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viernes, 1 de enero de 2016

VICIOS



REENCARNACIÓN.

Si observamos a los niños, ¿cómo podemos explicar la diversidad de tendencias, gustos, inclinaciones de bondad, delicadeza, inteligencia, etc., en unos; mientras que en otros, una carencia de estas cualidades positivas, y en cambio apreciamos ruindad, brusquedad y dureza, y hasta maldad en otros? Correspondiendo al alma humana las cualidades positivas y negativas del carácter, ¿podemos admitir, por un momento, que Dios —perfección absoluta— pueda crear almas imperfectas y establecer diferencias?
Aquellos que, desconociendo las leyes espirituales, argumentan que ello se debe a la ley de la herencia, tendrían un fundamento más lógico que los que sostienen el concepto de la creación del alma con el nacimiento del cuerpo. Pero, en ese caso, tendrían que rechazar la existencia de una Sabiduría y Justicia Universal, de donde emanan esas fuerzas cósmicas y poderosas que rigen la vida en sus múltiples manifestaciones. Denominémosle Dios o como queráis, pero inmanente de toda creación; ya que, en buena lógica NO ES ADMISIBLE UN DIOS SABIO Y JUSTO CREANDO ALMAS DESIGUALES Y DARLES UNA SOLA VIDA A UNOS Y A OTROS PARA QUE SE SALVEN.
Más aún. Observemos a los individuos que componen nuestro conglomerado social: configuración de su cuerpo, ademanes, sentimientos y actuaciones de cada uno; y podremos apreciar fácilmente la notoria diferencia entre unos y otros. Mientras en unos apreciamos una mente despierta y un temperamento dinámico, en otros vemos al individuo tosco, bruto o abúlico. ¿Podremos culpar a Dios de estas diferencias? No; porque éstas son diversas manifestaciones de los diversos estados evolutivos en la etapa humana.
Dios, esa Fuerza Creadora Universal, el Ser Supremo del Cosmos: AMOR, JUSTICIA Y SABIDURÍA MÁXIMA; que trasciende a toda Su creación a modo de vibraciones o fuerzas PODEROSÍSIMAS que denominamos leyes; nos ha creado a todos iguales. El comienzo de la vida, ha sido igual para todos los seres de la creación, incluyendo el ser humano. Los diferentes aspectos y condiciones intelectuales, dinámicas y morales, son diversos grados en el proceso evolutivo de la «chispa» divina, génesis del Ser espiritual. Y aun las diferentes formas de vida que podemos apreciar, y las no perceptibles a nuestra vista, son diversas manifestaciones o fases de manifestación de la chispa divina (la mónada de algunas filosofías) en las diversas fases de su evolución, antes de alcanzar la etapa humana.
Sólo la pluralidad de existencias puede explicar el origen de la diversidad de caracteres y las desigualdades humanas tan notorias. Fuera de esta ley, nos preguntamos en vano, ¿por qué algunos poseen talento, los sentimientos nobles, las aspiraciones elevadas; mientras que otros carecen de ellos? Si aceptamos la Ley Palingenésica como la ley de la vida, comprenderemos fácilmente que los primeros son seres más viejos, que han vivido más, trabajado más y, por ende, adquirido mayores experiencias y aptitudes; van más adelante en el camino ascensional de su evolución.
Aceptada como verdad la eternidad del Espíritu y que su progreso es indefinido, la buena lógica nos llevará a la clara conclusión de que, los que hoy vivimos en la carne, hemos vivido ya esa misma vida innumerables veces: como amos y como siervos, ya nobles ya plebeyos, como ricos
y como pobres, vidas de placeres y vidas de dolores; y seguiremos volviendo en diversas personalidades y ambientes, a fin de obtener las experiencias necesarias hasta alcanzar la sabiduría, que lo encierra todo. Porque, es en la lucha de la vida donde adquirimos experiencias que van grabándose poco a poco en la memoria espiritual, y son las que producen esas sensaciones que denominamos «voz de la conciencia», que trata de impedir cometer nuevos errores.

