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sábado, 4 de diciembre de 2010

Violencia y Paz


Toda vez que asistimos a los noticiarios de la TV, que leemos revistas y periódicos, quedamos preocupados por la onda de violencia que invade el mundo.

Por recelar de los violentos, dejamos de salir a la calle.
Pensamos que quedándonos en casa quedaremos libres de las investidas de los malos.

Verdaderamente, la solución es confiar en Dios y buscar mantener o conquistar la paz. Esa paz tan deseada por todos nosotros.

La paz, que camina con el amor, tiene la capacidad de transformar a la violencia en docilidad, por más difícil que eso pueda parecernos.

Nos acordamos de muchos ejemplos. Del lobo que Francisco de Asís amanso. De la victoria de la no violencia de Gandhi.

Tanto como de centenas y centenas de corazones anónimos que trabajan en silencio por la paz de la Humanidad, pacificando a los que se encuentran más próximos.

Esa dulce y silenciosa influencia está bien ilustrada en un hecho ocurrido durante la Guerra del Vietnam es que fue narrada por un soldado norte americano.

Cuenta el que, junto a otros compañeros, estaban escondidos en una plantación de arroz. Allí también se escondían vietnamitas.

Pasaron a disparar un terrible tiroteo. De repente, por un estrecho camino que dividía un campo de otro, surgió una fila de seis monjes, andando en la más perfecta paz, tranquilos y equilibrados, siguiendo bien la línea de fuego.


Todos ellos miraban para el frente, de forma serena, como si no hubiese peligro alguno.

En aquel momento, algo extraño aconteció con los soldados de ambos lados. Nadie sintió el deseo de disparar mientras los monjes pasaban.

Y después que ellos salieron de la línea de fuego, el calor de la lucha había desaparecido. En aquel día, al menos, todos ellos desistieron del combate.

Cuando consigamos mantener la paz inalterable, nos sentiremos muy bien.

En nuestro planeta se esparcirá un olor a calma, un desinterés por las acciones violentas. Habrá una voluntad de cambiar y buscar otros valores.


En cada uno habrá el recuerdo de la inocencia infantil y el amor brotará en las criaturas de forma espontánea.

Ciertamente, hasta llegar a ello, aun tendremos que convivir con la violencia.

Así fue con Gandhi, que encontró a un joven que le disparo a pleno pecho, quitándole la vida. Así fue con Jesús, que sufrió la penalidad de la crucifixión.

Más, de la misma forma que ellos permanecieron imperturbables en su paz, influenciándonos a pensar en la paz, a desearla y conservarla, así nosotros debemos portarnos.

Es como si pudiésemos volver a oír, repetidas veces, la voz del Rabí Galileo al entonar su poema:

Y yo cuando fuera levantado de la Tierra, atraeré a todos a mi mismo... Os dejo la paz, mi paz os doy.

Sean tus actos una reflexión de tu paz, que debes cultivar con los esfuerzos de todo el día y los emprendimientos de todas las horas.

- Redacción de Momento Espírita-

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