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lunes, 3 de agosto de 2015

Un trozo de historia real: La mía



     
       ¡QUIERO IR AL CIELO!

Siempre he sido amante de la verdad, y como en las visitas de pésame se miente tanto, nunca he acudido a ver a mis amigos en los primeros momentos de llorar al ser amado, sino después del duelo oficial, cuando en torno de la viuda afligida, o de la madre desolada no ha habido una caterva de seres indiferentes que llevan el luto en el traje y la alegría o la indiferencia en el alma.


Por eso, cuando Clementina perdió a su esposo, no fui a verla hasta que se quedó sola con sus hijos y sus recuerdos; Clementina estaba inconsolable. Yo, que ya tenía algunas nociones del Espiritismo, traté de hacerle comprender que tras la tumba germinaba la vida; pero Clementina se reía amargamente de mis palabras, diciéndome con triste ironía: -Los que se van, no vuelven, esos son cuentos de viejas y leyendas de ilusos; el Espiritismo es otra de las muchas farsas del mundo.


Una noche que estábamos hablando sobre si los muertos se comunicaban o no, entró el doctor Sánchez, amigo íntimo que fue del esposo de Clementina, a quien ella respetaba muchísimo, por su preclaro talento, oyó nuestra charla, y sonriéndose bondadosamente, dijo en tono festivo: -Señoras: escucho con gusto su discusión sobre muertos y espíritus.


Y exclamó Clementina: -Figúrese usted qué disparate sostiene Amalia, asegura que los muertos se comunican. Si tal cosa sucediera, ya hubiera venido mi Pepe a decirme: “¡Clementina, no llores, que aquí estoy yo!” El doctor la miró fijamente, y volviéndose a mí, me preguntó: -¿Es usted espiritista?

- Quiero serlo.
 -Yo también. 
-¡Usted!... –gritó Clementina en el colmo del asombro. 
-Sí, yo; ¿Por qué te admiras? 
-¿Usted, tan formal y tan sabio?...
Mi Pepe decía que no había en el mundo dos hombres como usted. 
-Tu marido me miraba con los ojos del cariño, y éste es el cristal de más aumento que se conoce; pero dejando a un lado mi suficiencia, lo que yo puedo decirte es que hay muertos que se comunican; no diré que sean todos, pero yo he tenido pruebas innegables de la comunicación de los espíritus.

-Explíquese, por Dios; cuénteme… ¡Ay, si yo pudiese hablar con mi Pepe!...


-Si te hablo así, es para demostrar que es muy aventurado decir sin conocimiento de causa: tal cosa no puede ser. Creer a ciegas, denota sobra de ignorancia, y negar porque sí, escasez de entendimiento. Dudar es de sabios; creer, es de tontos; negar, es de locos.


 -¡Ah!, no; si usted me asegura que hay muertos que se comunican, lo creeré; me merece toda la confianza.


 -Lo que voy a contarte no es para convencerte de si es verdad o no la comunicación de los espíritus; por otra parte, creyendo ciegamente en mí, correrías peligro de engañarte, Clementina, el hombre puede abdicar de todos sus derechos, hacer donación de todos sus bienes, pero no de su criterio, ni de su corazón. Ahora escucha:


A los dieciocho años me enamoré de Lidia, hermosa criatura, de la que podía decirse como dice Campoamor:


Es tan bella esa mujer, que bien se puede decir: sólo por verla…, nacer; después de verla…, morir.”


Durante un año, viví en el paraíso. Lidia me quería con delirio, y vivíamos el uno para el otro. Andrés, mi hermano mayor, que estaba viajando, al volver y al ver a Lidia, quedó prendado de su belleza y de su bondad; pero supo ocultar su admiración y arregló las cosas de manera que mi padre me hiciera marchar a Sevilla, para acompañar a un hermano suyo, Deán de la Catedral, que estaba enfermo. Aprovechándose de mi ausencia, mi hermano interceptó nuestras cartas, y dijo a Lidia que yo estaba resuelto a seguir la carrera eclesiástica, por cuya causa me había reunido con mi tío el Deán. Así pudo Andrés lograr que le concediera su mano, aunque no su corazón.


