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sábado, 18 de octubre de 2014

La muerte espiritual

La Muerte Espiritual
Allan kardec

La cuestión de fa muerte espiritual, es uno de esos principios nuevos, que denotan el progreso en la ciencia espiritista.
El modo en que fue presentado este tema, como cierta teoría individual, hizo que fuese rechazado, porque parecía implicar la pérdida a un tiempo dado, del Yo, que caracteriza al individuo, y asimilar las transformaciones del alma, a las que sufre la materia, cuyos elementos se desagregan, para dar lugar a la formación de nuevos cuerpos.
De esto se desprende que los seres perfeccionados serian en realidad nuevos seres, lo cual no es admisible, si se atiende a que la equidad de las penas y goces futuros no puede ser evidente sin admitir la perpetuidad de los mismos seres marchando constantemente por la vía del progreso, y limpiándose de sus imperfecciones por medio del trabajo y con los esfuerzos de su voluntad.
Tales eran las consecuencias que a priori podían deducirse de esa teoría, que confesamos no fue presentada con pretensiones, ni movida por el orgullo del que quiere imponerse a los demás, ya que el autor dijo muy modestamente, que solo traía su ideal al terreno de la discusión, y que bien podría ser que de esta idea brotara una nueva verdad.
Según el parecer de nuestros guías espirituales, hubo la idea de que en la forma como fue planteada, dio lugar a una torcida interpretación, siendo esta la razón por la cual se  nos ha invitado a estudiar detenidamente el asunto, lo que trataremos de hacer, tomando por base la observancia de los hechos, que resultan de la situación del Espíritu, en las épocas de su entrada en la vida corporal y su vuelta a la vida espiritual.
En el momento de la muerte del cuerpo, vemos al Espíritu que se queda en una profunda turbación y pierde la conciencia de sí mismo, hasta tal punto, que jamás recuerda el último suspiro exhalado por su cuerpo.
Pero poco a poco la turbación se disipa; el Espíritu se reconoce como el hombre que despierta de un profundo sueño; su primera sensación es la del que se encuentra libre de la pesada materia que le oprimía, pero pronto llega al perfecto conocimiento de su nueva situación.
Esta es idéntica a la de un hombre, a quien se cloroformiza para practicar una amputación y que durante el sueño, se traslada a una habitación distinta.
Al despertar se siente desembarazado del miembro causa de su sufrimiento anterior y en su sorpresa, le busca repetidas veces; así también el Espíritu separado del cuerpo, ve a este a su lado y le busca; sabe que es el suyo y se admira de la separación, pero poco a poco se da cuenta de su nuevo estado.
En el fenómeno descrito, no ha habido otra cosa que un cambio material de situación; pues respecto de lo moral, el Espíritu es exactamente lo mismo que era pocas horas antes.
Sus facultades, ideas, gustos, inclinaciones y carácter son los mismos; no han sufrido modificación alguna sensible; y los cambios que estas cualidades puedan experimentar, solo se operan gradualmente y merced a la influencia de cuanto le rodea.
En resumen: la muerte ha sido para el cuerpo, pues para el Espíritu, no ha sido otra cosa que un sueño.
En la reencarnación las cosas suceden de muy distinto modo.
En el momento de la concepción del cuerpo destinado al Espíritu, éste se encuentra envuelto por una corriente fluídica que le atrae hacia el punto de su nueva morada, y desde este momento, el Espíritu pertenece a un cuerpo, como este cuerpo le pertenece a él hasta la muerte del mismo, a pesar de que la unión completa entre la materia y el Espíritu' no tiene lugar hasta el instante precise del nacimiento.
Luego que ha tenido lugar la concepción, se apodera del Espíritu una turbación especial; sus ideas se ofuscan; sus facultades se aniquilan y esa turbación va creciendo a medida que el lazo de unión del Espíritu con el cuerpo se estrecha más y más, siendo completa en los últimos tiempos de la gestación; de tal suerte, que el Espíritu no es nunca testigo del nacimiento de su cuerpo, como tampoco tiene conciencia de la muerte de éste.
Pero nace el niño y respira, y la turbación desaparece paulatinamente, y las ideas renacen, si bien en otras condiciones que cuando muere el cuerpo.
En el acto de la reencarnación, las facultades del Espíritu no quedan solamente entorpecidas por una especie de sueño momentáneo, como sucede cuando aquél vuelve a la vida espiritual, porque todas, sin excepción alguna, pasan al estado latente.
La vida corporal tiene por objeto desarrollar esas facultades por medio del ejercicio, pero no pueden serlo todas simultáneamente, porque el desarrollo de unas podría perjudicar a las demás, mientras que con el desarrollo sucesivo, no existe este inconveniente.
