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domingo, 12 de junio de 2016

El espírita ante la muerte



UNA IMAGEN DE LA VIDA TERRESTRE Y LA DE ULTRATUMBA

Si viajaras a un país desconocido, ¿desoirías las indicaciones del más humilde campesino 
con quien te encontraras? ¿Te abstendrías de preguntarle sobre el estado del camino por el simple hecho de tratarse de un campesino? Sin duda que no pretenderías informaciones especiales, pero podrías saber mejor por él que por un sabio que no conociera el país. De sus indicaciones sacarías conclusiones que tú solo no las lograrías. Por consiguiente, no dejaría de ser un instrumento útil para tus observaciones, aun cuando no te guiase más que para conocer los hábitos de los campesinos. Sucede exactamente lo mismo con los espíritus: hasta el más pequeño puede enseñarnos alguna cosa.*

. Una comparación un tanto vulgar nos hará comprender mejor estas particularidades: Un 
barco repleto de emigrantes parte rumbo a un lejano país. Lleva hombres de todos los niveles sociales, parientes y amigos de los que quedan. Después de un tiempo se informa que el navío ha naufragado sin dejar rastro alguno. No llega ninguna noticia sobre su suerte, se cree que todos los pasajeros han muerto, el luto cubre a todas las familias. Sin embargo, la tripulación completa, sin exceptuar a un solo hombre, arribó a un país desconocido, fértil y abundante en frutos, donde todos viven felices bajo un cielo clemente, mas nadie, fuera de ellos, lo sabe. Un buen día, la tripulación de otro barco llega a la misma tierra y allí se encuentra con todos los supuestos náufragos, sanos y salvos. La feliz noticia se expande con la rapidez del relámpago y cada uno se dice: “No hemos perdido a nuestros amigos”, por lo que dan gracias a Dios. No pueden verse, pero se escriben, cambian testimonios de afecto, la alegría reemplaza a la tristeza. 

Tal es la imagen de la vida terrestre y de la de ultratumba, antes y después de la revelación moderna. Ésta, similar al segundo barco, nos trae la buena nueva de la supervivencia de aquellos que amamos y la seguridad de reencontrarnos algún día. La duda sobre su suerte y la nuestra ya no existe, el desaliento se diluye para dar lugar a la esperanza. 
Pero otros hechos vienen para acrecentar la revelación. Dios, juzgando a la Humanidad 
madura para penetrar los misterios de su destino y contemplar sin miedo las nuevas maravillas, permitió que el velo que separaba al mundo visible del invisible se descorriese. El hecho de las manifestaciones no tiene nada de extraordinario: es la Humanidad espiritual que viene a conversar con la Humanidad corporal, y le dice: 
“Existimos, por consiguiente, la nada no existe. Esto es lo que somos y lo que ustedes serán también. El futuro nos pertenece tanto a nosotros como a ustedes. Antes marchaban entre tinieblas, por eso vinimos para alumbrar los senderos y abrir el camino. Antes la vida terrestre era todo para ustedes, porque no veían más allá. Por ello es que hemos venido para enseñarles la vida espiritual y decirles: La vida terrenal no es nada. Ustedes no percibían lo que hay más allá de la tumba, nosotros les hacemos ver, más lejos, un horizonte espléndido. No sabían por qué sufrían en esta vida, ahora ven en el sufrimiento la justicia de Dios. Antes el bien no ocasionaba, según las creencias, beneficios futuros. De ahora en adelante será eso una meta y una necesidad. La fraternidad era antes sólo una hermosa teoría. Ahora ella se fundamenta sobre una ley de la Naturaleza. Gobernados por 
la creencia de que todo terminaba con la vida, el infinito es un vacío, el egoísmo reina como señor absoluto y la divisa que precede es: “Cada cual para sí.” 
“Con la seguridad de la vida futura los espacios se pueblan hasta el infinito, el vacío y la 
soledad desaparecen, la solidaridad une a todos los seres de más acá y de más allá de la tumba, nace el reino de la caridad y la divisa de él es: “Uno para todos y todos para uno.” Y como broche magnífico, si al morir daban a quienes querían un adiós eterno, hoy podrán despedirse con un:  ¡Hasta luego!”


EL GENESIS ALLAN KARDEC.


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¿Qué sentido tiene  la existencia del dolor humano?

