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lunes, 14 de noviembre de 2011

Soledad y Jesús

jesus
Cuando las amarguras de la jornada marquen tu alma, atándote al carro sombrío donde la soledad se mantiene prisionera, recuerda al Maestro Crucificado, en su terrible abandono.
¿Dónde estaban los amigos de otrora, las multitudes saciadas y los corazones que fueron socorridos?
Comenzó el ministerio, al que se entregó íntegramente, en las alegres bodas de Caná, y lo concluyó en una Cruz, olvidado por los beneficiarios constantes que lo envolvieron en alegre vocerío.
El Maestro siempre estuvo cercado por las criaturas…
Predicó en las cercanías hermosas de las ciudades y de las aldeas, en las playas libres entre el lago y las montañas, en las Sinagogas repletas y las plazas movimentadas.
Atendió a todos los que buscaron su socorro.
Todo su Apostolado de amor fue de ennoblecimiento.
A la mujer despreciada y humillada, le ofreció las más bellas expresiones de Su mensaje.
Consoló y esclareció a la samaritana atormentada.
Retiró de los cojines de terciopelo y seda a la obsesa de Magdala.
Convidó a Marta a las cuestiones del Espíritu.
Atendió a la mujer Cananea, logrando el equilibrio de la hija endemoniada.
Hanah, la suegra de Pedro, recibió su pase curador.
A la pobre hemorrágica sirio-fenicia le restituyó la salud.
Ofreció a la viuda de Naim, el hijo considerado muerto.
Juana, la mujer de Cusa, recibió su invitación para elaborar la vida imperecedera.
Prodigalizó la bendición del despertar a la hija de Jairo, aprisionada en las telas de la catalepsia.
Aparte de ello, distendió el amor a todos los corazones.
Leprosos y sanos participaron de su convivencia.
Hombres ilustres y mendigos estuvieron vinculados a su amistad.
Recuperó la serenidad del hombre de Gadara atormentado por Espíritus obsesores y curó al hijo del Centurión.
Elucidó al afortunado príncipe del Sanedrín en coloquio fraterno, y proporcionó luz a los ojos cerrados del mísero ciego de las estradas de Jericó.
Honró la rica propiedad de Zacheo  y se alimentó con comidas preparadas en los barcos humildes de los pobres pescadores.
Reveló la Buena Nueva a los sabios de Jerusalén que la escucharon deslumbrados y, en la última hora, enseñó a los ladrones compañeros de crucifixión, la puerta estrecha para la libertad espiritual.
Movilizó los miembros paralizados de Natanael, descendido por el tejado, y reveló a los discípulos del Bautista las señales que lo identificaban como el Esperado…
Millares de almas recibieron la paz y la salud de sus manos.
Los "demonios" sometíanse a su voz.
El mar respeto su orden.
El viento atendió su imperativo.
Las dolencias desaparecían a su contacto.
Los ángeles obedecían su voluntad…
Pese a ello, en la hora de la angustia, sorbió a solas el cáliz de la amargura.
El corazón femenino, envuelto en lágrimas, le presentó junto a la cruz, sólo la nostalgia y la aflicción.
Y probó la armonía, el escarnio y la humillación, en suprema soledad.
Ninguna voz se elevó para defenderlo en las Altas Cortes.
La plebe, que recibiera tanto amor y lo aplaudiera delirantemente en las vísperas, a la entrada de la ciudad, lo olvida ahora.
Entretanto, entregándose y confiado al Padre, venció al mundo y a todos sus engaños y aún después de la muerte, resurgió glorioso, volviendo al amor para la felicidad de todos.
Recuérdate de El.
Sólo en el mundo y el Padre con El.
A la hora de tus pruebas, los compañeros y beneficiarios de tu cariño no pueden estar contigo; seguirán adelante.
La vida los espera más allá.
¡Ten paciencia!
No los ames menos por eso. Ellos necesitan de tu comprensión y de tu afecto.
Elévate, para ayudarlos a elevarse.
Y aunque la muerte venga a tus carnes, renacerás después de las cenizas de la sepultura, en espléndida madrugada, para continuar tu labor junto a aquellos que te abandonaron.
Sin embargo, en tu soledad, Jesús estará siempre contigo.
Juana de Angelis (Espíritu) – Divaldo Pereira Franco (Médium)
Libro “Mies de Amor”