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sábado, 1 de febrero de 2014

El tabú de la muerte


 Quien enseñase a los hombres a morir, los enseñaría a vivir”.
Montaigne.

Fuera de los albores espiritistas son raros los agrupamientos humanos que no escamotean los temas relacionados a la muerte. Es bien probable que la raíz del pavor provocado por la idea de la muerte esté en la incapacidad de que las personas sienten de luchar con la vida.
El Espiritismo, que es el “Renacimiento” del Cristianismo, vino a rescatar la conciencia de la muerte, desmitificándola, simplemente probando que ella no existe.
Camilo, el mentor del médium J. Raul Teixeira, esclarece1:
(...) Los llamados muertos (siempre vivos), siguen gritando del Espacio para la Tierra, los apelos del Bien y del progreso general, identificados con las proposiciones del Creador para Sus criaturas. Reventando las lápidas tubulares, esparcen luces de esperanzas, confiados de que un día más un día menos, la Inmortalidad pujante dominará el entendimiento de todos”.
El sociólogo Geoffrey Gorer, en un ensayo con el provocativo título: “La Pornografía de la Muerte”, muestra como la muerte se volvió un tabú, sustituyendo el sexo como principal prohibición. Entre otras cosas afirma lo siguiente2: (…) Antiguamente se decía a las criaturas que se nacía dentro de un repollo, pero ellas asistieron a la gran escena de las despedidas, a la cabecera del moribundo. Hoy, cuando no ven más al abuelo y se sorprenden, alguien les dice que el reposa en un bello jardín entre las flores.
Entendemos que não “falece” razão ao sociólogo Gorer, pois falar da morte àqueles que estão próximos dela tornou-se quase uma “obscenidade”. Os parentes, acumpliciados com médicos e enfermeiros, escamoteiam do enfermo a informação do seu verdadeiro quadro letal e nem diante da iminência da morte ousam falar. E continuam com seus subterfúgios até mesmo depois da morte, quando colocam o morto em um caixão acolchoado com cetim, mais lembrando uma cama confortável, para dar a impressão de alguém a repousar”.
Entendemos que no “fallece” razón al sociólogo Gorer, pues hablar de la muerte a aquellos que están próximos de ella se volvió casi una “obscenidad”. Los parientes, cómplices con médicos y enfermeros, escamotean del enfermo la información de su verdadero cuadro letal y ni delante de la inminencia de la muerte osan hablar. Y continúan con sus subterfugios hasta incluso después de la muerte, cuando colocan al muerto en un cajón acolchado con satén, pero recordando una cama confortable, para dar la impresión de alguien que reposa”.
Mas não foi por falta de informações históricas que as coisas acontecem assim: Sócrates, absolutamente sereno diante da morte dava o atestado de que a separação significa a libertação do Espírito. João Huss, prevendo sua futura reencarnação, brada em meio às chamas da fogueira inquisitorial que o consumia: “Hoje vocês matam o pato, (Huss = pato) mas - futuramente - ele se transformará num cisne que voará tão alto que não lhe poderão fazer nenhum mal”.
Pero no fue por falta de informaciones históricas que las cosas ocurrieron así: Sócrates, absolutamente sereno delante de la muerte daba el atestado de que la separación significa la liberación del Espíritu. Juan Huss, previniendo su futura reencarnación, gritaba en medio de las llamas de la hoguera inquisidora que lo consumía: “Hoy ustedes matan al pato (Huss = pato) pero – futuramente- el se transformará en un cisne que volará tan alto que no le puedan hacer ningún mal”.
