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martes, 14 de octubre de 2014

El Espiritismo y el clero católico



EL ESPIRITISMO Y EL CLERO CATÓLICO



La teoría del demonio y del infierno ha rendido tantas ventajas a la Iglesia que ésta no vacilará en servirse de ella en las horas difíciles. Sin embargo, lo que en el pasado podía impresionar, hoy nada más suscita que un escepticismo burlón.
La idea del cielo y del infierno en la actualidad, preocupa poco a los hombres, ya que infinidad de ellos viven en el mismo infierno, es por esa razón que ante la desesperación en la que se encuentran, buscan desesperado consuelo y esperanza, y la Doctrina de los Espíritus es además de una Luz en sus vidas, es un bálsamo reparador para sus heridas.

Los hombres que se suponen los representantes de Dios en la Tierra, los fieles intérpretes de su palabra, los que se juzgan con el derecho absoluto de gobernar nuestras conciencias, esos permanecen dubitativos, vacilantes, frente a esta cuestión capital: ¡las condiciones de la vida futura y las relaciones entre vivos y difuntos!

Gracias al Espiritismo la Humanidad tiene las certidumbres y los consuelos que le son necesarios para afrontar el problema del ser y su destino.

El Espiritismo es tan antiguo como el mundo y durará tanto como él, porque reposa en base indestructible: la Verdad.
Sus adversarios pueden revolverse contra él, pero solo conseguirán llamar la atención del público a su favor y aumentar el número de sus adeptos. Es lo que pasa en todos los casos análogos.

Las ciencias llamadas “ocultas” presentan una valiosa contribución a la Antropología, al igual que a la Biología, a la Psicología, a la Moral, a la Ciencia de las Religiones, a la Etnografía.

Las manifestaciones psíquicas nos posibilitan relaciones con las almas de los muertos, el mundo de los espíritus se agita en torno a nosotros, ejerciendo su poder, y algunos de esos espíritus, en casos cuyas condiciones exactas se nos escapan, se aparecen verdaderamente.”

En todas las épocas hubo procesos más o menos bizarros para la comunicación de los espíritus, pero antiguamente se hacía misterio con esos procesos, como se hacía misterio con la Química. La Justicia, por medio de ejecuciones terribles, arrojaba en la sombra estas extrañas prácticas.

Hoy, gracias a la libertad de los cultos y de la publicidad universal, lo que era un secreto se ha vuelto fórmula popular. Ciertamente, con esa divulgación, Dios ha querido proporcionar el desarrollo de las fuerzas espirituales, a fin de que el hombre no se olvidase, en presencia de las maravillas de la mecánica, de que hay dos mundos incluidos el uno en el otro: el de los cuerpos y el de los espíritus.

San Agustín en De Cura pro Mortuis, da su opinión en estos términos:
“Los espíritus de los muertos pueden ser enviados a los vivos; pueden desvendarles el futuro, que ellos conocen, ya por mediación de otros espíritus, por los ángeles o por una revelación divina”.

Y más adelante, añade:

“¿Por qué no atribuir esas situaciones a los espíritus de los difuntos y no creer que la Divina Providencia hace buen uso de todo, para instruir a los hombres, consolarlos o asustarlos?”

“La muerte no nos cambia, somos en el Más Allá lo que hemos hecho en esta vida.”Los espíritus conservan durante mucho tiempo después de la muerte sus opiniones terrenas.

Frente a las afirmativas perentorias proferidas desde la cátedra, el hombre actual preferirá las demostraciones positivas, las experiencias siempre controlables de un Crookes, de un Myers, de un Lodge, de un Aksakof, de un Lombroso.

El Espiritismo hace, poco a poco, su brecha en la Ciencia. Los hechos, las pruebas y los testimonios se acumulan en su favor. Gran número de sabios célebres, principalmente en Inglaterra, se cuentan entre sus adeptos.

Se diría que el Catolicismo estaba empeñado en amezquindar a Dios y que ha logrado su propósito con los hombres que, en su mayoría, han llegado a perder de vista la majestad divina y el esplendor de sus leyes.

La Iglesia tenía por misión conservar en el hombre la noción clara y elevada de Dios y de la vida futura. Ahora bien, el materialismo y el ateísmo son los que reinan como dominadores en la sociedad moderna.

Socorriéndose siempre del espantajo del infierno y de las penas eternas, haciendo de Dios el verdugo de sus criaturas, atribuyendo a Satán un papel importante en el universo, ha llevado al hombre a la negación.

