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martes, 3 de marzo de 2015

¿ Cada cuanto tiempo se reencarna ?



     

 
DIOS EN EL CENTRO ESPÍRITA


Hace más de un siglo que los sacerdotes, los pastores, los catequistas y las más altas autoridades de las religiones cristianas en el mundo de Dios acusan al Espiritismo de invención diabólica y al Centro Espírita de casa del diablo. Pero, durante el correr del tiempo, esa situación ingrata se fue modificando. Las artimañas del diablo fueron venciendo gradualmente a los escrúpulos de los ministros de Dios. Padres y abadesas, monjes y monjas, sacristanes y sacristanas, pastores y ovejas comienzan a percibir que los espíritas también son hijos de Dios y merecen la bendición del Padre. Así, aliviado del peso de las maldiciones y de la presión de los preconceptos, el Centro Espírita dejó de ser el espantajo de los creyentes y comenzó, incluso, a atraerlos. El Centro Espírita calumniado, humillado y humilde, muchas veces de pies descalzos (como José de Anchieta en Meritiba) comenzó a caer en gracia al pueblo. ¿Por qué? Porque era apenas una parcela del pueblo y en él no se exaltaba al diablo, sino a Dios. “Quien vive de manos dadas con el demonio no tiene el derecho de proferir el Santo Nombre de Dios”, gritaba un padre sincero, lleno de indignación divina, en le púlpito de su iglesia, aquí mismo, en San Pablo, en los idos de 1930. Pero el tiempo, que todo lo cura y todo prueba, curó la furia del padre y probó que Dios está también en el Centro Espírita. Suprema herejía que nadie puede evitar, pues Dios no pide licencia a nadie para estar en todas partes y en todo, según el propio dogma de la Omnipresencia Divina, sustentado por las Iglesias.
Hoy, como nos dijo cierta vez el doctor Romeo do Amaral Camargo: “Dios está en el Centro”. Les costó mucho a las Iglesias aceptar esa posibilidad por medio de sólo algunos de sus profesantes. Pero eso no es para espantar a ninguno, pues solamente ahora, también, en reciente declaración del Papa Paulo VI, divulgada por la prensa mundial, el Vaticano reconoció oficialmente que hay una presencia de Dios en el Judaísmo. Mas, si Dios está en la Biblia y si ésta es la palabra de Dios, sobre la cual se asientan todas las religiones cristianas, ¿cómo recién ahora percibió que Dios está en la sinagoga? En la costa del Pacífico, en los Estados Unidos de América del Norte, país celosamente cristiano, existen varias Iglesias del diablo. ¿Quién podrá reconocer oficialmente la presencia de Dios en esas Iglesias, ahora que el Espiritismo demostró ser de Dios y no del diablo? Con el correr del tiempo se tornó más fácil probar la existencia de Dios en un lugar que la presencia del diablo. No debemos perder mucho tiempo con esas curiosidades, mas, como la memoria humana es muy débil, necesitamos señalar esos hechos. La anfibología Dios está en el Centro, encierra una verdad que todos los espíritas conocen muy de cerca. En el centro del Universo está Dios, no figuradamente, sino  en realidad, pues, si Dios es el Todo en esencia y todo proviene de Él, todo pertenece a Él, todo es Él y Él dirige y gobierna todo, es evidente, entonces, que el Centro Espírita –donde todo se hace en nombre de Dios- no puede estar sin Dios. Giovanni Papini, el famoso escritor católico italiano, autor de la famosa obra Il Diavolo, causó escándalo en la Santa Sede al sustentar que el diablo ha de volver a Dios. Pero los teólogos, aturdidos con las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, resolvieron manifestar ante el mundo que Dios murió. Si eso realmente hubiera acontecido, la situación de las Iglesias sería insoluble y toda la teología de ellas se habría derrumbado, dado que, si Dios murió, es señal de que no era inmortal, por lo que el diablo se quedó en situación embarazosa, puesto que no tiene ya quien lo perdone y continúa vivo después de la muerte de Dios y más invulnerable que el mismo Dios.
En el Centro Espírita la noticia de esta muerte no causó la menor conmoción, puesto que todos saben, hasta los adeptos de inteligencia más modesta, que Dios está allí, tal vez sentado liberalmente entre ellos, sonriéndose de su muerte imposible. En una actitud puramente humana, los teólogos han querido colocar a Jesús, provisoriamente, según dicen, en el trono de Dios, como legítimo heredero del trono supremo. Y entonces fue que surgió esta otra situación embarazosa: si Dios murió y el hijo sólo puede sustituirlo eventualmente –pues no es Dios-, entonces la muerte de Dios dejó el trono como una simple regencia, con lo cual surgió en la Tierra el Cristianismo ateo. Necesitamos saber estas cosas a efectos de conocer a quién entregaremos nuestras almas en le momento de nuestra muerte. El ateísmo cristiano nos dejó en dificultades y sólo tenemos una alternativa para buscar a Dios: en el Centro Espírita. Porque solamente allí, en la antigua morada del diablo, no se cree que Dios haya muerto y se continúa hablando en su nombre. Porque allí se sabe y se demuestra diariamente, a través de los procesos kardecianos, que, si ni el nombre muere, menos podrá morir Dios. La Teología, arrogante y vanidosa Ciencia de Dios, cerró sus puertas doradas con el balance total de su fracaso. Si Dios murió, se acabó el negocio.