A morte se situa na raiz de toda reflexão filosófica. O existir humano consiste no lançar-se contínuo às possibilidades de ascensão espiritual, enquanto que a morte, (se existisse), seria o ponto final das possibilidades de progresso, frustrando todo e qualquer projeto, e até tornando falaciosas as promessas do Cristo, porque entre outras Ele afirmou que veio nos dar vida, mas Vida Abundante1, dizendo2 também que “ninguém há, que tendo deixado casa, ou pais, ou irmãos, ou mulher, ou filhos, pelo Reino de Deus, que não receba muito mais neste mundo, e na idade vindoura a Vida Eterna”; dizendo em outra ocasião3: “As minhas ovelhas ouvem a minha voz e eu as conheço e elas me seguem; e dou-lhes a Vida Eterna e nunca hão de perecer, e ninguém as arrebatará de minhas mãos”.
La muerte se sitúa en la raíz de toda reflexión filosófica. El existir humano consiste en el lanzarse continúo a las posibilidades de ascensión espiritual, en cuanto que la muerte (si existiese), sería el punto final de las posibilidades de progreso, frustrando todo y cualquier proyecto, y hasta volviendo falacias las promesas de Cristo, porque entre otras Él afirmó que vino a darnos vida, pero Vida Abundante3, diciendo4 también que “nadie hay, que habiendo dejado casa, padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el Reino de Dios, que no reciba mucho más en este mundo, y en la edad venidera la Vida Eterna”; diciendo en otra ocasión5Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me siguen ; y le doy la Vida Eterna y nunca han de perecer, y nadie las arrebatará de mis manos”.
Vida y muerte son formas dialécticas inseparables.
Lo interesante, por paradójico que pueda parecer, es que en las sociedades tribales primitivas, donde dominaba la ignorancia, la muerte no era vista como fin, tal como a ve el culto hombre contemporáneo. El sentido político de colectividad de las tríbus primitivas confería al hombre un enfoque de la muerte no como algo individual, pues si el hombre  era parte de un todo y no teniendo el centro en si mesmo, él continuaba  viviendo en lo colectivo, integrado en la sociedad de sus ancestros. La existencia primitiva es esencialmente relacional, y la individualidad se encuentra envuelta por la totalidad mayor de la comunidad. En consecuencia, la muerte no es vista como disolución, como final; el muerto apenas cambia de estado y pasa a pertenecer a la comunidad de los desencarnados, comunidad esa que le es franqueada por las ceremonias y rituales del pasage.
Los egipcios enterraban a sus “muertos” con pertenencias, comida y hasta incluso con esclavos que los deberían servir en la nueva dimensión de la vida.
En los conglomerados humanos primitivos había plena interacción entre vivos y “muertos”, inclusive con comunicaciones ostensivas entre ellos, no existiendo ninguna idea de aniquilamiento, ya que los “muertos” podían volver al mundo de los vivos durante el sueño de estos y por medio de apariciones. El fenómeno tribal de comprensión de la muerte se repite en todas las sociedades tradicionales fuertemente marcadas por la predominancia de la vida comunitaria.
Se hace menester, en el mundo actual, la conciencia de la muerte, lo que no debe ser entendido como algo mórbido, dañino, sino como reconocimiento de la limitación somática y de la perennidad del ser espiritual. Al mismo tiempo, tal conciencia de la muerte tendrá como corolario inevitable una re-evaluación de nuestro día a día, de nuestro comportamiento, de nuestras elecciones y una nueva perspectiva de ángulo para prioridades de valores. De ahí lo cierto de la afirmación de Montaigne en el epígrafe.
Así, vamos – finalmente – a comprender por qué Jesús nos  enseñó a almacenar tesoros en el Cielo y no en la Tierra, perecibles y transitorios estos últimos e imperecederos y vitalicios los anterioress.
La conciencia de la muerte nos auxiliará para cuestionar si nuestra vida es auténtica o no; si estamos almacenando tan solamente los oropeles existenciales que nos van a ser confiscados en la “travesía del Estige en la barca de Caronte”
La vuelta de Jesús de las tinieblas de los túmulos, en una madrugada esplendorosa de blanca líneas en el sol es el pendón inmortalista más expresivo que la Humanidad testimonió jamás, revistiéndose la Tierra con las claridades de la perennidad de la vida.