Solo el Espiritismo, facilitando el descubrimiento de los estados sutiles de la materia, enrarecida hasta lo infinito, ha hecho comprensible la existencia de las formas invisibles de la vida y la poderosa acción de las fuerzas ocultas.

Los teólogos del futuro, menos ciegos por las prevenciones encontrarán fácilmente, en el Espiritismo, las pruebas experimentales para combatir al materialismo y para amparar al espiritualismo frágil de las Iglesias.

Es lógico que un católico ignorante, rutinario y crédulo no aceptará estos datos, pero un cristiano instruido, despierto, predispuesto por su cultura intelectual y moral a las revelaciones del Más Allá, lejos de ver en el Espiritismo un enemigo de su creencia, en él encontrará el complemento racional y necesario para su fe, un nuevo medio de orientar su vida hacia rumbo más elevado.

Satán no es más que un mito, sin embargo, existen espíritus malos, que sabremos alejar mediante la oración. Conocemos la palabra del apóstol:
“No deis crédito a todos los espíritus, mirad primero si los espíritus son de Dios.”

Los desagradables encuentros que podemos tener en la frontera de los dos mundos no son los del demonio, sino los de los hombres viciosos desencarnados. Su estado de alma no es eterno y ellos se perfeccionarán, tarde o temprano.

Ocurre, incluso frecuentemente, en nuestras sesiones, que los espíritus atrasados y groseros son conducidos al bien por sus conversaciones con los espíritas. Bajo este punto de vista, nuestra acción sobre el Más Allá es eficaz y salutífera.
Si existen los malos espíritus, también hay los buenos.
Cuando, con un corazón sincero, suplicamos el socorro del Cielo, él no nos envía legiones infernales.

La intervención de los buenos espíritus es indudable si, como dice la Escritura, podemos juzgar el árbol por sus frutos.

¡Cuántos materialistas y ateos han sido reconducidos al pensamiento de Dios y de la vida futura!

¡Cuántos pobres seres desolados, desesperados por la pérdida de aquellos a quienes amaban, han gozado del consuelo y del confortamiento en su intercambio con los queridos muertos!

¡Cuántos desgraciados, doblegados bajo el peso de la vida, consumidos por los sufrimientos, por las enfermedades, por las decepciones, envueltos por la idea del suicidio, han encontrado en los consejos del Más Allá – con el coraje de vivir y la fuerza moral – una suavización de sus sufrimientos!

En las horas de crisis que atravesamos, es particularmente cruel procurar secar o envenenar, mediante insinuaciones maléficas, la fuente donde tantos afligidos han logrado un remedio para sus probaciones.

Jamás se sabe, con la doctrina católica, si nuestros muertos queridos están en el infierno, en el purgatorio o en otros lugares, si los reencontraremos algún día o bien si estaremos separados de ellos eternamente.

Solamente el Espiritismo puede darnos las pruebas tangibles de la supervivencia y de la presencia de nuestros muertos queridos, con la certidumbre de reunirnos, tras la muerte, en la vida infinita.

Nuestra Juana de Arco, cuya vida entera fue una epopeya espírita, un poema de mediúmnidad, fue condenada, como “hechicera, evocadora de demonios”, por un tribunal eclesiástico en el cual figuraban, no solo el vice-inquisidor y tres obispos, sino a veces incluso hasta un centenar de padres de todas las categorías.

La Iglesia no percibe que, condenando el Espiritismo, ella misma se condena, porque entonces elimina el milagro, es decir, el fenómeno espiritual que es su propia base.
Sus pretensiones de infalibilidad reposan únicamente en las palabras de Jesús a Pedro, citadas en el Evangelio de San Mateo:
“Tú eres Pedro; sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las  puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos y todo cuanto desatéis sobre la Tierra quedará también desatado en los Cielos.” XIII

La Iglesia afirma que esas palabras, pasando por Pedro, se dirigían a la larga sucesión de los papas del futuro.

Para empezar, ¿serán auténticas? Ciertos exegetas dudan de ello y de la secuencia de las modificaciones sufridas por las Escrituras en diferentes épocas.

 Notemos que esas palabras no se encuentran en los otros evangelios canónicos y que, cuando menos, no hablan de infalibilidad.

Se sabe que originariamente había cincuenta y cuatro Evangelios. Fue la Iglesia, ella sola, quien procedió a elegirlos y decidió que cuatro, los actualmente conocidos, eran de inspiración divina. De ello resulta que el Evangelio extrae su autoridad de la Iglesia y que ésta, a su vez, extrae la suya del Evangelio. Ahí está un círculo vicioso, es decir, el más pobre de  los razonamientos posibles.