Antes de profundizar debemos tener en cuenta que el dolor puede ser físico, psíquico y espiritual o moral,  siendo estos últimos mencionados el sufrimiento interior que puede experimentar el alma y la mente humana, mientras que  el dolor físico, es consecuencia de nuestra sensibilidad, porque es un aviso necesario de que algo anda mal en nuestro organismo, y un estimulante para la actividad del ser humano.
 El dolor nos obliga a reconcentrarnos en nosotros mismos y a reflexionar, ayudándonos a vencer nuestras pasiones, por lo que resulta un camino para el perfeccionamiento espiritual
El dolor que refleja el cuerpo físico puede tener un origen kármico en esta vida o en vidas anteriores, bien por haber llevado una vida desordenada y antinatural, por excesos de alimentación, vida sedentaria, abuso de alcohol o de drogas, abuso y mal uso de la actividad sexual y situaciones desarmónicas en general, causadas por uno mismo.
Los males psíquicos, como las depresiones, las psicosis y las psicopatías, son en gran medida el resultado de tensiones emocionales, sentimientos y actitudes mentales negativas y desacertadas ante la vida, así como de intensos deseos de baja naturaleza. Otras veces, sin embargo, son causadas por un mal Espíritu.
Los males espirituales son las  sensaciones de reproche y acusación íntima que el Ser experimenta  a través de su conciencia, en forma de angustia y mal estar interior y al que de inmediato se etiqueta como depresión y se intenta soslayar con medicamentos neurológicos que las más de las veces no hacen ningún efecto o si lo hacen es negativo y empeoran aún más la situación. Este mal estar o esa angustia interior, vienen como resultado de haber sido débil ante su propio egoísmo o por cualquier  otro sentimiento negativo como el rencor, etc. A veces estos pueden ser tan intensos que pueden generar también sufrimientos psíquicos como la desesperación o una auténtica depresión psíquica.
La base del sufrimiento moral es el apego hacia las personas u objetos hacia los que se siente un afecto mezclado con un sentimiento de posesión  cuando se experimenta el miedo  a perder esos apegos.
     También existen sufrimientos provocados por desequilibrios internos del Ser humano, cuyo origen está en una disfunción entre  las demandas del Ser espiritual, y las de su parte material, dando origen a la enfermedad de la  Depresión. Esto sucede cuando  se provocan ansias psicológicas e infelicidad al  no atender el llamado interior del espíritu que a través de la conciencia pide una cosa, mientras que la persona se deja llevar  por las tendencias materiales que le  inclinan hacia algo bien distinto.  
      El sufrimiento ante el dolor  es obra de la mente, por eso lo trágico de la vida humana no es el dolor o el sufrimiento en sí mismos, sino el tiempo que perdemos mientras nos dedicamos a sufrir  o a quejarnos, sin hacer otra cosa,  porque nos implicamos en demasía como protagonistas en un problema,  abandonando mientras otras realizaciones que tenemos  comprometidas. El sufrimiento surge cuando nos enfrentamos al dolor, oponiéndonos a su  realidad, y cuanto más se sufre, mas incapacitado se está para afrontar la causa del sufrimiento.
     Ante el dolor y el sufrimiento irrevocables, solemos pasar por una serie de etapas que van desde la negación o el rechazo, seguido de la rebeldía contra Dios y contra la vida, hasta que finalmente intentamos una “negociación” y finalmente terminamos con la aceptación de lo que debemos atravesar, al intuir que ahí está precisamente  el aprendizaje que esa dolorosa situación nos aporta.
