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viernes, 7 de enero de 2011

Oración y dificultad




Diariamente, millares de criaturas parten de la Tierra.
Casi siempre, reconfortadas por el bálsamo de fe consoladora que abrazaron en la vida humana, de desprenden de la tela fisiológica, sustentadas por sublime esperanza.
La mayoría, no en tanto, no disfruta de improviso los talentos de la paz que desearía sorprender más allá del sepulcro, porque el porcentaje de Cielo para cada alma expresa la cantidad de Cielo que haya edificado en sí misma.
Es que, en la mayoría de las circunstancias, los desencarnados cargan consigo las nubes de tinieblas que le pesan en la conciencia.
Sombras de remordimiento, de frustración, de arrepentimiento tardío, generando el plano purgatorial en que se estacionan penosamente.
Desolados y afligidos, suplican la gracia del recomienzo, el regreso al campo del mundo, el retorno a la lección en el cuerpo…
Responsables, muchas veces, por crímenes ocultos, imploran la aproximación con antiguos adversarios para resarcir el debito al que aun se empeñan; contratistas de la difamación y de la crueldad ruegan molestias soeces, con las que rescatan la deplorable conducta en que se desvariaron en la delincuencia…
Por eso mismo, todos los días aparecen cunas de sufrimiento y de pruebas, en la que los culpables de entonces, hoy poseen el deseo valioso de purificar y re aprender.
No hay, de ese modo, dificultades inútiles, como no existen llagas y dolores sin la significación que les corresponde.
Todos nuestros sentimientos plasman ideas.
Todas nuestras ideas establecen actos y hechos que nos definen el espíritu en la senda cotidiana.
Arquitectos del propio destino, recogemos en los surcos del espacio y del tiempo, la alegría o la flagelación, la felicidad o el infortunio, conforme a nuestra siembra del bien o del mal.
Estemos en guardia contra el imperio de la nube mental que traemos con nosotros, vencidos los obstáculos que nos impelen a la justa liberación y no nos olvidemos de que la oración, en cualquier camino religioso, si no puede retirarnos del clima sombrío por nosotros mismos creado, será siempre Divina Luz revelándonos el camino.

Por el Espíritu Emmanuel – Del Libro: Refugio, Médium: Francisco Cándido Xavier



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