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lunes, 11 de agosto de 2014

El comportamiento correcto


EL COMPORTAMIENTO DEL BUEN ESPIRITA 

 Las riquezas de la Tierra son perecibles, pero hay una riqueza  que nada puede afectar ni nadie puede destruir: la riqueza del cielo, que podemos y debemos  construir en nuestra alma. Esa riqueza está en nuestras manos, es adquirir la moral cristiana,  explicada tan bien en El Evangelio Según el Espiritismo.
 La moral espirita, como la del cristianismo primitivo, no se constituye  apenas de preceptos, de reglas, ni de principios normativos.  Hay una técnica  moral,  que se fundamenta en el conocimiento de las leyes morales.
 El Espiritismo nos da la clave del Evangelio. Explica su sentido oscuro u oculto; nos proporciona  la moral superior, la moral definitiva, cuya grandeza y hermosura revelan su origen sobrehumano.
 Con el fin de que la verdad se extienda  por todas partes con el fin de que nadie pueda desnaturalizarla o destruirla, ya no es un hombre, ya no es un grupo de apóstoles el que está encargado de darla a conocer a la humanidad. Las voces  de los Espíritus  la proclaman  en los diversos puntos del mundo civilizado, y gracias  a este carácter universal y permanente, esta revelación desafía a todas las hostilidades y a todas las inquisiciones.
 La moral espirita está basada en el testimonio de millares de almas  que van a todos los lugares  para describir, valiéndose de los mediúms, la vida de ultratumba y sus propias sensaciones, sus goces y sus dolores.
 La filosofía  de los Espíritus  viene a ofrecer  a la humanidad una sanción moral más elevada, un ideal más noble y generoso. Ya no hay suplicios eternos, sino la justa consecuencia  de los actos  que recaen sobre su autor.
 El Espíritu se encuentra en todos los lugares según él se ha hecho. Si viola la Ley moral, entenebrece su conciencia y sus facultades, se materializa, se encadena con sus propias manos. Practicando la ley del bien, dominando las brutales pasiones, se aligera  y se aproxima cada vez más a los mundos felices.
 La vida moral se impone como una obligación para todos aquellos a quienes preocupe algo su destino; de aquí la necesidad de una higiene del alma  que se aplique a todos nuestros actos, ahora que nuestras fuerzas espirituales se hallan en estado de equilibrio y armonía.
 Si sometemos al cuerpo, envoltura mortal, instrumento perecedero, a las prescripciones  de la ley física que asegura su mantenimiento, es importante, mucho más, velar por el perfeccionamiento del alma, que es imperecedera y a la cual está unida nuestra suerte en el porvenir. El Espiritismo nos ha proporcionado los elementos para esta higiene del alma.
 El conocimiento del objeto real de la existencia  tiene consecuencias incalculables para el mejoramiento y la elevación del hombre. Saber a donde va tiene por resultado el afirmar sus pasos, el imprimir a sus actos un impulso vigoroso hacia el ideal concebido.
 Las doctrinas de la nada  hacen de esta vida un callejón sin salida y conducen, lógicamente,  al sensualismo y al desorden.  Las religiones, al hacer, de la existencia una obra de salvación personal muy problemática, la consideran desde un punto de vista egoísta y estrecho.
 Con la filosofía de los Espíritus, este punto de vista cambia y se ensancha  la perspectiva. Lo que debemos buscar  no es ya la felicidad terrena, la felicidad, en la Tierra, es cosa precaria, sino un mejoramiento continuo; y el medio  de  realizarlo es con la observación moral en todas sus formas.
 Cuando el hombre  venga de donde venga,  entra en el Espiritismo, se abre ante el un amplio campo de investigaciones, que de momento, no se da cuenta de tamaña grandiosidad. A medida que va ampliando sus estudios  y sus experiencias, más ancha se  torna la  perspectiva de lo que antes le era desconocido, y en todo empieza a ver la grandeza de Dios.