Sebastián de Arauco


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La riqueza, aunque humanamente deseable, es una prueba difícil para el caminar evolutivo del Ser, y por  ella todos tendremos que pasar alguna vez, o tal vez ya la hemos pasado anteriormente. La cuestión es si la hemos aprovechado correctamente desde un punto de vista espiritual, o más bien nos ha servido para contraer nuevas deudas para el futuro.
Su gran peligro reside en  que  suele hacer que el Ser humano se incline hacia el materialismo, la holgazanería, la pereza espiritual y  sobre todo  ese gran monstruo moral que  es el  egoísmo.  Todas estas posiciones equivocadas  nos atan a las cosas materiales de este mundo con tan fuertes lazos que ni siquiera la muerte nos libera de ellas
Es de tener en cuenta que, como cualquier herramienta o utensilio material, la riqueza  por si misma no es mala ni buena,  por lo que  también tiene su aspecto positivo,  y este es  que también es un medio que facilita el estudio, la investigación y la cultura, que son  factores  positivos para la evolución del Ser.  La riqueza es un instrumento que  se puede considerar como una herramienta para la  evolución,  difícil de manejar pero que empleada en aliviar las carencias y necesidades  de lo esencial en los demás,  puede  resultar  por ello un  poderoso medio para la evolución espiritual.
La riqueza viene a ser como un arma de doble hoja, porque si facilita la vida, por otra parte también es una carga que la oprime cuando en determinados momentos de la vida llama a  la conciencia  alertando de su responsabilidad y quita el sosiego al alma.
Deberíamos comprender todos, que los bienes materiales y  las riquezas  que poseemos, vienen a ser   solamente una apariencia, una sombra que se diluye con la muerte. Antes de existir nosotros en este  mundo, muchos otros también creyeron  entonces  ser dueños de  las mismas, y sin embargo las tuvieron que abandonar un día con la muerte, tal y como  antes o después  nos sucederá también a todos nosotros.
Hay que comprender que  las únicas adquisiciones verdaderas que nos llevaremos de esta vida y que valoraremos realmente después de la muerte, serán las buenas obras y lo que hayamos desarrollado a nivel intelectual y moral.
Para triunfar en la prueba de la riqueza  es necesario saber  liberarse de la esclavitud que causa el dinero, considerando que este es solamente un medio y nunca un fin en sí mismo.
Una vez meditado y comprendido este asunto, tal vez debiéramos comenzar por querer liberarnos de las cosas materiales que tenemos y son superfluas, de modo gradual, como solo de modo gradual se puede conquistar la perfección, por lo que al mismo tiempo debiéramos auto examinarnos con frecuencia para detectar nuestros defectos y fallos morales, y así poder ir gradualmente liberándonos de ellos; al tiempo podemos adoptar algún ideal para llevar a cabo o participar en una noble causa, en pro de los demás; siempre de modo  altruista y desinteresado. Así nos liberaríamos de la esclavitud de lo superfluo y de la vida frenética que suelen llevar las personas que viven con  esta prueba.
