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domingo, 21 de noviembre de 2010

El perdón

El perdón es una extraordinaria terapia para las ulceras morales. Es una elevada expresión del amor, bendice a quien lo da, y pacifica al que lo recibe. Sin el perdón, el clima se intoxica  con vapores venenosos y los individuos se vuelven salvajes, descontrolados; la intolerancia se manifiesta en la agresividad y la ira da armas al odio para la venganza brutal.
El perdón llega, suaviza la gravedad del delito y auxilia en la reparación, mediante la cual el equivocado se rehabilita, modifica su conducta y se torna útil a la comunidad donde está situado.

Quien perdona crece, quien recibe el perdón, se renueva. El que lo da se enriquece con paz y el beneficiado recupera el valor para dignificarse a través de la rehabilitación. Mientras el hombre no perdona, permanece en el estado primario de la vida, lindando con la barbarie, en proceso de estancamiento.

Aquel que rechaza el perdón, doblemente enfermo, padece hipertrofia de los sentimientos, murmurando venganza y atado a disturbios de la emoción. Toda la doctrina de Jesús, por ser de amor, está labrada en la conducta del perdón
Si la onda de amor encuentra receptibilidad  en aquel a quien va dirigida, más extraordinarios son los efectos de la dádiva. Jesús envolvía con su compasión a todos los que se aproximaban a Él, siempre misericordioso, porque conocía las lacras humanas y las pasiones mezquinas, que gobiernan a los hombres.

Su presencia en la tierra era un acto de perdón Divino para con los delincuentes humanos, que mataron cruelmente a los profetas y Lo crucificaron, sedientos de sangre. El sabía lo que le aguardaba, y, a pesar de todo, pudo amar y perdonar a los insensatos con los cuales compartió sus horas, esperando de ellos responsabilidad y elevación.

Incluso cuando, fue  abandonado y puesto en la cruz prosiguió perdonando. Las parábolas  se escurrían de Sus labios como perlas luminosas para adornar las almas inmersas en las sombras de la ignorancia.

La maldad es una enfermedad cruel. La falta de compasión enloquece y degrada mientras que el perdón cura y santifica. Felices son los que perdonan, porque se liberan de las pasiones y obtienen paz todo el que agrede, con o sin motivo, sé agrede a sí mismo.

No debemos provocar a nadie, ni lastimar debemos silenciar las ofensas y distribuir la misericordia en todas partes y a todos aquellos con quienes convivimos. No debemos provocar a nadie, ni lastimar debemos silenciar las ofensas y distribuir la misericordia en todas partes y a todos aquellos con quienes convivimos.

Nadie por muy agresivo que sea puede matar la vida. Seguimos viviendo, así como sigue viviendo el criminal. Y la posición de víctima es siempre la mejor, la más feliz. Quien a los otros hiere, se hiere a sí mismo, quien hace infeliz a su prójimo, a sí mismo se destruye en el campo de la emoción; con la diferencia de que aquel que aparentemente es el perdedor, si ama perdona, estará exento de toda aflicción y será inalcanzable, por lo tanto feliz.


EL POEMA DEL PERDÓN, HOY COMO AYER, Y MAÑANA, SERÁ, EL HIMNO  DE LOS ESPÍRITUS EN CAMINO DE SUBLIMACIÓN, QUE CANTARAN MIENTRAS ASCIENDEN EL MONTE DEL CALVARIO, DESDE CUYA CIMA SE ELEVARAN, INMOLADOS AL REINO DEL AMOR PURO, VESTIDOS DE ETERNA PAZ.

Los discípulos de Jesús, Felipe, Simón y Pedro llegaron a discutir seriamente con algunos señores, intercambiando, palabras ásperas al respecto, de las edificaciones del Mesías. Jesús comprendió los acontecimientos y serenamente reacciono   contra las venenosas insinuaciones  a su respecto Pedro y Felipe trataron de encontrarse con el Señor, ansiosos por la claridad de sus enseñanzas.  ¡Maestro, os llamaron siervo de Satanás y reaccionamos, rápidamente! _Pedro decía con ingenua sinceridad.
Al final, saliendo de sus silenciosas reflexiones el Maestro adujo: la mejor replica es  siempre la de nuestro trabajo y esfuerzo útil. ‘¿De qué sirven, las largas discusiones públicas llenas de injurias y burlas? Al final solo se obtiene menores probabilidades para el triunfo del amor y más motivos  para la separación y odiosas diferencias.

Solo debemos decir aquello que el corazón puede testificar mediante actos sinceros. Felipe adujo herido: ¡Maestro es que la mayoría de los que acudieron a las predicaciones hablaban mal de vos!

El Maestro alego: ¿No será vanidad el exigir que todo el mundo tenga de nuestra personalidad elevado concepto? Agradar a todos es marchar por el camino ancho, donde están las mentiras convencionales. Servir a Dios, es tarea que debe estar por encima de todo y, a veces en ese servicio divino desagradan a los mezquinos intereses humanos.

