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lunes, 12 de enero de 2015

Tempestades de la vida

              
             
     DESIGUALDAD DE LAS RIQUEZAS

      .. La desigualdad de las riquezas es uno de esos problemasque en vano se quieren resolver, si sólo se considera la vida actual.
La primera cuestión que se presenta, es esta: ¿Por qué todos los hombres no son igualmente ricos? No lo son por una razón muy sencilla: porque no son igualmente, activos y laboriosos para adquirir, ni moderados y previsivos para conservar. Además, está matemáticamente demostrado que la fortuna, igualmente repartida,
daría a cada cual una parte mínima e insuficiente; que suponiendo hecha esta repartición, el equilibrio se rompería en poco tiempo por la diversidad de caracteres y de aptitudes; que suponiéndola posible y duradera, teniendo cada uno apenas lo necesario para vivir, daría por resultado el agotamiento de todos los grandes trabajos que concurren al progreso y al bienestar de la Humanidad; que suponiendo que se diese a cada uno lo necesario, no habría ya el aguijón que empuja a los grandes descubrimientos y a las empresas útiles. Si Dios la concentra en ciertos puntos, es para que desde allí se esparza en cantidad suficiente, según las necesidades.
Admitiendo esto, se pregunta por qué Dios la da a personas incapaces de hacerla fructificar para el bien de todos. Esta es también una prueba de la sabiduría y de la bondad de Dios. Dando al hombre el libre albedrío, quiso que llegase por su propia experiencia a diferenciar el bien del mal, y que la práctica del bien fuese el resultado de sus esfuerzos y de su propia voluntad. No debe ser conducido fatalmente ni al bien ni al mal, pues sin esto solo sería un instrumento pasivo e irresponsable, como los animales.
La fortuna es un medio para probarle moralmente; pero como al mismo tiempo es un poderoso medio de acción para el progreso,Dios no quiere que quede por mucho tiempo improductiva, y por esto la cambia de manos incesantemente. Cada uno debe poseerla para ensayarse a servirse de ella, y probar el uso que sabe hacer de
ella; pero como hay imposibilidad material de que todos la tengan al mismo tiempo, como por otra parte, si todos la poseyesen, nadie trabajaría y el mejoramiento del globo sufriría las consecuencias, cada uno la posee a su vez: el que hoy no la tiene, la tuvo ya o la tendrá en otra existencia, y el que la tiene ahora, podrá no tenerla
mañana. Hay ricos y pobres, porque siendo Dios justo, cada uno debe trabajar cuando le toca su turno; la pobreza es para unos la prueba de la paciencia y de la resinación; la riqueza es para otros la prueba de la caridad y de la abnegación.
Se deplora con razón el lamentable uso que ciertas personas hacen de su fortuna, las innobles pasiones que provoca la codicia, y se pregunta si Dios es justo en dar riqueza a tales personas. Cierto es que si el hombre sólo tuviera una existencia, nada justificaría semejante repartición de los bienes de la Tierra; pero si en lugar de
limitar la vista a la vida presente, se considera el conjunto de las existencias, se verá que todo se equilibra con justicia. El pobre, pues, no tiene motivo de acusar a la Providencia, ni de envidiar a los ricos; y los ricos tampoco lo tienen para glorificarse por lo que poseen. Si abusan de ella, no será ni con decretos, ni con leyes suntuarias, que se remediará el mal; las leyes pueden cambiar momentáneamente el exterior, pero no pueden cambiar el corazón;por esto sólo pueden tener una duración temporal, y siempre son seguidas de una reacción desmedida. El origen del mal está en el egoísmo y en el orgullo; los abusos de toda naturaleza cesarán por sí mismos cuando los hombres se sometan a la ley de caridad.


EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO
ALLAN KARDEC
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 El control de la tristeza   
Es cierto que puede haber momentos en que la tristeza sea la reacción más natural y adecuada: por ejemplo, ante el fallecimiento de un ser querido, o ante alguna otra importante pérdida irreparable. En esos casos, la tristeza proporciona una especie de refugio reflexivo, de duelo necesario para asumir esa pérdida y ponderar su significado.
        Sin embargo, la tristeza común, esa melancolía que lleva a las personas a estar abatidas, a aislarse de los demás y hundirse bajo el peso de la soledad o el desamparo, es un sentimiento cruel y lacerante que hay que aprender a superar.
        Uno de los principales motivos de la duración e intensidad de un estado de tristeza es el grado de obsesión que se tenga ante la causa que ha producido la tristeza. Preocuparse más de lo debido por esa causa, sólo hace que la tristeza se agudice y se prolongue más aún. Aislarse, dar vueltas y vueltas a lo mal que nos sentimos, o a los nuevos males que nos pueden sobrevenir, son excelentes modos de prolongar ese estado.
 