    La felicidad no reside en la riqueza, aunque a veces  aparente lo contrario,  ni en los medios materiales y físicos, que pueden aparentar que otorgan felicidad, pero una felicidad falsa porque  resulta hueca y  efímera. La felicidad verdadera cada uno puede hallarla, experimentarla  y gozarla según  la cantidad de Amor que damos y recibimos, porque para ser  realmente  felices solamente lo podemos ser en la medida en que sepamos hacer felices a los demás.
Los ricos suelen  tener mucho apego a sus bienes materiales, y de este apego nacen las envidias, los celos y la prepotencia del orgullo  que  roban la paz y la tranquilidad a quien los padece.
La riqueza en sí misma, como se dijo al principio, no es ni mala ni buena; eso depende del uso y empleo que se le otorgue y precisamente ahí está el peligro, en que la riqueza puede motivar fácilmente el orgullo , el egoísmo y la dureza de corazón.  El mayor peligro  que ofrece esta situación humana es que la persona  rica, por  el hecho de serlo, se convierta en un Ser egoísta y orgulloso.
El rico que vive solo, puede ser un egoísta, pensando solamente en sí mismo y en sus riquezas. En realidad, muchas veces  bajo la apariencia de riqueza y poder humano, se suele ocultar un Ser moralmente muy pobre, porque vive internamente aislado como un enfermo psíquico o un psicópata  inconsciente de su propia condición, por lo que en el fondo, difícilmente  estas personas son felices en lo más profundo de su alma, debido a su permanente estado de egoísmo que los mantiene en continua  desarmonía, siendo esta situación fruto de una gran pobreza psíquica y moral.
Una cosa es ser dueño de bienes materiales sin permitir que su posesión suponga una exacerbación del egoísmo, de la vanidad y del orgullo, y otra bien distinta es ser esclavo de los mismos, por eso el rico en el más amplio sentido de la palabra , debiera estar  por encima de su fortuna  y bienes materiales, siendo generoso y altruista con los demás, sin posturas  absurdas de orgullo y sin faltar a la dignidad de cualquier semejante menos favorecido por la fortuna. Si la persona rica sabe invertir su fortuna para hacer bien a otros menos favorecidos, creando puestos de trabajo para que otros puedan ganarse el pan de cada día y vivir dignamente, o bien poner su fortuna al servicio de entidades benéficas para auxiliar a los que nada tienen, entonces sí que se puede decir que esa riqueza en sus manos ha sido una bendición de Dios para él y para los demás, por lo que la prueba de la riqueza aunque difícil, para él supondrá un gran paso en su evolución espiritual, pues de sus bienes materiales nada se llevará al más allá, pero las acciones de bien que haya hecho con ellos en su vida y las bendiciones de aquellos que favoreció, serán  entonces su mayor riqueza con la que contará después de esta vida y que nadie le arrebatará.
No olvidemos que como espíritus que somos todos, no somos dueños de nada material; si acaso  solamente meros administradores de lo que Dios confió a nuestras manos, y de cuyo uso tendremos que responder después de esta vida.
 - Jose Luis Martín-