 Como antes se expuso, el dolor y el sufrimiento humano, no son un castigo o una venganza divina, sino un reajuste de nuestra conducta y una depuración de nuestro cuerpo espiritual, enfermo y lastrado con las energías negativas originadas por actos contrarios a la Ley del Amor. El dolor proporciona al Ser que lo padece la oportunidad de rescatar deudas del pasado, limpiando mediante el mismo su Cuerpo Espiritual (Periespíritu),  y de probarse a sí mismo su fortaleza interior ante las dificultades de la vida.
El dolor supone siempre una señal de alarma porque indica una violación del orden establecido por las leyes que rigen  al Ser y a su cuerpo.  Es un aviso de que algo va mal o que falla, y si se desoye esta llamada de atención, se intensifica cada vez más y llega a ser muy pertinaz cuando la ley del Amor ha sido violada muy intensamente, extendiéndose ese efecto desagradable, incluso hasta vidas posteriores, con arreglo a la ley de Consecuencias.   Cuando violamos las leyes Divinas se produce un desajuste  que nos lleva por el dolor a reencontrarnos con nosotros mismos y a reflexionar, indicándonos que nos hemos equivocado con el fin de que rectifiquemos.
Desde un normal punto de vista humano, el dolor  es algo negativo que todos rechazamos, pero desde el punto de vista de este conocimiento espiritual sabemos que  el dolor no es ni una maldición ni un castigo Divino;  cuando se presenta se deben tener en cuenta sus aspectos positivos, tal como la función benéfica para el progreso espiritual  y a veces sirve también para ayudarnos a vencer nuestras pasiones, por lo que resulta una herramienta útil para forjar nuestro perfeccionamiento espiritual y nuestra enseñanza moral. Entre las funciones benéficas del dolor,  está la de tener un efecto ablandador del alma en personas soberbias, dominantes y orgullosas.  Por este motivo, ciertas circunstancias de la vida  que calificamos como desgracias, tal como enfermedades incurables o dolorosas, resultan espiritualmente benéficas. Ello no significa que no se deba luchar humanamente por erradicarlas o al menos aliviarlas, y precisamente en ese esfuerzo para prevenir y curar con paciencia  y entereza estas enfermedades, es en donde radica su acción benefactora para el Ser.
      Además, durante el transcurso de esas enfermedades dolorosas, el Ser usa de su cuerpo físico y psíquico como válvula de escape y de drenaje del magnetismo mórbido que impregna su periespíritu y le incapacita para poder elevarse hasta planos más sutiles .
Por remarcar lo anterior, repito que el dolor y el sufrimiento causados por la enfermedad, suelen ser el resultado de un necesario proceso purificador y depurativo del alma, pero jamás son un castigo de Dios. Otras veces estas enfermedades, dolores y sufrimientos, que se pasan en la vida humana,  los elige el Ser desde antes de nacer con el fin de afianzar o conquistar algún valor necesario para su evolución, tal como la resignación, la fe, la esperanza, la bondad, la paciencia, etc.  Cuando el dolor  y el sufrimiento aparezcan, por muy duro que resulte  afrontarlo, debemos aceptarlo considerando que es una oportunidad única y una enseñanza que se nos brinda para nuestro bien espiritual, porque  salvo en los casos de aceptación voluntaria de la enfermedad y del dolor para fortalecer el espíritu y evolucionar, las dolencias del cuerpo físico y psíquico  tienen una relación directa con el estado enfermizo del alma, y por eso el sufrimiento comienza a partir de un estado mental y anímico desequilibrado, pero significa que se produce un drenaje y un saneamiento del alma.
En definitiva, podemos estar seguros de que  solamente sufrimos o padecemos lo que necesitamos para impulsar nuestra evolución, crear experiencias y aprender en el desarrollo de los sentimientos de bien.

