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domingo, 31 de octubre de 2010

Morir y liberarse

Divaldo P. Franco

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Contra más violentos y vulgares son los comportamientos humanos, los hombres se convierten en presas más fáciles, sometidos a sus verdugos desencarnados. Los hacen sufrir penosas exigencias, alimentándoles las fuerzas, mediante las densas emanaciones mentales y exteriorizaciones fluídicas, en las cuales ellos se saturan, formando grupos de asedio en amplia subyugación de reparación improbable. Les explotan las energías los Espíritus que, a su vez, pasan a depender de las victimas en infeliz parasitosis desequilibrada.

No hay muertes iguales, teniendo en cuenta las conquistas de cada persona, los requisitos espirituales que a cada cual tipifican, los apegos o no a la materia, las fijaciones y juegos de intereses, las dependencias fisicas y mentales, la desencarnación varia de un hombre a otro, el cual experimenta, a su debido tiempo, la perturbación correspondiente, al estado intimo en que se sitúa.

Morir no siempre significa liberarse. La muerte es orgánica, pero la liberación es de naturaleza espiritual.

Esa turbación espiritual puede demorarse breves minutos, en los Espíritus nobles, como consecuencia de la gran cirugía y hasta siglos, en los más embrutecidos que nos e dan cuenta de lo que sucede….

En las desencarnaciones violentas, el periodo e intensidad del desajuste espiritual corresponde a la responsabilidad que rodeó el proceso fatal.

En los accidentes de los que no se tiene verdadera culpa, una vez pasado el brusco choque, siempre dura el periodo de perturbación al que ocurre en condiciones de carencia moral, cuando la persona pasa a ser considerada en la condición de suicida indirecto.

Lo mismo sucede en los casos de homicidio, en que la culpa sea o no de quien perece, responde por los efectos en aflicciones que continúa experimentando.

Los suicidas, por la gravedad del gesto de rebeldía contra los códigos divinos, se lastiman y sufren muchos años la desdicha, que enfrentan, en estado lamentable y complicado, el problema del que pretenden huir, sufriendo la persecución de crueles adversarios que reencuentran más allá de la tumba, que los someten a cruciales procesos de sufrimientos en dolores morales y físicos, frente a la destrucción del organismo que fuera preparado para un periodo más largo en la Tierra…

En las muertes violentas, las lamentaciones y los improperios por la falta de fe religiosa, a la par de la angustia dolorosa y la rebeldía, promueven escenas que al espíritu del fallecido, le produce desconsuelo, porque al atravesar momentos de alta sensibilidad psíquica, automática vinculación con el cuerpo sin vida y la familia, se transforma en una lluvia de centellas ardientes, que le alcanzan, hiriéndolo y dándole la sensación de ácidos que lo corroen por dentro.

Al ser llamado y no poder comunicarse, experimenta dolores que lo hieren, además de la desesperación moral que lo domina.

La misericordia divina lo adormece en los primeros periodos para tratar de ponerlo a reposar, lo que difícilmente consigue por las exageradas lamentaciones de los familiares. Cuando logra hacerlo, al no haber sabido valorar los tesoros de la vida con la consiguiente preparación para el viaje inevitable, se siente confundido por el choque de la desencarnación y se agita en angustiosas pesadillas, que son la liberación de imágenes perturbadoras de ls zonas profundas del inconsciente…

Para que se pueda completar una reencarnación desde el principio de la fecundación, transcurren años que se extienden hasta la primera infancia. Es natural que la desencarnación necesite de tiempo suficiente para que el espíritu se desprenda de los fluidos más groseros, en los cuales estuvo sumergido…

La violencia en la forma como ocurre en un accidente, mata solamente el cuerpo físico, sin que ellos signifiquen la liberación del ser espiritual.

Las enfermedades de larga duración, soportadas con resignación, Ayudan a liberar al espíritu de la materia, teniendo el espíritu tiempo para pensar en las legitimas realidades de la vida., despegarse de las personas, pasiones y cosas, pensar con más propiedad en lo que le aguarda más allá del cuerpo, movilizar el pensamiento en círculos de aspiraciones superiores.

Al evocar a los familiares que ya partieron, se vincula a ellos por los delicados hilos de los recuerdos, recibe de los mismos la inspiración y ayuda al desprendimiento del organismo fisiológico.

Los dolores morales bien aceptados proveen aspiraciones y ansias de paz en otras dimensiones, desenvolviendo las fuerzas constrictoras que lo atan al mundo de las formas.

El conocimiento de los objetivos de la reencarnación y el comportamiento correcto en el ejercicio de las funciones fisicas contribuyen también, al desprendimiento en el fenómeno de la muerte.

Con esas acciones no se pretende transformar la vida, en un sufrir sin esperanzas, en una renunciación sin limites, lejos de la alegría y de la paz.

Debemos entrenarnos para enfrentar el instante de la muerte que inevitablemente nos llegará.

El Espíritu en el Más Allá, es el conjunto de sus experiencias vividas.
Nadie puede desperdiciar los dones de Dios y permanecer libre de la reparación.
Trabajo extraído  por Merchita del libro “En las Fronteras de la Locura” Divaldo Pereira Franco-   



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