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jueves, 11 de agosto de 2011

Sufrimiento en el más allá (psicografía)

Queridos lectores: En estos calurosos días donde la gente huye de las ciudades interiores a la costa, a fin de disfrutar unos dias de vacaciones familiares, yo me encuentro en la misma tesitura.
No me despedí de vosotros pensando que no dejaría de administrar este blog, pero desde que salí no he podido hacerlo hasta el día de hoy y no se si hasta el domingo lo podré volver a hacer.
 Por ello os pido perdón, en la confianza de que se que me esperais pacientemente a través de mis publicaciones en este blog.
Gracias: Jose Luis
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La problemática del sufrimiento se presenta, a la luz del espiritismo, con una dimensión desconocida por la mayoría de las doctrinas filosóficas y religiosas, ampliando su área de estudio y discusión. 
Las religiones ortodoxas resolvieron la cuestión de la justicia divina a través de la aplicación de las penas y recompensas eternas. Establecieron el concepto de punición eterna, engendrando una forma de venganza celeste, en la cual el amor, la compasión, la benevolencia y la propia justicia quedan al margen, desconsiderados. 
Según ese criterio, el infractor pierde el derecho a la rehabilitació n: Aunque sea ignorante, psicópata o simplemente rebelde, al caer en el error es condenado sin remisión, en el caso de que muera en pecado.
Con la misma actitud, que en un momento es severa, y en otro, se torna ingenua, delante del temeroso que se arrepiente o del astuto que dice someterse al dogma o aceptar al Cristo como su salvador, liberándolo, con un pase de magia, de todo sufrimiento y brindándole la perpetua felicidad, que es reservada al justo, como si procedimientos dispares mereciesen la misma calificación y recompensa.

La culpa señala a la conciencia que se abre en llaga viva hasta la reparación del error, la recomposición del campo energético agredido. El arrepentimiento sincero o los propósitos honestos de rehabilitació n no bastan para conceder el reequilibrio en el psiquismo y en la emoción del delincuente.

Por eso, cuanto más esclarecido y lúcido es el infractor tanto mayor es el grado de su responsabilidad. El error retiene al autor en las propias mallas, que éste debe deshacer mediante la corrección de lo que fue practicado. Esa labor posibilita la dignificación, promoviendo al individuo. 

Ni el perdón que la víctima concede a su malhechor lo libera de la conciencia de culpa. Naturalmente, lo ayuda a sentirse mejor con él y con aquel a quien perjudicó, estimulándose, el mismo, para reparar el daño. Mediante la concesión del amor y no el odio en forma de respuesta se le torna más factible la victoria, la recuperación moral, liberándose así del sufrimiento. 

La ilusión de la posesión, la presencia de pasiones primitivas, el egoísmo, mantenidos en cuanto se está en el cuerpo, trasfieren las llagas que generan, para más allá de la sepultura. 
Desde que el hombre es espíritu y éste energía, sus heridas permanecen impregnadas, produciendo las úlceras alucinantes donde quiera que se encuentre: en el cuerpo o fuera de él. 

El desencarnado despierta más allá de las vibraciones moleculares del cuerpo con las mismas aptitudes, ansiedades, engaños, necesidades cultivadas, buenas o malas, volviendo a asumir la postura equivalente al grado de evolución en que se encuentren. 

Permanecen las sensaciones que le son predominantes en la individualidad, cuando es atrasado, sensual, amante de los placeres, vinculado a los pensamientos siniestros, licenciosos, egoístas, haciéndole padecer la misma densidad vibratoria que le era habitual durante la imposición orgánica. Se rematerializa y pasa a vivir como si estuviese encarcelado en el cuerpo somático sufriendo todos sus límites, coyunturas, condicionamiento, dolencias, desgastes ... La mente, esclava de las sensaciones, elabora formas ideoplásticas que lo aturden y hacen infeliz, provocándole un sufrimiento de difícil descripción. 

