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domingo, 27 de septiembre de 2015

LIBRE ALBEDRIO



   
                     SABEDLO YA

"Sabedlo ya: Dios es tan misericordioso que nos ha salvado. El espíritu que habita dentro de vosotros y que os acompaña a lo largo de vuestro periplo por el mundo de la carne jamás sucumbe, jamás se extingue, pero la lucha que tenéis por delante es ardua. Nadie está condenado a nada, excepto al sufrimiento reformador surgido de sus propios actos. Todas las quejas que a cada momento claman al cielo intentando apartar los pesares de las pruebas diarias, no son sino soplos purificadores que el ser necesita para continuar con su ruta de ascenso por la montaña de la evolución. Podéis perderos en uno y mil debates, en maldecir el destino o la fatalidad, pero mientras no comprendáis la raíz de vuestros padecimientos, nada avanzaréis" 

Libro "Crimen y redención" Capítulo 2 Página 87 
José Manuel Fernández


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                                                                MIEDO A LA MUERTE
                             

  El miedo a la muerte debe ser razonado de cara a ese  invitable fenómeno biológico.
         Todo nace en la forma orgánica para transformarse molecularmente a través de la muerte.
         La muerte es, por tanto, una forma de desectructuración celular, que se encarga de alterar el conjunto material sin destruir la energía que lo sustenta.
                 Nada existe que no experimente alteración, y la inercia es solamente incapacidad de percibir el movimiento
             La vida es perenne, pues se encuentra en todo el Universo, originada en el Padre Creador, y jamás se extingue.
             La vida es el ser espiritual en diversos estados, evolucionando sin cesar, a partir de la vibración inicial hasta la angelitud superior.
           Por eso mismo, el ser real no es físico, sino que es el Espíritu quien lo modela,y mediante la disgregación de las moléculas se liberta de la clausura carnal, de la misma forma que, mediante la unión de las partículas, vuelve al cuerpo y recomienza la experiencia orgánica.
     
       Cuando se apega a las licencias del placer y a los impositivos de las pasiones más primarias, el Espíritu reencuentra en el cuerpo la liberación por la muerte.
                  El indivíduo hedonista* teme la idea de la muerte, sin darse cuenta de la degeneración material y de los complicados resultados perturbadores que se suceden. Supone que la vida se resume en el frágil y breve periodo de los sentidos físicos.
*(El hedonismo procura en el placer la finalidad de la vida) observación nuestra.
      Morir es liberación; abandono de la estructura pesada a fin de habitar libre en la dimensión eterna.            
          Atávicamente fascinado por el cuerpo, que palpita y siente, el ser humano por falta del hábito de meditar, de reflexionar, es desinformado al respecto de la sobrevivencia del alma,  sin los mitos ni las fantasías religiosas del pasado, viendo en la muerte el aniquilamiento, la cesación de la vida.
     Nadie muere, nada se destruye; todo experimenta transformaciones incesantes y el Espíritu prosigue viviendo cuando ocurre la desarticulación de la maquinaria física que comanda.
           Gracias a las comunicaciones mediúmnicas, confirmadas por Jesús redivivo, para demostrar la vida actuante después de la muerte, se disfruta de la certeza de la inmortalidad, lo que trabajando en favor de la constituye aliento y razón de alegría para todas las criaturas, que pasan a vivir en el cuerpo trabajando en favor de la libertad y de la ventura espiritual que más  adelante le vendrá.
      Confía, por tanto, en Dios, y condúcete con equilibrio en todos los momentos de la existencia terrena, a fin de que en el momento de la muerte, estés preparado para sobrevivir en plenitud.
        Si algún ser querido te antecedió en el viaje de retorno, cálmate y  espera.
            Él vive y te aguarda.
       
   Si estuvieses en silencio íntimo, háblate animándote para proseguir en paz en el desempeño de tus tareas hasta el instante de tu liberación.
              Y si por casualidad, algún temor te amenaza en lo que se dice respecto a la desencarnación, recuerda que diariamente, cuando te adormeces, experimentas una forma de muerte, cuyo despertar es, en cierto modo, reencontrar la inmortalidad...
             Ama a los que murieron pero viven, preparándote a tu vez, para vivir después de que mueras.
  Joanna de Ângelis 
Página distribuída por el Centro Espírita Camino da Redención.