Todos los portadores de la verdad del cielo son incomprendidos por sus contemporáneos. Es indispensable no perder nunca de vista nuestro propio trabajo, saber perdonar con verdadera espontaneidad, de corazón.  Si un compañero nos parece insoportable es posible que también algunas veces seamos considerados así, tenemos que perdonar a los adversarios, trabajar por el bien de nuestros enemigos.
El perdón no excluye la necesidad de la vigilancia, como el amor no prescinde de la verdad. La paz es un patrimonio que está obligado a defender, para trabajar bien en el servicio divino.

Si nuestro hermano se arrepiente y busca nuestro auxilio fraternal amparémoslo con las energías que podamos darle. Pero nunca averigüemos si nuestro hermano está arrepentido. Olvidemos el mal y trabajemos por el bien, todo hombre debe conciliarse deprisa con su adversario, nadie puede ir a Dios con un sentimiento de odio en el corazón, ni saber si nuestro adversario está dispuesto a la conciliación.

Si el hermano infeliz se arrepiente, estemos siempre dispuestos a ampararlo y, a todo momento, precisamos y debemos olvidar el mal. Simón Pedro hizo su célebre pregunta: Señor ¿cuantas veces, pecara mi hermano contra mí y habré de perdonarle? ¿Será hasta siete veces?  Jesús respondió tranquilamente: NO te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

El Maestro siempre aprovecha las menores oportunidades para enseñar la necesidad del perdón reciproco, entre los hombres, en la sublime obra de la redención. Acusado de hechicero, de siervo de Satanás, de conspirador, Jesús demostró en todas las ocasiones, la máxima de la buena voluntad para con los espíritus más inferiores de su tiempo.  Sin despreciar  la buena palabra, en el instante oportuno, trabajó todas las horas por la victoria del amor con él más alto idealismo constructivo.
Y en el inolvidable día del calvario  frente a sus perseguidores y verdugos revelando a los hombres ser indispensable la conciliación inmediata, entre el Espíritu y la armonía de la vida y fueron estas sus últimas palabras: ¡Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen ¡

Perdonar es el deber del alma que aspira a los elevados cielos. ¿Cuántas veces no tenemos necesidad nosotros mismos de ese perdón? ¿Cuántas veces no lo hemos pedido?

Perdonemos con el fin de que seamos perdonados. No podríamos obtener para nosotros lo que rehusásemos a los demás. Si queremos vengarnos que sea por medio de buenas acciones. El bien hecho a quien nos ofende desarma a nuestro enemigo. Su odio se cambia en asombro, y su asombro en admiración. Despertando su conciencia adormecida, esta lección puede producir en él una impresión profunda. Por este medio, quizá iluminándola, hayamos arrancado un alma a la perversidad.

Al hombre caritativo le es fácil perdonar las ofensas que le son hechas. La misericordia es compañera de la bondad. Un alma elevada no puede conocer la venganza. Se cierne por encima de los bajos rencores; ve las cosas desde lo alto. Comprendiendo que los herreros de los hombres no son más que el resultado de su ignorancia, no concibe la hiel ni el resentimiento. Solo sabe perdonar, olvidar las equivocaciones del prójimo aniquilar todo germen de enemistad, borrar toda causa de discordia en el porvenir, tanto en la tierra como en la vida del Espacio.
La caridad, la mansedumbre, el perdón de las injurias nos hace invulnerables, insensibles a las bajezas y a las perfidias. El único mal que se debe combatir y señalar es el que recae sobre la sociedad. Cuando se presenta bajo la forma de la hipocresía, de la falsedad, de la mentira, debemos desenmascararlo, pues otras personas podrían sufrirlo; pero es hermoso guardar silencio acerca de lo que atañe solo a nuestros interese, o a nuestro amor propio.

La venganza bajo todas sus formas_ el duelo o la guerra_ es el vestigio del salvajismo primitivo, la herencia de un mundo bárbaro y atrasado. Vengarse es cometer dos faltas, dos crímenes de uno solo; es hacerse tan culpable como el ofensor mismo.

Cuando nos hieran, con el ultraje o la injusticia, impongamos silencio a nuestra dignidad herida, pensemos en aquellos que, en el pasado oscuro, fueron ofendidos, ultrajados, expoliados por nosotros mismos, y soportemos la injuria como una reparación.
No perdamos de vista la finalidad de la existencia, que tales accidentes nos harían olvidar. No abandonemos el camino recto seguro. No nos dejemos arrastrar por la pasión hacia pendientes, peligrosas que nos conducirían a la bestialidad. Ascendamos, más bien por estas pendientes con gran valor.