Intenta el contacto con los familiares y amigos que quedaron, y ellos no lo perciben, lo que le inflige dolores morales superlativos, llevándolo a la locura, a la agresividad, al desaliento. 
En algunos momentos se enfurece y se agota, entregándose a los paroxismos de la desesperación y se desmaya, para luego recomenzar, sin término, hasta cuando brilla en la conciencia entenebrecida el amor, que lo despierta para otro tipo de sufrimiento, el del remordimiento, del arrepentimiento que lo conduce al renacimiento, para la recuperación bajo los estigmas de la cruz que te trae grabada en la existencia. 
En cuanto no le llega ese socorro, se une a grupos de desesperados, construyendo regiones dantescas, donde se esconde y prosigue bajo el azote de las penas que el automatismo de las leyes de Dios, que en ellos mismos, como en todos nosotros están inscritas, imponen. 


El sufrimiento, en esas regiones, nace de los atentados perpetrados con la anuencia de la razón.
Nadie se evade de las consecuencias de sus actos, como ninguna planta produce un fruto diferente al de su propia estructura fatalista.
La conducta mental y moral cultivada durante la existencia corporal propicia resultados correspondientes, impregnando al ser con los hábitos que se trasforman en experiencias de liberación o retención, consonante con la cualidad de que están revestidos. 

La prolongación de la vida después de la muerte física se hace con las mismas características, resultando las fijaciones como futuros criterios de comportamiento. Como la mente viciada genera necesidades que no encuentran la correspondiente satisfacción, el sufrimiento es la presencia constante en aquellos que se engañaron o lograron perjudicar a los otros.
En otros casos, buscando huir de las enfermedades degeneradoras, otras personas recurren a la eutanasia, en la ingenua perspectiva del sueño eterno sin despertar, cuando todo habla de vida, de actividad, de progreso.

El letargo que buscan está poblado de pesadillas sombrías y presencias espirituales despiadadas, que les censuran con acritud el acto y los atormentan sin descanso.
En hipótesis alguna, la muerte hace cesar el sufrimiento, porque, al no anular la conciencia, le facilita el razonar y vivenciar la prosecución de las experiencias y como las percepciones pertenecen al espíritu., continúan siendo transformadas en los delicados engranajes de la energía en sensaciones y emociones. De allí la manifestación de sufrimiento corrigiendo los errores y conduciendo al infractor a la reparación.
Nadie piense en morir para libertarse, en caso de que no se libere antes del fenómeno de las alteraciones biológicas por el proceso de la muerte.

Sólo la conscientizació n, la verdadera individualizació n permite una vida saludable, en la tierra y fuera de ella, cuando ocurre el fenómeno de la muerte, en natural proceso final del ciclo biológico .
La conciencia que se presenta culpable genera mecanismos de reparación que se transforman en pesadillas de arrepentimiento innecesario, permaneciendo, de esta forma, como un látigo inclemente imponiéndole la punición.
El arrepentimiento debe constituirse en un despertar de la responsabilidad que invita a la reconstrucció n, a la renovación, a la acción reparadora sin aflicción ni desdicha. 
El sufrimiento en el más allá de la tumba, también asume condiciones chocantes, cuando el desencarnado, a través de la perturbación de después de la muerte entrega a ideoplastías de lo cotidiano, construyendo psíquicamente un clima y una realidad, en los cuales se envuelve, que le proporcionan la prosecución del estado orgánico con sus difíciles coyunturas, ahora en su situación diferente, prolongando la ilusión carnal con todos sus ingredientes perturbadores son el resultado del apego a la materia, de la que no se libertó realmente, a pesar del fenómeno biológico de la muerte. 
( Ver blog "inquietudes espiritas"    inquietudesespiritas.blogspot.com

Es indispensable la liberación de los condicionamientos materiales, disciplinando la mente y la voluntad, de modo de adaptarse de inmediato a la vida más allá de la vida. Sólo así el sufrimiento puede ser evitado, especialmente si la existencia corporal se caracterizó por las acciones ennoblecidas, alcanzando la finalidad primordial de la reencarnación, que es la búsqueda de la felicidad.
La educación moral y espiritual del ser es el instrumento seguro para libertarlo del sufrimiento en la Tierra, como en el más allá, posibilitándole la vida en abundante paz.


Espíritu Joanna de AngelisMédium Divaldo Pereira Franco
Libro:  "Plenitud"