        —¿Y qué se puede hacer para superarlo? 
        De modo análogo a lo que decíamos al hablar sobre la espiral de la preocupación, la mejor terapia contra la tristeza es reflexionar sobre sus causas, para así buscar remedio en la medida que podamos.
Aprender a abordar los pensamientos que se esconden en el mismo núcleo de lo que nos entristece, para cuestionar su validez y considerar alternativas más positivas.
        A veces la tristeza tiene su origen en causas sorprendentemente pequeñas. Comienza quizás con un talante un poco gruñón, de queja, de susceptibilidad, o de envidia, más o menos leve, que en ese momento nos parece controlable e inofensivo. Pero si nos dejamos dominar por esos sentimientos, será inevitable que nos asalten también después, en horas más bajas, y es probable que, entonces, en un descuido, se hagan con el gobierno de nuestro estado de ánimo.
        Y lo peor de todo este fenómeno no es el mal rato que nos haga pasar –y haga pasar a otros– en cada ocasión; lo más grave es que, si no actuamos decididamente para superarlo, puede llegar un momento en que esos sentimientos se establezcan de modo permanente en nosotros y, en continuas oleadas, vayan invadiendo lugares cada vez más profundos de nuestra vida emocional. 
 
Lo que no vale la pena  

       Otro modo de variar el estado de ánimo es actuar sobre las asociaciones de ideas que se producen en nuestra mente. Como ha señalado Richard Wenzlaff, todos contamos con un amplio repertorio de ideas y razonamientos negativos que acuden con facilidad a nuestra mente cuando estamos con un bajo estado de ánimo. Las personas más proclives a la tristeza suelen haber establecido fuertes lazos asociativos entre esas ideas y lo que les sucede en la vida ordinaria: tienden a distraerse asociando esas ideas, saltando de una a otra, con lo que sólo consiguen ahondar ese surco, y acaban dominados por una fuerte tendencia a convertir en lamento cualquier reflexión que hacen. Cortar esas cadenas de negros pensamientos es lo más eficaz para salir del círculo vicioso de la tristeza.
La vida es algo más que un libro de reclamaciones.
        Y aunque a algunas personas les parezca una prueba de agudeza y de madurez mostrar una actitud de constante denuncia de los males que padecen ellos, o la sociedad en general, es mucho más práctico dedicar esas energías –o al menos una buena parte de ellas– a descubrir buenos ejemplos en quienes nos rodean, y procurar seguirlos. No es que haya que ignorar o esconder lo que está mal, pero es importante aprender a centrarse en tareas que siempre sean constructivas. 
 
Nada más cambiar de tema

 También la distracción es una buena forma de alejar esas ideas recurrentes, sobre todo cuando esos pensamientos más o menos deprimentes tienen un carácter bastante automático, e irrumpen en la mente de modo inesperado, sin una causa directa clara. De todas formas, es preciso hacer esto con medida, pues el recurso inmoderado a la distracción suele ser perjudicial: por ejemplo, los telespectadores empedernidos suelen concluir sus maratonianas sesiones con un mayor sentimiento de tristeza y de frustración que al comenzar.
        Hay otras muchas formas de abordar la tristeza. Por ejemplo, esforzarnos por ver las cosas desde una óptica diferente, más positiva; eludir los pensamientos autocompasivos o victimistas; vislumbrar lo positivo que –poco o mucho– puede haber detrás de lo que en ese momento nos parece tan negativo; pensar que muchas otras personas saben sobrellevar bien situaciones que son objetivamente mucho peores; buscar el desahogo en alguien que, al no estar atrapado por esa espiral de la tristeza, pueda más fácilmente ofrecernos alternativas o remedios; etc. 

