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domingo, 29 de diciembre de 2013

LA INDULGENCIA



La indulgencia es ese sentimiento dulce y fraternal que todo hombre debe alimentar para con sus hermanos, más del cual bien pocos hacen uso.
La indulgencia no ve los defectos del otro, o si los ve, evita hablar de ellos, divulgarlos.
Al contrario, los oculta, a fin de que no se tornen conocidos sino de ella únicamente.
Y, si la malevolencia los describe, tiene siempre  enseguida una escusa para ellos, escusa plausible, seria,  no de las que, con apariencia de atenuar la falta, más evidencian con pérfida intención.
La indulgencia jamás se ocupa  con los malos actos del otro, a menos que sea para prestar un servicio.
Más, aun mismo en este caso, tiene cuidado de atenuarlos tanto como sea posible.
No hace observaciones chocantes, no tiene en los labios la censura. Apenas consejos y, las más de las veces velados.
Al hacer una crítica cualquiera, ella siempre pensará antes: ¿Qué consecuencias se habrá de sacar de estas palabras?
¡Hombres! ¿Cuándo será que juzgareis vuestros propios corazones, o vuestros propios actos, sin ocuparos con lo que hacen vuestros hermanos?
¿Cuándo solo tendréis miradas severas sobre vosotros mismos?
Sed severos para con vosotros, e indulgentes para con los otros.
Acordaos de que, tal vez, hayáis cometido faltas más graves.
Sed indulgentes, amigos míos, por cuanto la indulgencia atrae, calma yergue, al paso que el rigor desanima, aparta e irrita.
Es más una virtud fundamental para aquellos de nosotros que deseamos vivir  la Nueva Era, la era del bien.
La indulgencia no se entiende por connivencia con la cosa errada, de forma alguna, más si,  de una forma benevolente, de tratar a un alma equivocada.
Nuestra severidad excesiva con los otros poco resuelve. Y, por el contrario, esta ferocidad en nuestro juzgamiento solo nos trae perjuicios morales.
Casi siempre nuestra crítica, nuestra condenación, no visa el bien del otro, más si una satisfacción, desequilibrada en simplemente hablar mal, o condenar.
Mecanismo psicológico de proyección, muchas veces nos muestra  en el otro aquello que detestamos en nosotros, y como fuga desastrosa, al acusar, imaginamos que podemos librarnos del mal intrínseco  a nuestra alma enferma.
Acusar por acusar nunca nos traerá el bien que deseamos, la paz que anhelamos tanto.
La maledicencia es provocadora de placer mórbido que atesta la deficiencia del carácter humano.
Seamos así, indulgentes, de la misma forma que el Creador lo es siempre con nosotros, viendo lo que tenemos de bueno, y siempre dándonos nuevas oportunidades de acertar después de nuestros errores.
Señalar el error de otro es valorizar lo negativo. Es darle un destaque mayor de lo que es necesario.
La indulgencia es caridad, es comprensión y perdón.

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El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consisten en ver cada uno apenas superficialmente los defectos de otro, es esforzarse por hacer que prevalezca lo que en el hay de bueno y virtuoso.
Aunque el corazón humano sea un abismo de corrupción, siempre hay, en alguno de sus dobleces más ocultas, el germen de los buenos sentimientos, centella  viva de la esencia espiritual.
Redacción del Momento Espirita.
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Humberto de Campos
(Hermano X)
ORACIÓN DE UN MUERTO POR LOS MUERTOS


