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miércoles, 7 de enero de 2015

¿ Igualdad entre el hombre y la mujer ?

             
                                     LOS ESPÍRITUS BUENOS

Los Espíritus buenos no adulan: cuando se hace el bien lo aprueban, pero siempre con reserva; los malos hacen elogios exagerados, estimulan el orgullo y la vanidad predicando la humildad, y procuran exaltar la importancia personal de aquellos cuya voluntad quieren captarse.

12.º Los Espíritus superiores no hacen caso de las puerilidades de la forma en todas las cosas. Sólo los Espíritus vulgares pueden dar importancia a los detalles mezquinos incompatibles con las ideas verdaderamente elevadas. Toda prescripción meticulosa es una señal cierta de inferioridad y superchería de parte de un Espíritu que toma un nombre imponente.

13.º Es preciso desconfiar de las palabras extravagantes y ridículas que toman ciertos Espíritus que quieren imponerse a la credulidad; y sería soberanamente absurdo el tomar estos nombres en serio.

14.º Igualmente es preciso desconfiar de los Espíritus que se presentan muy fácilmente bajo nombres extremadamente venerados y no aceptar sus palabras sino con la más grande reserva;en esto, sobre todo, se necesita una comprobación severa, porque a menudo es una máscara que se ponen para hacer creer sus
relaciones íntimas con Espíritus adelantados. Por este medio adulan la vanidad del médium y se aprovechan de ella para inducirle muchas veces a cosas extrañas o ridículas.

15.º Los Espíritus buenos son muy escrupulosos sobre las cosas que puedan aconsejar; en todo caso siempre tienen un objeto formal y eminentemente útil. Deben, pues, mirarse como sospechosas todas aquellas que no tuviesen este carácter o estuvieran condenadas por la razón, y reflexionar maduramente antes de emprenderlas, porque se expondría cualquiera a desagradables mixtificaciones.

16.º Se reconocen también los buenos Espíritus por su prudente reserva sobre todas las cosas que pueden comprometer; repugnan en descubrir el mal; los Espíritus ligeros o malévolos se complacen en aumentarlo. Mientras que los buenos procuran endulzar las contrariedades y predican la indulgencia, los malos las exageran y siembran la cizaña con insinuaciones pérfidas.

17.º Los Espíritus buenos prescriben sólo el bien. Toda máxima, todo consejo que no esté estrechamente conforme con la pura caridad evangélica, no puede ser la obra de Espíritus buenos.

18.º Los Espíritus buenos aconsejan siempre cosas perfectamente racionales; toda recomendación que se apartase de la línea recta del buen sentido o de las leyes inmutables de la naturaleza, indica un Espíritu limitado y por consiguiente poco digno de confianza.

EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS. ALLAN KARDEC.

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SUGESTIÓN, AUTOSUGESTIÓN Y FUERZA DEL PENSAMIENTO

                                                                        JEAN-LOUIS PETIT

¿Somos libres de nuestras decisiones? En teoría, sí. Los numerosos debates filosóficos planteados sobre el tema han expuesto las múltiples fuerzas y las coacciones que se ejercen sobre cada uno de nosotros. En su tiempo, El Libro de los Espíritus sacó a la luz las numerosas influencias ejercidas, sin que sepamos, además de las intervenciones de los vivos, por el mundo de los espíritus desencarnados que tratan de influenciarnos en nuestras decisiones, en bien o en mal, según su apego, o por el contrario, su aversión hacia nosotros.
Por eso, el espiritismo insiste siempre en el margen de libertad que nos queda: la de elegir entre todas estas influencias; la decisión final nos pertenecerá siempre.
Es así como por otra parte se explican las distintas elecciones de vida y los recorridos individuales que caracterizan nuestra propia palingenesia, es decir la marcha de nuestro ser hacia su eternidad con sus múltiples reencarnaciones.