 Entonces ve   lo que el significa en la Creación, comprende que su vida es eterna y que no se encuentra aquí por acaso, comprende que jamás  será abandonado que está ligado  a una ley que abarca a todos los seres humanos  y que con ellos alcanzará por sus esfuerzos, más tarde o más temprano, su felicidad, su belleza y su sabiduría. Comprende que el tiempo que tarde, depende únicamente  de el, que un día será atraído por el amor universal, pasando a formar parte  de la gran familia de los espíritus felices, que gozan y trabajan en el plano del amor divino.
 Dios estableció sus leyes y las puso, con toda la creación, a disposición de todos sus hijos. A nosotros compete alcanzarlo.
 El espirita debe portarse delante de Dios como un buen hijo, agradeciéndole el que le aya creado.
 Debe respetar la grandeza de su creador, adorar su Omnipotencia, amarlo por su Sublimidad.
 Y ese respeto, esa adoración,  ese amor, esa gratitud, deben ser manifestados al Todopoderoso tanto como sea posible, para que así atraigamos  su influencia  y la de los buenos espíritus , que nos es muy necesaria  por nuestro atraso, en este mundo donde imperan la ignorancia y el dolor.
 Para alcanzar esa gran moralidad  que necesitamos, para cumplir bien nuestra misión, tener paz en la Tierra y conseguir alguna felicidad en el espacio, debe el espirita cumplir la ley divina. Esa ley divina está en el Evangelio y el espirita  debe saberla  de memoria, porque ¿Cómo aplicarla esa ley sin conocerla?
Para el espirita el Evangelio no debe ser letra muerta, y si una ley vigente en todos los tiempos, en todas las edades. Debe ser un admirador del Maestro, estudiando sus palabras, su moral, su ley, sus sacrificios, su abnegación, su amor, su prudencia y, sobre todo, su elevadísima misión ya que esta contiene dos puntos esenciales, que son de capital importancia. La primera  y que el espirita debe fijar en su mente es la de que  a de conocer la ley divina para cumplirla. El otro  objetivo de capital interés  para el bien de nuestro espíritu;  que es el consuelo, la resignación y la paciencia que El nos puede inspirar.
 Todos estamos en la Tierra para ser probados. Y muchos de expiación. Por eso el espirita a de amar al Señor; debe admirarlo y seguirlo hasta donde le sea posible;  en sus leyes y en sus ejemplos; pues así evitará que puedan acarrear la tribulación en esta vida y el sufrimiento en el espacio.
 Todo espirita debe portarse con la mayor humildad posible, frente a sus hermanos. La humildad es siempre un ejemplo de buenas manera, jamás nos compromete, ni es causa de disturbios ni de riñas. Esa humildad no debe ser nunca fingida, sino leal y sincera, siempre dispuesta a servir, debiéndose considerar inferior a sus hermanos, a de ser el servidor de todos. Nunca ara alardes de saber, ni de poseer facultades y menos de considerarlas extraordinarias, exponiéndolas siempre de manera prudente, sensata y con oportunidad.
 Todo espirita  debe ser caritativo, no abandonando  a su hermano en una crisis, ni en la dolencia ni en la miseria. Debe  ser,  la providencia terrena, sustentando en todo lo que pueda, a su hermano.
 En los centros espíritas donde reinen el amor y la adoración al Padre, en espíritu y verdad; la admiración, el respeto, y el amor al Señor; la indulgencia  la caridad y la humildad, no faltará la paz y armonía entre los hermanos. Por el contrario, su vida se deslizará más tranquila, sentirán el alma leve y alegre, porque muchas veces recibieran la influencia de los Buenos Espíritus. Harán gran progreso y tendrán una recompensa en el mundo espiritual, más de lo que pueden calcular.
Todo espirita que hace profesión publica de su creencia no debe jamás olvidarse de que, por donde pasa, por donde va  y el sitio que frecuenta está siendo observado y estudiado. Debe ser prudente en el hablar, en el obrar, en el pensar, pues si se olvida de las reglas que prescribe el Espiritismo, pueden caer en el ridículo, por no estar sus actos de acuerdo con la moral que el mundo espera de ellos.
