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jueves, 10 de marzo de 2016

¿Reencarnación o Resurección?



El bosque de Dodona y la estatua de Memnón


Para llegar al bosque de Dodona, pasemos por la rue Lamartine y detengámonos un instante en la casa del Sr. B…, donde hemos visto un mueble dócil presentarnos un nuevo problema de estática. En un número cualquiera, los asistentes se colocan alrededor de la mesa en cuestión y en un orden igualmente indistinto, ya que no hay allí ni números ni lugares cabalísticos; ellos tienen las manos apoyadas sobre el borde de la misma; ya sea mentalmente o en voz alta, hacen un llamado a los Espíritus que tienen la costumbre de aceptar su invitación. Nuestra opinión sobre ese género de Espíritus es conocida, por lo que los tratamos casi sin ceremonia.

Apenas cuatro o cinco minutos hubieron transcurrido cuando un ruido claro de toc, toc se hace escuchar en la mesa, lo suficientemente fuerte como para ser escuchado en la habitación vecina, y se repite durante todo el tiempo y con la frecuencia que se desee. La vibración se hace sentir en los dedos, y al poner el oído en la mesa se reconoce sin error que el ruido tiene su fuente en la propia substancia de la madera, porque toda la mesa vibra, desde sus patas hasta la superficie.

¿Cuál es la causa de este ruido? ¿Es la madera que cruje o es – como dicen – un Espíritu? Para comenzar, apartemos toda idea de superchería; estamos en la casa de gente demasiado seria y muy bien relacionada como para divertirse a costa de los que han consentido en invitar; además, esta casa no es de manera alguna privilegiada; los mismos hechos se producen en otras cien igualmente honorables. A la espera de la respuesta, permitid una pequeña digresión.

Un joven candidato a bachiller estaba en su cuarto, ocupado en repasar su examen de Retórica; llaman a la puerta. Pienso que admitiréis que puede distinguirse la naturaleza del ruido y sobre todo su repetición, si es causado por un crujido de la madera, por la agitación del viento o por cualquier otra causa fortuita, o si es alguien que golpea para entrar. En este último caso el ruido tiene un carácter intencional que es inconfundible; esto es lo que dice nuestro estudiante. Sin embargo, para no distraerse inútilmente, quiso asegurarse poniendo al visitante a prueba.

Si es alguien – dijo –, dad uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis golpes; golpead arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda; llevad el compás, tocad la llamada militar, etcétera, y a cada una de estas órdenes el ruido obedecía con la más perfecta puntualidad. Seguramente – pensó – no puede tratarse del crujido de la madera, ni del viento, ni tampoco de un gato, por más inteligentes que se lo suponga. He aquí un hecho; veamos a qué consecuencia nos conducirán los argumentos silogísticos. Entonces hizo el siguiente razonamiento: Escucho ruidos; por lo tanto, algo los produce. Este ruido obedece a mis órdenes; por lo tanto, la causa que lo produce me comprende. Ahora bien, lo que comprende tiene inteligencia; por lo tanto, la causa de ese ruido es inteligente. Si es inteligente, no es ni la madera ni el viento; por lo tanto, si no es ni la madera ni el viento, es alguien. Entonces fue a abrir la puerta.

Puede verse que no es necesario ser un doctor para sacar esta conclusión, y consideramos a nuestro aprendiz de bachiller lo suficientemente firme en sus principios como para obtener la siguiente: Supongamos que al abrir la puerta no encuentre a nadie y que el ruido continúe exactamente de la misma manera; él proseguirá su sorites: «Acabo de probar sin réplicas que el ruido es producido por un ser inteligente, ya que responde a mi pensamiento. Siempre escucho este ruido delante de mí y es cierto que no soy yo quien golpea; por lo tanto, es otro; ahora bien, a este otro yo no lo veo: por lo tanto, es invisible. Los seres corporales que pertenecen a la Humanidad son perfectamente visibles; ahora bien, el que golpea, siendo invisible, no es un ser humano corporal. Ahora bien, ya que llamamos Espíritus a los seres incorpóreos, el que golpea – no siendo un ser corporal – es, por lo tanto, un Espíritu.»