En nuestro mundo, mucho depende de los fluidos, incluido el pensamiento. Cuando pensamos en alguien, esa onda mental se transmite y llega a su objetivo que la recibe en forma amistosa, anodina, a veces hostil o, muy a menudo, con deseo de acción, del tipo: “Sería bueno que pensaras en responderme”.
En un momento dado, hace falta que esta influencia externa, tan frecuente, se convierta en nuestra elección personal. Nuestro mundo, como el del más allá, nos ha enseñado que una idea, una elección debía volver a nuestro espíritu, insinuársenos sucesiva o suavemente para finalmente aparecérsenos más o menos pronto como nuestra. Se nos aparece entonces en toda su amplitud el inmenso campo de la sugestión. Émile Coué, que trabajó mucho sobre el tema, compara la imaginación humana con un torrente indomable, que arrastra innumerables elementos. En cambio, observa, nada se nos puede imponer si no hay una acción de apropiación de parte de nuestra voluntad, si no hay lo que él llama “digestión” de la idea. Puede haber rechazo o aceptación de la idea que se transforma por un proceso de “autosugestión”. Coué apoyó todo su método en la fuerza de la autosugestión a la cual nos propuso educar. El caballo fogoso puede aprender y entonces nos beneficiará plenamente con la fuerza de nuestra imaginación, al servicio de la transformación profunda, en un sentido positivo, de nuestro ser físico y moral. Coué probaría, en su rica práctica humana, que del mismo modo en que es posible dejarse deslizar hacia la enfermedad, en forma inversa, es completamente posible curarse por la “autosugestión consciente”.
A riesgo de pasar por loco, diré que, si numerosas personas están enfermas moral y físicamente, es porque se imaginan que están enfermas, ya sea en lo moral o en lo físico… pero si bien nuestro inconsciente es la fuente de muchos de nuestros males, puede traer también la curación de las enfermedades reales, tan grande es su acción sobre nuestro organismo”. La idea del inconsciente de  Coué no es en absoluto la misma de Freud.
No hay en él esa noción muy ambivalente de sexualidad, sino la de una fuerza oculta vinculada a la autosugestión, proceso que utilizamos constantemente sin saberlo, “como un bebé con un sonajero” (Émile Coué).
Estos descubrimientos aparentemente tan simples de la sugestión y la autosugestión abrirían numerosas perspectivas a las ciencias humanas. En adelante todas se apoyarían sobre estos dos temas que son la sugestión, acción externa, y la autosugestión, acto puramente personal.
En primer lugar, el descubrimiento del acto mental corriente que es la sugestión, trae agua al molino de los practicantes del magnetismo. Todos observan que unos individuos son más capaces que otros de influenciar a sus semejantes. Gran practicante del magnetismo, Paul-Clément Jagot insiste en la realidad de esta “imantación natural” entre los seres, que nos aconseja, no sólo admitir, sino también saber utilizar (ver su libro: Cómo desarrollar vuestro magnetismo personal).
Finalmente, desde que la medicina existe, ha aprendido la importancia de la sugestión por el terapeuta. Es por la vía del sueño que desde siempre los facultativos tratan de influenciar a sus pacientes, para sugerirles la curación. Muchos lugares de cuidados celtas (Stonehenge, Carnac), egipcios (pirámides), griegos y latinos (templos de Apolo, de Escolapio) procedían con todas las influencias del medio, de la religión y del conocimiento práctico de la autosugestión para curar a los enfermos durante el sueño. Con frecuencia, la curación era el resultado de un ensueño que hacía intervenir a la divinidad o a su representante. Las curas de atención se volvieron cada vez más organizadas, hasta llegar finalmente a la moderna hipnosis, completamente centrada en la sugestión.
Desde entonces se encuentra en todo el mundo la práctica del sueño hipnótico después de años injustificados de abandono. El pensamiento de Freud, que sin embargo se benefició de una importante formación en hipnosis, especialmente en Nancy, prefirió ocultar las posibilidades de la sugestión hipnótica, en pro de la larga y dolorosa cura psicoanalítica, so pretexto de que se permanecía consciente y no desarrollaba en forma exagerada la dependencia entre terapeuta y sanado.
También hay que decir que, si bien la hipnosis se conoce casi desde la antigüedad, no siempre se sabe completamente cómo explicarla. En cambio, cada vez se sabe mejor cómo producirla y utilizarla. A menudo la hipnosis es comparada con un sueño, una equivocación, según algunos. Se trata de un estado de conciencia modificada a sabiendas por el hipnotizador que, por diversos medios físicos y psicológicos, logra aislar al hipnotizado del mundo exterior, para reajustarlo en un estado de conciencia modificada, el trance hipnótico. Según el Dr. Léon Chertok, uno de los grandes creadores de la hipnosis moderna, este estado muy particular se relaciona con un estado intermedio entre vigilia y sueño, un estado en el que se sueña sabiendo que se sueña, un proceso en el cual el espíritu del hipnotizado baja las barreras internas entre consciente e inconsciente y se vuelve particularmente accesible a las sugestiones que le hace el hipnotizador. Entonces la cura hipnótica es redescubierta, pues permite actuar en forma rápida sobre el dolor (utilización cada vez más frecuente por los dentistas y los médicos en reemplazo de la anestesia), y facilitar modificaciones de comportamientos perjudiciales a la salud (tabaco, alcohol, pérdida de sueño, etc.). Se insiste mucho en el poder del hipnotizador que sería capaz de utilizar a su paciente como un juguete. Nunca se insistirá lo bastante en la necesaria conciencia del hipnotizado que no se abandonará sino en total confianza, y será capaz de despertar para rechazar toda sugestión manifiestamente contraria a su equilibrio personal. Las sugestiones no actúan sino porque el hipnotizado las escucha y las acepta. Sabe que le son útiles y de hecho participa en su autosugestión profunda. Un buen hipnotizador debe ser sólo un buen despertador de esa conciencia del espíritu, de la propia fuerza del pensamiento de su paciente. Es ella la que despierta “el pensamiento que cura”, caro al Dr. Vachet, moderno discípulo de Coué, y muchos otros, al servicio de un nuevo humanismo capaz de curar nuestro mundo de todos los males que todavía lo agobian.