 La Humanidad gime, llora, se desespera por lo mucho que sufre; el egoísmo  todo consume; las victimas de la maldad se suceden sin esperar; las religiones  se desviaron del camino; los hombres de bien, intermediarios entre  la Humanidad y la Providencia, son escasos; los espiritas estad encargados de traer la luz, ya que saben por qué  la Humanidad sufre  por qué llora, por qué se desespera; el espírita ha de sacrificarse, en explicarle  la causa de su sufrimiento, de sus lágrimas, de su desesperación, ha de demostrar que el dolor depura, eleva, santifica, exalta, y así cumplirá su misión.
 El espirita que desea hacer mucho bien a sus semejantes no debe perder de vista al Señor cuando lo azotaban atado al pilar, cuando lo coronaban de espinas, cuando cargaba la cruz, cuando consumaba su sacrificio, para saber imitarle en sus actos de amor por la Humanidad de abnegación y de sacrificio.
 De  ahí sus palabras:
“vosotros sois la sal de la tierra, si ella pierde su sabor, “con que se ha de salgar”
 Si el espirita debe ser prudente virtuoso, tolerante, humilde abnegado y caritativo, entre sus hermanos de ideal  y en el seno de la Humanidad, ¡cuanto más debe serlo  en la familia! Si son sagrados los deberes que hemos de cumplir entre nuestros hermanos y en la humanidad, mucho más lo son los que tenemos que cumplir en la familia. Porque debemos considerar que, más allá de los vínculos que en esta existencia nos unen con lazos indisolubles, tenemos siempre historias pasadas, que se enlazan con la historia presente.
 El espirita debe ver en la familia un grupo que le fue dado en custodia, y para el cual tiene muchos deberes que cumplir y muchos sacrificios que realizar. Por eso el esposo debe ser el apoyo y el sustentáculo de la esposa; debe amarla, respetarla, protegerla, aconsejarla, orientarla y proporcionarla en todas las circunstancias de la vida, lo que sea necesario. La esposa debe obediencia, amor, respeto y sinceridad al esposo, siendo este, para ella, siempre la primera persona a quien debe confiar sus secretos y todas sus tendencias, sin faltar jamás al respeto y a la obediencia, que debe al que Dios le dio como guía en este mundo de dolor.
 En lo referente a los hijos, su misión no está exenta de sacrificios, siendo a veces necesaria una abnegación a toda prueba, dirigida por el buen sentido del espirita. Debiendo sentir el mismo amor por todos sus hijos, no olvidando que los más necesitados  de su misericordia son los menos provistos de bondad y comprensión.
 Debe proceder con mucho cuidado  en la misión de la paternidad, para no dejarse arrastrar jamás por una atracción de causa desconocida, a favor de uno de sus hijos, ni por la frialdad que pueda sentir por otro. Sin olvidar que un hijo puede ser lo mismo un hermano de otra existencia al que amamos o un enemigo al cual debemos aprender a amar.
 El espirita  en todas las situaciones de la vida, ha de portarse como un buen hijo, buen esposo, buen padre, buen hermano y buen ciudadano;  así, como practicante  de la ley divina, cuyo sentido practico está en la enseñanza y en el ejemplo del Señor y maestro; será luz para iluminar a los que están a su alrededor, será mensajero de paz  y amor para todos; y llevará la paz  de las Moradas de la Luz  hasta los hombres de la Tierra.
 El espirita tiene un deber ante si mismo,  no ha de ser demasiado indulgente  para consigo mismo. Siempre encuentra medios para justificar su conducta, aunque esta no sea lo suficientemente correcta. Procura siempre disculpar  sus defectos y atenuar sus faltas. Tanto es asi, que escuchamos a menudo, de aquellos a quienes hablamos de espiritismo: “Yo no creo en nada, apenas acompaño a la  mayoría; pero en lo que concierne a la otra vida, creo que lo mejor es hacer todo el bien posible. Así, si existe alguna cosa después de esta vida, nada malo podrá acontecerme.
 Todo espirita debe ser muy severo consigo mismo, siendo siempre el primero y el más severo juez de si mismo. No olvidando que está en este mundo para luchar por causa de su atraso, de sus imperfecciones y de sus deficiencias, y que le urge librarse de todo aquello que es contrario al amor, a la virtud, a la caridad, a la justicia.