Mi madre, cuyas ilusiones se cifraban en que yo fuera sacerdote, creyendo la infeliz, en su ignorancia, que así me abría las puertas del cielo, ayudó a mi hermano en su inicua obra. Se hizo el casamiento sin yo saberlo; los novios se fueron a viajar, y mi madre vino a Sevilla, a prepararme para recibir el fatal golpe. Creía yo en el amor de Lidia con tanta fe, la creía tan buena… tan santa… tan pura… que cuando mi madre, después de decirme que Dios me llamaba para ser uno de sus ministros, me participó el casamiento de Lidia con mi hermano, perdí la razón, de cuyas resultas estuve más de dos años demente.


Al recobrar la lucidez de mi inteligencia, supe que Lidia había muerto a los diez meses de casada. Mi pobre madre, arrepentida de su obra, se convirtió en mi ángel tutelar: no me abandonó ni un segundo mientras estuve loco, ni después de recobrar el juicio, e hizo bien, porque yo conservaba tal odio a mi hermano, que hubiera sido un segundo Caín sin remordimiento alguno.


Mi madre había ayudado a mi desgracia; pero empleó después todo su cariño en reparar el mal hecho. Viendo que rechazaba yo el sacerdocio eclesiástico, ella misma se encargó de buscarme esposa, y me casé con una joven muy buena, a la cual hablé con toda franqueza, porque la imagen de Lidia no se borraba de mi mente.

Me conformé a todo, y me casé por transigir, por complacer a mi madre y por ver si teniendo hijos vivía mejor. Tuve mucha suerte, pues mi compañera ha sido discretísima. Su dulzura y su conformidad consiguieron despertar en mi alma un hondo afecto, que era menos que amor y más que amistad.

Cinco hijos, dos mujeres y tres varones, inundaron mi casa de muñecas y caballos, y entre mi madre, mi esposa y mis hijos, para el mundo he sido un hombre feliz, mientras que me he creído desgraciado.


Mi hermano mayor se estableció en la Habana, desde donde sostenía correspondencia con mi madre. Así pasaron dieciséis años. Por fin, una mañana ella entró en mi despacho, llorando; se sentó a mi lado, cogió mis manos entre las suyas y me dijo: -Felipe, tu hermano Andrés se ha casado nuevamente. Quiere volver a su país; quiere que tú le perdones; quiere que yo sea la madrina de su primer hijo. Si él pecó, bastante castigo ha tenido. El rencor es propio de almas ruines, y como tú eres bueno, no me podrás negar lo que voy a pedirte. Reflexiona que cuanto mayor es la ofensa, es más grande el que perdona. Tu hermano te escribe: lee. Y me entregó una carta de Andrés, escrita con la mayor humildad, acompañada de algunas líneas muy expresivas de su esposa.


Por un momento se me representó mi juventud, mi perdida felicidad, la perfidia de mi hermano; pero la entrada de una de mis hijas, que vino a referirme sus cuitas con motivo de haberle roto su hermano una muñeca, hizo olvidarme de mi agitación, y al sentarla en mis rodillas miré a mi pobre madre, que me suplicaba con sus ojos, y le dije: -No puedo negarle a usted nada, madre mía. Cuando venga Andrés, iré con toda la familia al muelle, y nada le diré de lo pasado.


¿Está usted contenta? La pobre me abrazó y me besó como si yo fuese un chiquillo: parecía loca de alegría. Un mes después llegó mi hermano a Sevilla, acompañado de su esposa. Fuimos a recibirle. Cuando le vi, no le conocí: parecía un viejo setentón, y eso que aún no contaba cincuenta años. Yo, en cambio, tenía más de cuarenta, y nadie me echaba treinta.


Al verle, me convencí de que en la culpa va la penitencia. Nos abrazamos fraternalmente. Mi madre, emocionada, nos estrechó a ambos en su seno, exclamando: -¡Ahora ya no me importa morir! La esposa de mi hermano a todos nos fue muy simpática: era uno de esos seres vividores que se granjea el cariño de todos. Formamos todos una sola familia. Mi cuñada Anita intimó mucho con mi mujer; mi hermano se convirtió en abuelo de mis hijos, y tanto los mimó, que al preguntarles quién era Dios, decían que su tío Andrés.


Al ver aquel cuadro, me sentí conmovido, y decía para mí: Este hombre que hoy es la alegría de mi casa, fue ayer mi desgracia, la causa de mi locura y del perjurio de Lidia. ¡Pobre niña!... ¡Tan buena… tan hermosa!...


