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miércoles, 25 de julio de 2012

EXISTENCIA DEL ALMA








Evolución morfológica y moral


La evolución morfológica prosiguió equilibrándose con la evolución moral.



El cráneo se modificó con lentitud rumbo a un perfeccionamiento mayor, los brazos se refinaron, las manos adquirieron una excelencia táctil no soñada y los sentidos, todos ellos, progresaron en acrisolamiento y percepción.

Además, con el advenimiento de la responsabilidad que lo separó de la orientación directa de los Benefactores de la Vida Mayor, el hombre se entregó a múltiples intentos de progreso en el campo del espíritu.

En su ámbito interior de libre indagación, confería alas audaces al pensamiento y, con eso, más se le acentuaba el poder de imaginar, facilitándosele la mentalización y el desprendimiento del cuerpo espiritual, cuyas células, en conexión con las células del cuerpo físico, se automatizaban de tal manera, mediante la emancipación parcial a través del sueño, que facilitaba el acceso del alma a las enseñanzas de orden superior.

Conserva el ser humano consigo, entonces, en la estructura de sus propios órganos, la herencia de los millones de estadios diferentes en los reinos inferiores y, en el fondo, se siente inclinado a vivir en el plano de los demás mamíferos, compartiendo la convivencia y el instinto absoluto dominando sin restricciones; sin embargo, con la evolución irreversible, el amor se agigantó en su Ser, insinuándole nuevas actitudes frente a su propia existencia.

Noción del Derecho


En razón del apego a los descendientes de su propia carne, instituye la propiedad del sector del suelo en que se enclava su propia morada y, atendiendo a esa misma raíz de afectividad, traza por sí mismo determinadas reglas de conducta, a efecto de no imponer a sus semejantes ofensas y perjuicios que no desee tampoco recibir.

Sucede, de tal manera, lo inesperado.

El hombre selvático que no pretende abandonar los apetitos y placeres de la experiencia animal, concibe para sí mismo los frenos que controlarán su libertad y, con ello, que se ennoblezca su carácter inicial.

Estableciendo la posesión tiránica de todo lo que juzga suyo, desiste de aprovechar lo que pertenece a su vecino, bajo la pena de exponerse a penalidades crueles.

Nace, de tal manera, para él, la noción del derecho sobre la base de las obligaciones respetadas.


Despertar de la conciencia

Es así como él, transformado, interpreta, desde un nuevo punto de vista, la importancia de su presencia en la Tierra.

Ya dejaron de seducirle la despreocupación y el nomadismo, de la misma manera que para el hombre adulto está superado el ciclo de la infancia.

Sabe ahora que la cuna carnal está revestida de una significación más profunda. Comprende, poco a poco, que la vida registra sus cuentas personales, puesto que aprende que puede negar el brazo al compañero necesitado de apoyo, mas sabe, además, que el compañero podrá negarle el suyo en el momento en que el desequilibrio y la necesidad golpeen a su puerta.

Reconoce que dispone de libertad para matar por desafecto, pero no ignora que el desafecto, a su vez, puede igualmente exterminar su cuerpo o amargarle la existencia.

Percibe que sus gestos y actitudes para con los demás, crean en sus semejantes actitudes y gestos idénticos para con él.

Con ese nuevo patrimonio de observación, la vida mental se le revela más sorprendente y rica, y por esa intensa vida íntima, refleja con una más relativa seguridad las ideas de los Espíritus Abnegados que lo custodian en su marcha.

Desde entonces, no conceptúa a la existencia limitada dentro de los extremos cuna y tumba, sino inmensa, infinita, desde el punto de vista de causa y efecto, pues ella va más allá del sepulcro que guarda la envoltura, hoy inútil, que fue su Instrumento de progreso.

Incorporando la responsabilidad, la conciencia vibra despierta y, por ello, los principios de acción y reacción funcionan exactos, dentro de su propio Ser, asegurándole la libertad de elección e imponiéndole, automáticamente, los resultados respectivos, tanto en la esfera física como en el Mundo Espiritual.