- Jose Luis Martín-

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 “Las enfermedades, sobre todo las de larga duración, representan un aprendizaje en  el arte de vivir y en la educación del carácter”

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REFLEXIONES EN EL PROCESO EVOLUTIVO
Mercedes Cruz
En el momento en que la cultura alcanza sus más altas expresiones, cuando la Ciencia más aproxima a Dios auxiliada por la Tecnología y el hombre sueña con la posibilidad de detectar vida fuera de la Tierra, igualmente domina la torpeza del comportamiento agresivo; la excesiva miseria de centena de millones de personas, social y económicamente abandonadas al hambre, a las enfermedades, a la muerte prematura; el erotismo degradante que se generaliza; la expansión de las drogas y los excesos de toda naturaleza, se convierten, en una verdadera paradoja de la sociedad.
El hombre y la mujer terrestres, ricos de aspiraciones ennoblecidas, todavía no consiguen desvincularse de las cadenas de los instintos perturbadores, muchas veces amando y matando, salvando vidas y debilitándolas en momentos de alegría o de rebeldía Esa visión me aflige por ser un espectáculo inesperado en el proceso de la evolución.
Está claro que el proceso antroposociológico de la evolución, a veces, debe quebrantar determinados compromisos para abrir nuevos espacios experimentales, que irán a componer el cuadro de las necesidades evolutivas del hombre y de la mujer. La moral social, geográfica, aparente, debe ceder lugar a la universal, a la que está inherente en la Naturaleza, aquella que dignifica y promueve, superando y abandonando las apariencias irrelevantes y desacreditadas.
La transición histórica de un período hacia otro es semejante a un demorado parto, doloroso y complejo, del cual nacen nuevos valores y la vida florece. Partiendo del principio de que la vida real y causal es la que tiene origen y vigencia en la Erraticidad. En el mundo espiritual, conforme los acontecimientos, sus matrices desencadenantes están aquí y de aquí parten por inducción, inspiración e interferencia directa, a través de la reencarnación de miembros encargados de perturbar el orden general. A pesar de que supongan que están actuando por voluntad propia, lo hacen bajo el Comando Divino, que los utiliza indirectamente para despertar las conciencias adormecidas, hacia las altísimas finalidades de la vida
Son muchos los hermanos que han reencarnado con tareas específicas y nobles, para actuar con elevación y desarrollar el programa de iluminación espiritual y que cayeron, lamentablemente, algunos siendo retirados antes de contraer compromisos más infelices y otros, abrazando conductas esdrújulas, creyéndose y haciendo creer que son autosuficientes, superiores, rebeldes... que teniendo en mente las tareas establecidas y aceptadas con entusiasmo antes de la reencarnación o dictadas mediúmnicamente, que producen impactos felices, pero que luego parecen perder el significado para sus responsabilidades, que las abandonan o las alteran a su gusto para seguir en otros rumbos.
La labor de Jesús, el Cordero sacrificado, es toda de abnegación y renunciación, de amor y humildad, de persuasión afectuosa, jamás de imposición arbitraria. Como resultado, los apresurados creen que victorias son las de la ganancia, de la fuerza y del brillo rápido de las luces de la fama...
Las imperfecciones de la criatura humana son las responsables por el fracaso de bien organizados planes, por las perturbaciones que se generalizan, por las opciones extravagantes, por la ampliación de las pasiones embrutecedoras, en razón del nivel inferior de conciencia en el sendero en que transita la mayoría de las personas. No obstante, al ser estimuladas esas expresiones primarias dominando o aún remanentes en el alma, es fácil entender la voluminosa locura que hay en la Tierra, la falencia de los patrones éticos y el ansia por retornar a las manifestaciones primitivas del ser.
Sin duda, hay muchas complejidades en el proceso de la evolución, que se van delineando y explicando lentamente, a medida que los Espíritus suben peldaños más elevados. Por eso mismo las revelaciones se hacen gradualmente, dando a cada una, tiempo para que la anterior sea digerida por las mentes y aplicadas en los grupos sociales.
La Sabiduría Divina dejó a la criatura sin los promotores del progreso, que vienen arrancando al ser de la ignorancia y conduciéndolo hacia el conocimiento.
Estas reflexiones nos han de llevar a una mejor comprensión del prójimo, ofreciéndonos simpatía y amor por los compañeros de la retaguardia, encarnados o no y mayor respeto por los nobles Guías de la Humanidad, siempre pacientes y optimistas, incansables en el cumplimiento de la tarea que abrazan como educadores amorosos que son.
Allan Kardec nos ha posibilitado que la mediúmnidad esclarecida elucidara el comportamiento humano y permitiera la penetración del entendimiento en el mundo espiritual. Gracias al Espiritismo, nuevos descubrimientos y constantes informaciones ayudan al ser humano a comprender la finalidad de su existencia en la Tierra, las metas que les caben alcanzar a través de continuas pruebas y desafíos.
-“Hay mucho por hacer en favor de nuestro prójimo, donde quiera que te encuentres. Aquellos que ya despertamos a la comprensión de la Vida, tenemos la tarea de despertar a los que se demoran adormecidos, sin importarles normas de conducta u ofrecerles paisajes espirituales que aún no puede penetrar. Si algunos pudiesen conocer la realidad que ahora enfrentamos, enloquecerían de pavor, se suicidarían, caerían en el embotamiento de los sentidos...
-“En nuestra esfera de acción encontramos, a cada instante, hermanos equivocados ilusionados por las reminiscencias terrenales, defendiendo los intereses malsanos de los familiares y afectos, preocupados con las querellas del cuerpo ya diluido en la sepultura, negándose a la realidad en la cual se encuentran. Actuamos con ellos paciente y amorosamente, confiando en el tiempo. Ahora bien con relación a los encarnados, la cuestión se hace más compleja, exigiéndonos mayor cuota de comprensión y de bondad. El anestésico que representa la materia, que bloquea muchas percepciones del Espíritu tendrá que ser vencido lentamente evitando choques dañinos al equilibrio mental y emocional de los individuos.
“Por eso, prosigamos confiados, insistiendo y perseverando, sin aguardar resultados inmediatos, imposibles de ser alcanzados.”

