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martes, 10 de enero de 2012

Visiones a la hora de la muerte ( 2 )


( continuación del anterior....)

 El siguiente relato de los últimos días de un niño, fue publicado en el Boletín de la S.P.R. norteamericana, dirigido por el Dr. James H. Hyslop (vol. XII, núm. 6), y la Srta. H.A. Dallas (véase The Nurseries of Heaven, de Vabe Owen y Dallas, Londres, 1920, pág. 117) transcribió un relato considerablemente abreviado, del que damos a continuación un resumen:
Daisy Irene Dryden nació en Maryswill, Yuba County (California) el 9 de septiembre de 1854 y murió en San José (California), el 8 de octubre de 1864, a la edad de diez años y veintinueve días.
Su madre escribe: En el verano de 1864, Daisy fue atacada de fiebre biliar. Después de cinco semanas de enfermedad, la fiebre la abandonó, y durante dos semanas pareció seguir recobrando fuerzas. Sonreía y cantaba, y volvía a parecer la misma niña, hasta que una tarde su padre, que se encontraba junto a su lecho, advirtió una expresión singular en su semblante. Reflejaba a la vez alegría y asombro. Su mirada se dirigía hacia un punto situado encima de la puerta. Su padre le preguntó: "Daisy, ¿qué es? ¿Qué es lo que ves?" Ella contestó dulcemente: "Es un espíritu, es Jesús, que dice que yo voy a ser uno de sus corderos."
"Sí, hija mía, -dijo su padre-, yo espero que seas uno de sus corderos." "¡Oh, papá! -exclamó ella-.
¡Me voy al cielo, hacia Él!" Aquella noche la niña cayó con enteritis, y sólo vivió cuatro días.
Durante las primeras veinticuatro horas sufrió mucho, no pudiendo tomar alimento, ni agua, ni medicinas. Pasado ese tiempo, tuvo escasos dolores. Su pobre cuerpecito había quedado en realidad tan extenuado, que poco le quedaba a la enfermedad para ensañarse. Pero su espíritu se mostraba muy activo y notablemente claro. Sus facultades parecían agudizadas. Recordaba versos que había aprendido en el colegio, pues siempre le había gustado aprenderse poesías de memoria. Y cuando Lulú le cantaba himnos de la Doctrina, ella decía cómo se llamaba el cántico y la página en que se encontraba.
Yo leí en el de San Juan: "Es conveniente para vosotros que me vaya, pues si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si parto, yo os lo enviaré." A esto ella alzó la vista y me miró celestialmente diciendo: "Mamá, cuando yo me vaya, el Consolador vendrá a vosotros, y quizá me deje venir a mí también algunas veces. Yo le preguntaré a Allie acerca de esto." Después de aquello repitió esta misma frase a menudo cuando no se creía segura de algo. Allie era un hermano suyo que hacía siete meses había pasado a la otra vida, a la edad de seis años, víctima de la escarlatina. Éste debió de estar con la niña gran parte del tiempo durante aquellos tres últimos días, porque cuando le hacíamos preguntas que no podía responder, solía decir: "Esperad a que venga Allie y se lo preguntaré." En esta ocasión sólo esperó un momento, y luego dijo: "Dice Allie que puedo venir a vosotros algunas veces. Dice que es posible, pero que no os enteraréis cuando esté aquí; pero puedo hablaros a través del pensamiento."
Como he dicho, Daisy permaneció al borde de la muerte durante tres días, después de pasar las primeras veinticuatro horas de agonía. Su armazón físico estaba tan extenuado que apenas podía retener en su endeble abrazo el espíritu, que se nos mostraba, por así decirlo, a través del tenue velo de la extenuada carne que lo envolvía. Durante este tiempo vivió en ambos mundos, según lo expresaba ella misma. Dos días antes de que nos dejara vino a verla el Superintendente de la
Escuela Dominical. Ella le habló con gran desenvoltura acerca de su marcha y envió un mensaje por conducto suyo a la Escuela Dominical. Cuando iba a marcharse, el Superintendente dijo: "Bien, Daisy, pronto habrás pasado el río oscuro". Cuando éste se marchó, ella le preguntó a su padre lo que significaba el "río oscuro". Él trató de explicárselo, pero ella dijo: "Todo eso es un error. No hay ningún río, no hay ninguna cortina, ni siquiera hay una línea que separe esta vida de la otra." Y sacando sus manitas del lecho, dijo gesticulando: "Ésta está aquí, y ésa está allí. Yo sé que es así, porque puedo veros a todos vosotros al mismo tiempo que los veo ahí a ellos." Nosotros le pedimos que nos dijera algo de aquel otro mundo y lo que le parecía, pero ella dijo: "No puedo describirlo.