Consideramos rigurosamente lógicas las conclusiones de nuestro estudiante; sólo que lo que hemos dado como una suposición es una realidad, en lo que respecta a las experiencias que se hacían en la casa del Sr. B… Hemos de agregar que no había necesidad de la imposición de las manos y que todos los fenómenos se producían igualmente cuando la mesa estaba aislada de cualquier contacto. De este modo, según el deseo expresado, los golpes eran dados en la mesa, en la pared, en la puerta y en el lugar designado verbal o mentalmente; indicaban la hora y el número de las personas presentes; ejecutaban el toque de tambores, la llamada militar y el ritmo de un aria conocida; imitaban el trabajo del tonelero, el chirrido de una sierra, el eco, los fuegos graneados o de pelotones y muchos otros efectos demasiado extensos de describir. Se nos ha dicho haber escuchado en ciertos Círculos imitar el silbido del viento, el murmullo de las hojas, el fragor del trueno, el embate de las olas, lo que nada tiene de sorprendente.

La inteligencia de la causa se volvía patente cuando, por medio de esos mismos golpes, se obtenían respuestas categóricas a ciertas preguntas; ahora bien, es a esta causa inteligente que nosotros llamamos o, mejor dicho, que a sí misma se ha llamado Espíritu. Cuando este Espíritu quería hacer una comunicación más desarrollada, indicaba por un signo particular que quería escribir; entonces, el médium psicógrafo tomaba el lápiz y transmitía su pensamiento por escrito. Entre los asistentes – no hablamos de aquellos que estaban alrededor de la mesa, sino de todas las personas que llenaban el salón – había los incrédulos genuinos, los medio creyentes y los fervientes adeptos, mezcla poco favorable, como sabemos. A los primeros, los dejamos de buen grado, esperando que la luz se haga para ellos. Nosotros respetamos todas las creencias, incluso hasta la incredulidad que también es una especie de creencia, cuando a sí misma se respeta lo suficientemente como para no herir las opiniones contrarias. Por lo tanto, no hablaríamos de esto si no nos proporcionara una observación útil.

Su razonamiento, mucho menos prolijo que el de nuestro estudiante, se resume generalmente así: Yo no creo en los Espíritus; por lo tanto, no deben ser Espíritus. Ya que no son Espíritus, debe tratarse de una prestidigitación. Naturalmente, esta conclusión nos lleva a suponer que la mesa estaba trucada a la manera de Robert Houdin. Nuestra respuesta a esto es bien simple: en primer lugar, sería necesario que todas las mesas y todos los muebles estuviesen trucados, puesto que no los hay privilegiados; en segundo lugar, no conocemos ningún mecanismo lo suficientemente ingenioso para producir a voluntad todos los efectos que hemos descrito; en tercer lugar, sería necesario que el Sr. B… hubiese trucado las paredes y las puertas de su residencia, lo que es muy poco probable; finalmente, en cuarto lugar, sería necesario que se hubiera hecho trucar del mismo modo las mesas, las puertas y las paredes de todas las casas donde diariamente se producen fenómenos semejantes, lo que no es muy presumible, porque se conocería al hábil constructor de tantas maravillas.

Los medio creyentes admiten todos los fenómenos, pero están indecisos sobre la causa de los mismos. A éstos los remitimos a los argumentos de nuestro futuro bachiller. Los creyentes presentan tres matices bien característicos: los que sólo ven en esas experiencias una diversión y un pasatiempo, y cuya admiración se expresa en estas palabras u otras análogas: ¡Es asombroso! ¡Es singular! ¡Es muy divertido! Pero no van más allá de eso. Luego vienen las personas serias, instruidas y observadoras, a las cuales no se les escapa ningún detalle y para quienes las mínimas cosas son objeto de estudio. Y finalmente se encuentran los ultracreyentes – por así decirlo – o, mejor dicho, los creyentes ciegos, a los cuales se les puede reprochar un exceso de credulidad, cuya fe no lo suficientemente esclarecida les da una confianza tal en los Espíritus, que les adjudican todos los conocimientos y principalmente la presciencia. Además, es con la mejor fe del mundo que piden noticias de todos sus asuntos, sin pensar que por dos centavos habrían sabido lo mismo del primer echador de la buenaventura. Para ellos, la mesa parlante no es un objeto de estudio y de observación: es un oráculo. No tiene en su contra sino su forma trivial y sus usos demasiado vulgares; pero si la madera de la que está hecha, en lugar de ser
utilizada para las necesidades domésticas, estuviese de pie, tendríais un árbol parlante; si fuese tallada como estatua, tendríais un ídolo ante el cual los pueblos crédulos vendrían a postrarse.