( Aportado por Isi Gonzalez )
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El porvenir y la nada

1. Vivimos, pensamos, obramos, he aquí lo positivo: moriremos, esto no es menos cierto.
Pero dejando la Tierra, ¿a dónde vamos? ¿Qué es de nosotros? ¿Estaremos mejor o peor? ¿Seremos o no seremos? Ser o no ser: tal es la alternativa, es para siempre o para nunca jamás, es todo o nada,
viviremos eternamente o todo se habrá concluido para siempre. Bien merece la pena pensar en ello.
Todo hombre siente el deseo de vivir, de gozar, de querer, de ser feliz. Decid a uno que sepa que va a morir que vivirá todavía, que su hora no ha llegado, decidle sobre todo que será más feliz de lo que ha sido, y su corazón palpitará de alegría. ¿Pero por qué estas aspiraciones de dicha, si un soplo puede desvanecerlas?

¿Acaso existe algo más aflictivo que el pensamiento de la absoluta destrucción?   Puros
afectos, inteligencia, progreso, saber laboriosamente adquirido, todo esto sería perdido, aniquilado.
¿Qué necesidad habría de esforzarse en ser mejor, reprimirse para refrenar sus pasiones, fatigarse en adornar su inteligencia, si no debe uno recoger de todo fruto alguno, sobre todo con el pensamiento de que mañana quizá no nos sirva ya para nada? Si así sucediese, el destino del hombre sería cien veces peor que el del bruto, porque el bruto vive enteramente para el presente, para satisfacción de sus apetitos materiales, sin aspiración al porvenir. Una intuición íntima afirma que esto no es posible.


2. Con la creencia en la nada, el hombre concentra forzosamente todos sus pensamientos
sobre la vida presente, y no es posible, en efecto, preocuparse lógicamente de un porvenir en el cual no se cree. Esa preocupación exclusiva del presente que conduce naturalmente a pensar en sí mismo ante todo es, pues, el más poderoso estimulante del egoísmo, y el incrédulo es consecuente consigo mismo cuando deduce esta conclusión: “Gocemos mientras estamos aquí, gocemos lo más posible,puesto que con nosotros todo concluye. Gocemos aprisa, porque ignoramos cuánto durará esto.” Y este otro argumento, mucho más grave para la sociedad: “Gocemos a pesar de todo, cada uno parasí. La dicha aquí es del más listo.”
Si el respeto humano detiene a algunos, ¿qué freno tendrán aquellos que nada temen? Dicen
que la justicia humana sólo alcanza a los torpes, por esto discurren cuanto pueden para eludirla. Si hay una doctrina malsana y antisocial, seguramente es la del nihilismo, porque rompe los verdaderos lazos de la solidaridad y de la fraternidad, fundamentos de las relaciones sociales.


3. Supongamos que, por una circunstancia cualquiera, todo un pueblo adquiere la certeza de
que dentro de ocho días, de un mes, de un año si se quiere, habrá desaparecido, que ni un solo
individuo sobrevivirá, y que no quedará ni huella del mismo después de la muerte. ¿Qué hará
durante este tiempo? ¿Trabajará para su mejoramiento e instrucción? ¿Se sujetará al trabajo para vivir? ¿Respetará los derechos, lo intereses y la vida de sus semejantes? ¿Se someterá a las leyes, a una autoridad, cualquiera que sea, incluso la más legítima: la autoridad paternal? ¿Se obligará a algún deber? Seguramente que no. Pues bien, lo que no sucede en masa, la doctrina del nihilismo lo realiza cada día aisladamente.
Si las consecuencias no son tan desastrosas como lo pudieran ser, es primeramente porque la
mayor parte de los incrédulos tienen más fanfarronería que verdadera incredulidad, más duda que convicción, porque tienen miedo del que manifiesta al anonadamiento. El título de espíritu fuerte,lisonjea su amor propio. Además, los incrédulos absolutos están en ínfima minoría, sufren, a pesar suyo, el ascendiente de la opinión contraria, y son contenidos por una fuerza material. Pero si la incredulidad absoluta fuese un día la opinión de la mayoría, la sociedad quedaría disuelta. A esto tiende la propaganda de la idea del nihilismo.1