No hay, realmente, cómo justificar la actitud autoritaria del clero sobre ciertas cuestiones, ni su tendencia a fulminar todo lo que le haga sombra y pueda perjudicar su dominación.

Los Evangelios están llenos de contradicciones y la Iglesia
Romana desaconseja su lectura a los fieles sin el concurso de un cura que los interprete.

Las Iglesias Reformadas, muy diferentes en el caso, recomiendan su estudio y libre examen, obteniendo así resultados morales superiores.

No se podría deducir de esas críticas que somos un enemigo de las religiones; por el contrario, pretendemos ser su amigo sincero y clarividente.

Reconocemos, sinceramente, que la religión es necesaria para el orden social. Ella puede y debe introducir en la vida individual y colectiva elementos de disciplina, desarrollar el papel salutífero del freno, amparando las almas en el declive del vicio y del crimen.

Para ejercer tal influencia moral, para producir todos sus efectos deseables, es preciso que ella esté en armonía con las necesidades intelectuales, con los conocimientos y las ideas de la época.

Como todas las religiones de la Tierra, las Iglesias Cristianas han recibido su parte de revelaciones divinas.

El pensamiento de Jesús ha visitado durante mucho tiempo sus santuarios, pero las religiones han cometido el error de creer que la comunión espiritual establecida por el Cristo, entre ellas el Mundo Invisible, tenía un carácter exclusivo y temporal, cuando esa comunión es permanente y universal.

Las voces del Espacio solo eran oídas por los santos o fieles privilegiados.
La amenaza de las hogueras y de los suplicios había impuesto silencio a la mayoría de los intérpretes del Más Allá, y el espíritu de la Iglesia Romana, en particular, ya no estaba fecundado por el influjo divino.

Poco a poco, su enseñanza se amezquindó, su concepción de la vida y del destino se achicó; la onda de descreencia, de materialismo y de ateísmo aumentó, creció y ahogó nuestro país.

Hoy, la Iglesia Católica se ha vuelto impotente cara a las doctrinas del negativismo porque sus participantes, ya hemos tenido ocasión de decirlo, exigen pruebas sensibles y demostraciones científicas y positivas.

Asociándose estrechamente a la política reaccionaria, a los partidos retrógrados, la Iglesia se ha vuelto impopular en Francia y ha perdido su prestigio y autoridad.

Sin duda durante el curso de la guerra, muchos de sus miembros cumplieron noblemente su deber, pero el Vaticano ha agravado su situación al tender ostensivamente hacia los imperios centrales, tan pronto como creyó en su victoria.

En medio de las probaciones terribles que nos asaltan, ante el creciente peligro, la voz de Dios se hace oír y las incontables legiones del Espacio han sido convocadas. Ellas han retomado el contacto terrestre, a fin de despertar en el hombre el sentimiento de la inmortalidad, con la noción de los deberes y de las responsabilidades que de ello resultan.

Si la Iglesia hubiese comprendido sus verdaderos deberes, hubiera corrido a acoger ese socorro del cielo y hubiera dado a los fenómenos el lugar que les era debido.

Hubiera presentido que allí hay una manifestación de la voluntad superior, a la cual sería pueril e inútil oponerse; hubiera obtenido en los hechos psíquicos los elementos para una   renovación, el medio de infundir en su cuerpo desgastado, disecado por los siglos, una sangre, un espíritu nuevo, y de desempeñar todavía un papel importante en la obra del progreso humano.

En cambio, si en su ceguera ella sigue guardando una actitud hostil, como la de calificar de satánico lo que es de orden divino; si ella persiste en rehusar la mano que se le tiende desde lo Alto, para salvarla, entonces ella misma se condenará a una muerte lenta, a la caída y a la ruina.

Se podrá aplicar a sus representantes, a sus defensores, las palabras de la Escritura:

“Tienen ojos pero no ven, tienen oídos pero no oyen.”

La enseñanza de la Iglesia, con su doctrina de una única existencia para cada alma, es impotente para explicar tales dramas. Es necesario buscar otra explicación.

Solamente la filosofía de las vidas sucesivas, la comprensión de la ley general del progreso, puede darnos la solución del problema y conciliar la bondad y justicia de Dios con las tragedias de la
Historia.