“Los hombres que no saben, trabajan por conquistar riquezas y poder, pero estos  duran a lo  sumo una sola vida, y por tanto son irreales .Hay bienes más grandes  que esos,  que son  más  grandes  y perdurables; y  una vez   descubiertos, se extingue para  siempre el deseo por los   otros”

                                            -Krishnamurti-

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            Vicios

Todos los vicios son malos, pero es la soberbia la más temible, pues siembra tras de si todos los demás vicios. Cuando penetra en el alma, se adueña de ella, se acomoda a su gusto y se fortifica en ella hasta el punto de hacerse inexpugnable. Ella es la hiedra monstruosa siempre preñada y cuyos vástagos son monstruosos como ella.
Todo el que se deja inundar por ella, es un desgraciado porque no podrá liberarse de ella sino es a costa de terribles luchas, a consecuencia de sufrimientos dolorosos, de existencias oscuras, de todo un porvenir de envilecimiento y de humillación, pues es el único remedio para los males que engendra la soberbia.
Este vicio constituye el azote más grande de la humanidad. De el proceden todos los desgarramientos de la vida social, las rivalidades de clases y de pueblos, las intrigas, el odio y la guerra. Inspirador de locas ambiciones, ha cubierto la tierra de sangre y de ruinas, y es también es el quien causa nuestros sufrimientos de ultratumba, pues sus efectos se extienden hasta más allá de la tumba.
No solo nos desvía la soberbia del amor a nuestros semejantes, sino que hace imposible todo mejoramiento, abusando de nuestro valor y cegándonos con nuestros defectos. Solo un examen riguroso de nuestros actos y de nuestros pensamientos nos permite reformarnos. Y el soberbio es el que menos puede conocerse. Engreído de su persona, nada puede desengañarle, pues aparta con cuidado todo aquello que puede esclarecerle; odia la contradicción, y solo se complace en la sociedad de los halagadores.
Corrompe las obras más meritorias. A veces, incluso las torna perjudiciales para quienes las realizan. El bien, realizado con ostentación, con un secreto deseo de ser aplaudido y glorificado, se vuelve contra su autor. En la vida espiritual, las intenciones, los móviles ocultos que nos inspiran a hacer las cosas reaparecen como testigos, abruman al soberbio y reducen a la nada sus méritos ilusorios.
La soberbia nos oculta toda la verdad. Para estudiar con fruto el Universo y sus leyes, se necesita, ante todo, la sencillez, la sinceridad, la rectitud del corazón y de la inteligencia, virtudes desconocidas por el soberbio.
El hombre sencillo, humilde de corazón, rico en cualidades morales, llegará más pronto a la verdad, a pesar de su inferioridad posible de sus facultades, que el presuntuoso, vano de ciencia terrestre y sublevado contra la ley, que le rebaja y destruye su prestigio.
La enseñanza de los Espíritu nos pone de manifiesto, bajo su verdadera luz, la situación de los soberbios en la vida de ultratumba. Los humildes y los débiles de este mundo se encuentran allí más levados; los vanidosos y los poderosos, empequeñecidos y humillados. Los unos llevan consigo lo que constituye la verdadera superioridad: las virtudes, las cualidades adquiridas con el sufrimiento; en tanto que los otros han de abandonar a la hora de la muerte títulos, fortuna y vano saber. Todo lo que constituye su gloria y su felicidad se desvanece como el humo. Llegan a los espacios pobres, despojados, y esa súbita desnudez, contrastando con su pasado esplendor, aviva sus preocupaciones y sus grandes pesares. Con una profunda amargura, ven por encima de ellos, en la luz, a aquellos a quienes desdeñaron y despreciaron en la Tierra. La soberbia, la ávida ambición no puede atenuarse y extinguirse sino mediante vidas atormentadas, vida de trabajo y de renunciación, en el transcurso de las cuales el alma soberbia en si misma, reconoce su debilidad y se abre a mejores sentimientos.
En las horas de peligro, todas las distinciones sociales, los títulos y las ventajas de la fortuna se miden en su justo valor. Todos somos iguales ante el peligro, el sufrimiento y la muerte. Solo su valor moral los distinguirá. El más grande en la Tierra puede convertirse uno de los últimos en el espacio, y el mendigo puede vestir un traje resplandeciente. No tengamos la vanidad de los favores y de las ventajas pasajeras. Nadie sabemos lo que nos reserva el mañana.

Extraído del libro “Después de la Muerte” de León Denis

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Quien no siembra no recoge

El pobre por regla general carece de educación, así es que manifiesta todos los defectos de su carácter y de sus inclinaciones, porque como no está educado no sabe reprimir los ímpetus de su genio, y cuando una enfermedad le molesta y le hace sufrir, entonces da rienda suelta a sus arrebatos, a sus exigencias, se presenta el Espíritu con toda su rudeza, y en muchas ocasiones con toda su malignidad, pues sabido es que, el que mucho paga muchísimo debe, y vivir cincuenta y cuatro años entre tantas miserias físicas y morales como vivió el Padre Olallo Valdés, se necesita haber progresado tanto, tantísimo… que estamos plenamente convencidos que si lográramos ver al virtuoso sacerdote, creeríamos que su envoltura fluídica, su resplandeciente periespíritu era uno de los muchos soles que giran en el espacio, ¡Tanta luz deberá irradiar su Espíritu!

