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jueves, 23 de junio de 2011

FRANCISCO CANDIDO XAVIER (3)


Chico Xavier




Divaldo
 Cada vez que lo busqué, desde aquel lejano día, su bondad, hecha de cariño y de confianza, me ofreció ayuda generosa y cordial, auxiliándome por la senda de espinas. En su ejemplo absorbí las más bellas lecciones que enriquecen mi actual existencia.

Acompañando su trayectoria de luz en estos pasados cincuenta y cuatro años de relación fraternal, solamente poseo motivos para bendecirlo y homenajearlo. Siempre lo vi como maestro y sabio, aunque usted se rehusase a cualquiera de esas posiciones. Haciéndose humilde y discreto, se tornó grandioso e invencible. Sin presunción de ser guía y orientador de las almas, se transformó incontestablemente en el más ejemplar líder del Movimiento Espirita que existió después del maestro de Lyón, consiguiendo dirimir equívocos y esclarecer dudas con elocuente sabiduría y extraordinaria gentileza que, al contrario de separar a los litigantes, los tornara hermanos.

Su abnegación en el ejercicio de la Mediumnidad, que jamás mercadeó bajo cualquier pretexto que fuese, se convirtió en el patrón seguro para el comportamiento moral de todos cuantos se aficionan al intercambio espiritual.

Su elevada condición de misionero singular me deslumbra y me conmueve. En razón de todo eso, por más que busque palabras para expresarle mis sentimientos de amor, gratitud y ternura, percibo que no las tengo exactas, y solamente un gran silencio, hecho de respeto y consideración profunda, es que podría expresar lo que no consigo traducir.

De esta forma, querido Chico Xavier, donde quiera que usted se encuentre ahora, en los páramos siderales, en una de esas regiones felices de la Espiritualidad, le suplico que interceda junto a Jesús por nosotros, sus hermanos menores y menos dichosos de la retaguardia, que proseguimos en la lucha áspera del mundo en sombras de este momento.

Jamás lo olvidaremos, y su ejemplo quedará como un divisor de aguas en nuestro Movimiento, que tanto le debe, señalando el antes y el después de usted, de su vida extraordinaria, de sus sacrificios singulares, de sus incomparables sentimientos de nobleza.

¡Dios lo bendiga!.                                    
                                                                                                     
Divaldo Pereira Franco.