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                     EL PRIMER DEBER DEL DIA


El primer deber de todo ser humano, el primer acto que debe señalar su retorno a la actividad cotidiana, es la oración. Casi todos vosotros oráis, pero, ¡cuán pocos saben hacerlo! ¡Qué importan al Señor las frases que hilvanáis unas con otras de una manera maquinal, por haberos habituado a ello, ya que es una obligación que cumplís y que, como todo deber, os resulta pesado!
La plegaria del cristiano, del espírita, cualquiera que sea el culto a que pertenezca, debe ser hecha en el momento mismo en que el espíritu vuelve a uncirse el yugo de la carne.
Tiene entonces que elevarse hasta los pies de la Divina Majestad, humilde y profundamente, en un impulso de reconocimiento por todos los beneficios recibidos hasta esa fecha: por la noche que acaba de pasar y durante la cual se os permitió aun sin vosotros saberlo regresar cerca de vuestros amigos y guías para adquirir, al contacto con ellos, más fuerza y perseverancia. Vuestra oración debe elevarse con humildad hasta los pies del Señor, para encomendarle vuestra debilidad y pedirle su apoyo, indulgencia y misericordia.
Tiene que ser profunda, porque es vuestra alma la que debe elevarse hacia el Creador, transfigurándose como Jesús en el monte Tabor y llegando hasta Él blanca y radiante de esperanza y amor.
Vuestra plegaria debe contener la petición de gracia de que tengáis necesidad, pero ésta deberá ser una necesidad real. Inútil será que roguéis al Señor para que acorte vuestras pruebas u os conceda alegrías o riquezas. Antes por el contrario, suplicadle que os dispense los bienes más preciosos de la paciencia, la resignación y la fe. No digáis, como muchos de vosotros afirman: "No vale la pena orar, puesto que Dios no me otorga lo que le pido." ¿Qué le solicitáis en casi todos los casos? ¿Pensáis a menudo en impetrarle vuestro mejoramiento moral? ¡Oh, no, esto muy pocas veces! Os acordáis más bien de pedirle buen éxito en vuestras empresas terrenales, y luego exclamáis: "Dios no se ocupa de nosotros. ¡Si lo hiciera, no habría en el mundo tantas injusticias!".
¡Insensatos e ingratos! Si descendierais hasta los hondones de vuestra conciencia, casi siempre encontraríais en vosotros mismos el punto de partida de los males de que os doléis. Pedid, pues, ante todo, vuestro mejoramiento, y veréis entonces qué torrente de gracias y consuelos se derramará sobre vosotros.
Debéis rogar incesantemente, sin por eso retiraros a vuestro oratorio o postraros de hinojos en las plazas públicas. La oración diaria consiste en el cumplimiento de vuestros deberes de todos ellos, sin excepción, sea cual fuere su naturaleza. ¿Acaso no es un acto de amor hacia el Señor el que asistáis a vuestros hermanos en cualquier necesidad que tengan, bien sea moral o física?...
¿No realizáis una acción de gracias cuando eleváis a Él vuestros pensamientos porque una felicidad os ha alcanzado, u os salváis de un accidente, e incluso porque una mera contrariedad apenas si os roza; cuando decís en vuestro fuero interno: " Bendito seas, Padre mío"?¿No constituye un acto de contricción el humillaros ante el Juez Supremo cuando sentís que habéis incurrido en falta, aunque sólo sea por un pensamiento fugitivo, y le decís:
Perdóname, Dios mío, por haber pecado por orgullo, egoísmo o falta de caridad. Dame la fuerza precisa para no desfallecer y el valor necesario para reparar mi falta"'?........
Esto es independiente de las oraciones regulares de la mañana y de la noche y las de los días consagrados. Como veis, la plegaria puede serlo en todo instante, sin que en manera alguna interrumpa el curso de vuestros trabajos.
Antes bien, dicha así, santifica a estos últimos. Y persuadíos de que uno de esos pensamientos, que parta del corazón, es más escuchado por vuestro Padre celestial que las largas oraciones que se recitan por costumbre, muchas veces sin una causa específica, y a las cuales os llama de forma maquinal la hora establecida. 