1. Un joven de dieciocho años padecía de una enfermedad de corazón declarada incurable. La ciencia había dicho: puede morir tanto dentro de ocho días, como dentro de dos años, pero no pasará de ahí. Lo supo el joven, y al momento abandonó los estudios y se entregó a todos los excesos. Cuando se le decía lo peligroso que era en su situación esa vida desordenada, contestaba: “¡Qué me importa, puesto que sólo he de vivir dos años!
¿A qué cansar mi imaginación? Yo disfruto de lo que me resta y quiero divertirme hasta el fin.”
He aquí la consecuencia lógica del nihilismo. Si este joven hubiese sido espiritista, habría sostenido: “La muerte sólo destruirá mi cuerpo, que dejaré como un vestido viejo, pero mi espíritu vivirá siempre. Yo seré en la vida futura lo que habré procurado ser en ésta. Nada de cuanto pueda adquirir en cualidades morales e intelectuales será perdido, y redundará en provecho de mi adelanto. Todos los defectos de que me despoje son un paso más hacia la felicidad. Mi dicha o mi desgracia venideras dependen de la utilidad o inutilidad de mi
existencia presente. Me interesa mucho aprovechar el poco tiempo que me queda, y evitar cuanto pueda debilitar mis fuerzas.”
De estas dos doctrinas, ¿cuál es la preferible?
Cualesquiera que sean las consecuencias, si el nihilismo fuese una verdad habría que
aceptarlo. Y no serían ni sistemas contrarios, ni el temor del mal que resultaría, los que podrían impedir que lo fuese. No hay, pues, que hacerse ilusiones. El escepticismo, la duda, la indiferencia,aumentan cada día, a pesar de los esfuerzos de la religión. Si la religión es impotente contra la incredulidad es porque le falta algo para combatirla, de manera que si permaneciese inactiva en un tiempo dado, sería infaliblemente vencida. Lo que le falta en este siglo de positivismo, en el que se quiere comprender antes que creer, es la sanción de esas doctrinas por hechos positivos, así como la concordancia de ciertas doctrinas con los datos positivos de la ciencia. Si ésta dice blanco y los hechos dicen negro, hay que optar entre la evidencia o la fe ciega.


4. En tal situación, el Espiritismo viene a oponer un dique a la invasión de la incredulidad,
no sólo con el raciocinio, no sólo con la perspectiva de los peligros que trae consigo, sino más bien con hechos materiales, haciendo palpables al tacto y a la vista el alma y la vida futura.
Cada uno es libre, sin duda alguna, en su creencia, de creer algo o de no creer nada. Pero
aquellos que quieren hacer prevalecer en la mente de las masas, de la juventud sobre todo, la
negación del porvenir apoyándose en la autoridad de su saber y del ascendiente de su posición,
siembran en la sociedad gérmenes de turbación y de disolución, y contraen una grave
responsabilidad.


5. Hay otra doctrina que asegura no ser materialista, porque admite la existencia de un
principio inteligente fuera de la materia: es la de la absorción en el todo universal. Según esta
doctrina, cada individuo se apropia desde su nacimiento una partícula de este principio, que
constituye su alma, y le da la vida, la inteligencia y el sentimiento. A la muerte, ese alma
vuelve al centro común y se pierde en el infinito, como una gota de agua en el océano.
Esta doctrina, sin duda alguna, es preferible al materialismo puro, puesto que admite algo, y
el otro no admite nada. Pero las consecuencias son exactamente las mismas. Que el hombre sea sumido en la nada o en un depósito común, es igual para él. Si en el primer caso está destruido, en el segundo pierde su individualidad, esto es, como si no existiera. Las relaciones sociales quedan destruidas, lo esencial para él es la conservación de su yo. Sin esto, ¿qué importa ser o no ser? El porvenir para él es siempre nulo, y la vida presente es lo único que le preocupa e interesa. Desde el punto de vista de sus consecuencias morales, esta doctrina es tan malsana, tan desconsoladora, tan excitante del egoísmo como el materialismo puro.


6. Se puede, además, formular la objeción siguiente contra esa doctrina: todas las gotas de
agua procedentes del océano se asemejan y tienen propiedades idénticas, como las partes de un mismo todo. ¿Por qué las almas, si proceden de ese gran océano de la inteligencia universal, se asemejan tan poco? ¿Por qué el genio al lado de la estupidez? ¿Las virtudes más sublimes al lado de los vicios más vergonzosos? ¿La bondad, la dulzura, la mansedumbre, al lado de la maldad, de la crueldad y la barbarie? ¿Cómo difieren tanto unas de otras partes de un todo homogéneo? Se dirá.
Acaso, que es la educación la que las modifica. Pero entonces, ¿de dónde proceden las cualidades innatas, las inteligencias precoces, los instintos buenos y malos, independientes de toda educación y muy a menudo poco en armonía con los ámbitos en que se desarrollan?
La educación, sin duda alguna, modifica las cualidades intelectuales y morales del alma.
Pero aquí surge otra dificultad. ¿Quién da al alma la educación para hacerla progresar? Otras almas que, siendo de un mismo origen, no deben estar más adelantadas. Por otra parte, el alma, volviendo al Todo Universal de donde salió, después de haber progresado durante la vida, lleva allí un elemento más perfecto, de lo que se deduce que ese todo, con el tiempo, debe encontrarse profundamente modificado y mejorado. ¿Cuál es la causa de que incesantemente salgan almas ignorantes y perversas?


