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jueves, 14 de agosto de 2014

La Moral en la Doctrina Espírita

LA MORAL EN LA DOCTRINA ESPIRITA

La moral es muy importante en la vida de los hombres, Jesús, como Krishna y como otros espíritus luminosos que supieron ordenar al hombre sin imponerle claudicaciones, no fundaron ninguna religión positiva; enseñaron, sí, una moral sublime, idéntica para todos los hombres, sin sujeción a tiempos, lugares ni circunstancias, sin casuística ni acomodos, moral que lo mismo sirve para realizar el ideal de felicidad humana en este mundo, que para guiar al espíritu en la senda de su progreso indefinido. Esta moral es esencialmente idéntica a la que se desprende de la filosofía espiritista, pero esta última tiene el valor de su fundamento científico, de sustituir el parabolismo de aquélla con una forma racional de explicación y dar también al hombre su razón de ser moral.
El Espiritismo viene hoy a levantar la moral caída, a darle una base científica, a demostrar que lo que ayer fue intuición filosófica, es hoy verdad positiva; viene a  probar con hechos que los principios morales entran grados de desarrollo, que son propios del espíritu, no del organismo ni de la materia, que la moralidad se manifiesta en cada uno según el grado de evolución alcanzado; viene a demostrar que el hombre es un espíritu encarnado, sujeto a continua evolución, que ha vivido en anteriores existencias en estados biológicos interiores y que una vez abandonado su cuerpo material, continúa evolucionando progresivamente, subiendo de tramo en tramo la escala infinita de su progreso, en este o en otros mundos más en armonía con su desarrollo espiritual, que la mayor capacidad moral e intelectual depende del esfuerzo propio de cada ser, de la actividad que despliegue para alcanzarla, que la adquisición de esta capacidad, siempre creciente en su infinito desarrollo, consiste en el ejercicio de todas sus facultades y aptitudes, inspiradas en el bien y puestas al servicio de sus semejantes y, en lo posible, de los demás seres que le rodean; viene a establecer la fraternidad universal sobre las mismas leyes de la evolución, demostrando que la solidaridad no es una palabra vacía, por cuanto no puede existir progreso moral individual, sin progreso colectivo, ni éste sin aquél y que, por consiguiente, cuanto más bien hacemos a los demás, más bien nos hacemos a nosotros mismos; viene a dar al ser una sanción justa y ecuánime, natural y divina, que está en las leyes de su propia evolución, en el principio de causalidad, que nos enseña que toda causa produce un efecto proporcional, que toda acción tiene en sí misma las consecuencias de su bondad o de su maldad, sanción, a la cual no escapan las intenciones ni las circunstancias; viene, en fin, a reafirmar la creencia en un Ser supremo, principio inteligente, creador eterno, manantial de sabiduría, de amor, de justicia, de bondad y de belleza, de donde emanamos y adonde vivimos, sin percatarnos de nuestra pequeñez y al mismo tiempo de nuestra grandeza.
De este conocimiento que se desprende del Espiritismo científico, de las manifestaciones mismas de los seres que han vivido en la tierra y superviven a la muerte con la visión de sus existencias pasadas, de sus mensajes mismos, se desprende la moral espírita, moral sublime que, como hemos dicho, abraza todo lo que hay de bueno y de justo en las demás filosofías y religiones, verdadera ciencia deductiva que descansa en principios inalterables y universales.
La moral espírita enseña a practicar el bien sin interés de recompensas, premios ni castigos, a no ser bueno por temor ni por cálculo, sino porque el bien es la ley suprema de nuestra vida, aumenta nuestra riqueza espiritual, nos eleva y nos engrandece; a proceder con justicia en todos los actos de nuestra vida. Ante el dilema si hemos de ser buenos, justos y veraces, cuando la bondad, la justicia y la verdad nos perjudican, o si hemos de ser todo lo contrario cuando la maldad, la injusticia y la mentira nos benefician, la moral espírita se inclina decididamente por lo primero.