La omnipotencia y la omnipresencia de Dios son dos misterios teológicos admitidos por casi todas las religiones. ¿Por qué sólo puede existir un Dios, único y soberano, cuando sería mucho más fácil comprender a una multiplicidad de dioses con su disciplina jerárquica, como en las mitologías? La respuesta a esta pregunta, ahora reformulada por los neopoliteístas, nos conduce directamente al centro del problema cristiano y al centro de la mundivivencia espírita. En el Judaísmo arcaico, heredero de las viejas concepciones mesopotámicas, la existencia de Dios único era una necesidad orgánica. Derivada del antropomorfismo más remoto –en que el hombre era la síntesis y el modelo de todas las cosas-, esa concepción se mostraba en el Cosmos como un gran ser que abarcaba, con su conformación ideal, la totalidad de las cosas y los seres existentes. El isoloísmo griego –teoría del mundo como un ser vivo-, dotado de cuerpo y alma, confundía a la naturaleza divina con la naturaleza humana. Ajustando esa idea estática al movimiento incesante de las cosas, Zoroastro, en Persia, presentaba la imagen de Dios en el fuego, en las llamas, que son al mismo tiempo estables e inestables. El Judaísmo, nacido de las entrañas de la concepción mitológica de los pueblos de la Antigüedad, avanzaba más allá en esa concepción, presentando a Dios como un ser humano de dimensiones inimaginables, pero dotado de poder, pues poseía todos los poderes de revelarse a los hombres en dimensiones humanas. Prohibía que se hiciesen figuras de Dios, pero en le Arca Sagrada había oculta su imagen pintada por manos humanas. En la Biblia, esa contradicción es bien marcada. Se manifiesta en la forma humana de Jehová, con todas las imperfecciones humanas del amor y del odio, de la ambición y la envidia, de la voracidad cruel y brutal de Baal y de la preferencia por su pueblo, con el más absoluto desprecio por los demás pueblos, considerados impuros. El proteccionismo de Moisés –tan asesino y envidioso como Caín- recuerda las preferencias de los dioses mitológicos de Gracia por sus pupilos. Dios, localista, como los dioses nomos egipcios, pero sin poseer tierra propia, lleva a los judíos a la conquista brutal de Canaán, para allí establecer su feudo, sin la menor contemplación para con el pueblo cananita. No es de admirar que el Cristianismo iglesiero, apegado ferozmente a la Biblia, se enganchase más tarde al carro de las iniquidades romanas, masacrando y expoliando a los pueblos más débiles. Y es de las entrañas de ese dios humanísimo, vengativo y cruel como los hombres, exclusivista y contradictorio, que nace la idea del Dios único.
Mas, a pesar de todo eso, la unicidad de Dios es tan necesaria como la unicidad del hombre. La esquizofrenia nos muestra que el hombre es un alienado, un espíritu dividido en sí mismo, incapaz de coordinar sus facultades y controlar sus poderes. Un Dios partido en tres –según el dogma de la Trinidad-, sería un dios esquizofrénico, y su desorden divino y su inseguridad interna se reflejarían en el caos de un Universo absurdo. Así, de la dialéctica de las concepciones contradictorias de Dios es que va a nacer la lógica de la concepción monoteísta. Dios sólo puede ser Uno, solitario y soberano en lo inefable, en las soledades vacías del Cosmos. En esa soledad Él crece en sus poderes hasta el momento en que, estremeciendo y despertando de su hibernación espantosa, toma conciencia de sí mismo y realiza, con apenas una palabra: fiat, la Creación universal y total. Y como la Creación llena todos los espacios vacíos, en todas direcciones, Dios permanece en el centro, dirigiendo y controlando sus  dominios inaccesibles a la imaginación humana. Esto es porque Dios es único y sólo puede ser único, a pesar de poder todo. Las contradicciones del politeísmo provienen de la concepción caótica del Universo, no permitiendo a la mente humana una concepción armoniosa de la realidad. En el monoteísmo tenemos apenas una contradicción, que es la de Dios consigo mismo, y Éste generar la síntesis de todo, para dar al hombre la posibilidad de comprender la realidad y estructurarla en le conocimiento, sin el cual nada sabríamos ni podríamos.