La larva y la criatura

En tal sentido, importa recordar aquí, con las diferencias justas, el símil que la vida ofrece entre las alteraciones de la existencia para el alma humana y para los insectos de metamorfosis integral.
La larva que se separa del huevo ingresa en un nuevo período de desarrollo que puede perdurar por mucho tiempo, como ocurre entre los efemérides, que muestran, al comienzo, la membrana del cuerpo aún debilitada, pero conservando en el tubo digestivo los remanentes de la yema de la fase embrionaria para iniciar, después de la excreción, los procesos de alimentación y digestión.

La criatura recién nacida, al retirarse del útero entra en una nueva fase de evolución que se afirma a través de algunos años. Al principio, tierna y frágil, retiene en su propia organización los recursos sanguíneos que le fueron donados, por manutención endosmótica, en el organismo materno, para después eliminar, cuando le fuere posible, esos mismos recursos, generando los que le son propios.

Avanzando en la ejecución de los programas trazados para su existencia, la larva crece y recurre a las materias nutritivas que le aseguren el aumento del cuerpo y, conforme a la especie, promueve por sí misma la mudanza de la piel indispensable al condicionamiento de su propio volumen.

Satisfaciendo a los imperativos de la propia vida, la criatura se desarrolla tomando el alimento preciso al crecimiento de su máquina orgánica, pasando a realizar por sí, esto es, conforme al comando de su mente, la renovación celular de los tejidos y órganos que constituyen su campo somático, de manera que se ajuste la forma física al molde de su cuerpo espiritual.

Metamorfosis del insecto

La larva de los insectos de transformación completa experimenta varios períodos de renovación para alcanzar la condición de adulta, aunque permanezca con el mismo aspecto, por cuanto sólo después de la última mudanza de la piel es que se transforma en ninfa o crisálida.

En semejante estado, acusa una progresiva disminución de actividad, hasta no soportar más el alimento. Se evacúan sus intestinos y se paralizan sus movimientos.

La larva se protege, entonces, en el suelo o en la planta, preparando su propia liberación.

 Permanece así, inmóvil, y no se alimenta desde el punto de vista fisiológico, en estado de crisálida, conforme a la especie, en hilos de seda por ella misma constituidos con la secreción de las glándulas salivares, agregados a pequeñitos trozos de tierra o tejidos vegetales y formando, con ellos, el capullo en que reposa, durante cierto tiempo, días y hasta meses.

En el estado de ninfa y al impacto de las vibraciones de su propia organización psicosomática, sufre una esencial modificación en su organismo, modificación que, en el fondo, equivale a un verdadero aniquilamiento o histólisis, al mismo tiempo que elabora órganos nuevos mediante el fenómeno de la histogénesis, valiéndose de los tejidos que perduraran.

La histólisis, que se efectúa por acción de los fermentos, se verifica principalmente en los músculos, en el aparato digestivo y en los tubos de Malpighi, con una acción menor en los sistemas nervioso y circulatorio.

Por la histogénesis, los remanentes de los músculos estriados cambian las características que le son propias perdiendo, gradualmente, su estriación, hasta que se convierten, cual si obedeciesen a un proceso involutivo, en células embrionarias fusiformes con un núcleo exclusivo, o mioblasto, que se divide por segmentación, plasmando nuevos elementos estriados para la configuración de sus órganos típicos.

Solamente entonces, cuando el proceso de la metamorfosis se lleva a cabo, el insecto, íntegramente renovado, abandona el capullo, revelándose una mariposa leve y ágil, con su sistema bucal transformado, como sucede con la mariposa de tipo succionador, en la cual los maxilares se alargan, convirtiéndose en una trompa, mientras que el labio superior y las mandíbulas se atrofian.

Con todo, aunque magnificentemente transformada, la mariposa alada y multicolor es la misma individualidad, ya que reúne en sí las experiencias de los tres períodos fundamentales de su existencia como larva, ninfa e insecto adulto.

Histogénesis espiritual

El ser humano, que después del período infantil atraviesa expresivas etapas de renovación interior hasta alcanzar la madurez corpórea, no obstante presentar la misma forma exterior, sólo después del agotamiento de la fuerza vital en el curso de la vida, a través de la senectud o de la caquexia, por acción de la enfermedad, padece una transformación más profunda.

