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martes, 9 de junio de 2015

Perturbaciones mentales y psíquicas


   
Perdón y olvido de las ofensas 


¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano? Le perdonarás no siete veces, sino setenta veces siete veces. Aquí tenéis una máxima de Jesús que debe llamar vuestra atención, y hablar muy alto a vuestro corazón. Fijáos en esas palabras de misericordia de la oración tan sencilla, tan reasumida y tan grande en sus aspiraciones que Jesús da a sus discípulos, encontraréis siempre el mismo pensamiento. Jesús, el justo por excelencia, responde a Pedro: Tú perdonarás, pero sin límites; tú perdonarás siempre que ofensa te sea hecha; tú enseñarás a tus hermanos ese olvido de sí mismo que le hace invulnerable contra el ataque, los malos procederes y las injurias; tú serás benigno y humilde de corazón no midiendo nunca tu mansedumbre; tu harás, en fin, lo que desees que el Padre celeste haga por tí; ¿no tiene El que perdonarte muy a menudo, y cuenta, acaso, el número de veces que su perdón desciende a borrar tus faltas? 

Escuchad, pues, esa respuesta de Jesús y, como Pedro, aplicáosla; perdonad, sed indulgentes, caritativos, generosos y hasta pródigos de vuestro amor. Dad, porque el Señor os dará; perdonad, porque el Señor os perdonará; bajáos, porque el Señor os levantará; humilláos, porque el Señor os hará sentar a su derecha. Id, amigos míos, estudiad y comentad estas palabras que os dirijo de parte de Aquél que desde lo alto de los esplendores celestes, tiene siempre la vista dirigida hacia vosotros, y continúa con amor la tarea ingrata que empezó hace dieciocho siglos. 

Perdonad, pues, a vuestros hermanos, como tenéis necesidad de que os perdonen a vosotros mismos. Si sus actos os han perjudicado personalmente, mayor motivo tenéis para ser indulgentes, porque el mérito del perdón es proporcionado a la gravedad del mal, y no habría ninguno en perdonar los daños de vuestros hermanos si sólo os hubiesen hecho pequeñas heridas. 

Espiritistas, no olvidéis nunca que tanto en palabras como en acciones, el perdón de las injurias no debe ser una palabra vana. Si os llamáis espiritistas, sedlo pues; olvidad el mal que os han podido hacer y no penséis sino en una cosa: el bien que podáis hacer. 

El que ha entrado en este camino, no debe separarse de él ni con el pensamiento, porque sois responsables de vuestros pensamientos, que Dios conoce. 

Haced, pues, que estén despojados de todo sentimiento de rencor; Dios sabe lo que mora en el fondo del corazón de cada uno. Feliz, pues, aquel que todos los días puede dormirse, diciendo: "Nada tengo contra mi prójimo". (Simeón, Bordeaux, 1862). 

Perdonar a sus enemigos es pedir perdón para si mismo; perdonar a sus amigos es darles una prueba de amistad; perdonar las ofensas es reconocer que uno se vuelve mejor. Perdonad, pues, amigos míos, a fin de que Dios os perdone, porque sois duros, exigentes, inflexibles, y si además tenéis rigor por una ligera ofensa, ¿cómo queréis que Dios olvide, cuando todos los días tenéis gran necesidad de indulgencia? ¡Oh! desgraciado aquel que dice: "Yo no perdonaré nunca", porque pronuncia su propia condenación. ¿Quién sabe, además, si descendiendo en tí mismo, no has sido tú el agresor? ¿Quién sabe, si en esa lucha que empieza por un alfilerazo y concluye por un rompimiento, tú empezaste por dar el primer golpe? ¿Si tal vez te ha escapado una palabra ofensiva? ¿Si no has usado de toda la moderación necesaria? Sin duda tu adversario no tiene razón en manifestarse demasiado susceptible, pero esto es una razón para que seas indulgente, y no merezca los reproches que le diriges.

Admitamos que tú hayas sido realmente el ofendido en alguna circunstancia; ¿quién te dice que tú mismo no hayas envenenado el asunto con las represalias, y que hayas hecho degenerar en querella formal lo que fácilmente hubiera podido quedar en olvido? 

Si dependía de ti el impedir las consecuencias, y no lo has hecho, eres culpable. Admitamos, en fin, que no tengas ningún cargo que hacerte; entonces tendrás mucho más mérito eu demostrate clemente. Mas hay que dos modos muy diferentes de perdonar: hay el perdón de boca y el de corazón. Muchas personas dicen que perdonan a su adversario, mientras que interiormente experimentan un placer secreto del mal que les sucede, diciendo para sí: esto es lo que él merece. Otros dicen "yo perdono" y añaden: "pero no me reconciliaré nunca; no lo volveré a ver en mi vida". ¿Acaso es esto el perdón según el Evangelio? No; porque, el verdadero perdón, el perdón cristiano, es aquel que echa un velo sobre lo pasado, el único que os será tomado en cuenta, porque Dios no se contenta con las apariencias; sondea el fondo de los corazones y los pensamientos más secretos; no se le contenta con palabras y vanos simulacros. 