Extraído del libro “Senderos de Liberación” de Divaldo Pereira Franco”

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EL ESPIRITA ANTE LA MUERTE
FABIENNE DUCOURNEAU
¿Cómo reacciona el espírita frente a la muerte? Esa es una pregunta que también pueden plantearse las personas no espíritas. En teoría, la definición de “muerte” nos es común; en cambio lo que nos es menos común, son nuestras respectivas actitudes frente a la muerte, simplemente porque existen diferencias según nuestras naturalezas y nuestras personalidades.
El espírita y el acompañamiento al final de la vida
En general, todos, un día u otro, por lo menos una vez, seremos confrontados a acompañar a una persona al final de su vida. Es cierto que ante una enfermedad recién declarada, el primer sentimiento que nos invade es la esperanza de una curación. Pero cuando se instalan la enfermedad y el sufrimiento, y la única salida posible es la muerte, entonces a menudo ésta se percibe como una liberación para la persona que amamos. El acompañamiento, en la propuesta espírita, en la definición espírita, por haberlo vivido yo misma, sigue siendo una experiencia intensa, por supuesto en la medida en que la persona la desee íntimamente, aun cuando, al final de la vida, ella se interroga con frecuencia respecto a la vida y la muerte, intensificando así todas las aspiraciones, como el deseo de infinito, de universalidad o de encontrar a los suyos en el más allá. Es allí donde el espiritismo cobra entonces todo su valor, en la esperanza de un más allá cierto. La dura realidad de la muerte se torna más aceptable en el sentido de que es apaciguada por el que está en el camino de salida y ciertamente también por el que se queda, el acompañamiento se convierte así en el camino compartido entre acompañante y acompañado. De esa manera, el intercambio sobre la muerte, sobre esta otra vida, ya no es un tema tabú. Se convierte en verdadero para preparar mejor la separación, para indicar a la persona que se ama, lo que va a encontrar, a encontrar más allá de la materia. En nuestra sociedad la negación de la muerte está aún tan presente que, al final de su vida, el hombre debe sentirse muy solo. Por qué no hacerse las siguientes preguntas: ¿al final de su vida el hombre tiene necesidades y preguntas espirituales? ¿Cómo las puede expresar si la persona que tiene enfrente no desea abordar el asunto de la muerte, a menudo por temor?
“Por efecto de la enseñanza espírita, la muerte pierde todo carácter atemorizante; ya no es sino una transformación necesaria, una renovación. En realidad, nada muere. La muerte sólo es aparente. Solamente cambia la forma externa; el principio de la vida, el alma, perdura en su unidad permanente, indestructible. Más allá de la tumba, ella y su cuerpo fluídico se encuentran, en la plenitud de sus facultades, con todas las adquisiciones: luces, aspiraciones, virtudes y poderes, con los que se ha enriquecido durante sus existencias terrenales. He aquí los bienes imperecederos de los que habla el Evangelio cuando dice: «Ni los gusanos ni el orín los corroen, y los ladrones no los roban». Son las únicas riquezas que nos es permitido llevarnos con nosotros y utilizar en la vida por venir. La muerte y la reencarnación que le sigue en un tiempo dado, son dos formas esenciales del progreso.
Rompiendo las estrechas costumbres que habíamos adquirido, nos ubican en medios diferentes; dan a nuestros pensamientos un nuevo auge; nos obligan a adaptar nuestro espíritu a las mil caras del orden social y universal. Cuando ha llegado el atardecer de la vida, cuando nuestra existencia, como la página de un libro, se pasa para hacer lugar a una página en blanco, a una página nueva, el sabio pasa revista a sus acciones. Feliz aquel que, en esta hora, pueda decirse: «¡Mis días han sido muy plenos!». ¡Feliz aquel que ha aceptado sus pruebas con resignación y las ha soportado con valor! Al desgarrar su alma, éstas han dejado que salga todo lo que había en ella de amargura y hiel. Repasando en su pensamiento esta vida difícil, el sabio bendecirá los sufrimientos soportados. Estando su conciencia en paz, verá acercarse sin temor el momento de la partida. Digamos adiós a las teorías que hacen de la muerte el preludio de la nada o de castigos sin fin. ¡Adiós, sombríos fantasmas de la teología, dogmas horrorosos, sentencias inexorables, suplicios infernales! ¡Espacio para la esperanza! ¡Espacio para la vida eterna! No son oscuras tinieblas, es una luz deslumbrante lo que sale de las tumbas”. Extracto del libro Después de la Muerte de Léon Denis.