Ahora crucemos los mares y veinticinco siglos, transportándonos al pie del monte Tomaros en el Epiro; allí encontraremos el bosque sagrado, cuyas encinas daban oráculos; añadid ahí el prestigio del culto y la pompa de las ceremonias religiosas, y fácilmente os explicaréis la veneración de un pueblo ignorante y crédulo que no podía ver la realidad a través de tantos medios de fascinación. La madera no es la única substancia que puede servir de vehículo a las manifestaciones de los Espíritus golpeadores. Nosotros las hemos visto producirse en la pared y, por consecuencia, en la piedra. Por lo tanto, tenemos también las piedras parlantes. Si estas piedras representasen un personaje sagrado, tendremos la estatua de Memnón, o la de Júpiter Ammón, dando oráculos como los árboles de Dodona.

Es cierto que la Historia no nos dice que esos oráculos eran dados por golpes, como lo vemos en nuestros días. En el bosque de Dodona, era por el silbido del viento a través de los árboles, por el murmullo de las hojas o el susurro de la fuente que brotaba al pie de la encina consagrada a Júpiter. Se dice que la estatua de Memnón emitía sonidos melodiosos con los primeros rayos de sol. Pero la Historia también nos dice – como tendremos ocasión de demostrarlo – que los Antiguos conocían perfectamente los fenómenos atribuidos a los Espíritus golpeadores. No hay ninguna duda de que éste es el principio de su creencia en la existencia de seres animados en los árboles, en las piedras, en las aguas, etc. Pero desde que este género de manifestaciones fue explotado, los golpes ya no eran más suficientes; los visitantes eran demasiado numerosos como para darles una sesión particular a cada uno; además, esto hubiera sido una cosa bastante sencilla: era necesario el prestigio, y desde el momento en que enriquecían el templo con sus ofrendas, era necesario retribuir su dinero convenientemente. Lo esencial era que el objeto fuese visto como sagrado y habitado por una divinidad; desde ese momento, se podía hacerle decir todo lo que se quisiera, sin tomar tantas precauciones.

Los sacerdotes de Memnón usaban – dicen – la superchería; la estatua era hueca, y los sonidos que emitía eran producidos por algún medio acústico. Esto es posible y hasta probable. Los Espíritus – incluso los simples golpeadores, que en general son menos escrupulosos que los otros – no están siempre a la disposición del primero que llegue, como ya lo hemos dicho; tienen su voluntad, sus ocupaciones, sus susceptibilidades y ni a unos ni a otros les gusta ser explotados por la codicia. ¡Qué descrédito para los sacerdotes si no hubieran podido hacer hablar a su ídolo en esa ocasión! Era preciso suplir su silencio y, en caso de necesidad, ayudarlo; además, era mucho más cómodo no tener tanto trabajo, al poder formular la respuesta según las circunstancias. Lo que vemos en nuestros días no prueba menos que las creencias antiguas tenían como principio el conocimiento de las manifestaciones espíritas, y es con razón que hemos dicho que el Espiritismo moderno es el despertar de la Antigüedad, pero de la Antigüedad esclarecida por las luces de la civilización y de la realidad.


Allan Kardec
Extraído de la “Revista Espirita 1858″


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     ESPÍRITU PROTECTOR O GUÍA.