 Distinguir del cansancio.       
   Habrá otras ocasiones en que la causa principal sea simplemente el cansancio. Por ejemplo, una persona que duerma habitualmente poco, puede mostrar un carácter pesimista o irritable, y estar convencido de que sus reacciones son las lógicas ante las cosas que le suceden, y quizá no se da cuenta de lo que realmente pasa: que sufre un mero y simple estado de cansancio, resultado natural de haber dormido poco. Es un ejemplo de influencia de una situación corporal en nuestro estado de ánimo, pero experimentada a veces de una manera no consciente.
        Unas veces, la solución será descansar. En otras, embeberse en alguna ocupación, aunque no sea estrictamente de descanso: por ejemplo, acometer pequeñas tareas pendientes (trabajos domésticos, por ejemplo) que nos hagan centrar la atención en otra cosa y además nos hagan gozar de la gratificante satisfacción del deber cumplido.
        Cabría insistir, por último, en que pensar en los demás es una excelente terapia contra la tristeza, pues ésta suele alimentarse de preocupaciones que giran en torno a uno mismo, y el hecho de ayudar a los demás –algo siempre recomendable para cualquier persona, esté triste o alegre– tiene el benéfico efecto, entre otros muchos, de contribuir a que nos desembaracemos un poco de nuestro egoísmo. 
 
Alfonso Aguiló
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SUICIDIO

Era la mañana del sábado. Toco el teléfono y lo atendió alguien.
Una voz masculina, embargada por la emoción, a duras penas, comenzó el dialogo.
Deseaba saber lo que la doctrina espirita decía sobre el suicidio. Cual sería, según el espiritismo, la suerte de aquellos que acaban con la propia vida.
Dijo que estaba con el firme propósito de poner fin a la vida miserable que estaba llevando hacia cerca de dos meses.
Resaltó que su quiebra fue decretada en una ciudad distante en otro estado de Brasil. Y, para huir del escándalo, se cambio de ciudad en busca de una oportunidad, más fue en vano.
Ahora, según afirmo, deseaba huir definitivamente de la vida, para resolver de una vez por todos sus tormentos.
Escucho, de la persona que lo atendió, en rápidas palabras, la posición espirita sobre el suicidio.
Que esta es una puerta falsa, y que aquellos que la buscan en el intento de acabar con los problemas solamente los agravan aun más.
Que solo se consigue salir del cuerpo, sin salir de la vida, que continua latiendo más allá del túmulo. Y que solo quien nos coloco, en el mundo tiene el derecho de sacarnos de el. Y que ese alguien es Dios, nuestro padre creador.
Escucho, aun, que su quiebra solo podría ser decretada por el mismo, ahora si, a través del suicidio. Que hombre alguno podría hacerlo.

Que la quiebra decretada fuera de su empresa y que, seguramente, si continuase con disposición conseguiría reverter la situación.
Que Dios jamás nos abandona, mucho menos en las horas difíciles de nuestra caminata. Que todos nosotros, sin excepción, tenemos un ángel guardián interesado en nuestra victoria. En la victoria del espíritu inmortal sobre la materia, sobre los vicios y equívocos.
El hombre dijo que había perdido todo, que estaba en la miseria, que nada más le restaba.
Y la voz del otro lado de la línea torno a la carga diciendo que la miseria verdadera es la miseria del alma. Y que solamente podremos asegurar que nada más nos resta cuando perdemos la dignidad.
El mundo nos puede quitar todo, todo lo que tenemos, más jamás nos quitará lo que somos, jamás logrará retirar conquistas verdaderas como la dignidad. Solamente solamente si nosotros lo permitimos, aceptando el invite a la indignidad.
El hombre reflexionó un poco, hablo que aun le restaban los amigos y su casa, que estaba en la de los padres, ya fallecidos. Resolvió, por fin, volver a su ciudad y recomenzar nuevamente.
Casos como ese que acabamos de narrar, son constantes en la faz de la tierra.
Si usted está enfrentando problemas semejantes, no deje de tomar en consideración las orientaciones de los espíritus superiores.
Huya del convite al suicidio como solución a sus problemas.
El suicidio es un terrible engaño, por ser una puerta falsa.
Así que la persona consume el acto del suicidio, percibe el precipicio que se abre a su frente.
¿Lo sabía usted?
¿Usted sabia que, de forma general, son los suicidas los que más sufren después de la muerte?
Y qué cuando llegan al mundo espiritual se dan cuenta de que no lograron el intento, que era poner fin a la vida.
Siguen viviendo y perciben que a los problemas, de los cuales deseaban huir, otros se suman, por la falta de fe en Dios y por la rebeldía.
En la muerte natural los lazos que unen al espíritu al cuerpo son desatados lentamente, mientras que en el suicidio son violentamente rotos, sin, con todo, permitir que el espíritu se libere.
Por ese motivo, no nos dejemos tentar por la invitación al suicidio. Nunca valdrá la pena. Antes, roguemos a Dios las fuerzas para soportar el fardo que cargamos.

