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lunes, 11 de abril de 2011

Infancia espiritual




Es muy famoso el pasaje evangélico en
 el cual Jesús afirma: Dejad que vengan a 
mí los niños.

El Maestro divino aprovechaba los
 menores hechos de la vida para 
suministrar sublimes lecciones.

La primera idea que se extrae del pasaje 
se refiere a la  imagen de pureza que los
 niños presentan.

Siendo todos ellos Espíritus que ya encarnaron numerosas veces, algunos 
son más bondadosos y puros que otros.

Pero la candidez es inherente a la infancia, a fin de inspirar en los adultos
 los cuidados necesarios a la atención de su fragilidad.

Justamente de ese aspecto de la fragilidad surge una importante lección de
las palabras de Jesús.

Los niños necesitan de orientación y cuidados.

Ellos son frágiles e impresionables.

    Quien convive con niños necesita de una cierta dosis de abnegación, a 
fin de gastar el tiempo necesario enseñándoles y amparándoles en sus
 dificultades.

Ocurre que la fragilidad material que caracteriza la infancia es bastante breve.

Hay otro género de fragilidad mucho más duradera y penosa.

Se trata de la infancia espiritual de las criaturas.

Los Espíritus que habitan el planeta Tierra no se encuentran todos en el
mismo nivel evolutivo.

Muchos de ellos ya comprenden sus deberes esenciales en la fase de la vida.

Saben que es imposible construir la propia felicidad sobre la desgracia ajena.

Entienden que no hay felicidad sin paz y ni paz sin conciencia.

Así, jamás se permiten hacer el mal al prójimo.

Quien ya interiorizó el respeto a la ley divina alcanzó la madurez espiritual.

Mientras tanto, una parcela muy sustancial de los Espíritus vinculados a la
Tierra permanece infantil, bajo ese aspecto.

Ellos presentan en el mundo, muchas veces, una imagen odiosa.

No importa la posición social que ocupen, su fragilidad moral siempre se
evidencia.

Donde quiera que estén, buscan llevar ventaja, a costa de los otros.

Si son poderosos y sofisticados, se envuelven en vergonzosos negocios.

Si son pobres, también hieren al prójimo, aunque en menor grado.

    Aunque susciten mucha antipatía, en verdad son lamentables, en su
inconsistente moral.

Sus actos apartados de la ética les preparan días de dolor y decepción.

Al final, la Ley Divina es perfecta y nadie jamás la consigue burlar.

*  *  *

   Al respecto de esos hermanos infantiles, conviene reflexionar sobre el
 mensaje de Jesús.

No es digno del cristiano el deseo de exterminar a quien sigue por detrás.

Todos somos ovejas del rebaño del Cristo y ninguno de nosotros se perderá.

Es preciso corregir a esos hermanos y detener sus actos, inclusive para que
 no se degraden en sus desatinos.

Pero nunca debemos odiarlos o abandonarlos.

Aun más que los niños, ellos necesitan de orientación.

Piense en eso.
 Redacción de MomentoEspírita-
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