504 – ¿Podemos saber siempre el nombre de nuestro Espíritu protector o ángel guardián?
– ¿Por qué razón queréis saber nombres que no existen para vosotros? ¿Creéis que no existen entre los Espíritus más que los que vosotros conocéis?
– ¿De qué forma lo invocaremos si no lo conocemos?
– Dadle el nombre que queráis, el de un Espíritu superior a quien tengáis simpatía y veneración. Vuestro Espíritu protector vendrá a ese llamado, porque todos los Espíritus buenos son hermanos y se asisten entre sí.
505 – Los Espíritus protectores que toman nombres conocidos,¿son siempre realmente los de las personas que tenían aquellos nombres?
– No, pero de Espíritus que le son simpáticos y que vienen a menudo por orden suya. Necesitáis nombres y entonces toman uno que os inspire confianza. Cuando vosotros no podéis cumplir personalmente una misión, enviáis un comisionado que haga vuestras veces.
506 – Cuándo estemos en la vida espírita, ¿reconoceremos a nuestro Espíritu protector?
– Sí, porque, con frecuencia, le conocíais antes de encarnaros.
507 – ¿Todos los Espíritus protectores pertenecen a la clase de los Espíritus superiores? ¿Pueden encontrarse entre los grados intermediarios? Un padre, por ejemplo, ¿puede llegar a ser el Espíritu protector de su hijo?
– Puede serlo, pero la protección supone un cierto grado de elevación y además un poder y una virtud concedida por Dios. El padre que protege a su hijo puede a su vez estar asistido por un Espíritu más elevado.
508 – Los Espíritus que han dejado la Tierra en buenas condiciones, ¿pueden siempre proteger a los que aman y les sobreviven?
– Su poder es más o menos restringido y la posición en que se encuentran no les deja siempre toda la libertad de actuar.
509 – Los hombres en estado salvaje o de inferioridad moral, ¿tienen, igualmente sus Espíritus protectores y en este caso son de orden tan elevado como los de los hombres muy adelantados?
– Cada hombre tiene un Espíritu que vela por él, pero las misiones son relativas a su objetivo. No confiáis un niño que aprende a leer a un profesor de filosofía. El progreso del Espíritu familiar corresponde al del Espíritu protegido. Teniendo un Espíritu protector que os vigila, podéis a vuestra vez llegar a ser el protector de un Espíritu que os es inferior, y los progresos que le ayudéis a realizar contribuirán a vuestro adelanto. Dios no pide al Espíritu más de lo que le permiten su naturaleza y el grado a que ha llegado.
510 – Cuándo el padre que vela por su hijo se reencarna, ¿continúa velando por él?
– Eso es más difícil, pero invita, en un momento de desprendimiento a un Espíritu simpático para que lo asista en esa misión. Por otra parte los Espíritus no aceptan más misiones que las que pueden cumplir hasta el fin.
El Espíritu encarnado, sobre todo en los mundos en que es material la existencia, está demasiado ligado a su cuerpo para poderse consagrar del todo, es decir, asistirle personalmente. Por esto los que no son bastante elevados están asistidos a su vez por Espíritus que le son superiores, de modo que, si uno falta por una causa cualquiera, es suplido por otro.
511 – Además del Espíritu protector, ¿está unido un Espíritu malo a cada individuo para impelerle al mal y proporcionarle ocasión de luchar entre el bien y el mal?
– Unido no es la palabra. Es cierto que los Espíritus malos procuran desviar del buen camino cuando encuentran la oportunidad,pero cuando uno de ellos se vincula a un individuo, lo hace por sí mismo, puesto que espera ser escuchado. Entonces se traba una lucha entre el bueno y el malo, y vence aquél a quien el hombre deja que le domine.
512 – ¿Podemos tener varios Espíritus protectores?
– Cada hombre tiene siempre Espíritus simpáticos, más o menos elevados que le aprecian y se interesan por él, como también los hay que le asisten en el mal.
513 – ¿Los Espíritus simpáticos actúan en virtud de una misión?
– A veces pueden tener una misión temporal; pero lo más frecuente es que son solicitados por la semejanza de pensamientos y de sentimientos, tanto en el bien, como en el mal.
– ¿Parece resultar de esto que los Espíritus simpáticos pueden ser buenos o malos?
– Sí; el hombre encuentra siempre Espíritus que simpatizan con él, cualquiera que sea su carácter.
514 – ¿Los Espíritus familiares son los mismos Espíritus simpáticos o Espíritus protectores?
– Existen diferencias en la protección y en la simpatía. Dadles el nombre que queráis. El Espíritu familiar corresponde más bien al amigo del hogar.

De las explicaciones anteriores y de las observaciones hechas sobre la
naturaleza de los Espíritus que se unen al hombre, puede deducirse lo siguiente:
El Espíritu protector, ángel guardián o genio bueno es el que tiene la misión de seguir al hombre durante la vida y ayudarle a progresar. Siempre es de naturaleza relativamente superior a la del protegido.
Los Espíritus familiares se unen a ciertas personas por lazos más o menos
duraderos con objeto de serles útiles dentro de los límites de su poder, con
frecuencia bastante limitado. Son buenos, pero a veces poco adelantados y hasta un poco ligeros. Se ocupan gustosos de los pormenores de la vida íntima y sólo actúan por orden o con permiso de los Espíritus protectores.
Los Espíritus simpáticos son los que se sienten atraídos hacia nosotros por afectos particulares y una cierta semejanza de gustos y de sentimientos, así en el bien como en el mal. La duración de sus relaciones está siempre subordinada a las circunstancias.
El mal genio es un Espíritu imperfecto o perverso que se une al hombre para desviarlo del bien: pero obra por su propia iniciativa y no en virtud de una
misión. Su tenacidad está en razón del acceso más o menos fácil que halla. El
hombre es libre siempre de escuchar su voz o de rechazarla.