El espiritismo cree en la evolución y no en el retroceso. La reencarnación es afirmada en los Evangelios con una precisión que no deja lugar a cualquier duda:

“Él es el propio Elías que debía venir.” (Mateo, 11: 14-15), dijo el Cristo, respecto de Juan el Bautista.

Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Qué dicen los judíos del Hijo del Hombre?” y ellos le responden: “Unos dicen que es  Juan el Bautista; otros Elías y, otros más, Jeremías, o uno de los profetas.” (Mateo, 16:13-14 y Marcos, 8:27-28).

Los judíos, y con ellos los discípulos, creían entonces en la posibilidad del renacimiento del alma en otros cuerpos humanos.
Los Evangelios, normalmente ricos en metáforas, son de una nitidez notable sobre esta cuestión.

El Cristianismo primitivo estaba enteramente impregnado de esa doctrina de las vidas sucesivas, que fue también la de Platón y la de la Escuela de Alejandría.

Todas las corrientes del pensamiento oriental coincidían y transmitían, a la nueva religión, una vida joven y ardiente. Los más ilustres de entre los cristianos, bebían en esas fuentes los elementos de su ciencia y de su genio.

En cuanto a la moral, ésta solo puede beneficiarse con la doctrina de las vidas sucesivas.
La convicción de que el hombre es el constructor de sus propios destinos, de que todo cuanto le ocurre, bueno o malo, recae sobre él, en sombras o luces, estimula su andadura ascensional y lo obliga a velar, escrupulosamente, por sus actos.

Siendo cada una de nuestras existencias, buenas o malas, la consecuencia rigurosa de las que la han precedido y la preparación de las que le siguen, veremos en los males de la vida el correctivo necesario de nuestros errores pasados y evitaremos recaer en ellos.

Tal correctivo será mucho más eficaz que el temor a los suplicios infernales, en los cuales ya nadie cree, ni siquiera aquellos que hablan de ellos con una seguridad más fantástica que real.

Con el principio de las reencarnaciones, todo se aclara; todos los problemas se resuelven; el orden y la justicia aparecen en el Universo.

La vida toma un carácter más noble, más elevado; se convierte en una conquista gradual y, por nuestros esfuerzos y con el concurso de lo Alto, se adquiere un futuro siempre mejor.

El hombre siente aumentar su fe, su confianza en Dios y, de esa concepción ampliada, la vida social recibe profundas repercusiones. La reencarnación no es una sanción, porque deja al hombre libre.”

Dios no se desinteresa de nuestros males. Él vela por la humanidad sufriente como un padre médico por su hijo enfermo, dosificando sus medicamentos, de forma a conseguir de sus sufrimientos un estado de vida más saludable y mejor.

La Humanidad, ya lo hemos dicho, está compuesta, en su gran mayoría, por las mismas almas que retornan por varias vidas, prosiguiendo en su progreso, en su perfeccionamiento individual, contribuyendo al progreso general.

Renacen en el ambiente terrestre hasta que hayan conseguido las cualidades morales necesarias para subir más alto.

En su evolución, a través de los siglos, la Humanidad ha sufrido crisis que marcan las etapas de su evolución. Actualmente, ella está apenas saliendo de su capullo, de su ganga impura y grosera, para despertar rumbo a una vida superior. Nuestra civilización es toda superficial y oculta un fondo considerable de atraso.

Es necesario todavía el crisol del sufrimiento para que el orgullo feroz de unos, la apatía, la indiferencia y el sensualismo de otros se atenúen, se deshagan y desaparezcan. En una palabra, son necesarias duras lecciones para despertar a nuestro mundo material atrasado.

Para comprender lo que sucede en nuestro entorno es preciso por tanto reunir en un mismo concepto la ley de evolución y de las responsabilidades o de la consecuencia de los actos, que recaen, a través de los tiempos, sobre los que los han practicado.

La ignorancia de estas leyes, de los deberes y de las sanciones que ellas determinan, es la razón de los males y de los sufrimientos del momento actual. Si la Iglesia las hubiese enseñado, no veríamos, ciertamente, abrirse bajo nuestros pies un tal abismo de males.

Esos principios ella los ha conocido otrora y su doctrina extrajo de ellos un brillo y un provecho incomparables; no obstante, en los tiempos bárbaros, ha preferido los espantajos infantiles, inventados para impresionar a un mundo ignorante.