7. En esa doctrina, el manantial universal de inteligencia que provee a las almas humanas es
independiente de Dios. No es precisamente el panteísmo. El panteísmo, propiamente dicho, difiere porque considera el principio universal de vida y el de inteligencia como constituyendo la Divinidad. Dios es a la vez espíritu y materia. Todos los seres, todos los cuerpos de la Naturaleza componen la Divinidad, de la que son moléculas y elementos constitutivos. Dios es el conjunto de todas las inteligencias reunidas. Cada individuo, siendo una parte del todo, es Dios mismo, ningún ser superior e independiente manda al conjunto. El Universo es una inmensa república sin jefe o,más bien, en ella cada uno es jefe con un poder absoluto.


8.A este sistema se pueden oponer numerosas objeciones, de las cuales las principales son:
No pudiéndose comprender la Divinidad sin perfecciones infinitas, uno se pregunta: ¿Cómo un todo perfecto puede componerse de partes tan imperfectas y que tienen necesidad de progresar? Estando cada parte sometida a la ley del progreso, resulta que el mismo Dios debe progresar. Si progresa sin cesar, debió ser en el principio muy imperfecto. ¿Cómo un ser imperfecto, compuesto de voluntades e ideas tan divergentes, pudo concebir leyes tan armoniosas de tan admirable unidad, sabiduría y  previsión como las que rigen el Universo? Si todas las almas son porciones de la Divinidad, todas han contribuido a formar las leyes de la Naturaleza. ¿A qué se debe que estén murmurando sin cesar contra esas leyes que ellas hicieron? Una teoría no puede ser aceptada como verdadera más que con la condición de satisfacer la razón y dar cuenta de todos los hechos que abraza. Si solamente un hecho viene a desmentirla, es porque no está en lo verdadero en absoluto.

9. Desde el punto de vista moral, las consecuencias son también ilógicas. Por de pronto es
para las almas, como en el sistema precedente, la absorción en un todo y la pérdida de la
individualidad. Si se admite, según la opinión de algunos panteístas, que conservan su
individualidad, Dios no tiene ya una voluntad única, es un compuesto de millones de voluntades divergentes. Siendo, pues, cada alma parte integrante de la Divinidad, ninguna es dominada por una potencia superior. No asume, por consiguiente, ninguna responsabilidad por sus actos buenos o malos, ni tiene interés alguno en hacer el bien, y puede hacer el mal impunemente, puesto que es señora soberana.


10. Además de que estos sistemas no satisfacen ni a la razón ni a las aspiraciones del hombre, se tropieza, como vemos, con dificultades insuperables, porque no pueden resolver todas
las dudas que de hecho suscitan. El hombre tiene, pues, tres alternativas: la nada, la absorción, o  la individualidad del alma antes y después de la muerte. La lógica nos conduce inevitablemente a esta última creencia. Es también la que ha sido el fundamento de todas las religiones desde que el mundo existe.
Si la lógica nos conduce a la individualidad del alma, nos trae también esta otra consecuencia: que la suerte de cada alma debe depender de sus cualidades personales, porque sería irracional admitir que el alma rezagada del salvaje y la del hombre perverso estuviesen al nivel de las del sabio y del hombre de bien. Según la justicia, las almas deben tener la responsabilidad de sus
actos. Pero para que sean responsables, es menester que sean libres de escoger entre el bien y el mal. Sin el libre albedrío hay fatalidad, y con la fatalidad no cabe la responsabilidad.


11. Todas las religiones han admitido igualmente el principio de la suerte feliz o desgraciada
de las almas después de la muerte, es decir, de las penas y de los goces futuros que se resumen en la doctrina del cielo y del infierno, que se encuentra en todas partes. Pero en lo que difieren
esencialmente es en la naturaleza de esas penas y de esos goces y, sobre todo, en las circunstancias que pueden merecer las unas y los otros. De aquí puntos de fe contradictorios que han hecho surgir diferentes cultos, y los deberes particulares impuestos por cada uno de ellos para adorar a Dios, y por este medio ganar el cielo y evitar el infierno.