515 – ¿Qué pensar de esas personas que parecen unirse a ciertos individuos para arrastrarlos fatalmente a la perdición, o para guiarlos por el buen camino?
– Ciertas personas ejercen, en efecto, sobre otras, una especie de fascinación que parece irresistible. Cuando esto se verifica por el mal, es que los Espíritus malos se sirven de otros Espíritus malos para subyugar mejor. Dios lo permite para probaros.
516 – Nuestro buen y mal genio, ¿podrían encarnarse para acompañarnos durante la vida de una manera más directa?
– Eso ocurre algunas veces. Pero, con frecuencia, también encargan esa misión a otros Espíritus encarnados que le son simpáticos.
517 – ¿Hay Espíritus que se unen a toda una familia para protegerla?
– Ciertos Espíritus se unen a los miembros de un misma familia que viven juntos y unidos por el afecto; pero no creáis en Espíritus protectores del orgullo de raza.
518 – Siendo atraídos los Espíritus por sus simpatías hacia los hombres, ¿lo son igualmente hacia las reuniones de individuos debido a causas particulares?
– Los Espíritus acuden con preferencia a donde están sus semejantes, pues allí están más a sus anchas y más seguros de ser escuchados. El hombre atrae a los Espíritus en razón de sus tendencias, ya esté sólo, ya forme un estado colectivo, como una sociedad, una ciudad o un pueblo. Hay, pues, sociedades, ciudades y pueblos que están asistidos por Espíritus más o menos elevados según el carácter y las pasiones que predominan en ellos. Los Espíritus imperfectos se alejan de los que los rechazan. El resultado de eso es
que el perfeccionamiento moral de las colectividades, como el de los individuos, tiende a descartar a los Espíritus malos y a atraer a los buenos, que excitan y mantienen el sentimiento del bien de las masas, como pueden otros atizar las malas pasiones.
519 – Las aglomeraciones de individuos, como las sociedades, ciudades y naciones, ¿tienen sus Espíritus protectores especiales?
– Sí; porque esas reuniones son individualidades colectivas que marchan con un objetivo común y que tienen necesidad de una dirección superior.
520 – Los Espíritus protectores de las masas, ¿son de naturaleza más elevada que los que se unen a los individuos?
– Todo es relativo al grado de adelanto de las masas como al de los individuos.
521 – ¿Pueden ciertos Espíritus cooperar al progreso de las artes, protegiendo a los que las cultivan?
– Hay Espíritus protectores especiales y que asisten a los que invocan, cuando los consideran dignos; pero, ¿qué queréis que hagan por los que se creen ser lo que no son? No hacen que los ciegos vean ni que oigan los sordos.

Los antiguos hicieron divinidades especiales; las Musas no eran otra cosa
que la personificación alegórica de los Espíritus protectores de las ciencias y las
artes, como designaron bajo el nombre de lares y penates a los Espíritus protectores
de la familia. Entre los modernos, las artes, las diferentes industrias, las ciudades, los continentes, tienen también sus patronos protectores, que no son otros que los Espíritus superiores, pero bajo otros nombres.
Teniendo cada hombre sus Espíritus simpáticos, resulta que en las colectividades, la generalidad de los Espíritus simpáticos está en relación con la generalidad de los individuos; que los Espíritus extraños son atraídos por la identidad de gustos y pensamientos, en una palabra, que esas reuniones, lo mismo que los individuos, están mejor o peor rodeadas, asistidas e influidas según la naturaleza de pensamientos de la multitud. Entre los pueblos, las causas de atracción de los Espíritus son las costumbres, los hábitos, el carácter dominante y sobre todo las leyes, porque el carácter de una nación se refleja en sus leyes.
Los hombres que hacen reinar la justicia entre sí, combaten la influencia de los
malos Espíritus. En todas partes donde las leyes consagran las cosas injustas,
contrarias a la Humanidad, los buenos Espíritus están en minoría y la masa de
los malos que allí afluyen entretienen a la nación en sus ideas y paraliza las
buenas influencias parciales que se pierden entre la multitud, como una espiga
aislada en medio de las ortigas. Estudiando las costumbres de los pueblos o de
toda reunión de hombres, es fácil hacerse una idea de la población oculta que se inmiscuye en sus pensamientos y en sus acciones.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC.
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¿Reencarnación o Resurección?