LE JOURNAL SPIRITE

                                                                                
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¿SON IGUALES ANTE DIOS, EL HOMBRE Y LA MUJER?

¿Son iguales ante Dios, el hombre y la mujer, y tienen los mismos derechos?
Esa pregunta fue hecha, en el siglo diecinueve, por Allan Kardec a los Espíritus Superiores y la respuesta de ellos fue una contra pregunta:
“¿No les otorgó Dios la inteligencia del bien y del mal y la facultad de progresar a ambos?”
Los Bienhechores lanzaron, en pleno siglo diecinueve un reto para la sociedad de la época, que consideraba al hombre un ser superior a la mujer, a quien ella debía obediencia y respeto.
Es incontestable que hombres y mujeres tienen los mismos derechos, con variaciones apenas con referencia a las funciones que cabe a cada uno junto a la sociedad.
Sobre esa cuestión, Kardec preguntó a los Espíritus:
“¿Las funciones a las que la mujer es destinada por la naturaleza tendrán una importancia tan grande como las asignadas al hombre?”
La respuesta fue:
“Sí, incluso más. Es ella quien le da las primeras nociones de vida.”
En dicha aseveración de los Bienhechores, queda claro que la maternidad es una de las funciones que cabe a la mujer, bien como las primeras nociones de educación.
Víctor Hugo, poeta y romancista francés que vivió en el siglo diecinueve, escribió una bellísima página sobre el hombre y la mujer, que aquí reproducimos:
El hombre es la más elevada de las criaturas. La mujer es el más sublime de los ideales.
Dios hizo para el hombre un trono; para la mujer, un altar. El trono exalta; el altar santifica.
El hombre es el cerebro; la mujer el corazón. El cerebro produce luz; el corazón, amor. La luz fecunda; el amor resucita.
El hombre es el genio; la mujer el ángel. El genio es inmensurable; el ángel indefinible.
La aspiración del hombre es la suprema gloria; la aspiración de la mujer, la virtud extrema. La gloria traduce grandeza; la virtud traduce divinidad.
El hombre tiene supremacía; la mujer, la preferencia. La supremacía representa la fuerza; la preferencia el derecho.
El hombre es fuerte por la razón; la mujer es invencible por la lágrima. La razón convence; la lágrima conmueve.
El hombre es capaz de todos los heroísmos; la mujer, de todos los martirios. El heroísmo ennoblece; el martirio sublima.
El hombre es el código; la mujer, el evangelio. El código corrige, el evangelio perfecciona.
El hombre es un templo; la mujer un sagrario. Ante el templo, nos descubrimos; ante el sagrario, nos arrodillamos.
El hombre piensa; la mujer sueña. Pensar es tener cerebro; soñar es tener en la frente una aureola.
El hombre es un océano; la mujer, un lago. El océano tiene la perla que lo embellece, el lago tiene la poesía que lo deslumbra.
El hombre es el águila que vuela; la mujer, el ruiseñor que canta. Volar es dominar el espacio; cantar es conquistar el alma.
El hombre tiene un farol: la conciencia; la mujer tiene una estrella: la esperanza. El farol guía, la esperanza salva.
En fin, el hombre está colocado donde termina la tierra; la mujer, donde empieza el cielo.
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El hombre es como el pájaro, muchas veces obligado a enfrentar la tempestad, fuera del nido, para que el nido disfrute alegría y abundancia.
La mujer es el ángel de ese mismo nido en el que el hombre busca paz y reposo.
 Redacción del Momento Espírita con base en poema de Victor Hugo, obtenido del volumen 5 de la “Antologia del pensamiento

Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta

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