Es así que la realidad cósmica –no accesible a la inspección completa del hombre- queda a su alcance gracias a la estructura de las leyes regulares y universales, que le facultan las ilaciones necesarias para una visión general del Universo. Dios es el poder generador y mantenedor de esa realidad sin límites, y el concepto de Infinito –vaga suposición de la Antigüedad- se torna positivo por la revelación de una unidad orgánica, necesariamente orgánica del Cosmos. Obsérvese bien: unidad orgánica, semejante a nuestra estructura, que es una a pesar de la multiplicidad de sus órganos y miembros, dado que todos ellos pertenecen a un organismo único. De la misma manera, la unidad orgánica del Cosmos deviene de su centralización en Dios, que mantiene la unidad infinita a través de la subordinación de todas las galaxias o constelaciones de mundos, espacios etéreos aparentemente vacíos, pero llenos de fuerzas y plasmas cósmicos, todo integrando el organismo único.
¿No sería esto una ilusión? Quienes consideran al Universo como finito y cerrado sobre sí mismo dicen que sí. Pero Kardec, ya en el siglo pasado, antes de las conquistas científicas de nuestro siglo, propuso una teoría que hoy tiene la sanción de los nuevos descubrimientos. Por más que intentemos atribuir al Universo un límite –recordó él-, por más que avancemos con nuestra imaginación, siempre estaremos ante espacios que se extienden más allá de nuestra mirada. Esa prueba psicológica de la infinitud (basada al mismo tiempo en psicología y en lógica) tiene hoy la comprobación de las conquistas parapsicológicas, que revelan la existencia en nosotros de un poder también sin límites, que es el de la percepción extrasensorial de realidades que se ocultan a nuestros sentidos físicos. No se trata simplemente de intuición, sino de captación de realidades que están fuera del alcance de nuestros sentidos y de nuestros instrumentos. El hombre siente e intuye que el Universo es infinito. Teorías físicas y cálculos matemáticos lo contradicen. Pero la percepción extrasensorial, fundada en sus potencialidades inconscientes, continúa diciéndonos que, para las dimensiones del Cosmos, no existen límites.
 En el Centro Espírita la presencia de Dios se hace sentir en las manifestaciones mediúmnicas, que derrumban las barreras de la muerte a través de las declaraciones unánimes de los Espíritus superiores, comprobadamente poseedores de conocimientos muy superiores a los nuestros; por la revelación, probada a través de investigaciones y experimentaciones científicas se sabios eminentes del siglo pasado como del actual, que afirman que existen potencialidades en el hombre muy superiores a las que él revela estando encarnado, sujeto a los condicionamientos de la vida carnal. No se trata de dogmas establecidos por concilios de ciegos supuestamente divinos, sino de investigaciones objetivas controladas por la metodología científica. Dios no es una hipótesis, sino una realidad comprobada por el principio científico según el cual, de los efectos nos remontamos a las causas. Dios es la fuente causal de toda la realidad. Kardec extrajo de ese principio, por ilación lógica apoyada por los hechos, la ley espírita según la cual: Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente. Ese es el raciocinio básico de las pruebas espíritas de la existencia de Dios.
Más allá de eso, la presencia de Dios en el Centro Espírita se comprueba por las manifestaciones de sus mensajeros, los Espíritus superiores que están a su servicio por todo el infinito. Esas manifestaciones no son constantes ni fortuitas, pero ocurren de una manera inesperada y con una finalidad cierta. Mas es en el corazón de los humildes, sobre todo, que Dios se afirma como realidad viva y actuante, en las sesiones de auxilio espiritual. Un corazón de madre angustiado que se alivia y alegra al recibir la visita del hijo que perecía perdido para siempre, a través de una comunicación mediúmnica oral o en una aparición por la videncia que despertó en la madre. En una comprobación por la aparición tangible, o materialización, como en le caso famoso de Federico Figner a su esposa, que, en Belém do Pará, a través de la mediumnidad de Ana Prado, una mujer humilde, tuvieron la oportunidad de tener a su hija Raquel nuevamente en sus brazos, sentirla abrazada a su cuello y conversar alegre y vivamente, censurando a su madre por haberse vestido de luto. En una aparición tangible de su propia madre, ofrecida a un sabio famoso