     Este dilema ha sido un escollo insalvable entre diferentes religiones que por él se han dado la espalda mutuamente, sin embargo, nosotros solo vamos a hacer un somero análisis de los mismos para ver si vislumbramos la verdad de esta cuestión, que es lo que de verdad nos importa.
   La Reencarnación es un fenómeno natural y cotidiano tanto como lo es también el fenómeno contrario: La desencarnación,.
    La reencarnación es  consecuente con la Ley de Evolución, por la cual los seres espirituales regresamos repetidas veces a la vida física, en nuevos cuerpos físicos y  bajo nuevas personalidades humanas, a fin de adquirir las necesarias experiencias que nos  permitan evolucionar en nuestra parte espiritual.
           La Resurección, en lo que se refiere al cuerpo físico, es una  antigua  idea judeo-cristiana  procedente   del primitivo pueblo  hebreo, que a la idea que hoy llamamos  reencarnación le llamaban ellos resurrección, como vuelta a la vida física de nuevo. Pero esto se tergiversó y se tradujo como la vuelta a este mundo, pero con el mismo cuerpo que ya se tuvo y que murió; por tanto, para regresar a este mundo con el mismo cuerpo tendría necesariamente  que resucitar antes volviendo a la vida en los despojos que formaron su cuerpo que tuvo antes de la muerte del mismo. Evidentemente, hay que señalar que  el concepto de la resurección, tal como lo admite y enseñan las religiones cristianas, solamente supone  un mito  religioso y un disparate desde cualquier punto de vista,  porque  no puede existir como tal,  ya que una vez que se  consuma la muerte de la persona, y se cortan los lazos energéticos que  mantenían unido al Espíritu  con su  cuerpo, el Ser se encuentra libre en un espacio no físico, y el cuerpo carnal abandonado comienza inmediatamente el natural proceso de disgregación celular y de descomposición, con la reintegración de sus elementos a la tierra, de donde una vez salieron, porque ya no hay en el cadáver ningún  elemento de cohesión celular  porque ya no hay ninguna energía vital;  por lo tanto el fenómeno de la muerte cuando es  real, una vez completado es absolutamente irreversible; de modo que así regresan  los elementos que  lo integraban, a la Naturaleza, pudiendo después pasar a formar parte con  los elementos minerales que lo componen, de otros cuerpos vegetales, animales o humanos.
         La  resurrección del cuerpo físico como tesis, plantea muchos problemas insolubles desde la razón y desde la lógica, por ejemplo, Cuando muere un niño pequeño, ¿Qué méritos o deméritos podría tener para un premio o un castigo eternos? Estos son algunos de los enigmas sin respuesta bajo la admisión del concepto resureccionista.
   Sin embargo  si con la  palabra  resurección   nos referimos  a que el Ser espiritual   tras la muerte del cuerpo resucita o despierta en el plano de existencia espiritual  que llamamos “más allá”, va recobrando poco a poco sus  normales facultades como Espíritu libre y   después tendrá que regresar  al mundo terrenal de nuevo para seguir experimentando , aprendiendo y evolucionando en otra nueva experiencia  humana.  Entonces el vocablo “Resurección”  adquiere otro sentido muy distinto al del concepto que se le ha atribuido.
  Además,  la acepción normal que se le atribuye, de “resurrección de la carne”,  o sea de la misma carne, resulta  totalmente absurdo ante la razón y  ante la ciencia, además de que  ante un elemental sentido de la Justicia Divina ,sería aberrante  la existencia de la  resurección de los cadáveres, si existiese,  tal  y como se entiende.
    En el ejemplo expuesto de la muerte de ese niño pepqueño, sin embargo, también adquiere mayor sentido esa muerte prematura si consideramos que ha podido ser como prueba o castigo a sus padres, o bien porque el poco tiempo que ha vivido en esa vida es el tiempo que le faltó en otra anterior en la que murió prematuramente, tal vez por   su decisión o irresponsabilidad.

