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miércoles, 13 de abril de 2011

Una lección de amor




Muchas obras ya fueron escritas a respecto del odio entre las personas, familia o comunidades.
La literatura celebró romances como Romeo y Julieta. La tragedia de un amor con el paño de fondo del odio  de dos familias.
Las cintas cinematográficas y las novelas de la televisión vitalizan con colores muy vivos dramas en los que el odio pasa de generación en generación.
Lo que nos quiere decir que la criatura, al nacer, pasa a ser alimentada con la información de la necesidad de odiar a aquel o aquellos que sus abuelos y padres odian.
 A pesar de que vivimos en el inicio del Tercer Milenio, tales hechos  no pasan solo en los teatros, cines o novelas.
Se observa que, en lo cotidiano, existe mucho odio siendo alimentado y transmitido de padre para hijo.
No es de extrañar, así, que haya tantas guerras, desentendimiento, discordia entre los pueblos. Pues todo viene desde la cuna.
Desde la gestación, el Espíritu que anima el cuerpo del bebe en formación pasa a ser sofocado con las emociones del odio  del que se nutren los familiares. Padre y madre en especial.
Seria mucho más digno de los que nos decimos cristianos, si no consiguiésemos perdonar el desafecto, no pasásemos a los hijos tal problema.
Si la problemática es nuestra, nosotros las debemos resolver y jamás pasarla  adelante. Aun mismo porque, en la secuencia del tiempo, lo que era motivo de odio mortal se diluye.
Muchas veces, hasta los que dicen no recordar con exactitud porque proceden así. Se disculpan diciendo que son motivos graves, de épocas anteriores a la suya, que la cuestión es familiar, etc.
Recientemente, podemos observar un caso que nos emocionó. Un joven de familia abastada, se casó con una joven pobre y sin nombre de familia expresivo.
Contrariada, la madre del rapaz  lo desheredó y el partió para otros lugares para rehacer su vida.
Construyó su hogar sobre las bases de la honestidad y el trabajo y pasó tales valores para su hija. Muriendo muy joven, dejo a la viuda con pocos recursos.
Ella, a su vez, no se intimido. Trabajó y educo a la hija.
Cierto día, la abuela la buscó deseando ver a la nieta. Recelosa, temía que la nuera hubiese envenenado a la nieta contra ella. Cual no fue su sorpresa al ser abrazada por la nieta de ocho años, y oír de su boca:
¡Abuela, que bueno que la señora vino! Tenía tantos deseos de conocerla. Mi madre siempre me dice que la señora es una persona muy buena, como mi padre.
Durante años, la madre simplemente pasó a la chavala la lección del amor. Consciente de que las cuestiones que decían al respecto a ella y su marido no deberían proseguir en el tiempo.
La lección del amor conmovió a vieja abuela, que retornó a su hogar  después de la visita, para mediar la propia actitud.
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 Los padres son responsables por los Espíritus de los hijos. Así, si ellos fallaran, por culpa de los padres, estos tendrán que prestar cuentas a Dios.
La maternidad y la paternidad son dos de las misiones más grandiosas que Dios confía a los hombres.
Por eso vale la pena emplear todos los esfuerzos para merecer la confianza del Creador.
 Redacción de Momento Espirita

Una historia




NECESITABA UN ABRAZO


      Hace veinte años, yo manejaba un taxi para vivir. Lo hacía en  el  turno  de  la  noche  y  mi  taxi  se  convirtió  en  un confesionario móvil. Los pasajeros se subían, se sentaban atrás de mí en total anonimato, y me contaban acerca de sus vidas. Encontré personas cuyas vidas me asombraban, me ennoblecían, me hacían reír y me deprimían. Pero ninguna me conmovió tanto como la mujer que recogí en una noche de agosto.

      Respondí a una llamada de unos pequeños edificios en una tranquila parte de la ciudad. Asumí que recogería a algunos saliendo de una fiesta o a un trabajador que tenía que llegar temprano a una fábrica de la zona industrial de la ciudad.