que combatía al Espiritismo como superstición infundada, como aconteció a Cesare Lombroso en sesión con la médium Eusapia Paladino, presidida por el profesor Chiapa, de la Universidad de Milán, Lombroso abrazó a su madre, que dialogó con él, por lo que declaró en los días siguientes en un artículo de retractación publicado en la revista Ombra e Luce, de aquella ciudad: “Ningún gigante de la fuerza ni del pensamiento podría hacer por mí lo que hizo esa pobre mujer analfabeta: arrancar a mi madre de la tumba y devolvérmela a mis brazos”. No eran apariciones ocasionales, fácilmente atribuibles a factores psíquico-emocionales, sino apariciones  provocadas en nombre de Dios, en sesiones experimentales en que el ingrediente Dios no había sido despreciado. “Con el permiso de Dios”, dicen siempre los Espíritus agraciados en esas oportunidades de reencuentros con los seres de ultratumba.
El Centro Espírita e caracteriza, por tanto, como el centro de comunicaciones con quienes ya dejaron la vida terrena, pero que continúan vivos y activos en la otra fase de la vida. Nada se paga para hablar con los muertos, los supuestos muertos por nuestra ignorancia, dado que los servicios de Dios son gratuitos desde el nacimiento, que es un prodigio de Dios, hasta la muerte, que es la gracia de Dios liberándonos de la asfixia de la carne, y más allá de la muerte, en las maravillosas posibilidades de las manifestaciones mediúmnicas.
Dios está en el Centro Espírita en que las personas se reúnen, de corazón puro, confiantes en su poder infinito. El precio de la comunicación consiste, generalmente, en la aparición del Espíritu o de quienes desean reencontrarlo. Los dirigentes de Centros necesitan meditar diariamente en las responsabilidades que asumen al aceptar sus cargos que, en realidad, son encargos divinos. Dios no exige de nosotros más de lo que podemos dar. No quiere que nos presentemos ante Él y ante los hombres con los vestidos nupciales de la parábola, que aún no poseemos. No podemos engañarlo con sonrisas de falsa bondad, de fraternidad fingida, escondiendo en el matorral del corazón salvaje la serpiente de la envidia, de la intriga, de la censura al prójimo, del juzgamiento despreciativo del hermano que se sienta a nuestro lado. No vemos a Dios en el Centro porque no tenemos condiciones para eso, pero podemos observarlo en el semblante sincero e ingenuo y en el corazón puro de los que no alimentan vanidades y preconceptos negativos a nuestro entorno. Dios no está allí, ante nosotros, como un ser visible y corporal. Él impregna el Centro, como impregna el recinto de todos los templos frecuentados por seres sin maldad y sin reservas. También podemos ver su rostro en el semblante de quienes se entregan con amor al servicio del bien, tocar sus manos en las manos sinceras y buenas de quienes nos aman sin restricciones. Y si los hipócritas nos rodean y nos miran fingiéndonos amista, podemos ser para ellos el mensaje de amor y de amistad que fluye de Dios hacia nuestro corazón. Dios en el Centro es Dios en nosotros, ayudándonos a crecer con el fermento de la fraternidad que Él, poco a poco aumenta en la medida de nuestra medida de harina, en la proporción en que la harina de nuestro egoísmo absorbe el fermento y se transforma en el pan que nos alimenta el alma.
Estas no son imágenes líricas, sino la verdad espiritual convertida en figuras y expresiones de amor, como las que encontramos en el Evangelio de Jesús. No es el autor del libro el que las produce, sino los Espíritus benevolentes que, en nombre de la fraternidad humana las transmiten a los que desean servir a los demás y a sí mismos. Porque aquellos que desean servirse en la mesa del bien, naturalmente reparten su pan con los hermanos hambrientos de bondad, como Jesús hizo con los apóstoles en le mesón del camino de Emaús.
Dios en el Centro Espírita no es la presencia exclusiva para nadie, sino la presencia inclusive para todos, a todos incluidos en su llamado para la vida del espíritu. Quienes procuraren comprender y sentir su presencia en el Centro lo llevarán consigo a sus casas. Las pretensiones de superioridad, el deseo egoísta de imponerse a los demás, la envidia corrosiva y el juzgamiento del prójimo en nuestro íntimo o por nuestra boca no nos permite percibir la bondad de Dios. Los que se sacrifican para mejorar la Tierra, dando de sí lo que pueden y muchas veces lo que no pueden, ésos hacen la voluntad de Dios. Quienes mueven la lengua entre los dientes para destilar veneno de serpiente, no pueden percibir la presencia de Dios en el Centro y sólo son capaces de captar a los Espíritus malévolos y sufrientes.