La venganza es una locura que nos haría perder el fruto del bien, del progreso y retroceder en el camino recorrido. Algún día, cuando hayamos abandonado la tierra, tal vez bendigamos a aquellos   que fueron duros y despiadadas con nosotros, que nos despojaron, y nos llenaron de amargura; les bandericemos porque de sus iniquidades habrá brotado nuestra felicidad espiritual.
 
Creían habernos hecho mal, y facilitaron nuestro adelanto y nuestra elevación al proporcionarnos la ocasión de que sufriésemos sin murmurar, perdonando y olvidando.

La paciencia es la cualidad que nos enseña, a soportar con calma todas las contrariedades. No consiste en extinguir en nosotros toda sensación, en dejarnos indiferentes e inertes, sino en buscar  más allá de los horizontes del presente los consuelos que nos hacen que consideremos, como fútiles y secundarios las tribulaciones de la vida material.

Sepamos, cuando sea necesario, reprender con dulzura, discutir sin exaltarnos, juzgar todas las cosas con moderación y benevolencia; huyamos de todo lo que apasiona y sobreexcita.

Guardémonos, sobre todo, de la collera, que es el despertar de todos los instintos salvajes amortiguados por el progreso y la civilización una reminiscencia de nuestras vidas oscuras. En todo hombre, la bestia subsiste aun en ciertos aspectos: la bestia que debemos domara fuerza de energía, si no queremos ser dominados y esclavizados por ella.

En la cólera, esos instintos adormecidos se despiertan y hacen una fiera del hombre, entonces se desvanece toda dignidad, toda razón y todo respeto de uno mismo. La cólera nos ciega, nos hace perder la conciencia de nuestros actos y, en sus furores puede conducirnos hasta el crimen.

La naturaleza del hombre sensato consiste en contenerse siempre, y la cólera es indicio de un carácter atrasado. El que se sienta inclinado a ella. Deberá velar con cuidado por sus emociones, ahogar en si el sentimiento de la personalidad, procurar no hacer, ni decir nada, en tanto que se sienta bajo el imperio de esa pasión temible. Esforcémonos en adquirir la bondad, cualidad inefable y laureada de la vejez; la bondad, que supone para su poseedor ese culto del corazón, rendido por los humildes y los débiles a sus  sostenes y a sus protectores.

La indulgencia, la simpatía y la bondad apaciguan a los hombres, los atraen hacia nosotros, los disponen a prestar iodo a nuestra opinión confiados, en tanto que la severidad les rechaza y les aleja.

La bondad nos crea así una especie de austeridad moral sobre las almas, nos proporciona más medios de conmoverlas y de orientarlas hacia el bien. Hagamos de esta virtud pues, una antorcha con cuya ayuda podamos llevar la luz a las inteligencias más oscuras, tarea delicada, pero que hará más fácil un poco de amor hacia nuestros hermanos unido al sentimiento profundo de la solidaridad.
“La misericordia es el complemento de la dulzura, porque aquel que no sea misericordioso no podrá ser blando y pacifico; Ella consiste en el olvido y en el perdón de las ofensas”.

La oración del Divino Maestro, la única que el hombre tiene de Jesús y que casi todos los hombres  conocen para rogar al Padre es la del “padre nuestro “y en ella dice:

“Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores “. Cuando pronunciamos las palabras “perdona nuestras deudas.....”No solo estamos a la  espera del beneficio para nuestro corazón y para nuestra conciencia, sino estamos igualmente asumiendo el compromiso de disculpar a los que nos ofenden, todos solemos observar con evasivas los grandes defectos que existen en nosotros reprobando, sin examinar, pequeñas faltas ajenas.

Por eso mismo, Jesús, enseñándonos a orar nos recomendó olvidar cualquier amargura que alguien nos haya causado.

Si no ofrecemos reposo a la mente del prójimo, ¿cómo podremos aguardar el descanso para nuestros pensamientos? ¿Será justo conservar todo el pan, en nuestra casa, dejando el hambre aniquilar la residencia del vecino?

La paz es  también el alimento del alma, y, si deseamos tranquilidad para nosotros no nos olvidemos del entendimiento y de la armonía que debemos a los demás. Cuando pedimos la tolerancia del Padre en nuestro favor, recordemos que también debemos ayudar a los otros con nuestra tolerancia.

Auxiliemos siempre, y nuestro silencio es una ayuda siempre:

CUANDO ALGUIEN ESTA IRRITADO.
CUANDO OIMOS PALABRAS INFELICES.
CUANDO LA MALEDICENCIA NOS PROCURA.
CUANDO LA OFENSA NOS GOLPEA.
CUANDO ALGUIEN SE ENCOLERIZA.
CUANDO LA CRITICA NOS IERE.
 CUANDO ESCUCHAMOS LA CALUMNIA.
CUANDO LA IGNORANCIA NOS ACUSA.
CUANDO EL ORGULLO NOS HUMILLA
CUANDO LA VANIDAD NOS PROVOCA.

El silencio es la gentileza del perdón que se calla y espera el tiempo.     MERCHITA                             

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