Seis meses después, se verificó el parto de Anita, que tuvo una niña preciosa: mi madre y yo fuimos padrinos. Se le puso por nombre Consuelo. Desde el nacimiento de aquella niña me sentí feliz, sin explicarme la causa entonces; el inmenso vacío de mi corazón se llenó por completo con las inocentes caricias de la niñita mimada de todos.


Entre Consuelo y yo se estableció un cariño tal, que ni ella quería estar con nadie más que conmigo, ni yo gozaba con nada, sino teniéndola en mis brazos y llenándola de caricias y de besos. Seis años, fui completamente feliz. Lo que turbaba mi dicha era que mi sobrina aún no tenía dos años cuando ya me decía: “¡Tío, quiero ir al cielo!” Frase que repetía con frecuencia, especialmente cuando por las noches fijaba su expresiva mirada en las estrellas. De pequeña se crió robusta; pero al ir creciendo enflaqueció y se puso pálida. Sus grandes ojos adquirieron una expresión melancólica, y cuando comenzó a andar diríase que dejó de ser niña, convirtiéndose en mujer. Yo, como médico, adivinaba el germen de una enfermedad incurable. La hice pasar largas temporadas en el campo, al pie de la sierra, y prolongué sus días en la Tierra cuanto la ciencia puede prolongarlos. Dábamos largos paseos por la tarde, y aun me parece verla con su vestido blanco y sus largas trenzas, pues tenía un cabello hermosísimo, que nunca permití se lo cortaran.


Al regresar a casa solía detenerse mirando al espacio, a la vez que con la mayor dulzura me decía: -Tío, quiero ir allá… Y señalaba el horizonte. -¿Pero no estás bien aquí? –Le replicaba yo-; ¿No te queremos todos mucho?... ¿Qué deseas? Dímelo y te lo daré. -No te enfades –añadía ella cariñosamente-, yo no te puedo decir qué me falta, ni qué deseo… pero… ¡Quiero ir al cielo! Y como una luz que se apaga, se fue acabando la vida de Consuelo.


Predijo la hora de su muerte, sin equivocarse ni en un segundo; quiso que toda la familia rodeara su lecho; llamó a su padre y a mí, nos juntó las manos, y con una voz dulcísima que aún vibra en mis oídos, nos dijo: -¡No me lloréis, porque me voy al cielo!... Y quedó muerta con la suavidad de un pájaro que dobla la cabecita. Sus padres se resignaron, pero yo estuve próximo a perder por segunda vez la razón. No podía acostumbrarme a su ausencia. Iba frecuentemente a visitar su sepultura, cuando un año después oí hablar de Espiritismo, y sin decir nada a mi familia, asistí a una sesión espiritista.

Evoqué mentalmente al Espíritu de Consuelo, y los médiums empezaron a escribir. Una joven, al terminar, dijo sonriéndose: -No entiendo lo que he escrito: no responde a las preguntas que se han hecho; es una comunicación de carácter íntimo, y hay un nombre desconocido. -¿Qué nombre es ese? –Pregunté con emoción. -Lidia. Al oír aquel nombre, no sé lo que experimenté; pero arrebaté a la joven el papel que tenía en la mano, y salí de la habitación llorando a lágrima viva. Dos amigos me siguieron, me calmaron, y cuando estuve tranquilo, uno de ellos me leyó la comunicación, y tantas veces la leí después, que quedó grabada en mi memoria. Decía así: “¡Pobre alma enferma! ¡Calma tu impaciencia! Para que salieras de ese mundo limpio de pecado, volví a la Tierra. ¡Ya has perdonado!... Y perdonadas te serán tus culpas en el cielo, donde te espera el Espíritu de tu Lidia”. No puedo describir la conmoción que experimenté: comprendí perfectamente que Lidia y Consuelo eran un mismo Ser. Entonces comprendí y me di explicación racional del ciego amor que yo había sentido por Consuelo.
Sin necesidad de asistir a más sesiones, me convencí de que los muertos viven, y comprendí que estaba tan debilitado mi cerebro, que no le convenía recibir fuertes emociones. Pero desde entonces soy en secreto un convencido espiritista.


Clementina escuchó atentamente tan interesante relato y le sirvió de gran consuelo. Estudió luego las obras de Allan Kardec, y formó un grupo familiar, dirigido por el doctor Sánchez, el cual, siempre que tomaba el lápiz para ensayarse en la mediumnidad, trazaba las mismas palabras: “¡Quiero ir al cielo!”