El evangelio según el espiritismo.


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             Libre Albedrío

A cada momento el Espíritu está haciendo, modificando, renovando su destino. Los pensamientos y los actos son sus agentes importantes, responsables de las alteraciones que le concernirá vivir en el suceder de los días.

Y esto es porque a cada acción, le corresponde una reacción equivalente.

No obstante el destino feliz que a todos nos está reservado por las leyes divinas, el avanzar, estacionarse en el camino o retrasar el momento de disfrutar, de beneficiarse con la felicidad, depende del ser, de su decisión.

Destinado a la gloria espiritual ?determinismo irreversible-, el ser marcha por la senda que más le place, dado que adquirió el discernimiento ? libre albedrío.

No existe nadie que se encuentre predestinado al mal, a la desgracia. La ingenua concepción en torno de los que fueron creados para la desdicha, no posee la menor fundamentación.

La escala evolutiva, en su inabordable ascensión, se sostiene de las conquistas personales en las que el Espíritu se afirma en un peldaño de victoria, a fin de poder subir al próximo, y así sucesivamente. Cada paso le da más fuerza y experiencia para el cometido inmediato. Cada nueva empresa, es el resultado de la conquista anterior.

No retrocediendo nunca, por cuanto las conquistas son adquisiciones inalienables que se graban en lo íntimo, puede, entre tanto, estancarse por tiempo indefinido en cualquier situación a la que se ligue por procesos negativos y gravámenes de los que solamente se liberará cuando se resuelva superar el impedimento y resarcir los males que haya hecho.

Hay personas que se embrutecen de tal forma y de manera tan sorpresiva, tanto se comprometen con los errores, que parecen haber retrocedido en la escala evolutiva a la faja primitiva. Con todo, pese a la suma de desaciertos o al impulso hacia la locura que de ellas se posesiona sus experiencias nobles y sus conquistas, no se pierden, imponiéndoles, por el contrario y gracias a ello, una mayor suma de responsabilidad, una más severa necesidad redentora, que se exigirá, después, en el crisol del futuro depurador.

¿No vemos madres, padres, hijos duramente humillados, maltratados en su amor por aquellos afectos que les amargan todos los minutos y que los cubre de injurias en todos los instantes, sin descorazonarse en su dedicación, sin una palabra de queja o de censura, justificando, más bien, a los que los escarnecen y flagelan, excusándolos con argumentos, que no corresponden a la verdad? ¿No encontramos criaturas inmovilizadas en prolongadas parálisis o lamentado dolorosas cegueras, o siendo mudas con el semblante iluminado por dulce resignación, con lo cual bendicen al dolor? ¿No enfrentamos a encarcelados, sufriendo penas injustas, sin quejas ni pruritos de autopiedad, en elocuentes posiciones heroicas? ¿No admiramos a portadores de enfermedades irreversibles, dolorosas, abiertas en llagas purulentas, nauseabundas, durante años, sin irritación ni rebeldía?

¿Y qué decir de los que transitan en la miseria económica o social, portando buen humor y esperanza, pareciendo felices? ¿Cuántos otros soportan las dolorosas imposiciones de un trabajo exhaustivo y humillante, dando gracias por tener el honor de conseguir honradamente el magro pan de cada día? ¿No hay muchos que deambulan en medio de una soledad asfixiante, con el alma pronta a estallar de ternura, sedientos del cariño que no encuentran, transformando las horas de su propia angustia en sonrisas en los labios ajenos?

Ellos sienten o saben que se están irguiendo del abismo al que se precipitaron por egoísmo, por el descrédito de las soberanas leyes, en la ansiosa búsqueda de la ascensión. En la noble tentativa en que se encuentran, no les faltan manos espirituales generosas que los socorren, benévolas, en nombre del Padre. Cayeron, sí, pero no obstante, se esfuerzan por evolucionar, recuperando el tiempo mal aplicado en la saña de la locura.

