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domingo, 7 de octubre de 2012

¿DÓNDE ESTÁN NUESTROS AMORES?





Cuando las sombras de la muerte arrebatan nuestros amores, un puñal se clava en nuestro corazón.

 El dolor moral es tanto, la sensación de pérdida es tan grande que todo el cuerpo se resiente y siente dolores.

 En la medida que las horas avanzan y los días se suceden  melancólicos, la ausencia de la persona amada se hace más dolorida.

 Entonces, revolvemos nuestros recuerdos y del banco de datos de nuestra memoria, sacamos los momentos felices que juntos disfrutamos.

 Recordamos  los viajes, o las pequeñas cosas del día a día, de los cumpleaños, de las tonterías.

 Y hasta de las discusiones por los pequeños choques verbales que ocurrieron a lo largo de los años de estrecha convivencia.

 Si el ser amado es un hijo nos  recordamos de  los primeros pasos, de las palabras iniciales, los balbuceos. Y la noche de añoranzas se puebla de escenas que volvemos a revivir y sentir.

 Recordamos el día de la graduación, las fiestas con los amigos, las inquietudes antes de las entrevistas del primer empleo. Tantas cosas a recordar...

 Accionamos nuestros recuerdos y como en una película las escenas se suceden, una tras otra, mientras un torrente de lágrimas vierte de nuestros ojos.

 Cuando se trata del cónyuge nos viene en mente los días de seducción, los muchos besos robados aquí y allí, las manos entrelazadas, los miles de gestos en la intimidad...

En la tela mental, rehacemos los pasos, las actitudes, los momentos de alegría y tristeza, vividos juntos y vencidos.

 Padres, hermanos, amigos, colegas. A cada partida añadimos un ítem más en la estadística de nuestra añoranza.

 Y todo nos parece difícil, tenso. La vida se vuelve más compleja sin aquellos a quienes amamos y que constituían la alegría de nuestros días.

 Nos vestimos de tristeza y desaceleramos el paso de nuestra propia existencia.

 ¿Cómo encontrar motivación para el proseguimiento de las luchas, si el amor partió?

 ¿Cómo seguir caminando por las vías de la soledad y de la añoranza?


 * * *

 Nuestros amores viven, nos ven y nos visitan. No están muertos, apenas desecharon la vestidura con que nos acostumbramos  a verlos.

 Sustituyeron los vestidos  pesados por otros diáfanos, vaporosos. Pero siguen con nosotros.

 Por eso, no contribuyamos para su tristeza, quedándonos entristecidos.

 Ellos, que nos amaron, siguen amándonos con la misma intensidad y anhelan nuestra felicidad.

 Por eso nos visitan en las alas del sueño, mientras dormimos y recuperamos nuestras fuerzas físicas.

 Por eso nos abrazan en los días festivos. Nos transmiten ternura con sus besos de amor.

 Sí, ellos nos visitan. Acompañan nuestra trayectoria y con certeza sufren con nuestra falta de resignación, por nuestra desesperación.

 Ellos están emancipados de la carne porque ya cumplieron la parte que les estaba destinada en la Tierra: niños, jóvenes, adultos o mayores.

 Cada cual tiene su tiempo, determinado por las sabias Leyes Divinas.

* * *

Cuando los dolores de la ausencia se hagan más intensos, ora y pide a Dios por ti y por tus amores que partieron.

- Merche-






Psicografía: La Afabilidad y la Dulzura

La benevolencia para con los semejantes, fruto del amor al prójimo, produce la afabilidad y la dulzura que son su manifestación: Sin embargo, no es preciso fiarse siempre de las apariencias; la educación y las costumbres del mundo pueden dar el barniz de estas cualidades. ¡Cuántos hay cuya fingida bondad sólo es una máscara para el exterior, un hábito cuyo corte calculado disimula las deformidades ocultas!

El mundo está lleno de esas personas que tienen la sonrisa en los labios y el veneno en el corazón; que son blandas con tal de que nada les incomode, pero que muerden a la menor contrariedad; cuya lengua dorada, cuando hablan cara a cara, se cambia en dardo envenenado cuando están ausentes.

A esa clase pertenecen también esos hombres que son benignos fuera de casa y que, tiranos domésticos, hacen sufrir a su familia y a sus subordinados el peso de su orgullo y de su despotismo, como queriendo desquitarse de la opresión que se impusieron fuera; no atreviéndose a usar su autoridad ante extraños que los pondrían en su lugar, quieren a lo menos ser temidos por aquellos que no pueden resistirles; su vanidad se alegra de poder decir: “aquí mando yo y soy obedecido”; sin pensar que podrían añadir con mucha más razón: “y soy detestado”.
No basta que de los labios gotee leche y miel, pues si el corazón no toma parte en ello, hay hipocresía. Aquél cuya afabilidad y dulzura no son fingidas, no se contradice nunca; es el mismo ante el mundo que en la intimidad; sabe, además, que si engaña a los hombres con las apariencias, no puede engañar a Dios. (LÁZARO, París, 1861).

Mensaje mediúmnico reproducido del libro El Evangelio según el Espiritismo, codificado por Allan Kardec




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