El olvido completo y absoluto de las ofensas es propio de almas grandes; el rencor siempre es una señal de bajeza y de inferioridad. No olvidéis que el verdadero perdón se reconoce en los actos mucho más que en las palabras. (Pablo, apóstol, Lyon, 1861). 

Extraído de: "El Evangelio según el Espiritismo" - Allan Kardec

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Si supiera que el mundo se acaba mañana yo, hoy todavía, plantaría un árbol.
Martin Luther King.

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Civilización y Progreso
Iaponan Albuquerque da Silva
 

Desde la más remota antigüedad, encontramos en el seno de los pueblos un ideal superior de progreso. Este, como es natural, surge a través del trabajo intensivo de los miembros de las sociedades, del esfuerzo colectivo y conjugado de todos los órganos que componen las comunidades.

Mientras, de por medio con esa dinámica evolutiva, queremos resaltar la situación de aquellos que, en la condición de auténticos promotores de la Civilización y del Progreso, impulsan naciones, transforman ideas, crean sistemas de mejoramientos para las condiciones de vida de individuos y pueblos, y como que cargan en sí las más potentes virtudes del adelantamiento y del avance de ideas y realizaciones, dejando sobre la faz de la Tierra las señales indiscutibles de su superioridad intelecto-moral traducida en obras de real interés individual y colectivo.

Hubo, hay y habrá siempre criaturas así, que según sabemos, son Espíritus iluminados, enviados a la Tierra con la misión expresa y la afinidad principal de hacerla progresar.

No pretendemos aquí hacer citas de aquellos pueblos en cuyos países florecieron obreros y héroes de todos los matices, pero sólo resalta que, habiendo el Orbe Terreno alcanzando un alto índice de conocimientos técnico-científicos, no lograron sus habitantes asentarlos sobre bases sólidas.

Pasaran, se multiplicaran y se alternaran mensajeros y vanguardistas de la Civilización y del Progreso, sin embargo, la gran, la inexcusable verdad es que el corazón del Hombre permanece cerrado a los apelos de lo Alto, en una terrible crisis abúlica del sentimiento, sufriendo de visibles acromegalia en su cuerpo asociativo.

Antes de extendernos más sobre tan importante cual palpitante asunto, recurramos a la Codificación Kardecista y atendamos para la orientación que, en ese sentido, nos vienen de lo Más Alto.

Veamos los desdoblamientos de la pregunta 780 de El Libro de los Espíritus y las sapientísimas respuestas de los Espíritus Reveladores, dadas a Allan Kardec:

¿El progreso moral acompaña siempre el progreso intelectual?

Deriva de este, pero no siempre lo sigue inmediatamente.”

a) - ¿Cómo puede el progreso intelectual engendrar el progreso moral?

Haciendo comprensibles el bien y el mal. El hombre, desde entonces, puede escoger. El desenvolvimiento del libre albedrío acompaña el de la inteligencia y aumenta la responsabilidad de los actos.”

b) - ¿Cómo es, en este caso, qué muchas veces, sucede que los pueblos más instruidos son los más pervertidos también?

El progreso completo constituye el objetivo. Los pueblos, sin embargo, como los individuos, sólo paso a paso lo alcanzan. En cuanto no se les haya desarrollado el sentido moral, puede incluso ocurrir que se sirvan de la inteligencia para la práctica del mal.
Lo moral y la inteligencia son dos fuerzas que sólo con el tiempo llegan a equilibrarse.”

Delante de tan oportunos e importantes esclarecimientos, concluimos fácilmente que el fenómeno actualmente presentado en el Globo Terráqueo deja de ofrecer dificultades de apreciación y entendimiento.

El verdadero progreso de un pueblo, de una nación se estribaría necesariamente en sus conquistas morales e intelectuales y, cuando tal no se verifica, se presentan anomalías en el seno de las colectividades, en forma de convulsiones de toda especie.

Teniendo en cuenta que esas ponderaciones se aplican a todos los pueblos, se desprenderá de ahí el lastimoso aspecto que ellos nos presentan, por efectos de los desvaríos del Hombre que envileció su propia conciencia y su sentido de responsabilidad, dando a los descubrimientos científicos una aplicación para la guerra, como si el exterminio fuese ley de Muerte para la Vida.