Ahora, frente a los grandes problemas que se levantan, ella permanece vacilante, confundida, impotente para atender a las lamentaciones y a las recriminaciones que se elevan por todas partes; para disipar las dudas que despiertan, en muchos espíritus, la injusticia aparente de la suerte y la crueldad del destino. Un claro rayo de sol brilla sobre las ruinas amontonadas y una nueva era comienza para la Humanidad.

Las ciencias psíquicas adquieren una extensión considerable y aportan elementos de renovación para todos los dominios del pensamiento y del arte. La propia religión deberá tener en cuenta las pruebas de la supervivencia.

Grandes cosas sucederán, dicen los Espíritus. Almas valerosas se reencarnarán entre nosotros para dar un vigoroso impulso al progreso general.
La conciencia humana se desprenderá de las estrechuras del materialismo y la filosofía se espiritualizará.

La incredulidad, que constituye el fondo del carácter francés, incluso en la mayor parte de los católicos, que solo actúan por la costumbre y por la rutina, se transformará, poco a poco, en una fe esclarecida, basada en la razón y en los hechos.

La vida social se transformará con la educación, y la moral ejercerá sus derechos.

No hay duda de que estaremos aún lejos de la perfección, pero, por lo menos, se habrá dado un paso considerable en la vía del progreso, acercándonos a la unidad de visión a través de una comprensión más alta y más clara de la idea de Dios y de las leyes universales de Justicia y Armonía.

La Tierra es el verdadero purgatorio, el infierno temporal.

El sufrimiento de las almas, en la vida del Espacio, solo puede ser moral. Éste resulta, dicen los espíritus, de la acción de la conciencia, que se revela imperiosa, hasta entre las almas más atrasadas. El espíritu sufre, principalmente, por el recuerdo de sus existencias pasadas.

En medio de tantas oscuridades acumuladas por la Iglesia, no es extraño que la pobre Humanidad haya perdido su rumbo, y vaya errante, sin brújula, a merced de las tempestades de la pasión, de la duda y de la desesperación.
Ojalá que el Espiritismo venga a aclarar, para todos, el camino de la vida. Con él ya no hay afirmaciones sin pruebas y, por consiguiente, sin efecto posible sobre los materialistas.

El Espiritismo reposa sobre un conjunto de hechos y de testimonios que, aumentando siempre, garantizan su lugar en la Ciencia y le preparan un espléndido futuro. Todos los recientes descubrimientos de la Física y de la Química han confirmado sus experiencias.

El Espiritismo no nos revela tan solo las leyes profundas de ese mundo invisible al que pertenecemos, él nos muestra, por todas partes, el orden y la justicia en el Universo; establece las responsabilidades de la conciencia humana y la certidumbre de las divinas sanciones, cosas que exasperan a los ateos y perturban la calma de los gozadores.

El Espiritismo es, al mismo tiempo, una ciencia y una fe, es la religión que une al hombre con Dios, en Espíritu y Verdad.

Pese a sus manchas  y sus sombras, es grande y bella la historia de la Iglesia, con su larga serie de santos, de doctores y de mártires.

Ella fue, en los tiempos bárbaros, el asilo del pensamiento y de las artes y, durante siglos, la educadora del mundo. Todavía hoy, sus instituciones beneméritas cubren la Tierra.

Sus instituciones beneméritas cubren la Tierra. En cambio, la obra de la iglesia hubiera sido incomparablemente más bella, más eficiente, si hubiese enseñado siempre la Verdad en su plenitud, si hubiese hecho la luz completa sobre el destino humano, si hubiese mostrado a todos el objetivo noble y elevado, aunque lejano, de nuestras existencias.

Se concluye que ha secado, para ellas, la fuente de donde manan abundantemente las fuerzas, los socorros y las inspiraciones de lo Alto. El influjo divino ya no viene a fecundar el espíritu del Catolicismo; la incredulidad y el ateísmo lo han sumergido todo.

Trabajo de Merchita extraído del Libro de León Denis EL ESPIRITISMO Y EL CLERO CATÓLICO

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CRECIENDO PARA DIOS

Para transformar en un legitimo elemento de auxilio a los Espíritus sufridores, encarnados o no, no es imprescindible comprender la perversidad como locura, la rebeldía como ignorancia  y el desespero como enfermedad.

La ceguera del Espíritu es fruto de la espesa ignorancia en manifestaciones primarias  o de la obnubilación  de la razón en los estados de envilecimiento del ser.