Amalia Domingo Soler
Libro: La luz del futuro

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 El Espiritismo ante las cuestiones políticas y sociales 


Según algunos, los espíritas se ocupan de lo que no les incumbe puesto que se interesan por la marcha del mundo en sus aspectos sociales y políticos, como si estos temas no debieran interesar sino al vulgo, como si la espiritualidad no tuviera que intervenir en todo lo que concierne a la organización de la comunidad humana.
 Cada uno debería permanecer en su papel: el sacerdote se ocupa de la salvación de las almas, el espírita se comunica con el más allá y el político se ocupa de los asuntos del mundo… Habría pues que disociar estas diferentes preocupaciones y considerar que la evolución de las sociedades no interesa ni a los espíritus ni a los espíritas. ¿Cómo podríamos hablar entonces de evolución y de emancipación de los individuos, si hiciéramos abstracción de lo que nos relaciona con los demás dentro del vínculo social y las estructuras de nuestras sociedades? 
Mientras el mundo siga perdiéndose en una desenfrenada carrera hacia el lucro, en una competencia que todavía pudiera engendrar conflictos, todo espírita normalmente constituido no puede sino interrogarse acerca del funcionamiento de sociedades en las que la hermandad, la solidaridad y la justicia siguen siendo palabras vacías. 
Los buenos sentimientos de compasión no bastan. Hay que mirar bien al mundo tal y como va, estudiar su funcionamiento económico y sus estructuras políticas, para comprobar que las relaciones internacionales siempre están fundadas en el interés, la explotación y el dominio del más fuerte, en detrimento de los pueblos más desprovistos que son víctimas de una competencia material que pertenece a los poderes del dinero. 
Si en espiritismo, se debe invocar la moral personal, también necesitamos hablar de moral colectiva para dar un sentido a la palabra solidaridad, ya sea uno cristiano, espírita o de alguna otra disciplina humanista. Algunos desearían que los espíritas se quedaran en su estricto campo de la comunicación con los muertos, sin extraer de ello las menores consecuencias filosóficas y éticas, lo cual les volvería a llevar a no ser más que simples espiritualistas que viven con los muertos y se olvidan de los vivos. Aún sobre este punto, nos encontramos ante a un desafío no resuelto: conjugar un ideal filosófico con sus consecuencias sobre los asuntos del mundo. Muchos no lo aceptan, estimando que cada uno debe permanecer en su lugar. Pues bien, nuestro lugar sin embargo, es el de todo ciudadano que escucha al mundo, en medio de los espíritus encarnados que se han organizado en sociedades y que desean una evolución de la humanidad entera. 

LE JOURNAL SPIRITE N° 79

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PROCESO REENCARNARTORIO.


Todo cuanto ignoramos, parece siempre inverosímil. No obstante, las inverosimilitudes de hoy, serán verdades elementales del mañana.
A medida que las ciencias van haciendo nuevos descubrimientos, que son nuevos aspectos de la Verdad Una, la humanidad avanza en su progreso; progreso más rápido en los últimos tiempos, en que las fuerzas retrógradas han perdido su predominio. Ya no se excomulga a los investigadores como aconteció en el pasado a Benjamín Franklin, por citar uno, por el hecho de haber descubierto el pararrayos, y muchísimos otros; ya que, según los teólogos de entonces, desafiaba la ira de Dios.
Los tiempos son llegados para el conocimiento de nuevos conceptos de la Verdad. Vivimos una nueva era de progreso en las ideas. Ya ciertos sectores de nuestra humanidad ansían ver más allá de la cortina que impide el acceso a los llamados misterios de la vida.
Siendo DIOS la máxima sabiduría y amor, es lógico pensar que Sus leyes son para el progreso y felicidad de todas sus criaturas, y por ende no para vedar el conocimiento de esas leyes, tan necesario, a fin de actuar acorde con ellas y no trasgredirlas. Somos los humanos que, en nuestro afán monopolizante, de dominio, pretendemos poner vallas; entre las cuales se ha establecido en el pasado, la valla de los misterios. Pero, estos van cayendo uno a uno, a medida que la ciencia, en su investigación, avanza en el descubrimiento de las leyes que rigen los múltiples aspectos y fenómenos de la Vida. Ya lo dijo el sublime Nazareno: «Porque nada hay oculto, que no haya de ser descubierto; ni escondido que no haya de ser conocido y publicado«.