Es tan diferente, que no os lo podría hacer comprender."
Una mañana en que me encontraba en la habitación poniéndola en orden, la Sra. W., una de nuestras amables vecinas, estaba leyéndole estas palabras del Nuevo Testamento: "No se turbe vuestro corazón. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Yo voy a prepararos un lugar." (San Juan, XIV, 1 y 2.) Daisy hizo notar: "Moradas quiere decir casas, y yo no veo allí casas de verdad.
Pero hay lo que serán lugares para encontrarse unos a otros. Allie habla de ir a tal o cual lugar, pero no dice nada de casas. Mire, quizás el Evangelio hable de moradas para que creamos que vamos a tener una morada en el cielo, y quizás cuando yo vaya allí encuentre un hogar. Y si es así, las flores y los árboles celestiales que tanto me gustan aquí -pues ya los veo y veo que son más hermosos que cuanto os podáis imaginar-estarán también allí." Yo le dije: "Daisy, ¿no sabes que la Biblia habla del cielo como si fuera una hermosa ciudad?" Y ella repuso: "Yo no veo una ciudad." Y añadió con expresión intrigada: "No sé. Quizás tenga que ir allí primero."
La Sra. W., nuestra amable vecina, la que le había leído a Daisy sobre las moradas, y que estuvo con nosotros mucho tiempo, le habló a la Sra. B., otra vecina suya, acerca de la clarividencia de
Daisy. La Sra. B. era una señora que no creía en un estado futuro. Por otra parte, se hallaba sumida en una gran congoja, porque acababa de perder a su marido y a un hijo de unos doce años de edad que se llamaba Bateman. Una noche vino con la Sra. W., y sentándose junto al lecho empezó a hacer preguntas.
Daisy dijo: "Bateman está aquí. Dice que vive y está bien. Se encuentra en un lugar tan bueno, que no volvería a su casa por nada del mundo. Dice que está aprendiendo a ser bueno."
Entonces la Sra. B, dijo: "Pregúntale si ha visto a su padre."
Daisy repuso: "Dice que no, que no está aquí y le está diciendo a usted: "Madre, no te aflijas por mí. Ha sido mejor que no creciera." Esta comunicación dio que pensar a la madre, que se convirtió en una firme creyente en la vida futura.
A la mañana siguiente, hallándose sola con Daisy, la Sra. W., que era quien había llevado a la Sra. B., le preguntó a Daisy cómo podía saber que el hijo de la Sra. B. era feliz. "Pues cuando vivía aquí -le dijo-ya sabes que era un niño muy malo. ¿No te acuerdas que solía blasfemar y robaros los juguetes y romperlos? Ya sabes que no le dejábamos jugar contigo ni con mis niños por lo malo que era." Daisy repuso: "¡Oh, Aunty! ¿No sabe usted que nunca siguió la Doctrina y que siempre se le oía blasfemar? Bien sabe Dios que no tenía muchas probabilidades."
Aquel mismo día se hallaba sentada junto a ella la profesora de la Doctrina, la Sra. H., que nos hizo también no poca compañía, cuando Daisy le dijo: "Sus dos hijos están aquí." Estos niños habían pasado a la otra vida varios años antes, y si hubieran seguido viviendo, ahora estarían desarrollados casi por completo. Daisy no había oído nunca a nadie hablar de ellos, y su madre no tenía retratos suyos, por lo que ella no podía haber sabido absolutamente nada acerca de ellos antes de verlos en el mundo espiritual. Cuando se le pidió que los describiera, su descripción, que los mostraba ya desarrollados, no coincidió con la idea que la madre tenía de ellos, por lo que ésta dijo: "¿Cómo puede ser eso? Eran niños cuando murieron." Daisy contestó: "Dice Allie que los niños no siguen siendo niños, sino que crecen como lo hacen en esta vida."
