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miércoles, 29 de junio de 2011

Venganza



¿Usted considera la venganza como un acto de coraje o de cobardía?

Algunas personas aseguran que la venganza es una demostración de gran coraje. Al final de cuentas no se puede tolerar una ofensa sin rebajarse.

Piensan que la tolerancia y la indulgencia serian una muestra de debilidad o de cobardía.

Todavía, hemos de convenir que el acto de vengarse jamás constituye prueba de coraje.

Generalmente, cuando buscamos vengar una ofensa lo hacemos movidos por el miedo al agresor o a la opinión pública.

No importa que nuestra conciencia nos acuse de cobardía o indignidad, lo que nos interesa es que la sociedad no nos juzgue así.

Lo mismo no ocurre con relación al acto de perdonar. El perdón, si, exige del ofendido mucho coraje y dignidad.

En cuanto a la venganza es un camino fácil de descender, el perdón es un camino difícil de subir.

Algunas personas acostumbran a enfrentar con coraje los más graves peligros, más se sienten impotentes para tolerar una pequeña ofensa.

Escalan, con osadía, altas montañas, saltan de paracaídas desafiando las alturas, se enfrentan a animales fuertes, aceptan los desafíos del transito, navegan en el mar revuelto con bravura, más no consiguen soportar un mínimo golpe de la injusticia.

Dan gran prueba de coraje en algunos puntos, más no relevan la investida de la ingratitud, de la calumnia, del cinismo, de la falsedad, de la infidelidad.

Realmente fuertes son aquellos que consiguen contenerse delante de una agresión.

La verdadera fortaleza está en las almas que no se controlan cuando son ofendidas.

Que no se impacientan cuando son incomodadas.

Que no se perturban, cuando son incomprendidas.

Que no se quejan, cuando son perjudicadas.

Verdadero coraje es aquel del que Cristo nos dió ejemplo.

El sufrió la ingratitud de aquellos a quien había ayudado; enfrentó el cinismo de los agresores, fue ultrajado, calumniado, le escupieron en el rostro y Lo crucificaron, y El tomó una única actitud: la del perdón.

Por varias veces, en su pasaje por la Tierra, el Hombre de Nazaret tuvo motivos de sobra para vengar las ofensas, más siempre optó por la dignidad de callarse.

Ante las agresiones recibidas, el Amable Rabí de Galilea daba lecciones grandiosas, como aconteció con el soldado que Lo abofeteó cuando estaba con las manos atadas.

   Sin perder la serenidad habitual, el Cristo lo miró a los ojos y le pregunto:  “¿si yo erré, anota mi error, más si no erré, por qué me  pegas ?”

Esa es la actitud de un alma verdaderamente grande.

  Si Jesús hubiese parado en medio del Gólgota, tirado la cruz injusta del suplicio, para volverse contra sus agresores y ejercer sobre ellos el derecho de venganza, ciertamente no habría pasado a la posteridad como Modelo de perfección y de amor.


Con mucho amor y cariño de Merchita

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