Nos enseña también a practicar la caridad con altruismo, con amor y con delicadeza, demostrándonos que lo que hacemos en bien de los demás es en nuestro bien propio, y que, al obrar así, no hacemos más que cumplir con un deber de solidaridad; a proteger al débil y amparar al desgraciado, cualquiera que sea su debilidad y su desgracia; a levantar al caído, a instruir al ignorante, a ver en cada delincuente un hermano, que hay que redimir con amor, y en cada delito, un enemigo que hay que combatir sin piedad; a no juzgar ni castigar, ni a dar derecho ni atribuciones a nadie para que juzgue ni castigue, considerando que todos somos pecadores y delincuentes en más o menos grado, que los pecados y delitos son propios de nuestra imperfección y de muestro atraso y que, para atenuarlos, hay que instruir, educar y suprimir en lo posible las causas que los producen; a obrar bien con entereza y con rectitud, sin temor a la crítica mundana; a gozar de todos los placeres de la vida, con honestidad y moderación, prefiriendo siempre los placeres  espirituales y, en fin, a trabajar y vivir del producto de nuestro propio trabajo, considerando éste no como un fin sino como un medio para el ejercicio y desarrollo de todas nuestras facultades espirituales y para domar nuestro espíritu de sus rudezas y sus bajas pasiones.
La moral espírita es evolucionista, en el sentido de que se irá imponiendo paulatinamente  a medida de la comprensión y del progreso moral de los individuos y los pueblos, pero en su esencia y en sus principios es absoluta, no admite términos medios, y en sus mandatos es radical e imperativa; no dice al hombre: haz el bien con arreglo a tal o cual circunstancia; sé justo con relación a tal o cual época o lugar; di la verdad, pero que ella no lastime a tales o cuales mentiras, a tales o cuales injusticias, a tales o cuales convencionalismos o intereses. Por el contrario, afirma categóricamente: sé bueno, sé justo, sé veraz, aunque el mundo y sus prejuicios se resientan por tu bondad, por tu justicia, por tu verdad.
La moral espírita es, pues, una moral de principios; no es una moral de circunstancias que, como la establecida por la ley civil y por las costumbres sociales, se adapta al medio y a la estructura económica y política de la sociedad; no es una moral que beneficia los intereses de unos en detrimento de los intereses de los demás; por el contrario, tiende a mancomunar los intereses particulares en un solo interés general, haciendo que todos los hombres sean solidarios en la producción y en el goce de la riqueza social, de acuerdo con sus fuerzas, sus aptitudes y con sus necesidades; no tiene clases, no admite prerrogativas ni categorías sociales su sanción, a todos los alcanza por igual según sean sus acciones, el grado de comprensión, el mérito o demérito de cada uno; y ante el Juez Supremo, que falla en la conciencia y en las leyes de la misma evolución, no caben títulos ni riquezas, ni castas, ni absurdos privilegios sociales.
Enseña la humildad (en el límite de la suavidad y de la modestia), sin humillación ni rebajamiento, aconseja la tolerancia, pero sin descender al consentimiento del mal, ni convivir con él. El juicio crítico que tiende a su mayor grado de perfeccionamiento del individuo y de la sociedad, es una facultad que debe emplearse contra el crimen y la injusticia; consentir éstos, convivir con ellos, no es una virtud, sino más bien una cobardía, que puede ocasionar mayores males que los que tolera.
La nueva moral que desprende del Espiritismo científico viene, pues, a transformar por completo la sociedad, y a su influencia se deberá la desaparición de muchos crímenes, de muchas injusticias, de muchas mentiras e inmoralidades que se tienen hoy por muy morales y muy sagradas; y, en cambio, se afianzarán muchas verdades, muchas virtudes, muchas aspiraciones justas que la moral hipócrita de nuestra sociedad desecha como cosas moralmente malas.
Esta doctrina redentora, lejos de ser rígida disciplina, impuesta arbitrariamente a la conciencia, es un código de amor, de paz, de esperanzas, de consuelos, de promesas y de infinitas satisfacciones espirituales. El que esto escribe, ha sentido en su alma el bálsamo consolador de esta doctrina en sus momentos de desvaríos, cuando las recrudescencias de la vida laceraban sin piedad su corazón. Al borde de más de un abismo ha encontrado en esta moral sublime el apoyo para no caer; y reconfortado su espíritu por la visión de un superior destino, volvió los ojos a la luz con la alegría de vivir, huyendo de las negruras abismales donde la amargura, el despecho o la pasión lo hacían zozobrar. Y este milagro, que se habrá producido en la conciencia de muchos espiritistas sólo puede hacerlo la convicción profunda que nos da el Espiritismo.