Sobre la Civilización, veamos aun, en El Libro de los Espíritus, la pregunta 793 y su respectiva respuesta:

¿Por qué indicios se puede reconocer una civilización completa?

La reconoceríais por el desarrollo moral. Creéis que estáis muy adelantados, porque habéis hecho grandes descubrimientos y obtenido maravillosas invenciones; porque os alojáis y vestís mejor que los salvajes. Todavía, no tendréis verdaderamente el derecho de deciros civilizados, sino cuando de vuestra sociedad hubieseis barrido los vicios que la deshonran y cuando vivierais como hermanos, practicando la caridad cristiana. Hasta entonces, seréis sólo pueblos esclarecidos, que han recorrido la primera fase de la civilización.”

Ante tales afirmaciones, emanadas de Espíritus sublimes, fundadas por el consenso de la lógica, nos resta solamente confesar que lejos estamos de las verdaderas metas de la Civilización, de aquella que ha de imperar en el futuro, como de la regeneración del Planeta.

A nosotros, espíritas, compete el deber inalienable de, a la luz del Evangelio de Jesucristo, luchando por la implantación de los principios cristianos, acrisolar virtudes y huír de las esdrújulas fórmulas de renovación calcadas en extremismos de violencia, consciente de las luminosas palabras de André Luiz: “El hombre renovado para el Bien es la garantía sustancial de la felicidad humana.”


Fonte: Revista Reformador – non/2001


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PERTURBACIONES MENTALES Y 

PSÍQUICAS


En la actualidad, y gracias a los conocimientos adquiridos por el hombre no hay espacio para la concepción materialista absoluta en la cultura científica y filosófica, la concepción espírita de la vida humana en la Tierra no es imaginaria, sino real, basada en estudios científicos. Los que consideran al Espiritismo como doctrina supersticiosa, creada por la ignorancia, revelan ser más ignorantes que lo que podrían pensar de sí mismos. La Doctrina Espírita está hoy comprobada científicamente por los científicos más avanzados.

La Ciencia Espírita no se opone a las Ciencias Materiales en ningún campo, intentando únicamente ayudarlas con la necesaria complementación de sus pesquisas y conquistas propias.

El descubrimiento de que el pensamiento y la mente no son físicos, sino extra-físicos (según la definición del Prof. Rhine) y semi-materiales, según el Espiritismo, ha demostrado la realidad de los distintos planos de vida, habitados por seres humanos en diferentes grados de evolución. La reencarnación y las comunicaciones mediúmnicas se han vuelto necesarias en ese contexto dinámico en el cual no hay lugar para la nada.

Muchos psicólogos y psiquiatras acusan al Espiritismo de invadir sus dominios científicos en los casos de perturbaciones mentales y psíquicas.

Kardec, durante nada menos que doce años, efectuó intensivas investigaciones de psicología experimental (pionero absoluto en ese campo) en la Sociedad Parisina de Estudios Espíritas. Hoy, las pesquisas parapsicológicas, llevadas a cabo en los mayores centros universitarios en todo el mundo, comprueban enteramente el acierto de Kardec.


Si no comprendemos que la vida es trascendencia, crecimiento, elevación y desarrollo constante y comprobado del ser espiritual que somos, no podremos encarar con naturalidad el problema de la obsesión y luchar para resolverlo. No solo en el plano psicológico se verifican las obsesiones, sino además en la patología general. Síntomas de enfermedades infecciosas son transmitidos a personas sanas por entidades espirituales enfermizas. A fin de hacer esa distinción, se adoptó en el Espiritismo el término infestación para designar esas dolencias fantasmas, que tanto pueden ser de origen anímico como espiritual. Fuertes impresiones y temores pueden ocasionar la sintomatología fantasma. En los casos de infestación se verifica el proceso inductivo de los vasos comunicantes: el espíritu transfiere a la víctima, generalmente sin saberlo, los síntomas de la enfermedad que lo ha llevado a la muerte y que persisten en su periespiritu o cuerpo espiritual. Kardec investigó ese problema en su tiempo, confirmando la hipótesis de la infestación por medio del tratamiento y cura de los seudo enfermos con el simple alejamiento de las entidades enfermizas infestadoras.

El Dr. Karl Wikland, en los Estados Unidos, comprobó asimismo el fenómeno por espacio de tres décadas, exponiendo los resultados minuciosamente en el libro “Treinta Años entre los Muertos”. En su famosa clínica de Chicago, el Dr. Wikland obtuvo éxitos sorprendentes. Las seudo enfermedades de cientos de pacientes, cansados de recorrer consultorios y clínicas, e ingresados inútilmente en hospitales especializados, encontraban solución para su caso. Y él no era, propiamente, un médico espírita. Era únicamente un médico estudioso e investigador, que había tenido la ventura de casarse con una joven dotada de gran sensibilidad mediúmnica.