Redacción de Momento Espirita
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               Tempestades de la Vida

Hay noches muy oscuras en que el viento violento y ruidoso trae la tempestad inclemente. 

Los truenos y los relámpagos invaden la madrugada como si fuesen a durar para siempre. 

No hay como ignorar los sentimientos que toman por asalto nuestros frágiles corazones. 

El miedo y la inseguridad nos quitan nuestro sueño, y pasamos minutos interminables, imaginando lo peor, temerosos de que el cielo pueda, de un momento para otro, caer sobre nuestras cabezas.

Sin, no obstante, cualquier aviso, el viento se va calmando, las gotas de lluvia comienzan a caer con menos violencia y el silencio vuelve a imperar en la noche. 

Adormecemos sin darnos cuenta del final de la intemperie, y cuando despertamos, con el sol de la mañana besándonos la frente, ni siquiera nos acordamos de las angustias de la noche. 

Las ramas caídas en la calzada, el agua aun enlodada en la calle, nada, ninguna señal es suficientemente fuerte para que nos acordemos del temporal que hace pocas horas nos asustaba tanto. 

Así aun somos nosotros, criaturas humanas, presas al momento presente. 

Descreídos, al punto de casi sucumbir delante de cualquier dificultad, sea una tempestad o revés de la vida, por creer que ella podría aniquilarnos o herir irremediablemente. 

Hombres de poca fe, es lo que somos. 

Hace mucho tiempo fuimos invitados a creer en el amor del Padre, soberanamente justo y bueno, que no permite que nada que no sea necesario y útil nos ocurra. 

Incluso así continuamos unidos a la materia, creyendo que nuestra felicidad depende apenas de los tesoros que el óxido roen y que el tiempo deteriora. 

Permanecemos sufriendo por dificultades pasajeras, como la tempestad de la noche, que por más estragos que pueda hacer en los tejados y en lo jardines, siempre pasa y tiene su indiscutible utilidad. 

Somos para Dios como criaturas que aun no se dieron cuenta de la grandiosidad del mundo y de las verdades de la vida. 

Almas aprendices que se asustan con truenos y relámpagos que, en las noches oscuras de la vida, haciéndonos recordar de nuestra pequeñez y de nuestra impotencia delante de todo. 

Si aun lloramos de miedo y no tenemos coraje bastante para enfrentar las realidades que no nos parecen favorables o agradables, es porque en nuestra intimidad el mensaje de Cristo aun no se hizo certeza. 

Nuestra fe es tan insignificante que ante la menor contrariedad gritamos que Dios nos abandonó, que no hay justicia. 

Se trata, sin embargo, de una miopía espiritual, derivada de nuestro deseo constante de ser agraciados con bendiciones que, por ahora, aun no son merecidas. 

Nos falta coraje para creer que Dios no se equivoca, que esta característica no es de el, sino sólo nuestra, caminantes imperfectos en esta ruta evolutiva. 

Nos falta humildad para creer que, cuando hacemos la parte que nos cabe en la tarea, todo ocurre en la hora correcta y de la forma adecuada. 

Los dolores que nos llegan y nos tocan son oportunidades de aprendizaje y de cambio para un nuevo estadio de evolución. 

Así como la lluvia, que aunque nos parezca inconveniente y asustadora, en algunas ocasiones, también los problemas son indispensables para la purificación y renovación de los seres. 

Por eso, cuando las tempestades pesaran fuertemente sobre nuestras cabezas, sepamos percibir que todo en la vida pasa, así como las lluvias, los dolores, los problemas. 

Todo es fugaz y momentáneo. 

Pero todo, también, tiene su motivo y su utilidad en nuestro desarrollo. 


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