Extraído por Merche del libro Origen de las Ideas Morales – Manuel S. Porteiro

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   EL ORIGEN DE CALAMIDADES Y DE GUERRAS


Queridos amigos, mirando al exterior, y gracias a las noticias y los medios de comunicación, con gran pesar vemos que las guerras continúan, que diariamente el hombre ataca contra el hombre, y la muerte no representa para la actualidad, ninguna sorpresa.
Esto sucede  porque a veces los hombres, olvidando las leyes divinas y la finalidad de la vida, resbalan por la pendiente del sensualismo y se hunden en la materia. Entonces, todo lo que constituía la belleza de su alma queda velado y desaparece, dando lugar al egoísmo, la corrupción y el desarreglo en todas sus formas.
Las bajas pasiones emanan fluidos que poco a poco van acumulándose y terminan por resolverse en catástrofes y calamidades: de ahí las guerras.
No faltan advertencias y consejos. Pero los seres humanos hacen oídos sordos a las voces del Cielo. Dios nos deja hacer, pues sabe que el dolor es el único medio eficaz para reconducir a los hombres a miras más sanas y sentimientos más generosos.
Desde el punto de vista material, Dios puede impedir que se desencadene una guerra. Pero, desde el punto de vista moral, no puede hacerlo, puesto que una de sus leyes suprema exige que todos – tanto los individuos como las colectividades – suframos las consecuencias de nuestros actos. La conciencia pública, el sentimiento del deber, la disciplina familiar son los atributos necesarios para que los pueblos sean grandes y no se debiliten con procesos de profunda corrupción.
Muchos jóvenes son invitados  a empuñar las armas, y donde no había maldad, ni crueldad, la guerra y sus secuaces hacen de estos jóvenes crueles sanguinarios, sin  corazón  ni vista para observar, como el
mundo de los que perecen les sigue, acusándoles. Tras de un soldado, suele haber una familia, una esposa, unos hijos, hermanos , padres que lloran desconsolados, y lo que es peor, la mayoría de las guerras son realizadas, por espíritus fanáticos, que no ven nada más que su razón, y no reparan en mal que hacen, solo por satisfacer ideas, que los demás no comparten, para ello se valen de espíritus guerreros, hombres que empuñan las armas con gran pasión, son locos dominados por sus delirios, tan locos que nada ven más allá que el conseguir su victoria, su dominio, caiga quien caiga.
En el Universo hay una Justicia que se pone en acción para dar fuerzas y asistir a la humanidad enferma y descontrolada.
No basta tener a cada instante el nombre de Dios en los labios, es mucho mejor para el hombre el guardar sus leyes inmutables en su corazón.
Las mentiras y la perfidia, la violación de los tratados y el incendio de las ciudades, la masacre de los débiles y de los inocentes no pueden encontrar justificación ante la Divina Majestad.
Todo mal cometido se vuelve, con sus efectos,  contra la causa que lo produjo. Así, la violación del derecho de los débiles se vuelve también contra los poderes que lo ultrajan.
Muchos desesperados, que empuñaron las armas con pasión, suelen presentarse en las sesiones mediúmnicas, se quejan del hedor a sangre, de la atmosfera viscosa en la que permanecen como  pegados, sin poder desprenderse de las imágenes que se repiten una y otra vez, empuñando el arma, causando la muerte del que según las ideas políticas y el régimen son sus adversarios, nadie tiene nada contra nadie, solo las ideas políticas que abrazan y por eso se convirtieron en criminales y asesinos.
Cuando despertaremos los hombres, cuando nos daremos cuenta que no hay guerra justificada, nada más que la que el hombre emprende consigo mismo, para vencer la imperfección, para eliminar el mal de su vida y sembrar el bien, para que fructifique y pueda así volar a las alturas. Esa es la guerra  que debemos todos emprender tomando para ello, las armas de la fuerza de voluntad, de la persistencia en el sacrificio en pos de nuestro prójimo, empuñando para ello la mejor arma, la que nunca nos permitirá ser vencidos, la del amor, el amor en todas las cosas, elimina las bajas pasiones, se apiada de todo, lo penetra todo.
La lección que se desprende de las guerras consiste en que el hombre debe aprender a elevar sus pensamientos por sobre los tristes espectáculos de este mundo y dirigir sus miradas hacia ese Más Allá de donde le vendrán los socorros, las fuerzas necesarias para emprender una nueva etapa hacia el grandioso objetivo que se le ha asignado.
En la historia del mundo las calamidades son muchas veces signos precursores de nuevos tiempos, el anunciado de que se está preparando una transformación y la humanidad va  a experimentar profundos cambios.
Todos los espiritas tenemos el deber de difundir la luz de las eternas verdades y el bálsamo de las consolaciones celestiales, tan necesarias en las horas de pruebas que atravesamos.
Es menester asistir a la humanidad dolorida y ofrecerle las perspectivas reconfortantes de lo invisible, del Más Allá, demostrándoles la certidumbre de la supervivencia del alma, el júbilo del reencuentro para aquellos a quienes la muerte separo.
Sigamos  esparciendo las semillas, el consuelo es necesario para las almas afligidas, y nadie se va para siempre todos volveremos al escenario de la Tierra para conquistar a nuestro adversario que está dentro de nosotros mismos, corrijamos la imperfección y nada nos afectará.