 Es muy difícil ser justo en todas las cosas, por eso el espirita debe todos los días hacer un examen de todo lo que sintió y realizó en la jornada transcurrida.  Sabiendo que hay tres formas de cometer faltas, por el pensamiento, por la palabra y por los actos.
 Las faltas por pensamientos provienen de pasiones injustas o mal contenidas, de no ser indulgente para las faltas  del prójimo, de codiciar cosas indebidas. El espírita puede sentir deseos condenados por la ley divina.
 El tiempo de vida en la Tierra es sumamente corto, y que el que pasaremos en el espacio es sumamente largo, siendo allá felices o infelices  según hayamos cumplido  o dejado de cumplir nuestros deberes espirituales. Por eso debe procurar el espirita  progresar en virtudes, en amor, en adoración al Padre, en respeto y veneración para con sus semejantes y no dudar  de que su felicidad será grande, y que habrán llegado a su fin los sufrimientos  y los males, que por tanto tiempo lo han afligido y lo han retenido tanto tiempo en un planeta de expiación.
 Sin olvidar que la Tierra es un lugar de expiación y dolor, y que el dolor purifica y eleva. El dolor es un medio por el que se progresa rápidamente, soportándolos con resignación y con calma, y hasta con alegría, llegaremos  a las más altas regiones, ascenderemos, él, es el medio  más seguro de alejarnos de las veleidades humanas.
 Ningún espirita debe dudar que  en el Reino de Dios no se entra por sorpresa, ni se alcanza la felicidad, sino después de la purificación.  Todo espirita que tenga grandes dolores manténgase fuerte, lleno de calma, de amor al Padre, de resignación y sumisión a la Justicia Divina. Y si a veces la tentación lo envuelve, que se defienda con la oración, con el amor por los que sufrieron antes que el, no olvidando jamás que, por detrás del dolor  soportado con alegría y calma vendrá la felicidad en la vida eterna.
 La rebelión aumenta el dolor, intensifica el sufrimiento, mientras la resignación  favorece la acción benéfica  de los Espíritus Superiores, siempre dispuestos a auxiliar  a los que sufren. La oración es el lenitivo de los dolores sin remedio. Por ella, el espíritu en prueba establece ligación fluidica con los Bienhechores Espirituales, que les darán alivio posible y la fuerza moral necesaria para soportar las pruebas hasta el fin.
 Nadie es perfecto en este mundo. Así como es  muy difícil encontrar en la Tierra quien este siempre en perfecto estado  de salud física, también es muy difícil encontrar a alguien con perfecta salud moral. Así como la atmósfera y las condiciones materiales  influyen directamente  en nuestro organismo  predisponiéndolo para las enfermedades, los elementos espirituales  que nos rodean influyen  sobre nuestra condición moral. Se aprovechan  de las cosas  más insignificantes, para provocarnos sufrimientos y malestar interior, objetivando mortificarnos o detenernos en la vía del progreso.
 La tentación no tiene siempre para todos los individuos el mismo carácter y las mismas formas. Lo mismo que los grados de virtud y de los defectos son multiples también son muchas las variedades de la tentación.
 En la Tierra, no tendremos jamás paz completa, si alguna vez llegamos a sentirla será de corta duración. Ante las penas ocultas  debemos ser fuertes y resistir y oponerles serenidad, paciencia y calma sin límites, ellas tienen un gran merito ante Dios y fortalecen mucho al espíritu encarnado.
Nunca debemos poner en duda que hay seres espirituales que nos aman y nos ayudan,   debemos confiar en ellos, pedirle ayuda, suplicarles la protección, cuando nos veamos apurados.
 El Espíritu aferrado a los intereses materiales, mientras  dura ese estado, es casi imposible que comprenda  y acepte el Espiritismo, es esa la barrera que retiene a la Humanidad.