                                J. HERCULANO PIRES

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El mayor de nuestros enemigos suele ser nuestro propio carácter.
Botach

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¿ Cada cuanto tiempo se reencarna?.-

No existe un periodo de tiempo fijo e igual para todos los Espíritus. Eso depende de las necesidades evolutivas de cada uno y de las circunstancias de los desajustes que tengan pendientes de equilibrar con la Ley de Causa y Efecto. El periodo de tiempo que transcurre entre cada dos vidas humanas, se llama Intervalo, durante el cual el Espíritu permanece errante en el Plano Espiritual. El estado errante se refiere no a que estén en el espacio perdidos, sino que permanecen a la espera de que les llegue la hora de una nueva encarnación.
Este periodo es muy variable en cuanto a medida de tiempo, debido a dos cuestiones principales:
La primera es debido a que el sentido y la medida de nuestro tiempo dimensional, no existe en los Planos Espirituales en donde todo transcurre como en un eterno presente.
La segunda cuestión es que la urgencia por reencarnar es muy variable de unos casos a otros. Cuanto mas apegado está el Espíritu desencarnado a las cosas del mundo material, o cuanto menos evolucionado está, con mas frecuencia y mayor intensidad siente el impulso o la necesidad de su regreso a este mundo al que se siente atraído como por un imán, por su afinidad con el mismo o por las necesidades de aprender o de saldar deudas kármicas. Por la misma razón, cuanto mas evolucionado está el Ser, menos necesidad siente de volver aquí y menos apego y compromiso siente hacia este mundo nuestro del que está más alejado . Por lo tanto en este último caso,el Espíritu habita mayores periodos de nuestro tiempo en el Plano espiritual que, al fin y al cabo, es su escenario natural y normal , como Seres Espirituales que somos.
El Ser espiritual se siente inclinado a reencarnar, cuando después de un espacio de tiempo en el mundo espiritual comprende la necesidad y siente el impulso de regresar a este mundo para continuar aprendiendo y conquistando lo que todavía no conquistó o lo que dejó a medio en anteriores existencias humanas.
Dra. Fiore
Dra. Wambach
Es de señalar aquí, que según las conclusiones a que han llegado después de realizar sus trabajos los Doctores Dethlefsen, Wambach y Fiore, parece ser que a medida que la Humanidad se ha ido aproximando a nuestra época actual, se han ido reduciendo estos intervalos o periodos de tiempo entre cada dos vidas consecutivas.
Esto, que parece ilógico con arreglo a la Evolución que ,como se ha dicho , disminuye la necesidad de reencarnar enseguida , sin embargo podría ser indicio de que por algún otro motivo en esta época existe un ritmo evolutivo más acelerado que hace siglos; tal vez podría ser el de la inminencia del cambio de ciclo planetario en el que estamos ya inmersos, y en el que la Humanidad nos jugamos el ser o no ser aptos para seguir evolucionando en un Mundo de Regeneración.
Según el Dr. Karl Muller, que estudió comparativamente cientos de casos de Reencarnación comprobada, la media que estableció como duración del periodo de Intervalo la cifró en unos setenta años. No obstante, según revelaciones de los propios espíritus, en general hay un término medio de unos cinco años en el plano espiritual por cada año de vida humana vivido antes de su última desencarnación.
Se debe tener en cuenta de que en los Planos espirituales no existe nuestra medida del tiempo, pero asimilando estos intervalos a un sentido de nuestro tiempo, en realidad este, según han acreditado los mismos Espíritus, puede oscilar desde unas pocas horas hasta siglos.

