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sábado, 17 de marzo de 2012

Forma de orar




    El primer deber de todo ser humano, el primer acto que debe señalar su retorno a la actividad cotidiana, es la oración. Casi todos vosotros oráis, pero, ¡cuán pocos saben hacerlo! ¡Qué importan al Señor las frases que hilvanáis unas con otras de una manera maquinal, por haberos habituado a ello, ya que es una obligación que cumplís y que, como todo deber, os resulta pesado!
     La plegaria del cristiano, del espírita, cualquiera que sea el culto a que pertenezca, debe ser hecha en el momento mismo en que el espíritu vuelve a uncirse el yugo de la carne.

     Tiene entonces que elevarse hasta los pies de la Divina Majestad, humilde y profundamente, en un impulso de reconocimiento por todos los beneficios recibidos hasta esa fecha: por la noche que acaba de pasar y durante la cual se os permitió aun sin vosotros saberlo regresar cerca de vuestros amigos y guías para adquirir, al contacto con ellos, más fuerza y perseverancia.  Vuestra oración debe elevarse con humildad hasta los pies del Señor, para encomendarle vuestra debilidad y pedirle su apoyo, indulgencia y misericordia.

     Tiene que ser profunda, porque es vuestra alma la que debe elevarse hacia el Creador, transfigurándose como Jesús en el monte Tabor y llegando hasta Él blanca y radiante de esperanza y amor.
Vuestra plegaria debe contener la petición de gracia de que tengáis necesidad, pero ésta deberá ser una necesidad real. Inútil será que roguéis al Señor para que acorte vuestras pruebas u os conceda alegrías o riquezas. Antes por el contrario, suplicadle que os dispense los bienes más preciosos de la paciencia, la resignación y la fe. No digáis, como muchos de vosotros afirman: "No vale la pena orar, puesto que Dios no me otorga lo que le pido." ¿Qué le solicitáis en casi todos los casos? ¿Pensáis a menudo en impetrarle vuestro mejoramiento moral? ¡Oh, no, esto muy pocas veces! Os acordáis más bien de pedirle buen éxito en vuestras empresas terrenales, y luego exclamáis: "Dios no se ocupa de nosotros. ¡Si lo hiciera, no habría en el mundo tantas injusticias!".
     ¡Insensatos e ingratos! Si descendierais hasta los hondones de vuestra conciencia, casi siempre encontraríais en vosotros mismos el punto de partida de los males de que os doléis. Pedid, pues, ante todo, vuestro mejoramiento, y veréis entonces qué torrente de gracias y consuelos se derramará sobre vosotros.

     Debéis rogar incesantemente, sin por eso retiraros a vuestro oratorio o postraros de hinojos en las plazas públicas. La oración diaria consiste en el cumplimiento de vuestros deberes de todos ellos, sin excepción, sea cual fuere su naturaleza. ¿Acaso no es un acto de amor hacia el Señor el que asistáis a vuestros hermanos en cualquier necesidad que tengan, bien sea moral o física?...

     ¿No realizáis una acción de gracias cuando eleváis a Él vuestros pensamientos porque una felicidad os ha alcanzado, u os salváis de un accidente, e incluso porque una mera contrariedad apenas si os roza; cuando decís en vuestro fuero interno: " Bendito seas, Padre mío"?¿No constituye un acto de contricción el humillaros ante el Juez Supremo cuando sentís que habéis incurrido en falta, aunque sólo sea por un pensamiento fugitivo, y le decís:

     Perdóname, Dios mío, por haber pecado  por orgullo, egoísmo o falta de caridad. Dame la fuerza precisa para no desfallecer y el valor necesario para reparar mi falta"'?........

     Esto es independiente de las oraciones regulares de la mañana y de la noche y las de los días consagrados. Como veis, la plegaria puede serlo en todo instante, sin que en manera alguna interrumpa el curso de vuestros trabajos.

     Antes bien, dicha así, santifica a estos últimos. Y persuadíos de que uno de esos pensamientos, que parta del corazón, es más escuchado por vuestro Padre celestial que las largas oraciones que se recitan por costumbre, muchas veces sin una causa específica, y a las cuales os llama de forma maquinal la hora establecida.     
El evangelio según el espiritismo.