 El apego al dinero es señal evidente de falta de caridad y amor al prójimo. Quien tiene ese apego no se encuentra en vías de realizar  grandes progresos.
 El espirita debe recordar que su felicidad no esta en la Tierra  sino en el Espacio. Por eso debe enriquecer su espíritu con virtudes y buenas obras. Y debe recordar que uno de sus grandes enemigos  es el amor al dinero, ósea el egoísmo, que es el peor y el más fatal enemigo del hombre.
 Si juntásemos todas las riquezas del mundo, nada serian  comparándolas  con las de nuestro Padre. Todas ellas fueron creadas para nosotros, sus hijos, que las recibiremos en propiedad y las disfrutaremos eternamente.
 Nosotros los Espiritas tenemos un tesoro en nuestras manos, es necesario resaltar esto, pues no todos  están en condiciones de comprender el Espiritismo y menos aun de practicarlo.  No podremos aun comprender  la verdad, mientras no nos despojemos de muchos errores, mientras nuestro amor  y nuestra bondad no hayan alcanzado cierto grado.
 El Espiritismo nos saca de todas las dudas,  nos libera de todos los errores, nos ilumina la inteligencia, nos fortalece el espíritu en la lucha contra las preocupaciones. Pudiendo el espirita si no es indolente  realizar todo cuanto desea para su bien.
 El espirita debe estudiarse a si mismo, para llegar a conocerse, cosa que a veces es un poco difícil, mayormente si el instinto del orgullo y de la vanidad predomina aun en el.
 El espírita debe observar si fácilmente se ofende por cualquier contrariedad o palabra que lo mortifica. Y eso es así,  eso acontece, porque el amor propio desmedido, sinónimo de vanidad está enraizado aun en su espíritu. Debiendo someterse a humillaciones, evitando que esas le afecten, hasta aprender a  sufrir desprecios y desengaños  sin perder la serenidad.
 Si el espirita siente que posee alguna pasión o vicio que puede llevarlo a la caída, habrá de ser valiente, y aunque le cueste la vida, tendrá que cortarlos por la raíz. Pues vale más sufrir mucho, por hacer desaparecer un vicio  y adquirir una virtud, que no sufrir nada dando  redes a la pasión. Vale más sufrir que sucumbir. Antes la muerte del cuerpo, que la perturbación y el atraso del espíritu.
 El espirita no debe ser impertinente, ni tener mal genio,  ni ser precipitado, ni murmurar, pero si, ha de ser paciente, debe saber perdonar las faltas ajenas, ser amable cuanto sea posible, servicial  y debe procurar el bien de sus subordinados, ya sea en la familia o en el ámbito de su posición social, debe crear una aureola de buenas influencias y de confianza y de respeto; consolar a los que sufren, hasta donde sus fuerzas lo permitan.
 Para conseguir esa vida ascendente de perfección, no podemos olvidar que necesitamos la protección de los Grandes Espíritus, y que no debemos dudar de ellos, siempre que nos coloquemos en condiciones de recibir sus influencias. A medida que mejoramos llamamos más la atención de los Buenos Espíritus.
 En el Espiritismo no existen categorías, más si espiritualmente, ellas son muy conocidas en el mundo Espiritual, e infeliz de aquellos que no sepan respetarlas, sin conocer las clasificaciones pueden intercambiar el orden de los factores, a de procurarse ser un buen discípulo ahora, hasta que la providencia nos llame para  desempeñar una misión más alta.
 Las personas virtuosas y entendidas hacen mucha falta, para proyectar una luz  como es el espiritismo. Esas personas son muy procuradas por los Buenos Espíritus.
 Cuando surjan señales y acontecimientos extraordinarios que no se pueden evitar, aunque contraríen y perjudiquen, y tengáis ante vosotros la llamada del espiritismo para que entréis en servicio, aceptarlo a gusto.
 Tenemos un gran Maestro, es a El a quien debemos seguir, sobre todo los jóvenes que son el futuro de la Humanidad.
 Confiad en El, Juventud Espírita, y no desmayéis en el camino, Adoremos al Padre y amemos al Señor por su gran amor.
 Trabajo realizado por Merchita
Extraído del libro el Tesoro de los Espiritas de Miguel Vives.