Vamos a exponer, brevemente, el proceso reencarnatorio. Aunque tenemos el conocimiento de que las mentalidades dogmáticas y las que todavía creen en los misterios y los milagros (1), se opondrán, y algunos hasta llegarán a tildar de... lo que sea. No importa. Lo que importa es dar el conocimiento, pues algunos sabrán aprovecharlo; y los otros, ya lo conocerán y comprenderán cuando les llegue su hora, cuando les haya caído la «venda de los ojos» de su mente. Todos aquellos que han presentado conceptos nuevos o ideas renovadoras, han encontrado la incomprensión de los rutinarios y la oposición de los convencionalistas.
Algún lector habrá pensado... ¿Y cómo se efectúa esa nueva encarnación? Esa pregunta fue hecha al Mesías por Nicodemo de Necópolis, doctor de la ley y miembro del Sanedrín, a lo que Jesús le dijo: «¿Eres maestro en Israel y no sabes esto?« (2). «Pues en verdad, en verdad te digo, que quien no naciere de nuevo no puede ver el Reino de Dios» (S. Juan cap. III).
El proceso de reencarnación, al igual que el proceso de desencarnación o abandono del cuerpo físico por el Espíritu, NO ES IGUAL EN TODOS LOS CASOS, variando mucho según sea el grado de evolución del Espíritu encarnante.

A fin de que sea fácilmente comprensible, hagamos una síntesis de tan sólo cuatro de los diversos aspectos:
1 Espíritus primarios.
2 Espíritus secundarios.
3 Espíritus libres.
4 Espíritus superiores.

Sebastián de Arauco.

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                  Un trozo de historia real: La mía
                             

                 En la vida, a veces nos suceden cosas que nos llevan a provocar en nostros un ansia de conocer dentro de un  tema que tal vez nunca antes lo habíamos planteado.
                Reconozco que aun antes de tomar contacto con el Espiritismo, siempre tuve inclinaciones religiosas, pues yo era católico de los de misa frecuente y confesión de vez en cuando. Alguna vez me plantee ciertas cuestiones doctrinarias y filosóficas, pero al no tener respuesta para ellas, yo seguía adelante con mi catolicismo al uso, sin querer pensar demasiado en esas cosas.
             La cuestión es que siendo ya persona adulta, con hijos pequeños aún, y estando desde hacía tiempo con un estado de salud delicada o achacosa, las circunstancias me llevaron a enterarme de la existencia de lo que llamaron "curso de acción mental". Me aseguraban que eso me podría ayudar en mis dolores fisicos.
            Cuando la salud se pierde, uno la busca "hasta en el infierno si hace falta". Entonces además de inscribirme a ese cursillo, un día mi esposa se enteró de la existencia de cierto " médico" que en Madrid atendía muy bien las dolencias de huesos, con métodos no convencionales.
            El cursillo comenzó a abrirme los ojos en el sentido de aprender cosas nuevas que me atraían naturalmente y además por experimentar parte de lo aprendido,( aprendimos relajación, masaje energético, "viaje mental", curación "a distancia, etc). El caso es que de modo práctico y real experimenté estas cosas, sintiendo que no eran  una teoría, sino una realidad práctica total. Tal vez fué la primera experimentación  que viví de que somos algo mas que lo que vemos y tocamos de nuestro cuerpo carnal.
         Al poco tiempo, coincidió que este médico aludido, que utilizaba métodos un poco extraños a la medicina convencional, me sorprendió un día en la consulta, aplicándome una cosa "rara" en toda la espalda. En principio yo pensé que era como una corriente eléctrica o de rayos de alguna máquina de rehabilitación, con  alguna onda extraña, magnética, infrarojos, etc. Pero cual no fue mi sorpresa cuando finalmente descubrí que no era nada de eso, no había ninguna máquina ni aparato en la sala,  sino simplemente su mano que a poca distancia de mi piel, se movía por encima de mi espalda, recorriéndola  sin tocarme, y haciéndome sentir unas vibraciones o cosquilleo que se trasladaba de lugar de un lado a otro continuamente durante el tiempo que aquello duró.  Cuando descubrí el asunto, me llevé las manos a la cabeza de pura sorpresa, y ahí comencé a hacerme muchas preguntas.