El verbo gastado en el servicio del bien es cimiento divino  para realizaciones inmortales. Conversar, sirviendo a nuestros semejantes de modo sustancial, aumentará nuestro lucro. Después de la muerte, lo que hay de más sorprendente es el encuentro  de la vida. El organismo periespiritual que condiciona al espíritu en materia más suave y más plástica, después del sepulcro, es fruto igualmente del proceso evolutivo. Como hijos de Dios  y herederos de los siglos, conquistamos  valores, de experiencia en experiencia, de milenio a milenio. No hay favoritismos  en el templo Universal de Dios, y todas las fuerzas de la Creación se perfeccionan en el infinito. Somos creación del Autor Divino y debemos perfeccionarnos integralmente.  Dios estableció como ley Universal  que sea la perfección, obra del cooperativismo entre El y nosotros, sus hijos.

Desde la ameba  en la fría agua del mar, hasta el hombre, venimos luchando, aprendiendo y seleccionando  invariablemente. Las páginas de   la sabiduría hinduista son escritos  de ayer  y la Buena Nueva de Jesucristo  es materia de hoy, comparados a los milenios vividos por nosotros, en la jornada progresiva.

El hombre posee un cerebro que se divide en tres regiones  distintas. En la primera, están los impulsos automáticos, simbolizando el sumario vivo de los servicios  realizados; en la segunda situamos  las conquistas actuales, donde se yerguen y se consolidan las cualidades nobles  que se edifican; la tercera está las nociones superiores, indicando las culminaciones que tiene  que alcanzar. En la primera mora el habito  y el automatismo, en la segunda el esfuerzo y la voluntad y en la última demoran el ideal y la meta superior a ser alcanzada.

Estos departamentos son, el subconsciente el consciente  y el súper consciente. Como vemos, poseemos en nosotros mismos, el pasado, el presente y el futuro. Todo el campo nervioso de la criatura constituye  la representación  de las potencias periespirituales, lentamente conquistadas  por el ser, a través de milenios y milenios.

El cerebro es el órgano sagrado de manifestación de la mente, en tránsito de la animalidad primitiva hacia la espiritualidad humana.

El hombre actual representa la humanidad  victoriosa, emergiendo de la bestialidad primaria.

El hombre en su estado actual no tiene la suficiente luz para descender con provecho a todos los ángulos del abismo de los orígenes, tal facultad  la adquirirá  más tarde, cuando su alma esté limpia de todo resquicio de sombra. No hay total olvido  en la Corteza Terrestre, ni restauración inmediata  de la memoria  en las zonas de la existencia, que siguen , naturales, al campo de la actividad física, todos los hombres conservan tendencias  y facultades  que casi equivalen a efectivo recuerdo del pasado; y no todos, al atravesar el sepulcro, pueden readquirir , repentinamente, el patrimonio  de sus reminiscencias.  Quien se materializa, en el campo, de la materia densa, no puede volver  a encender, de pronto, la luz de la memoria.

Interpretando de una manera simple las tres regiones  de vida cerebral 

Nervios, zona motora y lóbulos frontales, en el cuerpo carnal, traduciendo impulsividad, experiencia y nociones superiores del alma, constituyen campos de fijación de la mente encarnada  o desencarnada. La demora excesiva en uno de esos planos, con las acciones que le son consecuentes, determina el destino del cosmos individual. La criatura estacionada en la región  de los impulsos se pierde en un laberinto de causas y efectos, desperdiciando tiempo y energía; quien se entrega de modo absoluto, al esfuerzo maquinal, sin consultar el pasado y sin organización de bases para el futuro, mecaniza la existencia, destituyéndola de luz edificante. Para que la mente prosiga en dirección de lo alto, es necesario que se equilibre, valiéndose de las conquistas pasadas, para orientar los servicios presentes, y amparándose, al mismo tiempo, en la esperanza que fluye, cristalina y bella, de la fuente superior de idealismo elevado; a través de esa fuente ella puede captar del plano divino las energías restauradoras, construyendo así el futuro edificante.

Jesús nos recomendó el amor a los enemigos y la oración por los que nos persiguen y calumnian. Llegará el día, en que el amor, la fraternidad y la comprensión, definiendo estados del espíritu serán tan importantes para la mente encarnada como el pan, el agua, el remedio; es cuestión de tiempo. Aunque a veces parezca lo contrario, la mente humana de manera general, asciende para el conocimiento superior, a pesar que, a veces, parezca lo contrario.

Trabajo realizado por Merchita

Extraído del libro “En un Mundo Mayor” de Francisco Cándido Xavier

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