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jueves, 15 de septiembre de 2011

Piedad y compasión

Retrato mediúmnico de María
la madre de Jesús de Nazareth




La filantropía y la beneficencia se generan al calor de la piedad y de la compasión y las cuatro son legítimas manifestaciones de la caridad.
La piedad es amor, por tanto, al prójimo,  porque no se puede amar a Dios sin amar a sus hijos. El amor despierta la compasión, a la vista del infortunio, de la desgracia ajena.

Todo lo que hagamos para despertar esos nobilísimos sentimientos en la criatura humana será poco. En uno de los periodos  más interesantes y fecundos de la evolución del ser se desenvuelven  la piedad y compasión, de la que esta tan necesitada aun la humanidad terrestre, para tener aligerada su pesada cruz.
   La piedad es virtud angelical, que al rendirse ante la Majestad Divina, para dorarlas en transportes de inefables  expansiones amorosas,  convierte a las almas, aun mismo que sean pecadoras, en ángeles, por aproximarlas a la fuente de todo Amor de todo Bien, a Dios. Si ante Dios se postra, impulsada por el puro y santo amor  que desenvolvió en sí, el alma piadosa  no puede dejar de sentir  esos mismos transportes  amorosos en presencia  de sus hermanos, cualquiera que sea el plano en el que se encuentren. ¿Si esos hermanos sufren, como no ha de transformarse  ese amor  en compasión para sentir  las penas del sufridor como propias  y participar de sus sentimientos, como participaría de sus alegrías? ¿Y, si el alma  piadosa siente amor y compasión por su semejantes  que sufren, como no habrá de esforzarse por aliviar la pesada carga que el lleva consigo,  por cargarla el mismo, si fuera preciso, como otro cirineo, con el fin de liberarlo por algún tiempo de su peso, de manera que recobre energías  y pueda fácilmente continuar  para subir el Calvario por donde llegará a las alturas celestiales?

De la piedad y de la compasión, que generan la filantropía y la beneficencia,  nacen las grandes y piedras institucionales destinadas a proporcionar abrigo al indigente, a quitar el hambre al hambriento,  a cubrir la desnudez al andrajoso y a alimentar a las almas, también que están indigentes de cultura, desenvolviéndoles las facultades mentales, precursoras de las facultades morales, que deberán llevarlas a la culminación de la perfección del ser.

Ved así cuan noble  y precioso es el sentimiento de la compasión y cuan preciso se hace su desenvolvimiento en la criatura humana, para que ella  se depure  de la escoria y de la materia, y se eleve a la categoría  de los Espíritus excelsos, de esos seres verdaderamente divinos, por su elevación, y mensajeros de Dios, de la más alta jerarquía  que descienden a la Tierra, de cuando en cuando, en la calidad de Maestros de la compasión. ¿Quién, al profundizar sus enseñanzas  y ver sus ejemplos,  viendo   a un desgraciado, presa de todas las aflicciones, gimiendo en el lecho de dolor,  o arrastrándose invalido por el suelo, no se compadecerá de él y no hará todo lo posible  para aliviarlo, convirtiéndose, si fuera posible, en un cirineo del pobrecito?

¿Quién, pensando en Jesús, y recordando sus enseñanzas llenas de ternura, rehenchidas de amor a los desgraciados no sentirá el corazón dolorido ante el huérfano abandonado, el anciano valetudinario, la mujer perdida, o el criminal, que la justicia humana, que en vez de intentar curar su enfermedad moral, condena a terribles penas, las cuales, lejos de regenerarlo más lo acarrean para el crimen?
   ¿Quién, siguiendo los pasos del Divino Maestro, no sentirá compasión y piedad transbordar  de sí  y no se consagrará por completo a sus hermanos que sufren, a ejemplo de Jesús, que vino,  no para los sanos, más si para curar a los enfermos; no para procurar  a los justos,  más si a los pecadores?
La humanidad terrestre, en general, es aun dura de corazón, carente de piedad. La fuente del sentimiento de la compasión ella lo tiene seco enteramente  y le son necesarios los grandes infortunios que, azotando fuertemente el alma de los humanos, despierten ese sentimiento y le hagan brotar la fuente donde el procede.

