Para ser felices todos precisamos de un compañero con quien compartir ansiedades, resolver problemas cotidianos, confiar triunfos y reveses, y principalmente realizar nuestros deseos de dar y recibir cariño.
Los objetivos principales que han de ser alcanzados en el matrimonio es el conseguir establecer vínculos de amor, comprensión y fidelidad entre marido y mujer, asegurando así el equilibrio emocional.
El matrimonio constituye uno de los primeros actos de progreso en las sociedades humanas; porque establece la solidaridad fraterna y se encuentra en todos los pueblos, aunque en condiciones diversas. Abolir el casamiento seria retroceder a la infancia de la Humanidad y colocar al hombre por debajo incluso de ciertos animales que les dan el ejemplo de uniones constantes.
Casarse es tarea para todos los días, por lo que solamente de la comunión espiritual gradual y profunda es que surgirá la integración de los cónyuges en la vida permutada, de corazón a corazón, en la cual el matrimonio se lanza siempre para lo Más Alto, en plenitud de amor eterno.
El porvenir de toda criatura está lleno de incertezas e inseguridades, por eso al contar con un (compañero) u (compañera) que nos ampare y asista en caso de enfermedad o en la vejez, es lo ideal, para la soledad que es muy triste. Los dolores compartidos, duelen menos, y las alegrías con alguien que vibre a nuestro lado, ganan en sabor e intensidad.
Durante el enamoramiento y el noviazgo, los jóvenes, deseosos, de causarse, recíprocamente, favorable impresión, empeñándose en mantener una buena conducta, procuran esconder o camuflar los aspectos indeseables de sus caracteres.
Viven en estado de encantamiento, estimulados por la atracción física, evitando la menor alusión a episodios desagradables del pasado de cada uno, para entregarse apenas a devaneos y fantasías, en el ante gozo de las deliciosas promesas del futuro.
Aunque se observe características comprometedoras o menos dignas, creen, ingenuamente, que el matrimonio las eliminará o que tendrán fuerzas suficientes para soportarlas, sin prejuicio de la “eterna felicidad” con la que sueñan.
Sin embargo, después de casados, al conocer la realidad de la vida, comprenderán que la vida no está hecha apenas de momentos románticos, exigiéndoles, ahora, arduos trabajos y no pocos sacrificios para los cuales no siempre están convenientemente preparados.
Algunas veces, sobrevienen dificultades de orden financiero, que los llevan a sufrir privaciones nunca antes experimentadas y con ellas acusaciones y quejas del uno contra el otro.
Las facetas uno del otro que intentaron no tomar en cuenta, empiezan a manifestarse con toda crudeza, generando conflictos, discusiones, enfados y represalias.
No existe una formula única y por supuesto infalible para la conquista de la felicidad en el matrimonio.
Existe, sin embargo determinadas condiciones y ciertos preceptos, dictados por la prudencia y por la experiencia de cónyuges bien sucedidos, que, si son observados podrán ofrecer a los jóvenes alguna garantía de que “su” matrimonio venga a ser lo más venturoso posible.
Uno de los primeros puntos a considerar es la edad para ese paso. Ninguna fijación rigurosa, cabe aquí, ya que los grados de madurez varían de individuo a individuo, en cualquier fase de la vida, en función de las experiencias adquiridas en esta encarnación y en las precedentes.
En la actualidad, la edad más propicia para un matrimonio estable y feliz, se sitúa entre 23 y 26 años para los chicos y 21 a 24 para las chicas. Diversas investigaciones llegaron a la conclusión de que los matrimonios malogrados fueron, en su mayoría, motivados por la precipitación, es decir por haberse realizado demasiado temprano.
Otra cosa que influye en el matrimonio es el grado de cultura y educación. Lo deseable es que ambos tengan el mismo nivel cultural y hayan sido educados por padrones éticos semejantes, pues esto facilitará grandemente la adaptación entre sí.
