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viernes, 22 de julio de 2011

La religión por la ciencia



¡Ábrese la azucena y bebe extasiada la luz descendida de los cielos en estas horas de contemplación conviértese el alma en una flor que aspira con avidez la radiación celeste...


Es que la naturaleza tiene dulcísimas palabras en sus labios, tesoros de amor en sus miradas, sentimientos de exquisito afecto en su corazón: es que no consiste solamente en una organización corporal, sino también en su vida y en su alma.

El que no ha visto sino su aspecto material no la conoce más que a medias. La belleza íntima de las cosas es tan verdadera y tan positiva como su composición química.

La armonía del mundo no es menos digna de atención que su movimiento mecánico. La dirección inteligente del universo debe estar confirmada bajo el mismo título que la fórmula matemática de las leyes.

Obstinarse en no considerar la criatura sino con los ojos del cuerpo, y nunca con los del espíritu, es detenerse voluntariamente en la superficie.

Bien sabemos que nuestros contrarios van a objetarnos que el espíritu no tiene ojos, que es ciego de nacimiento, y que toda afirmación que no está dada por el ojo corporal, no tiene valor alguno.

Pero ésta es una suposición arbitraria, muy mal fundada. Hemos visto que, de buena fe, no se pueden poner en duda las verdades del orden intelectual y que es en nuestro propio juicio donde se establece la certidumbre de toda verdad...

Para nosotros, la naturaleza es un ser viviente y animado; es todavía más: una amiga; siempre presente, nos habla con sus colores, con sus formas, con sus sonidos.

Con sus movimientos; tiene sonrisas para todas nuestras alegrías, suspiros para todas nuestras tristezas, simpatías 
para todas nuestras aspiraciones.


Hijo de la Tierra, nuestro organismo está en vibración con todos los movimientos que constituyen la vida de la naturaleza:


El los comprende, los comparte y dejan en nuestro ser una resonancia profunda cuando el artificio no nos ha atrofiado.


Hija del principio de la creación, nuestra alma encuentra lo infinito en la naturaleza. Para la ciencia espiritualista no hay ya, frente a frente, un mecanismo autómata y un Dios encerrado en su absoluta inmovilidad.


Dios es el poder y el acto de la naturaleza; él vive en ella, y ella en él; el espíritu se hace presentir a través de las formas variantes de la materia.


Sí; la naturaleza tiene armonías para el alma. Sí; ella tiene pinturas para el pensamiento. Sí, ella tiene bienes para las ambiciones del espíritu.


Si, ella tiene ternuras para las aspiraciones del corazón. Porque no nos es extraña, no está separada de nosotros, sino que formamos uno con ella.

Dios en la Naturaleza
Camilo Flammarion


Los perfumes no son ya solamente moléculas impalpables que se esparcen por la noche para preservar las flores del frío.

La brisa embalsamada ya no es sólo una corriente de aire; las nubes no son ya solamente un laboratorio de química o un gabinete de física.

Siéntese una ley soberana de armonía, de orden, de belleza, que gobierna la marcha simultánea de todas las cosas, que rodea hasta los seres más pequeños de una vigilancia instintiva.

Que guarda preciosamente el tesoro de la vida en toda su riqueza, que, por su eterno rejuvenecimiento, despliega con un poder inmutable la fecundidad creada.

En esta naturaleza toda, hay una especie de belleza universal que se respira, y que el alma se identifica, como si esta belleza enteramente ideal perteneciese únicamente al dominio de la inteligencia.

- Jose Luis Martín -

( Ver blog  inquietudesespiritas.blogspot.com )

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