En ese período característico de la caducidad celular o de la enfermedad irreversible, demuestra gradualmente una disminución de la actividad, no aceptando más la alimentación.

Poco a poco declinan sus actividades fisiológicas y la inercia sustituye a los movimientos.

Se protege, desde entonces, con el reposo horizontal decúbito, casi siempre en el lecho, preparando el proceso liberador.

Llega así el momento en que se inmoviliza con la cadaverización, modificándose similarmente a la crisálida, pero envolviéndose en lo recóndito del Ser con los hilos de sus propios pensamientos, en ese capullo de fuerzas mentales tejido con sus propias ideas reflejas dominantes o secreciones de su propia mente, durante un período que puede variar entre minutos, horas, días, meses o decenios.

En el ciclo de cadaverización de la forma somática, bajo el gobierno dinámico de su cuerpo espiritual, padece extremas alteraciones que, en esencia, corresponden a la histólisis de las células físicas, al mismo tiempo que elabora órganos nuevos a través del fenómeno que podemos denominar –por falta de un término equivalente– histogénesis espiritual, aprovechando los elementos vivos desagregados del tejido citoplasmático que se mantenían, hasta entonces, ligados a la colmena fisiológica entregada al desequilibrio o la descomposición.

La histólisis, o proceso destructivo en la desencarnación, resulta de la acción de los catalizadores químicos y de otros recursos del mundo orgánico que, alentados por procesos degenerativos, realizan la mortificación de los tejidos y, desde el punto de vista del cuerpo espiritual, afectan principalmente la morfología de los músculos y los órganos de la nutrición, con escasa influencia sobre los sistemas nervioso y circulatorio.

Mediante la histogénesis espiritual los tejidos citoplasmáticos pierden definitivamente algunas de las características que les son propias, volviendo temporariamente, cual respondiesen al proceso involutivo, a la condición de células embrionarias multiformes que se dividen, a través de la cariocinesis plasmando, en nuevas condiciones, la forma del cuerpo espiritual conforme al tipo impuesto por la mente.

Desencarnación del Espíritu

Entonces ahí, cuando el proceso de la muerte se cumple, el ser humano desencarnado, plenamente renovado en sí mismo, abandona el vehículo carnal al que estaba sometido; sin embargo, muchas veces se siente íntimamente aprisionado al capullo de sus pensamientos dominantes, cuando no trabajó por su renovación, por los desvíos del Espíritu, revelándose ahora con su nuevo peso específico conforme a la densidad de su vida mental normal y disponiendo de nuevos elementos con que atender a su propia alimentación, equivalentes a las trompas fluidomagnéticas de succión, aunque sin perder de modo alguno el aparato bucal que nos es característico, destacándose, además, que tales trompas o antenas de materia sutil están patentes en los seres encarnados, expresándoseles en su aura común como radículas alargadas de esencia dinámica que exteriorizan sus radiaciones específicas; trompas o antenas ésas por las cuales asimilamos o repelemos las emanaciones de las cosas y de los seres que nos rodean, tanto como las irradiaciones de nosotros mismos, unos con los otros.

Continuación de la existencia

Metamorfoseada, pues, no obstante el fenómeno de desencarnación, la personalidad humana continúa, más allá de la tumba, el ciclo educativo que inició en la cuna, sin perder su propia identidad y asimilando en ella las experiencias de la vida carnal, de la desencarnación y de la metamorfosis en el plano extra físico.

Percibiremos, de tal modo, que la existencia de la criatura humana, en la reencarnación, se hace sustancial no sólo en la Tierra, donde atiende el cultivo de los sentimientos, palabras, actitudes y acciones peculiares que la caracterizan, sino también en el Mundo Espiritual, donde incorpora en ella la cosecha de la siembra practicada en el campo físico, a través del desdoblamiento del aprendizaje con que atesora las experiencias necesarias para la sublime ascensión a que está destinada.

Evolución en Dos Mundos. André Luiz
Psicografiado por Francisco Cándido Xavier






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