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miércoles, 14 de diciembre de 2011

Quienes son nuestros padres




     Cuando abrimos los ojos, en este mundo, vemos inclinados sobre nuestra cuna, dos personas especiales: nuestro padre y nuestra madre.

        En los primeros años nos sentimos dependientes de ellos. Y, el simple hecho de que nos estén mirando, se constituye en seguridad para nosotros.

        Así, aprendemos a andar, amparados por  sus brazos. Nuestras heridas recibieron curación y besos.

        Aprendemos a andar en bicicleta, enfrentamos las olas del mar, las aguas de la piscina.

        Sus manos nos condujeron a la escuela y cuando fuimos ahí dejados por primera vez, pareció que algo se nos rompió por dentro.

        ¿Estaríamos siendo abandonados?

        Sin embargo, al final del día, regresábamos al hogar y aprendíamos que la escuela era solamente un lugar para estar por algunas horas.

        Era un lugar para aprender, para hacer amigos, para crecer.

        Pero siempre había un lugar para volver: nuestro hogar. El amparo de la familia, la seguridad paterna, el cariño materno.

        A medida que los años fueron sumándose, dejamos de ser dependientes. Andamos con nuestros pies, actuamos con nuestra voluntad, alzamos vuelos más altos, o rasos.

        Y, algunos de nosotros, pasamos a ver a los padres de manera diferente. ¿Quienes son ellos para desear comandar nuestra vida?

        ¿Quienes son ellos para decir que debemos o no hacer?

        ¿Quienes son?

        Nuestros padres son Espíritus que, casi siempre, guardan relaciones afectivas con nosotros de larga fecha. Amigos que aceptan recibirnos como hijos, deseando acortar distancias entre nosotros y el progreso.

        Espíritus que se disponen a nos ofrecer un cuerpo, a protegernos, a  amarnos.

        Excepciones existen, es verdad. Espíritus no tan amigos que se reencuentran en la labor doméstica para ajustes del pretérito algo  nebuloso.

        Aún así, se nos moldaron un cuerpo, permitiéndonos la reentrada en el mundo carnal, y les debemos ser gratos.

        Pero, si desean saber a donde vamos, con quien vamos, en esos tiempos de tanta violencia, es porque con nosotros se preocupan.

        Si nos establecen horarios para el regreso al hogar, si nos buscan cuando tardamos mucho, es porque nuestra seguridad les preocupa.

        Si insisten con nosotros para que estudiemos más, nos esforcemos más, es porque, tienen más experiencia por la madurez que todavía no tenemos, desean vernos subir peldaños de éxito.

        Si nos imponen disciplina, si nos exigen actitudes comedidas, es porque desean colaborar con nuestro progreso.

        Para eso, Dios nos confió a su guardia.

        Es porque ese compromiso está registrado en su memoria espiritual, tanto cuanto por los lazos de afecto que nos unen, ellos se importan por nosotros.

        Pensemos en eso y antes de quejarnos tanto, miremos nuestros padres con gratitud.

        Vivamos con ellos lo mejor posible. Al fin, no estarán siempre con nosotros.

        Es posible que luego más ellos se transfieran para la espiritualidad, cumplida su misión.

        Vivamos disfrutando el mejor de su compañía, de su sabiduría, de sus cariños.

        Mañana, cuando no estén más con nosotros, tendremos dulces recuerdos para alimentar nuestra nostalgia.

Redacción del Momento Espirita.


 La justicia y la misericordia divinas, actuando conjuntamente, llevan al hombre a reconocer la soberanía de la ley. Todo lo que sea venganza, que se esconde e inspira y que el orgullo agradece, finalmente  termina y pasa.
Solo el Amor es eterno; solo el amor vence y permanece.
Regina Lucia de Souza



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