        Coincidió que como  mi esposa y yo hicimos amistad con aquel "médico", un día nos pidio que le acompañásemos y fuimos a una casa extraña en donde no conocíamos a nadie , pero en donde además de tratarnos amablemente, nos invitaron a sentarnos con ellos alrededor de una mesa y charlar de diversos asuntos para nosotros desconocidos pero que despertaban nuestro interés y curiosidad. Al poco llegaron dos chicos muy jóvenes, que venían de sus clases del instituto, con los libros bajo el brazo y en una mochila a la espalda respectivamente. El caso es que al poco, ellos  también estaban alrededor de la misma mesa que nosotros y se organizó lo que llamaron una    " sesión de espiritismo", ( luego mas tarde me enteré  que aquello era solo una reunión mediúmnica). Ví , entre sorprendido  e impresionado, como uno de aquellos chicos comenzó a respirar fuerte, con los ojos cerrados, y nuestro amigo "médico", comenzó a preguntarle quien era,qué quería, etc. Me impresionó ver que  el joven, con la cara blanca, un tanto descompuesta  y semidormido, comenzó a preguntar con angustia, que donde estaba,  y también  " Yo aquí que hago?". Se estaba manifestando a través de él una personalidad humana real y extraña, que no era la del niño y que parece ser que tras una breve charla con el médico, fue reconducida para salir  más tranquila de aquel ambiente nuestro que la  asustaba y angustiaba.
       Apenas hubo terminado aquella impresionante secuencia, enseguida fué el otro chico el que cayó en sueño con la cara transfigurada, repitiéndose  con él algo muy similar a lo ya narrado.

    También por aquella época, un día en mi casa, tuvimos algunas experiencias fenoménicas que resultaron ser la puerta por la que accedí a querer saber más sobre  la realidad que somos y que nos envuelve. Paso a relatarlas brevemente:
     Una noche tras irnos a dormir mi esposa y yo, entraba como de costumbre un poco de luz por la ventana que acostumbramos a tener semiabieta. 
     En el dormitorio teníamos un cuadro al  óleo de Jesús, y no se que pasó pero a la luz aque entraba de la calle, mirando  hacia el cuadro desde la cama, ví transfigurada aquella imágen de Jesús en otra  terrorífica, que de puro miedo me dejó rígido y con el cabello erizado. Si hubiese tenido fuerzas para huir, en mi loco espanto, creo que  habría sido capaz de tirarme por la ventana. Ante aquello, mi esposa, asustada,  se levantó para traerme un vaso de agua para ver si eso me tranquilizaba, pero  al verla llegar por el pasillo hacia  el dormitorio, cuando yo también salía de allí, ví en su rostro la misma "cosa" terrorífica que había visto antes en el cuadro. Comence a gritar de espanto , con el correspondiente susto añadido a mi esposa, y cuando  logramos tranquilizarnos los dos, solo pudimos seguir el resto de la noche en el dormitorio, después de haber descolgado el cuadro y haberlo puesto cara a la pared para no verlo más.

     Otras muchas cosas y episodios nos sucedieron, tal como escuchar a media noche el ruido de arrastre que hacian unas sillas metálicas que teníamos en la cocina, o presenciar toda la familia como durante una sobremesa, un gato que dormía placidamente subido en medio de la mesa del salón, salió de repente, disparado o lanzado lateralmente, como empujado por  una mano invisible que le hubiese gastado una broma para llamarnos la atención a los presentes.

   También he de resaltar que "casualmente" el vecino que vivía encima de mi piso, me habló por primera vez de Espiritismo y reencarnación, pues "coincidió"  que  decía ser espírita miembro de un grupo que tenía un Centro  abierto en su pueblo. Este fué el primer grupo espírita establecido y organizado que visité y en donde me llegué a sentir muy bien acogido y tratado.

   Como se puede ver, en aquella época  convergieron muchas cosas que parecían sumarse al mismo fín: Hacerme despertar espiritualmente para  un conocimiento de rango superior a lo conocido hasta entonces,  pero solo con lo hasta aquí expuesto, ya sirve para cumplir con el dicho popular: "Para muestra basta un botón".

   Tal vez otro, se hubiese olvidado de todo este jaleo y hubiese seguido con su vida normal  como cualquiera otra persona, pero en mi causó el efecto contrario: Me despertó una inquietud por llegar al fondo de las cosas y poderme contestar las viejas cuestiones de " quien soy o qué soy", " de donde he venido" , " a donde iré cuando deje esta vida",  "para qué he venido aquí", etc. 