Las profundas diferencias, una vez pasada, “la luna de miel” en la que todo es deslumbramiento e ilusión, el refinamiento social del cónyuge mejor dotado choque con la bozalidad, la inepcia, el desaseo y el mal gusto del otro, lo que tornará insostenible una vida en común, dando lugar a que alguno o ambos pasen a buscar compensaciones fuera del hogar, junto a otra u otro que mejor les comprendan, aprecie du modo de ser y responda a sus necesidades más intimas.
Otro contingente más de la armonía conyugal es el sentimiento religioso, el cual no debe ser subestimado. Al considerar que la religión es una característica de la personalidad, se torna penoso, por ejemplo, a uno de los cónyuges que desease cumplir fielmente los deberes establecidos por la Iglesia o por las propias convicciones religiosas, tener que soportar, sin enfado o protesta, las propuestas del otro, ateo o indiferente, que considerase tales deberes mera simplezas, infantilismo mental, etc.
Es muy difícil mantener la paz doméstica, con un esposo, fanático e intransigente, que intenta convertir al otro a su credo, importunándolo a cada instante y con cualquier pretexto con sus discursos de catequesis.
La conciencia del exacto papel de cada uno en la construcción y manutención del hogar; la identidad de propósitos en lo tocante al planeamiento familiar; a la finalidad espiritual; a la filosofía de vida que esposen; a la certeza de que se aman; a pesar de los defectos de cada uno, incluso sabiendo que ellos persistan después del matrimonio, la aceptación de la familia del futuro cónyuge, tal como ella es; la capacidad reciproca de divergir, sin discutir, y de argumentar, sin pelear, la buena disposición de ambos de acatarse las opiniones y favorecer la solución de problemas de interés común, etc. Son otros tantos factores que contribuyen para un matrimonio afortunado.
En la unión de los sexos, a la par de la ley divina material, común a todos los seres vivos, hay otra ley divina, inmutable como lo son todas las leyes de Dios, exclusivamente moral. Quiso Dios que los seres se uniesen no solo por los lazos de la carne, sino también por los lazos del alma, con el fin de que el afecto mutuo de los esposos se transmitiese a los hijos y que fuesen dos, y no uno solamente, para amarlos, para cuidar de ellos y hacerlos progresar.
La felicidad conyugal tiene un precio bastante alto, tan alto que solo podrá ser pagado, a largo plazo, mientras dure el matrimonio, en monedas de humildad, comprensión, paciencia, espíritu de renuncia y gran dosis de buena voluntad en el sentido de adaptación mutua.
Para conseguir la felicidad en común, cada uno de los cónyuges precisa sacrificar un poco de su “yo” para que el “nosotros” se fortalezca y se vuelva cada vez más agradable. Para ello la primera cosa que debe ser cultivada, de parte a parte, es el don de perdonar.
Conflictos, discusiones, mal entendidos… son hasta cierto punto normales en la vida de una pareja, y, si no hay comprensión y tolerancia reciproca, sentido de minimizarlos y superarlos, el hogar acabara dejando de ser un reducto de amor, de paz y de alegría, para transformarse en campo de negligencias, deprimente y deplorable.
El apoyo mutuo y un poco de humildad espiritual, harían desaparecer tantos antagonismos irreductibles en las relaciones familiares. La Evangelización en el hogar también es otro recurso muy preciado, ya que el recuerdo de los preceptos de Jesús, sus divinas enseñanzas junto con la misericordia, les harían soportar las faltas y las flaquezas de los que los rodean sin guardarles resentimiento, perdonándolos de corazón.
Sabrían que “ El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consisten en ver cada uno apenas superficialmente los defectos del otro y esforzarse en hacer que prevalezca lo que hay en el de bueno y virtuoso.
Otro factor imprescindible para la preservación de la felicidad conyugal es el dialogo entre los esposos. “El sublime amor del altar domestico anda muy lejos, cuando los cónyuges pierden el gusto de conversar entre sí.
La vanidad y el orgullo son dos sentimientos de los más comunes que pueden anidarse en lo íntimo de las personas. Y son ellos los que, a menudo, provocan el estremecimiento de las relaciones entre marido y mujer.