12. Todas las religiones han debido, en su origen, estar en proporción o relación con el
grado de adelanto moral e intelectual de los hombres. Éstos, todavía demasiado materiales para comprender el mérito de las cuestiones puramente espirituales, han hecho consistir la mayor parte de los deberes religiosos en el cumplimiento de formas exteriores. Durante cierto tiempo, esas formas bastaron a su razón. Más tarde, haciéndose la luz en su inteligencia, sienten el vacío que dejan las formas tras de sí, y si la religión no llena este vacío, la abandonan y se vuelven filósofos.

13. Si la religión, apropiada en un principio a los conocimientos limitados de los hombres,
hubiese seguido siempre el movimiento progresivo del espíritu humano, no habría incrédulos,
porque está en la del hombre la necesidad de creer, y creerá si se le da un alimento espiritual en armonía con sus necesidades intelectuales.
El hombre quiere saber de dónde viene y a dónde va. Si se le señala un fin que no corresponda ni a sus aspiraciones ni a la idea que se forma de Dios, ni a los datos positivos que le suministre la ciencia; si además se le imponen para alcanzarlo condiciones cuya utilidad no admite su razón, todo lo rechaza. El materialismo y el panteísmo le parecen aún más racionales, porque en ellos se discute y se raciocina. Es un raciocinio falso, es verdad, pero prefiere razonar en falso a dejar de razonar. Pero que se le presente un porvenir con condiciones lógicas, digno en todo de la grandeza, de la justicia y de la infinita bondad de Dios, y abandonará el materialismo y el panteísmo, cuyo vacío siente en su fuero interno, y que admitió únicamente por no saber nada mejor.
El Espiritismo da algo mejor, y por eso es acogido tan fervorosamente por todos aquellos a
quienes atormenta la punzante incertidumbre de la duda, y que no encuentran ni en las creencias ni en las filosofías vulgares lo que buscan. Tiene a su favor la lógica del raciocinio y la sanción de los hechos, y por esto se le ha combatido inútilmente.


14. El hombre tiene instintivamente la creencia en el porvenir. Pero no teniendo hasta hoy
ninguna base cierta para definirlo, su imaginación ha forjado sistemas que han traído la diversidad de creencias. No siendo la doctrina espiritista sobre el porvenir una obra de imaginación más o menos ingeniosamente expresada, y sí el resultado de la observación de hechos materiales que se desarrollan hoy a nuestra vista, reunirá, como lo hace ya actualmente, las opiniones divergentes o flotantes, y traerá poco a poco y por la fuerza natural de las cosas la unidad de creencias sobre este punto, creencia que no tendrá por base una hipótesis, sino una certeza. La unificación hecha en lo relativo a la suerte de las almas será el primer punto de contacto entre los diferentes cultos, un paso inmenso hacia la tolerancia religiosa primero, y más tarde hacia la fusión.


- Allán Kardec- "El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina, según el Espiritismo-
                            
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 ¿Existen ciertos “hilos invisibles” que nos gobiernan?

El Universo del que formamos parte se rige por unas normas constantes que rigen la Vida y que afectan a todos los Seres espirituales que estamos inmersos bajo su influencia. Estudiamos aquí las más importantes.

La vida de los humanos se desarrolla en medio de un Universo gobernado por unas leyes físicas, psíquicas y morales que, aunque la mayoría de las veces muchas de ellas son desconocidas, evidentemente nos afectan continuamente , aunque la libertad íntima de la voluntad y del pensamiento del Ser humano , jamás se siente anulada por ninguna ley psíquica o moral.

Es indudable que el funcionamiento de esa infinita maquinaria que es el Universo con sus engranajes, en el que los seres humanos nos vemos tan insignificantes, pero del que formamos parte, no se produce al azar, sino que  está regulado por un conjunto de leyes naturales o cósmicas de orden psíquico y moral.

Como el Ser humano forma parte del Universo, aún sin saberlo , cada miembro de la Humanidad está inmerso no solo en las leyes físicas que afectan nuestro globo terráqueo, sino también lo está en el engranaje de las diversas leyes psíquicas y morales que rigen con arreglo al grado de adelanto espiritual y moral medio que tenemos y en su libertad el ser humano es , muchas veces sin saberlo, brazo ejecutor de las mismas.

- Jose Luis Martín-

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 Estudia profundamente las leyes ocultas de la naturaleza y 

cuando las hayas conocido adapta tu vida a ellas ,empleando 

siempre la razón y el sentido común.”

Krishnamurti-