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domingo, 14 de octubre de 2012

Las Vidas Sucesivas





León Denis

 

      Lo dijimos ya: con el fin de alumbrar su futuro, el hombre debe ante todo aprender a conocerse. Para marchar con paso seguro, hay que saber dónde se va. Es haciendo sus actos conformes a las leyes superiores que el hombre trabajará eficazmente en su mejoramiento, en el del medio social. Lo importante es discernir estas leyes, determinar los deberes que nos imponen, prever las consecuencias de nuestras acciones. El día en que sea conocido por la grandeza de su papel, el ser humano sabrá desprenderse mejor de lo que le aminora y le rebaja; sabrá gobernarse según la sabiduría, preparar por sus esfuerzos la unión fecunda de los hombres en una gran familia de hermanos.

          Pero todavía estamos lejos de este estado de cosas. Aunque la humanidad avanza en la vía del progreso, podemos decir sin embargo que la inmensa mayoría de sus miembros marcha a través de la vida como en medio de una noche oscura, ignorándose, no sabiendo nada del fin real de la existencia.

          Las tinieblas espesas ponen un velo a la razón humana. Los rayos de la verdad le llegan sólo pálidos, débiles, impotentes para alumbrar los caminos sinuosos que siguen las legiones innumerables en marcha, impotentes hacen resplandecer a sus ojos el fin ideal y lejano.

 Ignorando su destino, flotando sin cesar del perjuicio al error, el hombre maldice a veces la vida. Cediendo bajo su carga, responsabiliza a sus semejantes de la causa de las pruebas que aguanta y que engendra demasiado a menudo su imprevisión. Rebelado contra Dios, al que acusa de injusticia, incluso llega algunas veces, en su locura y su desesperación, a dejar el combate saludable, la lucha que sólo puede fortificar su alma, alumbrar su juicio, prepararlo para trabajos de un orden más elevado.

          ¿Por qué es él así? ¿Por qué el desciende débil y desarmado a la gran arena donde se libra, sin tregua, sin pausa, la eterna y gigantesca batalla? El caso es que este globo, la Tierra, es sólo un grado inferior en la escala de los mundos. Residen aquí sólo espíritus jóvenes, es decir almas nacidas hace poco a la razón. La materia reina soberana en nuestro mundo. Nos doblega a su yugo, limita nuestras facultades, frena nuestros avances hacia el bien, nuestras aspiraciones hacia el ideal.

       También, para discernir el por qué de la vida, para divisar la ley suprema que rige las almas y los mundos, hay que saber librarse de estas influencias pesadas, librarse de preocupaciones de orden material, de todas estas cosas pasajeras y cambiantes que atestan nuestro espíritu, oscureciendo nuestro juicio. Es elevándonos con el pensamiento por encima del horizonte de la vida, haciendo caso omiso del tiempo y del lugar, aislándolo en cierto modo por encima de los detalles de la existencia, que percibiremos la verdad, Por un esfuerzo de voluntad, abandonamos un instante la Tierra, subimos estas alturas imponentes. Desde su cumbre se desplegará para nosotros el panorama inmenso de las edades sin número y de los espacios ilimitados. Lo mismo que el soldado, perdido en la pelea, ve sólo confusión alrededor de él, mientras que el general, cuya mirada cubre todas las peripecias de la batalla, las calcula y prevé los resultados; Lo mismo que el viajero, extraviado en las dobleces del terreno puede, subiendo la montaña, verlos derretirse un plano grandioso; así el alma humana, de estas cimas donde planea, lejos de los ruidos de la tierra, lejos de las hondonadas oscuras, descubre la armonía universal. Lo que desde abajo le parecía contradictorio, inexplicable e injusto, visto de arriba, se enlaza, se alumbra; las sinuosidades del camino se enderezan; todo se une, se encadena; en el espíritu deslumbrado aparece el orden majestuoso que ajusta el curso de las existencias y la marcha de los universos.

          De estas alturas iluminadas, la vida no es ya a nuestros ojos, como es a los ojos de la muchedumbre, la persecución vana de satisfacciones efímeras, sino un medio de perfeccionamiento intelectual, de elevación moral; una escuela donde aprender la dulzura, la paciencia, el deber. Y esta vida, para ser eficaz, no puede estar aislada. Fuera de sus límites, antes del nacimiento y después de la muerte, vemos, en una especie de penumbra, desarrollarse multitud de existencias a través de las cuales, como premio del trabajo y del sufrimiento, conquistamos pieza por pieza, pedazo por pedazo, el poco saber y cualidades que poseemos; por ellas también conquistaremos lo nos falta: una razón perfecta, una ciencia sin huecos, un amor infinito para todo lo que vive.


La inmortalidad, semejante a una cadena sin fin, se celebra para cada uno de nosotros en la inmensidad de los tiempos. Cada existencia es un eslabón que se conecta hacia atrás y adelante con un eslabón distinto, con una vida diferente, pero solidaria con los demás. El obsequio es la consecuencia del pasado y la preparación del futuro. De grado en grado, el ser se eleva y crece. Artesano de sus propios destinos, el alma humana, libre y responsable, escoge su camino; y, si este camino es malo, las caídas que hará en él, las piedras y los espinos que la desgarrarán, tendrán por resultado desarrollar su experiencia y alumbrar su razón naciente.


"El porqué de la vida"
Leon Denis.

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Con el fin de alumbrar su futuro, el hombre debe ante todo aprender a conocerse. Para marchar con paso seguro, hay que saber dónde se va. Es haciendo sus actos conformes a las leyes superiores que el hombre trabajará eficazmente en su mejoramiento, en el del medio social.

"El porqué de la vida"
Leon Denis.




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