“Jesús a Nicodemo: “ Os es necesario nacer de nuevo”
 -    Evangelio Juan 3-7   -

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 DESENCARNACIÓN -
 Pérdida de Personas Amadas

¿La pérdida de los entes que nos son queridos, no constituye para nosotros legítima causa de dolor, tanta más legítima cuando es irreparable e independiente de nuestra voluntad?

'Esa causa de dolor, alcanza tanto al rico como al pobre: representa una prueba, o una expiación y la ley es común. Tenéis, empero, un consuelo al poder comunicaros con vuestros amigos por los medios que están a vuestro alcance, en cuanto no disponéis de otros más directos y más accesibles a vuestros sentidos.

Libro de los Espíritus., Preg. 934



Si observamos la vida bajo el punto de vista espiritual, se hace necesaria una revisión en torno de muchos conceptos que se arraigan en la mente humana, que no poseen la legitimidad que se les atribuye.

De entre otros, el que corresponde a la desencarnación de los seres amados, le cabe al Espiritismo el noble menester de demostrar que la verdadera pérdida se produce cuando el ser se extravía de la recta senda del deber, resbalando insólitamente en la licenciosidad, en el crimen o en la alucinación de cualquier tipo que se presente.

Cuando sucede la transferencia del ser querido de una a otra esfera de la vida - prosigue, no obstante, viviendo en plena acción y en un campo más amplio -, y estos no es "lo peor que podría acontecer.

Sin duda, ocurren en el cuerpo, desdichados acontecimientos mucho más graves y dañinos que la muerte.

Infelicidad constituye un acto disipador que genera desgracias ajenas, aún cuando aquel que lo promueve es elevado a la posición engañosa de la relevancia social o económica. Día llega en que la conciencia que se entorpeció sacude su letargo y despierta bajo los aguijones dolorosos, sintiéndose infeliz por haber burlado los códigos de la soberana justicia de Dios.

Toda actitud que perturba al prójimo, denigra vidas, envenena existencias, es, sin duda, de las peores cosas que le pueden suceder a un espíritu encarnado en tránsito hacia su propia liberación.

La enfermedad prolongada, para un temperamento irascible - verdadera bendición que la vida proporciona al condenado y rebelde - puede convertirse a causa de una rebeldía sistemática o por la forma de huir de la resistencia moral, en desdicha espiritual, ante la ingestión de los líquidos tóxicos de la exasperación, de la impaciencia y de la rebeldía que consumen a aquellos que las cobijan por imprudencia o por amor propio herido.

En ese campo, aparecen las parálisis que constriñen, la ceguera, la mudez, la sordera, los problemas gástricos, cardíacos, de las vías respiratorias, los procesos de perturbación renal, los reumatismos y artritismos en los cuales el paciente orgánico disfruta de lucidez mental, revolcándose en las blasfemias sin palabras, entregado a silenciosas amarguras o dañinos desgastes nerviosos por considerar injusto su padecer, rebelándose ante la cura que parece demorar o que tal vez no llegue.

También son, acontecimientos peores, las costumbres que se convierten en vicios sociales y que se imponen sustentados por la delincuencia de los que los utilizan, tales como el alcoholismo, la toxicomanía y la perversión sexual a la que se arrojan millones de individuos en enloquecida carrera hacia el homicidio, y luego, hacia el nefasto suicidio, siempre que la locura no los sorprenda antes, en una total disgregación de la personalidad enferma.

La muerte sólo constituye desdicha, cuando es autopromovida, incidiendo en el injustificable suicidio.

* * *

No se perdió el afecto de quien retornó a la vida espiritual.

No fue su transferencia de domicilio una penuria real.

Anterior al cuerpo actual, el espíritu ha vivido bajo las condiciones resultantes de las experiencias anteriores en las cuales atravesó los milenios, atesorando valores que son indispensables para la evolución.

La paternal misericordia y paciencia divina lo asisten desde hace millares de siglos en las múltiples transformaciones por las que viene pasando hasta hoy, ofreciéndole siempre las mejores oportunidades con las que torna el futuro superior al pasado.