Vienen a vivir voluntariamente, aquellos que espían problemas equivalentes, empero, bajo la lluvia de hiel e injurias que exteriorizan, o azotados por sorda rebeldía que los humilla, porque no pueden huir del yugo purificador al que están sometidos por las actitudes groseras y el desacato que tuvieron para con la vida. Evolucionan penosamente, en trances de difícil superación. Beben la copa llena de ácidos que escaldan el corazón y la mente como brasa viva, y que son los elementos que precisan para templar sus propios sentimientos.

Evolucionan, por medio del dolor, en aquello que no supieron o desdeñaron conseguir por amor.

El atentado al orden resulta de la desarmonía del equilibrio que rige en todo y en todas partes. Quien arbitrariamente lanza golpes contra el orden, sufre la natural consecuencia, y ese es el azote del dolor que despierta y corrige, educa y eleva hacia el aprendizaje elevado y los emprendimientos trascendentales.

No es necesario que alguien se transforme en instrumento de la justicia cuando es herido. La opción de hacerlo, le acarreará lamentables problemas que deberá soportar más tarde.

El mal perpetrado contra alguien, no se dirige solamente hacia la individualidad deseada, sino al organismo general en el que aquella se moviliza. El problema pasa, entonces, a pertenecer al grupo afectado. Por esa razón, a la víctima le cabe siempre la actitud del perdón, por cuanto, si responde al mal que sufrió con otro mal, se torna agresor, actuando así en la orbita de aquel que lo hirió. Aún así, si no perdona y su agresor se renovó en la práctica del bien, ya está reparando el mal antes realizado; no se le aplica el impedimento del progreso, porque el afectado original permanezca en la porfía del desagravio personal... El odio que se consagra a otro, no es dificultad para el acceso a escalas superiores de quien padece sus petardos.

Las acciones edificantes, los gestos de renunciamiento, de abnegación, sacrificio, y caridad se sobreponen a las labores tumultuosas, perjudiciales, viciosas.

El bien es más importante que el mal. La luz tiene más poder que la sombra.

Para alcanzar las conquistas del espíritu, en cada experiencia reencarnatoria, le son previstas, en razón de las adquisiciones logradas en uno como en otro campo del bien o del mal practicado, determinadas imposiciones punitivas por las que deberá pasar, a fin de eliminar los gravámenes desdichados que lo tornaron infeliz. Sin embargo, esto nunca sucede con carácter absoluto. El determinismo es flexible, salvo raras excepciones que siempre son examinadas, coordinadas y alteradas por los responsables en los procesos reencarnatorios de los que buscan la Tierra para un aprendizaje edificante y libertador.

En los planes de las experiencias humanas, debido a los cambios de comportamiento de los reencarnados, que se producen por su libre albedrío, son alterados con asidua frecuencia, sucesos y socorros, dolores y problemas programados, abreviándose o concediéndose moratoria al descanso de aquellos que se sitúan en uno o en otro campo de ésta o de aquella necesidad...

Jamás se debe olvidar que las leyes que rigen la vida son de amor, pero también son la base de justicia donde se asienta la misericordia de Nuestro Padre Creador.

Lo que parece un determinismo infeliz y que resulta de las llamadas desgracias terrenales: desastres, desencarnaciones inesperadas, enfermedades, abandonos, sufrimientos, pobreza, de manera alguna son infortunios reales, sino procesos metodológicos de disciplina moral para los condenados, los deudores inveterados, mediante los cuales son advertidos por las fuerzas superiores, a fin de que se inclinen hacia los deberes nobles y se reconcilien con sus conciencias y con el prójimo que pisotearon y subordinaron... Los infortunios, son los actos que los llevaron a tales correctivos y no los medicamentos providenciales para lograr la depuración de los descalabros cometidos, de las sandeces perpetradas...

Como auxiliares valiosos del libre albedrío, el hombre posee el discernimiento, la razón, la tendencia al bien, la irresistible atracción hacia la felicidad... contra él, está el pasado espiritual, el atavismo animal, la preferencia al error como resultante del hábito y del comodismo al que se aferra... A fin de que no se demore por tiempo indefinido en el error, las leyes sabias determinan las experiencias dolorosas que funcionan como técnicas de evaluación de las conquistas morales para su progreso, su evolución.