“La caridad sublime, que Jesús enseño, también consiste en la benevolencia que uses siempre y en todas las cosas para vuestro prójimo. Por eso la pareja puede ejercitar esa virtud sublime, dirigiendo palabras de consuelo, de encoraja miento, de amor.
No estamos en la obra del mundo para aniquilar lo que es imperfecto, sino para completar lo que se encuentra inacabado.
En las esferas elevadas, los espíritus evolucionados consideran motivo de honra el amparo a los compañeros menos desenvueltos que se adiestran en planos inferiores.
El matrimonio en la tierra puede asumir variados aspectos, objetivando múltiples fines. Accidentalmente, tanto el hombre como la mujer encarnados pueden experimentar diversas veces el casamiento terrestre, sin por ello encontrar la compañía de las almas afines con las cuales realizar la unión ideal. Eso es porque comúnmente, el hombre necesita rescatar deudas que se contrajeron a causa de la energía sexual aplicada de forma inadecuada ante los principios de causa y efecto.
Cuando el matrimonio expiatorio ocurre en segundas nupcias, el cónyuge liberado de la vestimenta física, cuando se ajuste a la afección noble, frecuentemente se coloca al servicio de la compañera o del compañero en la retaguardia, en el que ejercita la comprensión y el amor puro. Si los viudos y las viudas de las efectuadas nupcias en grado menor de afinidad demuestran sana condición de entendimiento, son habitualmente conducidos, tras la muerte, a la convivencia del matrimonio restituido a la comunión, disfrutando posición análoga a la de los hijos queridos junto a los terrenos padres, que por ellos se someten a los más elocuentes y polifacéticos testimonios de cariño y sacrificio personal para que atiendan, dignamente, a la articulación de los propios destinos.
Si la desesperación de los celos o la nube del despecho ciegan a uno de los miembros del equipo fraterno, los cónyuges re asociados en el plano superior le amparan en la reencarnación, a la manera de benefactores ocultos, interpretándoles la rebelión por síntoma enfermizo, sin retirarles el apoyo amigo, hasta que se reajusten en el tiempo.
Cuando el hogar terrestre es analizado sin preconceptos, permanece estructurado en las mismas bases esenciales, al igual que los padres humanos, reciben, muchas veces, en el instituto domestico, por hijos e hijas, a aquellos mismos lazos del pasado, con los cuales atienden al rescate de antiguas cuentas, purificando emociones, renovando impulsos, dividiendo compromisos o esmerando relaciones afectivas del alma para el alma.
El divorcio, según conocimientos del Plano Espiritual, no debe ser facilitado o estimulado entre los hombres, porque no existen en la Tierra uniones conyugales, legalizadas o no, sin vínculos graves en el principio de la responsabilidad asumida en común.
Es necesario, que la sociedad humana establezca regulaciones severas a beneficio de nuestros hermanos contumaces en la infidelidad a los compromisos asumidos consigo mismos, a beneficio de ellos, para que no se unan a mayor desgobierno, y a beneficio de sí mismos, a fin de que no regrese a la promiscuidad envilecida de las tabas oscuras, en que el principio y la dignidad de la familia aun son plenamente desconocidos.
Es imprescindible que el sentimiento de Humanidad interfiera en los casos especiales, en el que el divorcio es el mal menor que pueda surgir entre los grandes males pendientes sobre la frente del matrimonio, sabiéndose, por tanto, que los deudores de hoy volverán mañana al acierto de las propias cuentas.
Si el espirita debe ser prudente, virtuoso, tolerante, humilde y abnegado y caritativo, entre sus hermanos de ideal y en el seno de la Humanidad, ¡Cuánto más debe serlo en la familia! Si son sagrados los deberes que hemos de cumplir entre nuestros hermanos y en la Humanidad, mucho más lo son los que tenemos que cumplir en la familia. Porque debemos considerar que, más allá de los vínculos que en esta existencia nos unen con lazos indisolubles, tenemos siempre historias pasadas, que se enlazan con la historia presente.
- Merchita-
Trabajo extraído de los Libros “Evolución en dos mundo” y “la vida en Familia” ambos de Francisco Candado Xavier.
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