DESVARÍOS DE UN ILUSTRE E
INSURGENTE FÍSICO
Jorge Hessen
Stephen Hawking, uno de los más influyentes físico teórico desde Einstein,confinado a una silla de ruedas por cuenta de una Dolencia Neuronal Motora(MND), ha aseverado insistentemente que no hay necesidad de invocar a Dios para explicar la existencia del Universo. Garantiza que “no existe ningún
paraíso y vida después de la muerte.” (1) Bajo el deslumbramiento de su inocua inteligencia, continuamente negando la vida espiritual, Hawking ya admitió que intento el suicidio en la década de 1980, cuando la enfermedad neurológica comprometió sus capacidades de respirar y hablar.
Ateo y materialista Hawking infelizmente desconoce que el suicida, además de sufrir en el mundo espiritual las dolorosas consecuencias de su gesto impensado de rebeldía ante las leyes de la vida, aun renacerá con todas las secuelas físicas de ahí resultantes, y tendrá que afrontar, nuevamente, la misma situación provacional que su flácida fe y distanciamiento de Deus no le permitirán el éxito existencial. Probablemente las actuales restricciones físicas del afamado e insurrecto científico sea resultado de algunos suicidios cometidos en vidas anteriores.
Los espíritas, sabemos que el suicidio es la más desastrosa manera de huir de las pruebas o expiaciones por las cuales deben pasar el hombre. Es una puerta falsa en la que el individuo, juzgando libertarse de sus males, se precipita en una situación mucho peor. Arrojado, violentamente, para más allá del túmulo, en plena vitalidad física, revive, intermitentemente, por mucho tiempo, los
acicates de consciencia y sensaciones de los desastrosos instantes, además de quedar sometido en regiones de penumbras, donde sus tormentos serán importantes para el sacrosanto aprendizaje, flexibilizándolo y enseñándolo a respetar la vida con más empeño.
Bajo el guante de la enfermedad que podría representar un benévolo convite de la vida para reflexiones espirituales el rebelado científico británico permanece bajo el yugo de ingenua rabieta contra Las Leyes del Creador.
Stephen ha presentado argumentos incoherentes, defendiendo el derecho de un paciente terminal optar por la muerte asistida (eutanasia). Expone el insurgente Hawking que "si alguien tiene una dolencia terminal y está sufriendo tiene el derecho de elegir poner fin a su vida."(2)
Ignora el rebelde físico británico que el médico que practica la eutanasia no honra el Juramento de Hipócrates. El “Padre de la Medicina”, que vivió en Grecia, 460 a.C., e era tenido como descendente de Esculápio, el dios de la medicina. Su compromiso de honra es considerado la ley moral mayor del arte y de la ciencia de curar. Su íntegra, muy poco conocida, contiene la prohibición tácita de la eutanasia. Veamos:
“Juro por Apolo, médico, por Asclepios, Hiligéia y Panacéia y tomo por testimonio todos los dioses y todas las diosas hacer cumplir conforme mi poder y mi razón el juramento cuyo texto es este: Aplicar los regímenes, para el bien de los enfermos, según mi saber y mi razón, nunca para perjudicar o hacer mal a quien quiera que sea. A nadie daré, para agradar, remedio mortal [eutanasia], ni consejo que lo induzca à la destruición.
No cabe al hombre, en circunstancia alguna, o bajo cualquier pretexto, el derecho de escoger y deliberar sobre la vida o la muerte de su prójimo, y la eutanasia, esa falsa piedad, interrumpe la terapéutica divina en los procesos redentores de la rehabilitación. Pues no siempre conocemos las reflexiones que el Espíritu puede hacer en las convulsiones de dolor físico y los tormentos que le pueden ser otorgados gracias a un relámpago de arrepentimiento.
De este modo, entendamos y respetemos el dolor, como instructor de las almas y, sin vacilaciones o indagaciones des cabidas, amparemos a cuantos experimentan la presencia constringidora y educativa, recordando siempre que a nosotros compete, tan solamente, el deber de servir, por cuanto a la Justicia, en última instancia, pertenece a Dios, que distribuye con nosotros el alivio y la aflicción, la enfermedad, la vida y la muerte, en el momento oportuno.
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El pensamiento es nuestra capacidad creativa en acción. En cualquier
tiempo, es muy importante no olvidamos de eso. La idea forma la
condición; la condición produce el efecto; el efecto crea el destino.
Su vida será siempre lo que usted esté pensando constantemente. En
razón de eso, cualquier cambio real en sus caminos, vendrá únicamente
del cambio de sus pensamientos.
Imagine su existencia como
desea que deba ser y, trabajando en esa línea de ideas, observará que el
tiempo le traerá las realizaciones esperadas.
Las leyes del
destino le traerán de vuelta todo aquello que usted piense. En esta
verdad, encontramos todo lo que se relacione con nosotros, tanto en lo
que se refiere al bien como al mal.
Observe y verificaráque
usted mismo atrajo hacia su campo de
.
El coraje del perdón
En la jornada de conquista de la plenitud, tenemos el desafío de
aprender a lidiar con las emociones, cuyo ejercicio principal es hecho a
través de las relaciones. De la convivencia surgen las desavenencias
naturales, devenidos de nuestras diferencias en la forma de ver la vida,
de los intereses contradictorios, además de las limitaciones que
tipifican el estado actual de la consciencia humana, marcada por el
egoísmo.
En las relaciones, también creamos expectativas en cuanto a las
actitudes del otro que no siempre se cumplen, así como nos sentimos
heridos en nuestras emociones, defraudados en las aspiraciones que
discutimos y heridos por no tener los deseos atendidos. Cuando no
poseemos estructura psicológica para lidiar con todo eso, el
resentimiento surge como consecuencia. El problema es que el primer
perjudicado es aquel que guarda la emoción perturbadora.
En ese contexto, el perdón es un gesto de auto-amor, pues, al liberarnos del contenido conflictivo, a disposición de la consciencia, energías preciosas, antes aprisionadas en la cuestión no resuelta. No siempre es un camino simple, por lo tanto a veces envuelve dolores profundos vinculados a seres muy próximos a nosotros. El impulso direcciona a la reacción, pero el ser consciente no debe ser esclavo de sus impulsos. Por eso mismo, el perdón, al contrario de la cobardía, es un acto de valor, pues es preciso construir resistencias para trabar el embate con emociones profundas, sin igualarse al agresor en la actitud.
No se trata solo de una cuestión de memoria, de recordar o no el
evento que nos trae dolor, sino de cuidar de la emoción vinculada al
hecho. Y para sanar el contenido emocional es preciso recordar nuestra
propia condición humana. Así como los otros cometen equivocaciones que
nos afectan de alguna manera, también hemos afectado y herimos los otros
y, a veces, no nos damos cuenta de eso.
Este punto se amplía cuando agregamos, a nuestra historia, la
trayectoria del espíritu, pues ¿quién puede lanzar la primera piedra y
decir que nunca cometió errores? Perdonar es un ejercicio importante
para aquel que desea alcanzar la plenitud.
Iris Sinoti
Terapeuta Junguiano *****
REUNIDOS EN SU NOMBRE
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