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¿SOMOS INVISIBLES?



¿Somos invisibles? Es probable que, en algún momento, la mayoría de nosotros se haya cuestionado de esa manera.

Tal situación ocurre cuando nos adentramos en una tienda y el funcionario nos ignora.

O delante de un mostrador de alguna aerolínea, intentando saber si el vuelo está en el horario. También en algunas reparticiones públicas buscando informaciones.

El responsable, o sea la persona o personas que allí se encuentran simplemente ignoran la indagación, el pedido, la presencia.

Es como si fuésemos invisibles. Para nosotros que lidiamos con la inmortalidad, que estudiamos acerca de la vida que nunca cesa, el primer pensamiento que nos ocurre cuando nos sentimos ignorados es: ¿Será que morí y no me di cuenta?

Por acaso, ¿he cruzado la aduana de la muerte sin percibirlo? ¿Será por eso que las personas no me ven, no me contestan?

Sin embargo, más allá de tales situaciones, de un modo general casi todos nos movemos en el mundo sin dar atención a los demás.

Por eso caminamos por la calle, mirando adelante, atentos al semáforo, a las señales de tránsito, a los nombres de las calles, a los números, sin mirar a nuestro alrededor.

Es común que atropellemos a las personas, si no estamos atentos a sus presencias. Atropellamos y seguimos adelante buscando nuestros objetivos, sin detenernos siquiera para pedir disculpas.

O para auxiliar a la persona a recoger lo que se cayó  con nuestro tropiezo. Muchas veces es la propia persona que pierde el equilibrio y se cae al suelo.

Algo semejante ocurre cuando las puertas de los autobuses se abren y salimos como quien necesita apagar un incendio más adelante.

Existen aquellos que abren camino por la fuerza, golpeando con la mochila que traen a las espaldas a aquellos que aguardan en las filas, siguiendo en frente.

Pisan en los pies ajenos, pero siguen caminando. En el ansia de alcanzar rápidamente su destino, arrastran consigo lo que encuentran en el camino: paquetes, libros... de otras personas.

Pero nunca se detienen a pedir disculpas.

Porque nada ven, nada sienten, nada perciben. Solo ellos existen en el tránsito.

En las filas del cine, supermercados, bancos, oficinas, la cuestión no es muy diferente.

Personas que dicen tener prisa, con compromisos urgentes, se adelantan a otras que aguardan hace mucho tiempo.

Para ellas, no existe nadie más allá que ellas mismas, su problema, su dificultad.

* * *

Si estamos en la lista de personas precipitadas, insensibles, que solo ven a sí mismas, detengamos el paso.

Miremos alrededor, observemos, respetemos a los que comparten con nosotros el mismo autobús, la misma cafetería, la misma repartición pública.

El hecho que tengamos de arreglar muchas cuestiones no está disociado de la posibilidad de ser gentiles, suaves, atentos.

Eso no nos impide mirar alrededor, ceder el asiento a una persona más vieja, a una embarazada, alguien con dificultad física.

Pensemos que, así como nosotros no deseamos ser tratados como invisibles, no debemos proceder de igual manera con relación a los demás.

Somos todos humanos, necesitados unos de los otros.

Por lo tanto, actuemos como quien se alzó a la Humanidad y desea seguir el camino rumbo al ser angelical, nuestro siguiente paso.

Redacción del Momento Espírita.

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