Entonces la Sra. H. dijo: "Pero mi hijita Mary se cayó y se hirió de tal modo que no se podía tener derecha." A lo que repuso Daisy: "Ahora está perfectamente. Está derecha y es muy hermosa, y su hijo tiene un aspecto noble y feliz." Una vez dijo: "¡Oh, papá! ¿No oyes? Están cantando los ángeles. Sí, debes oírlo, pues la habitación está llena y yo los veo, hay muchísimos. Puedo mirar en una distancia de millas y millas."
La Sra. W., a la que ya se ha mencionado y que había perdido a su padre poco tiempo antes, quiso saber si Daisy le había visto, y le trajo un retrato para ver si le reconocía. Pero cuando volvió por la noche, Daisy le dijo que no le había visto, y que Allie, al que le había preguntado por él, tampoco le había visto, pero que le había dicho que preguntaría por él a alguien que pudiera contestarle.
Un momento después dijo: "Allie está aquí y me dice: Dile a Aunty que su padre quiere encontrarle en el cielo, pues está aquí." Entonces la Sra. W. dijo: "Daisy, ¿por qué no tuvo Allie noticias inmediatas de mi padre?”Porque -repuso ella- los que mueren pasan a estados o lugares diferentes y no se ven unos a otros constantemente. Pero todos los buenos se encuentran en el estado de los benditos."
Durante estos últimos días de su enfermedad le gustaba a Daisy que su hermana Lulú le cantara canciones, sobre todo los cánticos de la Doctrina. Lulú le cantó una canción cuyo estribillo era:
"¡Oh angelitos, venid! Venid y rodeadme y en vuestras níveas alas llevadme a mi morada inmortal."
Cuando Lulú terminó, Daisy exclamó: "¡Oh, Lulú! ¿No es extraño? ¡Siempre habíamos creído que los ángeles tenían alas! Pero es un error; no las tienen." Lulú replicó: "Pero tienen que tener alas, pues si no, ¿cómo bajan volando del cielo?" "¡Oh! No vuelan -repuso ella-. Vienen simplemente.
Cuando yo pienso en Allie, está aquí."
Una vez inquirí yo: "¿Cómo ves los ángeles?" Ella repuso: "No los veo constantemente, pero cuando los veo, las paredes parecen disiparse y puedo ver hasta muy lejos. No se podría empezar a contar la gente, unos están cerca y los conozco, a otros no los he visto nunca."
Mencionó el nombre de Mary B., la hermana de la Sra. S., que fue vecina nuestra en Nevada City, y dijo: "Ya sabes que tenía una tos muy mala, pero ahora está bien y muy guapa y me está sonriendo."
Yo estaba entonces sentada junto a su lecho, teniéndole cogida una mano. Alzando hacia mí su mirada pensativa, me dijo: "Mamá querida, quisiera que pudieras ver a Allie. Está de pie a tu lado."
Involuntariamente yo miré en derredor, pero tras esto Daisy prosiguió: "Allie dice que no puedes verle porque los ojos de tu espíritu están cerrados, pero que yo sí puedo porque mi cuerpo sólo retiene mi espíritu, por así decirlo, por un hilo de vida." Entonces inquirí yo: "¿Lo ha dicho eso ahora?" "Sí, ahora mismo", repuso ella. Luego maravillándome de que pudiera estar conversando con su hermano cuando yo no notaba el menor indicio de conversación, le dije: "Daisy, cómo le hablas a Allie? Yo no te oigo ni veo que se muevan tus labios. Ella repuso sonriendo: "Hablamos con el pensamiento." Entonces volví a preguntarle: "Daisy, ¿qué aspecto tiene Allie? ¿Parece llevar ropas?" A i' lo que ella repuso: "¡Oh, no! No lleva ropas como las nuestras. Parece estar envuelto en algo blanco, hermoso, muy bonito, fino y reluciente; pero sin ningún pliegue, ni señal de un hilo, por lo que no es un tejido. Pero le da un aspecto encantador. Entonces su padre citó una frase de los
Salmos: "Está vestido de luz como atavío." Y la niña repuso: "¡Oh, sí, eso es!"
Hablaba a menudo de la muerte Y Parecía tener una impresión tan vívida de su vida y felicidad futuras, que el temor de la muerte había sido desechado por completo. El misterio de la partida del alma ya no era para ella un misterio. Era únicamente una continuación de la vida, un tránsito de la vida terrena al aire y el esplendor del cielo.