El espírita frente a la muerte de un allegado
La separación de un ser querido siempre es motivo de tristeza, sea uno espírita o no. La aceptación es más o menos larga según la índole del vínculo que nos unía. Nuestra convicción y nuestra enseñanza espíritas nos dominan poco a poco, pues sabemos que nada muere, que iremos a la sesión espírita y sabremos que no están muertos. Esta certeza de la vida futura, de la presencia de los que hemos amado, y que seguimos amando, nos dan esperanza cuanto más el espírita se comunica con los fallecidos. La muerte se torna más dulce pues nos da el medio de comunicarnos con nuestros parientes y amigos que dejaron la Tierra antes que nosotros. Por el pensamiento, los acercamos a nosotros y ellos siguen ayudándonos, aconsejándonos y amándonos. ¡Qué alegría saberlos felices, conocer su nueva existencia y tener la certeza de que un día a nuestra vez los encontraremos, en el más allá o en otra existencia! En cambio, si los espíritus son sensibles a los dolores inconsolables de los que se quedan, los recuerdos y lamentos pueden ser un obstáculo para su avance. “Siendo el espíritu más feliz que en la Tierra, lamentarse por su vida, es lamentar que sea feliz. Dos amigos están prisioneros y encerrados en el mismo calabozo; un día ambos deben obtener su libertad, pero uno de ellos la consigue antes que el otro. ¿Sería caritativo que el que se queda se enfade porque su amigo fue liberado antes que él? ¿No habría más egoísmo que afecto de su parte si quisiera que compartiera su cautiverio y sus sufrimientos tanto tiempo como él? Es igual con dos seres que se aman en la Tierra; el que parte primero es el primero liberado, y debemos congratularlo por eso, esperando con paciencia el momento en que sea nuestro turno. Sobre este asunto haremos otra comparación. Ustedes tienen un amigo que, cerca de ustedes, está en una situación muy penosa; su salud o su interés exigen que se vaya a otro país donde estará mejor en todo respecto. Momentáneamente ya no estará cerca de ustedes, pero siempre estarán en correspondencia con él: la separación no será sino material. ¿Estarán disgustados por su alejamiento, si es para su bien? Con las pruebas patentes que da de la vida futura, de la presencia a nuestro alrededor de los que hemos amado, de la continuidad de su afecto y de su solicitud, por las relaciones que nos permiten hasta hablar con ellos, la doctrina espírita nos ofrece un supremo consuelo en una de las causas más legítimas de dolor. Con el espiritismo, más que soledad, más que abandono; el hombre más aislado siempre tiene amigos cerca de él, con los que puede conversar. Soportamos con impaciencia las tribulaciones de la vida; nos parecen tan intolerables que no comprendemos que podamos resistirlas; y sin embargo, si las hemos soportado con valor, si hemos sabido imponer silencio a nuestros murmullos, nos felicitaremos por ello cuando estemos fuera de esta prisión terrenal, como el paciente que sufre, cuando se cura, se felicita por haberse resignado a un tratamiento doloroso”. Extracto de El Libro de los Espíritus de Allan Kardec.
¿Los espíritas tienen miedo a la muerte?