- Jose Luis Martín-

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Quieres ser rico?,pues no te afanes en aumentar tus bienes si no disminuir tu codicia.
Epicuro

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LA MEDIUMNIDAD, SIEMPRE PRESENTE

El fenómeno es de los más antiguos. 
 
Volviendo en el tiempo, encontramos sus registros en uno de los primeros libros de la Humanidad, la Biblia. 
 
En el versículo segundo, del capítulo primero del libro Génesis, se lee: Las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. 
 
El hombre presentía la presencia del Creador. Eso quiere decir que el hombre registra, desde siempre, el mundo del más allá. El mundo de los seres espirituales. 
 
Pablo de Tarso, dándose cuenta de esa percepción especial del ser humano, la denominó: don. Y, acerca de eso, escribió en su Epístola a los Corintios, describiendo sus variedades. 
 
Mientras estaba en la Tierra, el Hombre de Nazaret, dio múltiples pruebas de la interrelación de los dos mundos, el físico y el espiritual. 
 
Habló de los Espíritus atormentados que se auto denominaban Legión, en la ciudad de Gadara, y que agredían al joven traído para la curación. 
 
Señor de los Espíritus - así lo denominaron al comprender que los Espíritus le obedecían. 
 
Sin embargo, solamente en el siglo XIX este don sería ampliamente estudiado y decodificado, por el sabio Allan Kardec. A ese don le denominó específicamente: mediumnidad, la capacidad de ser un intermediario entre el mundo material y el espiritual, entre una y otra dimensión. 
 
Médium o intermediario. 
 
Aun bastante incomprendida en la actualidad, la mediumnidad es una facultad inherente al ser humano. 
 
De ella casi todos los hombres tienen vestigios. Algunos más, otros menos. 
 
¿Quién ya no tuvo la sensación de tener a alguien invisible a su lado, velándole en las horas difíciles? 
 
¿Quién ya no se refirió a la interferencia de los seres angélicos en los momentos de grandes dificultades? 
 
¿Quién ya no ha entregado un hijo que parte para tierras distantes a los cuidados de un ser que se llama ángel de la guarda, ángel guardián, protector, orientador? 
 
¿Quién ya no escuchó el susurrar de voces imperceptibles, en su interior? 
 
Es muy frecuente encontrar personas que vivieron tales experiencias o que conocen a alguien que las hayan registrado. 
 
Todo eso nos indica que el mundo espiritual está presente de forma constante en el mundo material. Se puede decir que hay una interpenetración de uno con el otro. 
 
Nos movemos en la esfera física, pero nuestros actos y pensamientos repercuten en la esfera espiritual. 
 
Nadie está a solas. Como decía el Apóstol Pablo: Estamos rodeados por una nube de testigos. 
 
Sombras, Espíritus, guías. No importa como los llamemos, ellos son realidad. Y, silenciosamente, velan por nosotros. Discretamente nos orientan. Sutilmente nos dan pruebas de que nos cuidan, siempre atentos. 
 
¡Piensa en eso! 
 
Cuando estés a punto de desanimarte por sentirte solo, abandonado, piensa que alguien, de la Espiritualidad, protege tu vida y cela por ti. Puedes no creer, pero no importa. Los que te aman están igualmente contigo.
 
Redacción del Momento Espírita.
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           NO SON ESPIRITISTAS

Los que lucran , explotan o engañan en nombre del Espiritismo. Los que se ocupan de cartomancia , sortilegios,adivinacion, para embaucar a sus semejantes. Todo aquel que mixtifica o se atribuye falsas facultades, en cuyo fondo esta el absurdo, el fanatismo o el interes. Nadie que obre así es Espiritista , aunque diga serlo; y por el daño que causan a la doctrina y a la verdadera mediumnidad, consignamos nuestra protesta y nuestra reprobación contra todos ellos , reciban o no dinero en pago de sus extravíos
La luz del porvenir

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