Cuando se considera la grandeza de algunos seres y la miserable ruindad de otros individuos, es cuando se aprecia en su inmenso valor el estudio del Espiritismo y el progreso indefinido del Espíritu, porque la enorme, e imponderable distancia que nos separa a unos de otros, es la prueba innegable del trabajo realizado por unos y de la inercia y estacionamiento de otros, y estos últimos (que estamos en mayoría) ¿Seguiremos tan desventurados que no tendremos voluntad, más que para cometer desaciertos y nuestra iniciativa sólo la utilizaremos para vegetar sin producir? Nuestra inteligencia (diamante preciosísimo) , ¿No encontraría nunca el lapidero del progreso, que le diera las deslumbrantes facetas de innumerables conocimientos científicos y la práctica evangélica de diversas virtudes?

Nacer y vivir condenados a producir disturbios, engendrar odios y formar asesinos… ¡Oh! Eso sería horrible, mientras viéramos que otros eran varones justos y mujeres impecables. ¿Por qué para ellos toda la luz y para nosotros toda la sombra? Si de igual manera venimos a este mundo ¿Por qué tan diversos destinos? Y nos dicen los espíritus en sus comunicaciones: porque los hombres disponen a su antojo de su tiempo que es ilimitado, y mientras los unos se consagran al estudio de la ciencia en una o en varias de sus encarnaciones, los otros se cruzan de brazos y se contentan con que los santones de las diversas religiones piensen por ellos. Mientras los unos gozan practicando la virtud en sus múltiples manifestaciones, los otros se complacen en obtener por el engaño, por el fraude, o la violencia, los bienes de los que supieron acumular riquezas desoyendo el gemido de los necesitados.

La Tierra es uno de los laboratorios de la Creación, y en ella trabajan los justos y los pecadores, cada uno en la fábrica o en el taller que él solo se ha formado. En la vida infinita no hay primeros ni últimos, porque los más buenos, los que en la Tierra llamáis redentores, mañana irán a otro mundo muchísimo más adelantado que el vuestro, y allí serán vulgares medianías, que aprenderán a ser grandes, imitando a otros espíritus muy superiores a ellos en talento y en virtudes, por consiguiente, como la condenación del réprobo no existe porque no hay Espíritu que no progrese, todos podéis ascender por la interminable escala del perfeccionamiento, no hay elegidos ni predestinados, no hay llamados ni preferidos, no hay más que el estricto plimiento de la más sabia de todas las leyes: sembrar y recoger, trabajar y obtener el fruto del trabajo, esa es la ley eterna del progreso.

Esto y mucho más nos dicen los espíritus que responden perfectamente, al lógico razonamiento que hemos hecho repetidas veces, cuando como ahora, rendimos un tributo de admiración a los verdaderos santos de la humanidad. Siempre hemos creído que querer es poder, no en el sentido material que se suele dar a este aforismo, no es el querer dar dinero a un necesitado, porque el que no tiene para sí mismo mal le puede dar a otro lo que él materialmente no posee, pero sí puede pedir y decir al rico: mira, en tal punto hay un ser que llora ¿Quieres enjugar sus lágrimas? ¿Quieres hacer tú lo que yo no puedo hacer?

El querer es poder, lo aplicamos nosotros al progreso del Espíritu cuando el hombre dice: quiero ser grande, llegar a la cúspide del saber y de la virtud, cúspide que se eleva según van pasando los siglos; este adelanto no se verifica ni en una ni en cien encarnaciones, pero llega el engrandecimiento del alma, esto es innegable. Los trabajadores de muchos siglos, son los que de vez en cuando llegan a la Tierra dispuestos a consolar a sus semejantes y a enseñarnos a deletrear en el abecedario del amor Divino, que es el amor universal. ¡Lectores de La Luz Del Porvenir! Leamos en el gran libro de la caridad, y seremos en otras edades ¡Redentores de los pueblos oprimidos, seremos sacerdotes del progreso, mensajeros de las verdades eternas comprendidas en dos palabras. Caridad y Ciencia!

Amalia Domingo Soler

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