Ningún espíritu conseguirá marginarse indefinidamente, entregándose a sí mismo. Cuando su opción infeliz lo embrutece y la vileza lo maltrata, es alcanzado por los impositivos del progreso y, a través de penosas y santificantes expiaciones, desarrolla las superiores aptitudes innatas con que abre las alas de la santificación, alzando vuelo rumbo al progreso.

Redescubre y reencuentra el placer del bien del que se distanció y anhela por la emoción de recuperarse más fácilmente. De aquí surgen las conmovedoras probaciones que solicita en las cuales se agiganta, ganando la redención y enseñando valor a los debilitados en la lucha, a los combatidos en el esfuerzo rehabilitador, puesto que tal es la conciencia de que se hace portador, en el ansia de ser dichoso...

Gracias a los esfuerzos realizados y a los triunfos logrados luego de las sucesivas pruebas victoriosas, obtiene méritos para realizar tareas misioneras que lo traen nuevamente a la tierra, a la que dignifica y bendice con estoicismos conmovedores y abnegaciones insuperables.

Muchos de ellos no se permiten alegrías en cuanto no reconquistan a los que ofendieron, rehaciendo el camino a su lado, ofreciéndoles venturas sobre el dolor y alegría mas allá del lago de las lágrimas. Por lo tanto, se sumergen en un cuerpo somático en sublimes anonimatos, dotados de elevados valores que brillan en el lodo donde aquellos se movilizan, salvando a las antiguas víctimas aún intoxicadas por la rebeldía y por la venganza.

Solamente después de elevarlas a la planicie de la esperanza y de rescatar directamente con ellas los errores, no obstante ya se hayan lapidado y ennoblecido frente a la vida, es que parten hacia otros rumbos...

Por lo tanto, las pruebas espontáneamente aceptadas, representan conquistas, ajustes entre los Numens Tutelares y los espíritus que reencarnan, consubstanciados en el libre albedrío de éstos.

Las expiaciones, son las terapéuticas quirúrgicas enérgicas, rigurosas, impuestas por el determinismo de las leyes por el bien de aquellos que se dejaron arrastrar en las mallas del egoísmo descontrolado, de las locuras indebidas, de la insensatez prolongada.

Se yuxtaponen, se coordinan, se comprometen en un bienaventurado programa que tiene como objetivo la felicidad y la paz de los hombres.

Por lo tanto los pensamientos, los actos, son los agentes responsables de los éxitos y desdichas que pesan sobre la conciencia de cada criatura.

Lo que haya sucedido de mal, no está irremediablemente hecho, ya que enseguida fulge la oportunidad de la recuperación.

Es verdad que el tiempo urge para ser aprovechado y que no vuelve en las mismas circunstancias, con semejantes requisitos, en iguales condiciones. Entretanto, el esfuerzo personal, aliado al interés por la edificación íntima, crea los factores propicios para que en otro espacio de tiempo, se modifiquen las estructuras negativas, se deshagan las construcciones perjudiciales, se minimicen las consecuencias de lo ya hecho, produciéndose los mecanismos favorables en pro de lo que se irá a hacer.

Siempre hay esperanza en el cielo del hombre que se decidió por la verdad.

La luz del bien brilla imperecedera en la cúpula de la vida.

Podéis hacer todo lo que yo hago y mucho más, si quisierais" afirmó Jesús.

A pesar del destino de glorias imprevisibles que está reservado para todos, la decisión de usufructuarlas hoy o más tarde dependerá de cada ser, sin olvidarnos que el " reino de los cielos es tomado por asalto ", perteneciendo a aquellos que se resuelven romper con la indecisión, con la incertidumbre y el comodismo, los cuales avanzan con intrépido amor, en una libre opción por alcanzar la culminación del determinismo de las leyes divinas.

Juana de Ángelis - Mensaje Psicografiado por Divaldo Pereira Franco


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