De la misma forma, sobrevive al desgaste orgánico de ahora, recomenzando la adquisición de los bienes inmortales que a todos nos embellecen la personalidad, caracterizando a cada uno en la faja evolutiva en la que se encuentra aprendiendo.

Vinculados por los fuertes lazos de la afectividad resultante de la familia espiritual en la cual transitan, esos Espíritus progresan fieles a sus amores, manteniendo los lazos de cariño y el sostén necesario, con el cual, se encaminará hacia adelante y hacia la felicidad.

La muerte es una ligera interrupción de los implementos físicos, que dificulta un mayor contacto material entre aquel que se liberta y quien permanece en la red orgánica. Además, morir no siempre significa libertad. . . Libérase de las presiones del mundo físico, quien se ejercita en la abnegación y en el renunciamiento, viviendo en un clima de menor fijación y dependencia de las pasiones inferiores y de las bajas necesidades.

Sin embargo, aún cuando ocurre la separación de los vínculos que unen el espíritu al cuerpo, el desencarnado se enfrenta con otros medios de intercambio, de los que se vale la manutención de la correspondencia con los transeúntes de la retaguardia.

Cuando duermen, los seres nostálgicos, profundamente ligados a los amores libres, son conducidos por el parcial desprendimiento, a reencuentros dichosos de los que se dan cuenta a veces, por el mensaje de los sueños o porque retornan vitalizados, iluminados, poseyendo una nostalgia diferente, de aquella profunda ausencia que los mortificaba cuando recordaban.

Otras veces, surge con el convivir mental, a través del intercambio intuitivo con el cual procuran disminuir el dolor del sufrimiento de quien prosigue en el cuerpo, inspirando y monologando por los hilos invisibles pero poderosos del pensamiento, y obteniendo, casi siempre, un diálogo reconfortante y bendito.

Surgen ocasiones en las que intervienen en acontecimientos y sucesos que corresponden a los familiares, modificando los paisajes sombríos, alterando hechos y ofreciendo valiosas contribuciones de gratitud en testimonio de imperecedera dedicación.

Finalmente, se valen de los nobles mecanismos de la mediumnidad, en sus complejas facetas, hablando o escribiendo, materializando o apareciendo a la visión psíquica en un
distender de manos amigas y corazones afectuosos, sustentando el amor y bendiciendo la oportunidad.

Traen las noticias de las regiones felices donde se encuentran, entretejiendo esperanzas y consuelos con lo que iluminan con luz inmortalista los escondrijos torpes de la angustia, que cede su lugar a la alegría incontenida y al amor agradecido hacia el Supremo Padre.

Se refieren a los lugares en los que se purificaron o se purifican los incautos, advirtiendo y enseñando a los que no se dan cuenta de esa realidad, a fin de hacerlos cambiar de comportamiento, evitándoles de esa forma que caigan en los reductos de reparación a los que se arrojarían si no recibieran la luminosa orientación.

Los diálogos dichosos con los Espíritus amados, que se puedan disfrutar gracias a la mediumnidad sublimada por el ejercicio del bien del que nos da cuenta el Espiritismo, constituyen la sublime concesión que se revela al hombre, la más perfecta emulación para que éste triunfe sobre sí mismo, superando pasiones y problemas, caminando en actitud humilde y estoica hacia la Vida.

Mediante ese connubio superior - la convivencia entre el desencarnado y el encarnado, en el sagrado momento del intercambio mediúmnico -, se puede aquilatar y anticipar los júbilos y la felicidad que se obtendrá en el reencuentro después de la victoria de la vida sobre la muerte, de la liberación de los cuerpos, en una reunión de la que todos gozarán más tarde, después de vencida la sombra, el dolor, la incertidumbre...

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Cuando un ser querido se traslada de una hacia otra vibración, no es pérdida, sino ganancia.

De manera alguna, la desencarnación representa una cosa peor, sino una bienaventurada liberación en una alborada de luz total y de felicidad real hasta tanto llegue el instante del restablecimiento de la convivencia, momentáneamente interrumpida. Y esto, por más que parezca demorarse, sucederá, posibilitando, en una consideración retrospectiva, apreciar que ese grande y largo período de ausencia, no ha sido nada más que un minuto, un lapso de tiempo que está entonces ampliamente recompensado por la dicha de la perfecta comunión llevada a cabo en un clima inefable de ventura integral.

- Juan Carlos Mariani -

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