El tratamiento mediúmnico no sigue una regla única. Varía de acuerdo con la naturaleza de los casos y las condiciones psicológicas específicas de los pacientes.

Siempre debe hacerse bajo orientación médica, pero de un médico que tenga el suficiente conocimiento de la Doctrina. Sin ese conocimiento, muchos médicos-médiums se extraviaron en prácticas que la pesquisa espírita ya ha demostrado que son inútiles y por lo tanto, innecesarias, sirviendo únicamente para dar al tratamiento racional aspectos supersticiosos. Todo tratamiento mediúmnico ha de ser gratuito, según la prescripción de Kardec, pues depende estrictamente del auxilio espiritual. Los espíritus no cobran por sus servicios, y no les gusta que se cobre por ellos. Por eso, deben llevarse a cabo en instituciones doctrinarias, en las que sirvan médicos o espíritas que posean conocimientos médicos, excluyéndose el profesionalismo. El servicio espírita es de abnegación, es el pago que los médiums y los médicos hacen a Dios, a través del sufrimiento humano que ellos alivian, por lo mucho que diariamente reciben del amparo divino. Los que no comprenden esto, dejándose llevar por la codicia, acaban fatalmente subyugados por los espíritus inferiores.

La pureza de intenciones de médiums y médicos es la única posible garantía de la eficacia del tratamiento mediúmnico. Tal como señalaba Kardec, el desprendimiento respecto de los intereses terrenos es la primera condición para que los Espíritus Superiores se interesen por nuestro esfuerzo en favor del prójimo.

En la cura de la obsesión el paciente ha de tener muy en cuenta: que es un ser humano adulto y consciente, responsable por su propio comportamiento. Que ha de controlar sus ideas, rechazar los pensamientos inferiores y perturbadores, estimular sus tendencias buenas y procurar repeler las malas. Que ha de tener cuidado de sí mismo. Dios ha concedido al hombre la jurisdicción sobre sí mismo, él es quien manda en los caminos de su vida. No debe ser un niño mimado, debe aprender a controlarse en todo instante y en todas las circunstancias. Experimentar su propio poder y ver que es más grande de lo que piensa

La cura de la obsesión es una auto-cura. Nadie puede librarte de la obsesión si tú no quieres librarte de ella. Empieza a librarte ahora, diciéndote a ti mismo: soy una criatura normal, dotada del poder y del deber de dirigirme a mí mismo. Conozco mis deberes y puedo cumplirlos. Dios me ampara.

Repite esto siempre que te sientas perturbado. Repítelo y hazlo. Toma la decisión de portarte como la criatura normal que realmente eres, confía en Dios y en el poder de las fuerzas naturales que hay en tu cuerpo y en tu espíritu, a la espera de tus órdenes. Gobierna tu barco. Reformula tu concepto acerca de ti mismo. Tú no eres un pobrecillo abandonado en el mundo. Los propios gusanos son protegidos por las leyes naturales. ¿Por qué motivo solo tú no tendrías protección? Quita de tu mente la idea de pecado y castigo. Lo que llaman pecado es el error, y el error puede y debe ser corregido. Corrígete. Establece poco a poco tu autocontrol, con paciencia y confianza en ti mismo.

Tú no dependes de los demás, dependes de tu mente. Mantén la mente despejada, abre sus ventanas al mundo, respira con seguridad y camina con firmeza. Acuérdate de los ciegos, de los mudos y de los sordos, de los lisiados y deficientes que se recuperan confiando en sí mismos. Desarrolla tu fe.

Fe y confianza. Existe la Fe Divina, que es la confianza en Dios y en Su Poder que controla el Universo. Tú, racionalmente, ¿puedes dudar de ello? Existe la Fe Humana, que es la confianza de la criatura en sí misma.
Tú ¿no confías en tu inteligencia, en tu buen sentido, en tu capacidad de acción? ¿Te juzgas un incapaz y te entregas a las circunstancias, dejándote llevar por ideas degradantes respecto de ti mismo? Modifica ese modo de pensar, que es falso.

Cuando vengas a las reuniones de desobsesión, ven con confianza. Los que te esperan están dispuestos a ayudarte. Sé agradecido a esas criaturas que se interesan por ti y ayúdalas con tu buena voluntad. Si lo haces, tu obsesión ya ha empezado a ser derrotada. No te acobardes, sé valiente.

Tomado del libro “La Obsesión el Pase y Adoctrinamiento” de J Herculano Pires


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