  Por  la Codificación espírita y en el conocimiento de lo investigado y comprobado por tantos hombres de ciencia, sobre la realidad del alma, su reencarnación, etc, fuí encajando las piezas de un enorme puzzle que llevaba en mi interior a partir de las experiencias relatadas. Y cada vez me sentí mas engañado por una iglesia católica en la que yo había pertenecido y participado por tantos años, para finalmente comprender que ella no me afrecía la verdad que yo necesitaba encontrar, y estas verdades se me formaban en las respuestas encontradas en ese puzzle que mencioné antes.

Tuve experiencias y contacto con personas de diversos grupos. Asistí a conferencias. . Fui cofundador de mi propio grupo y me convertí en un "devorador de libros de Paparsicología y espíritas" que dejaban mi alma feliz mientras encontraba tantas y tantas respuestas  que buscaba en mi yo interior. 

Por cierto que este grupo se disolvió como un fracaso humano por las típicas flaquezas humanas: envidias, vanidades y afanes de protagonismo. Ello supuso en mi un fracaso íntimo por lo desmoralizador, pero comprendí enseguida que no era el Espiritismo quien me defraudaba, sino el elemento humano con sus defectos morales, lo cual me indicaba que a pesar de estos fiascos, debía seguir en mi camino de contacto, aprendizaje y crecimiento  con los temas espíritas, y que en definitiva el camino lo tenía que recorrer ,al principio al menos, yo solo, pues comprendí que el esfuerzo es personal e intransferible, y nadie lo puede hacerlo por nosotros. 

 No  se puede confundir lo que es el Espiritismo, como ciencia, filosofía  y moral, que siempre es una doctrina positiva para todo ser humano en general, con lo  que aún los que nos decimos espíritas,  aunque lo no lo seamos del todo o al menos, pretendamos serlo, no estamos del todo despojados de nuestros defectos morales.  Así, puedo decir que hay espíritas, seres humanos, que  alguna  vez me han defraudado por su comportamiento o actitud, pues los espíritas no somos perfectos  aunque somos conscientes de ello y en eso estamos, pues es la razón que sabemos que tiene la vida humana.  Sin embargo el Espiritismo  como doctrina filosófica y moral transmitida por los Espíritus superiores y codificada por Kardec, no me ha defraudado nunca, aunque eso no significa que no me hayan asaltado nunca dudas en puntuales cuestiones de su estudio. Hay espíritas maravillosos, pero no todos lo son, por lo que una cosa son los espíritas, seres humanos imperfectos, y otra cosa bien distinta es el Espiritismo, doctrina dejada por los Espíritus Superiores para nuestra mejora evolutiva.

 Lo cierto es que cuando se tiene la fortuna de estar integrado en un buen grupo espírita, el camino se  avanza mejor con la ayuda de los demás, pero en mi caso, parece ser que , al menos en principio, me tocó caminar en solitario sin perder la fe en lo que ya tenía asumido.

Años mas tarde, por mi costumbre de contactar  e intercambiar conocimientos con espíritas a través de internet, entré en contacto virtual con   una compañera espírita que resultó ser además de una bella persona, una gran amiga y hermana de Brasil, que me acercó más de nuevo al Espiritismo y  con mayor intensidad si cabe  y  me acercó a la obra de otros grandes mediums espíritas, como Chico Xavier , Divaldo, etc.

Posteriormente  contacté con el grupo virtual de estudios  espíritas   del que soy miembro  desde su fundación, hace unos años, y así hasta la fecha.  Mientras tanto he asistido a cuantas conferencias espíritas he podido escuchar, tanto en directo como grabadas en vídeo.

 Las vivencias espíritas, el estudio o lectura de libros espíritas, el haber sido testigo del fenómeno mediúmnico, y sobre todo la gran lógica del Espiritismo, me han llevado a convencerme de que estoy en el camino de la Verdad que comencé a buscar aquel día tan lejano en el que empecé  a plantearme preguntas íntimas y supe  después intuir en donde podría encontrar las debidas respuestas. Y este camino pasa, no solo por conocer, porque el solo conocimiento no basta,  no sirve para nada; sino por perfeccionarnos moralmente, ayudando a los demás con corazón generoso, y siendo conscientes de que , como escribió Machado: " Caminante no hay camino, se hace camino al andar", y este andar es nuestro avance en  la transformación moral propia, y de los demás a través de los actos y el ejemplo práctico.

Jose Luis Martín

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