Señor Jesús: a menudo el trabajador del campo de la vida interrumpirá el trabajo del arado, no para mirar hacia atrás, mezclando añoranzas de la esfera inferior con aspiraciones del plano sublime, ¡sino para atisbar las zonas más altas y rogarte el auxilio imprescindible!
¡Maestro de sabiduría y bondad, no vengo a pedirte hoy por los que aún están sujetos a la lucha de la carne! El hambriento que se arrastra en el mundo, la mayor parte de las veces hallará una corteza de pan; el enfermo, casi siempre hallará remedio saludable. ¡Vengo a pedirte por todos aquellos que la muerte ha arrebatado al cuerpo físico inesperadamente, cuando sus corazones navegaban en pleno mar de ilusión; por aquellos que dejaron los afectos más queridos, que abandonaron el nido doméstico entre angustias y lágrimas, que desertaron compulsoriamente de los trabajos materiales en que depositaban la esperanza!... Muchos de ellos, Jesús, despertaron en regiones que no sospechaban que existiesen; otros se amparan aún con los familiares del mundo, intentando restaurar una situación que la Divina Ley considera encerrada definitivamente; otros asimismo, Maestro, se mantienen apegados al sepulcro que guarda sus despojos, ¡procurando inútilmente renovar las exhaustas energías orgánicas!...
Chico psicografiando
Señor ¿por qué no pedir por ellos a tu amor que nos ha legado la doctrina del sepulcro vacío?
Es cierto que la mayoría de ellos, pobres espíritus infelices y perturbados, habían menospreciado tu nombre, olvidando las obligaciones que les incumbían en la Tierra… Innegablemente, crearon dolorosos infiernos de remordimiento y sufrimiento para sí mismos, que tu propia complacencia no puede retirar ni destruir, en virtud de las soberanas e indefectibles Leyes de lo Eterno, pero nosotros te rogamos un rayo de luz que los esclarezca, ¡una gota de bálsamo de tu infinito amor que alivie sus innombrables padecimientos!... ¡Enséñales también, por medio de tus mensajeros abnegados, el desprendimiento de los postreros lazos que los esclavizan a los engaños del pasado cruel! ¡Son míseros paralíticos del corazón, que han perdido la facilidad de movimiento por haber despreciado los razonamientos ennoblecedores, y ciegos que se han quitado la vista a sí mismos enviciando los ojos en la contemplación de fantasías sin número, en el círculo de las sombras terrestres! Sabemos, Jesús, que los paralíticos y ciegos voluntarios difícilmente encontrarán la curación precisa; pese a todo, ¡osamos suplicar tu bendición divina para todos esos infortunados que, en desesperación, deambulan sin rumbo por la corteza planetaria!
¡Ayúdalos, por compasión, a deshacerse de las ilusiones que los atan a la inquietud y al tormento interior, prestales auxilio en el aprendizaje del difícil arte de decir adiós! ¡Inspírales la noción de que la existencia última del cuerpo está cerrada para su alma, como se cierra un libro de cuentas en el mundo, y ampara su corazón oprimido para que emprendan el camino hacia la libertad espiritual! ¡Que puedan reconocer, al influjo de tu amor, la cesación de todos los derechos transitorios de la Tierra, a la vista de la muerte renovadora, y que permuten los títulos convencionales que unían su espíritu en la carne a los seres queridos, por los títulos gloriosos de la fraternidad inmortal, sin limitaciones y sin fronteras! Reconocemos que todos ellos, como nosotros, están señalados por deudas abultadas frente a tu misericordia y sabemos que es imposible hurtarnos al rescate. Con todo, te suplicamos la bendición de Luz, a fin de que se disipen las sombras que nos rodean.
¡Jesús, compadécete de los nuevos Lázaros sepultados en el túmulo de las ilusiones y ayúdales, para que, libres de los vendajes, resuciten de hecho para la claridad de la verdad eterna!
¡Señor, Tú que iluminaste los caminos de la vida, atiende nuestra súplica y alumbra también los caminos de la muerte!...

Francisco Cándido Xavier. Por el espíritu Hermano x

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Es justo recordar:  
Que  la voz humana está cargada de vibraciones.
Esfuérzate por evitar los gritos intempestivos e inoportunos.
Una exclamación altisonante equivale a una pedrada mental.
Si alguien te dirige la palabra en un tono muy alto, hazle el regalo de responderle en tono más bajo.
Los nervios de los otros son iguales que los tuyos: Se desequilibran fácilmente.
Discusión sin provecho es desperdicio de fuerzas.
No digas que  sufres agotamientos y fatigas para poder lanzar frases tempestuosas y ofensivas; aquellos que se encuentran realmente cansados, procuran el reposo y el silencio.
Si te sientes irritado, estás doliente, y el doliente exige remedio.
El barullo verbal apenas complica.
Piensa en eso:  Que tu voz es tu retrato sonoro.

- Emmanuel-
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