A todo lo largo de la vida la muerte suscita nuestro interés, pero con frecuencia el cuestionamiento sobre nuestra propia muerte interviene luego de la partida de un padre, una madre, un amigo o un amor... ¿Cuánto tiempo nos queda aún por vivir? ¿Años, meses, semanas, días? ¿De qué manera vamos morir? Si bien se sabe a dónde vamos, el tiempo y la forma siguen siendo interrogantes y, lo confieso, una angustia, pues la enfermedad o el accidente producen temor. Efectivamente, la angustia viene sobre todo cuando se piensa en ese cambio de estado, cambio entre la vida física y la vida espiritual: en esa ruptura entre el espíritu y el cuerpo, ¿tendremos una caída, conoceremos la turbación? Si bien durante muchos años he tenido esta angustia, y todavía la tengo, hoy está más atenuada por dos razones: La primera, es la conducta moral que se apoya en nuestra filosofía, ayudar en el momento de la muerte por medio de la cadena fluídica o por nuestros pensamientos.
Sabemos que, en su mayoría, los espíritus que dejan nuestra Tierra, no pueden alcanzar la serenidad y la paz cuando llegan al mundo invisible, sobre todo los espíritus que no pueden evadirse de lo que acaban de vivir como guerras, crímenes o suicidios. La turbación, es lo vivido que sigue siendo el presente. Entonces, sí, todos conocemos más o menos la turbación, espíritas o no. Pero, para que la turbación sea abreviada, para la liberación del espíritu, el espiritismo nos ha enseñado que basta con darse la mano y tender nuestras almas hacia el más allá, formando así una cadena fluídica, una cadena amorosa. ¡Así puede ser vencida la turbación! La segunda razón es la lectura de los que nos han precedido en la partida y que han venido a la sesión espírita a dar testimonio. He aquí pues, varios testimonios de espíritus que, eso espero, disipen los Temores de ustedes, como fue mi caso. “Cuando llegas al final del túnel, no sabes exactamente lo que va a ocurrir. Ves claramente personas que se acercan. Reconoces a algunas de ellas, amigos o parientes. Están rodeadas por un halo blancuzco que delimita sus cuerpos. Avanzas con cierta angustia, tienes miedo de caer en el vacío, sientes desconfianza, no sabes y te preguntas si sueñas y luego, llega el momento de la conciencia, es un despertar brutal en dos palabras: estoy muerto y vivo. Entonces comprendes todo, te despejas completamente, el tiempo ya no existe”. “Se apaga lentamente y, súbitamente, a la entrada de una suerte de gruta, el túnel sombrío, avanzar, simplemente avanzar. Buscas, buscas porque no sabes, adivinas, crees adivinar, pero eso aún no quiere decir nada. Porque al final, te invade la luz que parecía acecharte. Te da un poder insospechado. Te dice que eres un espíritu y que procedes de Dios. Dios, palabra entre las palabras que habías tenido la costumbre de escuchar y quizás de decir, se convierte entonces en un momento, un instante, un calor, una vida, un esplendor que hace que tu pertenencia asuma de repente su verdadera naturaleza y entonces, tú mismo, te dices «Dios» y pronuncias «Dios» y amas a Dios. Este ya no es el Dios de los suplicios, este ya no es el Dios de los sacrificios, las cruces se han roto, el Padre está presente y comprendes entonces lo que quiere decir voluntad porque la voluntad pertenece a ti mismo en el don de la infinita bondad del Padre. Porque voluntad quiere decir que tienes el deseo de descubrir; para mí el descubrimiento del después de la muerte ha sido el descubrimiento de lo que presentía”. “Vean, desde mi salida de la escena, he tratado de comunicarme con aquellos que me añoraban, hablándoles, palmeándoles en la espalda: «Eh, estoy aquí, les escucho», pero ellos no me oían. Entonces, me devolví a mi nueva morada, a mi nueva escena donde ya estaban reunidos todos los que había conocido. Otro acto me esperaba, otro telón se levantaba, el de mi eternidad”.
Para mí, es una suerte ser espírita, estar siempre cerca de aquellos a quienes he amado. Cuando hablo de ellos, cuando pienso en ellos, los imagino en sus nuevas vidas, y me basta cerrar los ojos para saberlos presentes, ¡no en una presencia física pero igualmente presentes en una realidad invisible! Si a veces corren lágrimas, son lágrimas de recuerdo, de emoción pero nunca serán lágrimas de tristeza. No puedo encontrar definición más bella de la muerte que la dada por los propios espíritus.

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