Y porque es así, ocurren en la Tierra catástrofes y guerras sangrientas sin cesar en su superficie, las familias tienen más motivos  para llorar  que para reír y el dolor y la enfermedad afligen a las criaturas.
  Mientras no se derrame  de todos los seres  la compasión, seguida de la piedad, desprendiéndose de ellas como cataratas de agua cristalina, para refrigerar a las almas sedientas de amor y necesitadas de auxilio, la humanidad no gozará de la paz y ventura; será desgraciada.


No es, en verdad, la compasión, en el concepto en que la Tierra es tenida, el sentimiento más elevado que emana de la caridad; sin embargo, es el sentimiento que mejor  la conduce, porque la compasión, cuando es real, provoca  la acción, teniendo por impulsores  la abnegación y el sacrificio, peldaños  maravillosos que suavemente elevan al ser a las alturas de la perfección y que le elevan auxiliado por las alas  de las virtudes que caracterizan la caridad.

La compasión, sobretodo, es lo que más el hombre terrenal necesita  desenvolver en su interior. 


Digamos que él aún tiene el corazón muy duro; por eso mismo, precisa desenvolver la compasión. ¡Más, cuesta tanto desarrollar ese sentimiento! ¡Está tan arraigado aun en el ser humano, el egoísmo bajo las formas más groseras!

De ahí la necesidad de caracterizarse las enseñanzas de los Espíritus  superiores  por el lado del sentimiento.  El escritor y el orador, que saben hacer vibrar las fibras  del sentimiento en las almas que los leen o los oyen, están en el buen terreno para una labor fecunda y proficua.

La mente, sin el corazón para servir de contrapeso a la manifestación de lo que ella guarda, no produce grandes bienes a la especie humana, en el actual momento histórico de su evolución. Bueno es que la mente se desenvuelva, que la inteligencia  se enriquezcan en  la criatura humana, sin embargo cultivándose en ellas, al mismo tiempo, el sentimiento. Un alma que piensa  y no siente es,  conforme dijo el Apóstol de las gentes, refiriéndose a la caridad “metal que suena, o que retine”. Bueno es que ambos desenvolvimientos se efectúen paralelamente; más cuando no pùeda ser así es preferible se desenvuelva el sentimiento. Mejor es un corazón donde trasborde el sentimiento de la compasión, aunque produzca desequilibrio en el ser, que una inteligencia exuberante, teniendo por compañero a un corazón seco.

Una inteligencia muy desarrollada, sin el sentimiento de la compasión, desenvuelto superabundantemente, acompañado de una inteligencia mediocre, ningún daño causara a quien quiera que sea; solo puede producir mucho bien, porque el sentimiento de la piedad  y de la compasión cuando elevados a la ultima potencia, aunque sin guardar paralelo  con la inteligencia, solo conducen a la abnegación, al sacrificio, jamás al prejuicio del otro.

Sigamos, pues, las pisadas del redentor del Mundo, del divino Jesús, todos los que quieran aprovechar  de su pasaje por la Tierra, esforzándose  por convertirse en Maestros de compasión, personificando la compasión por la palabra y por los hechos. Así, conseguirán la felicidad humana  y para la perfección de las almas  que ocupándose  en conseguir los primeros lugares  en el gobierno de los estados, o en las cimas del saber, según el concepto humano.

No descuidéis el cultivo de la inteligencia, sin embargo dad siempre preferencia al cultivo del sentimiento, de la piedad y de la compasión, porque es de lo que más precisa la humanidad actual para su desenvolvimiento evolutivo.

Ángel Aguarod, del libro “Grandes y Pequeños Problemas”. Traducido por Mercedes Cruz Reyes. 

Debemos aceptar la llegada de la llamada muerte, así como el día acepta la llegada de la noche,confiando que en breve, de nuevo ha de brillar el sol...
                                                - Chico Xavier -

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