- Merche -

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TIEMPO, MENTE Y ACCIÓN

Al principio… La Tierra  estaba vacía y había tinieblas sobre la faz del abismo. (Génesis, 1:1 -2)… Y Dios inició  Su Obra,  que conocemos…
Por más que la inteligencia humana retroceda en la búsqueda de ese principio, el primer momento  desaparece en el  tiempo y en el espacio,  sin que cualquier concepción pueda presentar  un límite, perdiéndose, en el infinito, que dimensiona a la humana ignorancia  a respecto de la Causalidad Absoluta.
¿Desde que,  al principio,  se torna el punto de partida para el tiempo, que habría antes, si es que había? De la misma forma, asoman, a lamente, las  propuestas evangélicas, cuando se refieren hasta el fin de los tiempos (1Pedro: 1-20) ocasionando margen a nuevas investigaciones a respecto delo que ocurrirá después, si ocurre…
Aun mismo que la inteligencia se profundice al máximo, a través del conocimiento, en la descodificación de la incógnita del tiempo, más complejos se tornan los fenómenos  que a través de el se manifiestan y pueden ser observados.
De esta forma, la única dimensión descomprometida  para elucidarla  es  la  tacita aceptación de la Eternidad, cubriendo lo ilimitado y lo relativo, el antes no existido y el después  que no existirá.
El tiempo, no en tanto, solamente se torna realidad por causa de la mente, que se presenta como el sujeto, el observador, el  Yo que se detiene a considerar el objeto, el observado, el fenómeno.
Ese tiempo indimensional  es el real, el verdadero, existen en todas las épocas aun mismos antes del principio y después del fin.
Aquel que determina las ocurrencias, que mide, estableciendo metas y dimensiones, es el relativo, el ilusorio, que define bases  y periodos denominados entonces, hoy es  mañana, a través de los cuales la vida se expresa en los círculos terrenos  y en la visión lógica -  humana- del Universo.
La mente relaciona manifestaciones que surgen, en el Sistema Solar, en los movimientos de traslación y de rotación de la Tierra, limitando los espacios que pasan por el cribo de las convenciones  establecidas y tornadas realidades, siempre sin embargo, aparentes, porque en carácter relativo  y no en acontecimiento  - el fenómeno es absoluto.
No obstante, aun mismo en el carril establecido,  La variación demuestra que solamente  lo real existe, siendo lo conceptual una creación-limite necesaria para la mente de cada individuo.
Ese  organograma de fases se torna una necesidad para el proceso sansarico, la  infinita  rueda de las encarnaciones.  Cara al impositivo de la conciencia que establece las marcas temporales, el concepto de hoy asume la condición  de lo que se piensa, de lo que se hace y de lo que se aspira.
Es resultado inevitable  de lo ya realizado – pasado – promoviendo la construcción de lo que se realiza-  el futuro.
Si, por ejemplo, alguien, en un grupo, observa  cualquier situación, esta pasa a tener existencia conforme el grado de emoción del envuelto, de su discernimiento intelectual, su capacidad de identificación con el hecho, su óptica existencial. Cada uno, por tanto, de aquellos que asistieron al acontecimiento, experimenta   una vivencia que difiere, las más de las veces, diametralmente con lo que el otro capto.
Ese fenómeno es observable en los testimonios presentados por personas que estuvieron presentes y acompañaron el resultado de cualquier delito o irregularidad. Aun mismo que sean honestas,  sus enfoques provocan perturbación en los jurados, que quedan imposibilitados de discernir lo real de lo imaginario, exigiendo la habilidad de los abogados, quiera de la defensa, quiera de la acusación – los fiscales especialmente -  para que sea establecida la verdad,  siempre relativa  y raramente legitima en torno a lo acontecido.
Aquel ahora del hecho,  luego después se archivo en memoria del pasado, que será re sumado al futuro, cuando un nuevo presente se imponga como condición de justicia para la regularización penal necesaria.
La mente, por tanto, que piensa, establece que el acto que se fija  es el presente, no en tanto, en la celeridad del tiempo en si mismo – sin movimiento, sin prisa ni despacio – a la medida que elabora  o conceptúa cada percepción establecida se torna pasado, mientras desenvuelve la reflexión progresa en el futuro.
Viajar  en el permanente ahora, integrándose en las experiencias que fluyen de las acciones – pensamientos condensados en actitudes – enriquece el ser humano con la sabiduría, avanzando rumbo a la perfección.
