad donde empieza a ensayarse únicamente el alma que se encarnará, orgullosa de su tarea, en la humanidad. Existen entre esas diferentes fases lazos importantes que es necesario conocer y que llamaré periodos intermediarios o latentes; porque es ahí donde se operan las sucesivas transformaciones. Os hablaré en otra ocasión de los vínculos que relacionan el mineral al vegetal, el vegetal al animal; ya que un fenómeno que os sorprende nos lleva a los lazos que relacionan el animal al hombre, os voy a hablar de estos últimos.

Entre los animales domésticos y el hombre, las afinidades son producidas por las cargas de los fluidos que os rodean y recaen sobre ellos; es un poco la humanidad que destiñe sobre la animalidad, sin alterar el color de uno o del otro; de ahí esa superioridad intelectual del perro sobre el instinto brutal de la bestia salvaje, y es únicamente debido a esa causa que pueden darse esas manifestaciones que acaban de leeros. Así pues, no se han engañado al escuchar un alegre grito del animal agradecido por los cuidados de su amo, y que venía, antes de pasar al estado intermediario de un desarrollo al otro, a traerle un recuerdo. La manifestación puede pues producirse, pero es pasajera, ya que para el animal, para subir un grado, le es necesario un trabajo latente que aniquila todo signo externo de vida. Ese estado es la crisálida espiritual donde se elabora el alma, periespíritu informe que no tiene ninguna figura con rasgos representativos, quebrándose en un estado de madurez, para dejar escapar, en corrientes que los arrastran, los gérmenes de almas que han eclosionado ahí. Nos sería pues difícil hablaros de los Espíritus de animales del espacio, no existen, o más bien su paso es tan efímero que es casi nulo, y que en estado de crisálida, no pueden ser descritos.

Ya sabéis que nada muere de la materia que se descompone; cuando un cuerpo se disuelve, los diversos elementos que lo componen le reclaman la parte que le han donado: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, carbono retornan a su fuente primitiva para alimentar otros cuerpos; ocurre lo mismo con la parte espiritual: los fluidos organizados espirituales toman al pasar colores, perfumes, instintos, hasta la definitiva constitución del alma.

¿Me comprendéis bien? Tendría sin duda que explicarme mejor, pero para terminar por esta noche, y no haceros suponer lo imposible, os aseguro que lo que es del dominio de la inteligencia animal no puede reproducirse por la inteligencia humana, es decir que el animal, sea cual sea, no puede reflejar su pensamiento por el lenguaje humano; sus ideas son muy rudimentarias; para tener la posibilidad de expresarse como lo haría el Espíritu de un hombre, le serían necesarios pensamientos, conocimientos y un desarrollo que no tiene,

que no puede tener. Tened pues como certeza que ni perro, ni gato, ni asno, ni caballo o elefante pueden manifestarse por vía medianímica. Los Espíritus llegados al grado de la humanidad son los únicos que pueden hacerlo, y aun dependiendo de su adelanto, porque el Espíritu de un salvaje no podrá hablaros como el de un hombre civilizado.

Nota: Estas últimas reflexiones del Espíritu han sido motivadas por la citación hecha en la sesión por personas que pretendían haber recibido comunicaciones de diversos animales. Como explicación del hecho citado, su teoría es racional y concuerda, en el fondo, con las que prevalecen hoy en día en las instrucciones dadas en la mayoría de los centros. Cuando hayamos reunido suficientes documentos, los resumiremos en un cuerpo de doctrina metódica, que será sometido al control universal; hasta ahora sólo son jalones colocados sobre la ruta para señalarla.

Allan Kardec
(Traducción de Javier Rodríguez)

Revista Espirita FEE


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              8 NOTAS PARA VIVIR MEJOR

1– Procure colocarse en la situación de su interlocutor para entenderlo acertadamente. «Esfuércese para entender al compañero menos esclarecido. No todo el tiempo usted dispone de recursos para comprender cómo debe ser» (7). 

2 – No sea un riguroso defensor de la sinceridad. Transmita su opinión sin palabras o acentuaciones agresivas. «Observe los métodos para cultivar la verdad. Muchas personas que se presumen verdaderas, son vehículos de perturbación y desánimo» (6).

 3 – No sea el «dueño de la verdad». «Sea leal, pero huya de la franqueza cruel. Con el pretexto de ser realista, no pretenda ser más verdadero que Dios, porque solamente de su Autoridad Amorosa se reciben las revelaciones y trabajos de cada día» (5). 

4 – Estimule a las personas para que practiquen el bien. Descubra el lado positivo de cada uno. Sea optimista. «Que ninguna palabra corrupta salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (Pablo a los Efesios, 4:29). «Debemos considerar que el mal no merece comentarios en ningún momento» (5). «Su conversación exteriorizará las directrices que usted escogió en su vida» (9). «El optimismo […] es un manantial de fuerzas para sus días de lucha» (8). 

5 – Permita que los otros también hablen. Saber escuchar es una habilidad factible de desarrollo. «Evite la charlatanería desmedida; quien conversa sin pausas, cansa al que escucha» (3). «Piense mucho. Medite más. Hable poco» (4). «Hable lo menos posible, en lo referente a usted y sus problemas» (2) «La palabra es de plata, el silencio es de oro» (dicho popular).

 6 – Respete ideas contrarias a las suyas. No quiera imponer su opinión. «No encarcele a su vecino en su modo de pensar; dé al compañero la oportunidad de concebir la vida tan libremente como usted» (3). 

7 – Aprenda a expresarse correctamente, sin el uso de modismos; jerga profesional, palabreado o gestos vulgares. «Hable construyendo» (1) «Tenga cuidado en la forma como se expresa; en varias ocasiones, las maneras dicen más que las palabras» (3). 

8 – Use la palabra como instrumento de auxilio. Evite burlas. «Ayude conversando. Una buena palabra auxilia siempre» (5). «Evite asuntos desconcertantes para el oyente. Todos tenemos determinadas zonas neurálgicas en el destino, sobre las cuales necesitamos hacer silencio» (5).  

Marta Antunes 
                                         
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