La mañana del día en que murió me pidió que le dejara un pequeño espejo. Yo titubeé, creyendo que la vista de su extenuado rostro podría ser un choque para ella. Pero su padre sentándose junto a ella, advirtió: "Deja que se vea su pobre carita siquiera." Entonces se lo di. Cogiendo el espejo con sus dos manos ella contempló un rato su imagen serena Y tristemente. Por último dijo: Este cuerpo mío o ya esta gastado. Es como ese vestido viejo de mamá que está colgado en el gabinete. Ella no lo lleva ya más y yo tampoco llevaré más mi cuerpo, porque tengo un nuevo cuerpo espiritual que lo sustituirá. En realidad ya lo tengo ahora, pues  con mis ojos espirituales veo el mundo celestial, mientras mi cuerpo está todavía aquí. Dejaréis mi cuerpo en la sepultura, porque yo no lo necesitaré más. Fue hecho para mi vida aquí, y ahora esta vida llega a su fin y este pobre cuerpo quedará abandonado y tendré un cuerpo hermoso como el de Allie."
Luego me dijo a mí: "Mamá, abre las ventanas y déjame contemplar el mundo por última vez. Antes de que llegue otra mañana ya me habré ido."
Mientras yo atendía su cariñoso ruego ella le dijo a su padre: "Levántame, papá." Entonces, sostenida por su padre, miró a través de la ventana, cuyas maderas había yo abierto, y exclamó: Adiós, cielo. Adiós, árboles. Adiós, flores. Adiós, rosa blanca. Adiós, rosa roja.
Adiós, mundo hermoso." Y añadió: "¡Cuánto me gusta, pero no quiero quedarme!"
Aquella noche, a las ocho y media, ella misma miró la hora y advirtió: "Ahora son las ocho y media. Cuando sean las once y media, Allie vendrá a por mí."
En aquel momento se encontraba reclinada sobre el pecho de su padre con la cabeza apoyada en su hombro. Ésta era su posición favorita, pues le permitía descansar. Entonces dijo: "Papa, quiero morir así. Cuando llegue el momento ya te lo diré."
Lulú había estado cantándole canciones, y como a las ocho y media solía acostarse, se levantó para irse. Inclinándose sobre Daisy como siempre hacía la besó diciendo: "Buenas noches." Daisy sacó la mano, y golpeándola tiernamente en la cara le repuso: "Buenas noches." Cuando Lulú se encontraba a la mitad de las escaleras, Daisy le gritó con voz clara, dulce y ferviente: "Buenas noches y adiós, querida y dulce Lulú."
A eso de las once y cuarto Daisy dijo: "Ahora, papá, cárgame. Allie ha venido  por mí." Cuando su padre la hubo cargado, ella nos pidió que cantáramos. Acto seguido alguien dijo:
"Llamad a Lulú", pero Daisy contestó presurosa: "No la turbéis, está durmiendo." Y luego, justamente cuando las agujas del reloj señalaban las once y media, la hora en que ella había anunciado que Allie vendría a por ella, alzó ambos brazos y dijo: "Ven, Allie", y no respiró más.
Luego, al dejar sobre la almohada su cuerpo querido pero exánime, su padre exclamó: "La querida niña se ha ido." Y añadió: "Ya no sufrirá más."
Este caso -como el caso 1.°- del capítulo II-contiene uno o dos puntos especialmente interesantes. La niña moribunda tuvo conciencia de las visiones que se le aparecían, a la vez que reconocía perfectamente a sus amigos terrenales y podía conversar con ellos sensatamente. En el caso de Daisy Dryden, la duplicidad de conciencia duró algunos días, mientras que en el de la Sra. B. sólo duró una o dos horas.
Asimismo, las descripciones que Daisy dio de sus visiones no estaban de acuerdo evidentemente con sus ideas preconcebidas de un mundo espiritual, y, sin embargo, ni una sola vez dudó de la realidad de lo que estaba aprendiendo sobre una vida separada del cuerpo material y sobre la posesión de un cuerpo espiritual.
- William Barret -

Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta


" Busca luchar por lo necesario, reparte lo que te sobra y que en realidad está haciendo falta a los otros."- Juana de Angelis



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