      Cuando llegué a las 2:30 am el edificio estaba oscuro excepto por una luz en la ventana del primer piso. Aunque la situación se veía peligrosa, yo siempre iba hacia la puerta. Este pasajero debe ser alguien que necesita de mi ayuda, razoné para mí. Por lo tanto caminé hacia la puerta y toqué... "un minuto" respondió una voz frágil. Pude escuchar que algo era arrastrado a través del piso. Después de una larga pausa, la puerta se abrió.

      Una mujer pequeña de unos ochenta años se paró enfrente de mí. Llevaba puesto un vestido floreado, y un sombrero con un velo, como alguien de una película de los años 40"s. A su lado una pequeña maleta de nylon. El departamento se veía como si nadie hubiera vivido ahí durante muchos años. Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas, no había relojes en las paredes, ninguna baratija o utensilio. En la esquina estaba una caja de cartón llena de fotos y una vajilla de cristal.

      La señora repetía su agradecimiento por mi gentileza.

- No es nada, -le dije-. Yo sólo intento tratar a mis pasajeros de la forma que me gustaría que mi mamá fuera tratada.
- No, estoy segura de que es un buen hijo, -dijo ella-.

      Cuando llegamos al taxi me dio una dirección, entonces preguntó:

- ¿Podría manejar a través del centro?
- Ese no es el camino corto, -le respondí rápidamente-.
- No importa, -dijo ella-. No tengo prisa, estoy camino del asilo.

      La miré por el espejo retrovisor, sus ojos estaban llorosos.

- No tengo familia, -continuó-, el doctor dice que no me queda mucho tiempo de vida.

      Tranquilamente estiré mi brazo y apagué el taxímetro.

- ¿Qué ruta le gustaría que tomará? -le pregunté-.

      Por las siguientes dos horas manejé a través de la ciudad. Ella me enseñó el edificio donde había trabajado como operadora de elevadores. Manejé hacia el vecindario donde ella y su esposo habían vivido cuando ellos eran recién casados. Ella me pidió que nos detuviéramos enfrente de un almacén de muebles donde una vez hubo un salón de baile, al que ella iba a bailar cuando era joven. Otras veces me pidió que pasara lentamente enfrente de un edificio en particular o una esquina; miraba en la oscuridad, y no decía nada. Con el primer rayo de sol apareciéndose en el horizonte, ella repentinamente dijo:

- Estoy cansada, vámonos ahora.

      Manejé en silencio hacia la dirección que ella me había dado. Era un edificio bajo, como una pequeña casa de convalecencia, con un camino para autos que pasaba bajo un pórtico. Dos asistentes vinieron hacia el taxi tan pronto como pudieron. Ellos debían haber estado esperándola. Yo abrí la cajuela y dejé la pequeña maleta en la puerta. La mujer estaba lista para sentarse en una silla de ruedas.

- ¿Cuánto le debo?, -preguntó ella-, buscando en su bolsa.
- Nada, -le dije-.
- Tienes que vivir de algo, -respondió-.
- Habrá otros pasajeros, -le respondí-.

      Casi sin pensarlo, me agaché y la abracé. Ella me sostuvo con fuerza, y dijo:

- ¡Oh, necesitaba un abrazo!

      Apreté su mano, entonces caminé hacia la luz de la mañana. Atrás de mí una puerta se cerró, fue un sonido de una vida concluida. No recogí a ningún pasajero en ese turno, manejé sin rumbo por el resto del día. No podía hablar, ¿Qué habría pasado si a la mujer la hubiese recogido un conductor malhumorado o alguno que estuviera impaciente por terminar su turno?. ¿Qué habría pasado si me hubiera rehusado a tomar la llamada, o hubiera tocado el claxon una vez, y me hubiera ido?

      En una vista rápida, no creo que haya hecho algo más importante en mi vida. Estamos condicionados a pensar que nuestras vidas están llenas de grandes momentos, pero los grandes momentos son los que nos atrapan bellamente desprevenidos, en los que otras personas pensarán que sólo son pequeños momentos.

      Las personas tal vez no recuerden exactamente lo que tú hiciste o lo que tú dijiste... pero siempre recordarán cómo los hiciste sentir.
 Mucha paz con Jesús
 Gina de Rezkalah
Centro Espírita "Amalia Domingo Soler" Lima-Perú

( Podéis visitar el blog  inquietudesespiritas.blogspot.com)