¿Tendrá  límite esa conducta? Ciertamente que no, por cuanto, si lo hubiese, delinearía la borda de una espiral cada vez más amplia en un nuevo  ciclo del proceso de la evolución.
El tiempo terrestre, limitado, para facultar el entendimiento del campo de su infinitud, solamente podrá ser experimentado  a través de la oración y de la meditación. La primera, auxilia  a romperse el círculo de los pensamientos, en los cuales la mente se mueve, concediendo el éxtasis, la anulación del tiempo y el desaparecimiento del espacio, propiciando otra dimensión emocional. La segunda, faculta la ruptura  de la barrera que dimensiona  y encarcela, en cuyo bulto una experiencia sucede a otra,  fuera del tiempo terrestre, el Espíritu – no más el yo superficial – vuelve a su mundo de origen y participa de la vida en su plenitud, sin la prisión de las sensaciones, ni los tormentos de la emoción lineal.
Esa penetración profunda en las esferas del tiempo real es consecuencia de la conquista vertical de la experiencia que se transformará en acción, en vez de la horizontal de los actos que se suceden indefinidamente…
Ese  tiempo real es el océano infinito donde el Universo, en fases y periodos, repite sus manifestaciones cósmicas. Cíclicamente, los fenómenos resurgen  y se inmortalizan en el triunfo del Espíritu que fue creado simple e  ignorante, mediante el esfuerzo y el trabajo edificante, iluminándose con sabiduría.
Es definida la necesidad de la reencarnación, a través de cuya rueda de sansara, emerge de las fuerzas pesadas  y se halla en dulces vibraciones de luz rumbo  al infinito. Mientras persevera en las amarras del pasado, que se transforman en   cadenas de sufrimientos y de angustias en el presente, necesita  deslindarse caminando para el futuro. Todos esos tiempos, sin embargo, se encuentran en un solo periodo de tiempo denominado hoy, que constituye la oportunidad incomparable de salir de las repeticiones de los comportamientos afligentes.
Condenado a la plenitud, el espíritu  se alza al infinito, etapa a etapa, mediante las conquistas de amor y de sacrificio que el dominaron a lo largo de las vivencias de sublimación.
Ese empeño libertador lo auxilia  en la búsqueda  de Nirvana, del Reino de los Cielos, de la Espiritualidad Superior, donde el tiempo y el espacio se encuentran en el infinito de la realidad hasta ahora desconocida. Solamente a través de ese proceso es que se desenvolverá Cristo Interno, la Divina Chispa, la Simiente Sublime, El Dios interior, que predomina en germen en el cerne de todos los seres humanos.
La mente, inquieta e insegura, generando conflictos por tendencia tormentosa, herencia atávica de los periodos de transición por los cuales paso, engendra astutos- intensivos-mecanismos de fuga de la realidad –del tiempo legitimo – para la fantasía, la ilusión, el miedo, la incerteza que brota en la sucesión de la dimensión limitada, estableciendo sufrimientos en los cuales se complace…
Este fenómeno relativo hoy constituye la ampliación para el aprendizaje de la acción profunda mediante la vivencia en que se transforma  la imagen del pensamiento.
Al comienzo, paso a paso, avanza  por el tiempo relativo, el entonces fundiéndose en el hoy y este haciéndose el mañana que está llegando.
Mediante la legitima reflexión, más allá de la mente que raciocina horizontalmente  a+b = ab, saltándose para la conexión tiempo – espacio, infinito, se vivirá en un hoy continuo, que no se transfiere para el futuro, ni tren para el pasado en el  embuido, trabajando a favor del estado de paz permanente.

Muy comúnmente se afirma que el tiempo en el placer, en la alegría, en la felicidad es siempre rápido, mientras que durante la expectativa de algo, en el sufrimiento, en el testimonio, en la angustia  es siempre muy demorado, no obstante sea la misma carga de segundos  en que transcurren ambos estados emocionales.
Ciertamente la dimensión horaria funcionará en el ser biológico, así como en el psicológico, en la mente condicionada, desgastando el cuerpo que se consumirá,  por la inevitable transformación molecular en la sepultura o en la incineración, liberando sin embargo, el espíritu, para que prosiga la experiencia de la eternidad en que se inició, desde  su nacimiento, más que nunca se extinguirá…

Carlos Torres Pastorino
Psicografia de Divaldo Pereira Franco, en la sesión de la noche de 19 de marzo del 2003, en el Centro Espirita Camino de la Redención, en Salvador, Bahía.
Em16 .01.2012.
Traducido al Español por M. C. R 


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