Es menester, pues, que algunas permanezcan en reposo mientras que otras se ejercitan; y esto explica por que en una nueva existencia, un Espíritu puede aparecer bajo un aspecto bien distinto que en su anterior vida corporal, sobre todo si no es  de los más adelantados.
Por ejemplo: en un Espíritu podría ser muy activa la facultad musical; concebirá, percibirá y por consiguiente ejecutará todo aquello que es necesario al desenvolvimiento de esta facultad: en otra existencia se perfeccionará en la pintura, poesía, ciencias exactas, etc., y mientras otras nueva facultades se desarrollan, la de la música se conservará en estado latente, no perdiendo por esto el adelanto adquirido en la existencia anterior.
 Resulta, pues, de lo expuesto, que el que en una existencia ha sido artista, en otra será tal vez un gran sabio, hombre de Estado o estratega, sin que como  artista tenga importancia alguna, o viceversa.
El estado latente en que permanecen las facultades de un Espíritu cuando se encarna de nuevo, explica el olvido completo de las existencias anteriores, mientras que el recuerdo de la vida corporal es entero al despertar el Espíritu de la especie de aletargamiento en que queda en el momento de la muerte del cuerpo.
Las facultades que se manifiestan en el Espíritu, están naturalmente en relación con la posición social que aquél debe ocupar en el mundo y también con las pruebas que ha elegido; sin embargo, sucede a veces que las preocupaciones sociales le rebajan o elevan más de lo conveniente, lo cual hace que alguno Espíritus no estén, intelectual y moralmente hablando, en relación con el lugar que ocupan.
Este hecho, por los inconvenientes que consigo lleva, forma parte de las pruebas elegidas y debe cesar con el progreso, porque en un orden social adelantado, todo se arregla según la lógica de las leyes naturales, no siendo por derecho de nacimiento llamado a gobernar, aquel que solo es apto para trabajos manuales.
Pero volvamos al Espíritu en la infancia de su cuerpo. Hemos visto que hasta el momento de nacer, todas las facultades del Espíritu se encontraban en estado latente, y por lo tanto, el Espíritu sin tener conciencia de sí mismo; las facultades que deben ejercitarse en la nueva existencia no se manifiestan súbitamente en el momento de nacer, sino que se desarrollan gradualmente con los órganos destinados a su manifestación; pero por su actividad íntima, cada facultad acelera el desarrollo de su órgano correspondiente, le empuja, por decirlo así, del mismo modo que empuja la corteza del árbol, el vástago que se oculta debajo de aquella.
Resulta, pues, que en la infancia, el Espíritu no disfruta del pleno goce de ninguna de sus facultades, no solamente como ser humano, sino tampoco como Espíritu, porque es un verdadero niño, lo mismo que el cuerpo al cual esta sujeto.
Ni se encuentra comprimido penosamente en el cuerpo imperfecto todavía, porque de otro modo, Dios hubiera hecho de la encarnación un suplido para todos los Espíritus, buenos o malos indistintamente.
No sucede lo mismo con el idiota y el imbécil, cuyos órganos, no habiéndose desarrollado en relación con las facultades del Espíritu, ponen a éste en la situación de un hombre sujeto por fuertes lazos que le impiden moverse libremente.
Y esta es la razón por que puede evocarse al Espíritu de un  idiota y obtener del mismo, contestaciones cuerdas, mientras que el de un niño de muy corta edad, se ve privado de dar respuesta alguna.
Todas las facultades y aptitudes se encuentran en embrión en el Espíritu, desde la creación de éste, si bien en estado rudimentario, como se encuentran todos los órganos en el primer filamento del feto informe y todas las partes del árbol en la semilla.
El salvaje que más tarde llegará a ser un hombre civilizado, posee todos los gérmenes que un día harán del mismo un sabio, un artista o un filósofo.
A medida que esos gérmenes llegan al estado de madurez, la Providencia da al Espíritu, para la vida terrestre, un cuerpo apropiado a su aptitud, y así es que el cerebro de un europeo esta mejor organizado y provisto de mayor número de órganos que el de un salvaje.
Para la vida espiritual, la misma Providencia le facilita un cuerpo fluídico o periespíritu, más útil e impresionable que el anterior para otras sensaciones, y a medida que el Espíritu muera a cada nueva encarnación para resucitar luego con nuevos atributos, sin dejar por esto de ser siempre el mismo.
Sirva de ejemplo, para demostrar más palpablemente lo que acabamos de decir, un campesino que se enriquece y pasa a ser un gran señor; ha abandonado su cabaña para habitar un palacio, y el paño burdo de que labraba sus vestidos, por ricas telas y bordados; todo cambia en él: sus costumbres, gustos, lenguaje y carácter; en una palabra, no parece sino que el campesino ha muerto y ha enterrado su buriel, para nacer tan mejorado que casi es desconocido. Y sin embargo, es el mismo individuo, y en él no ha habido otra cosa que una transformación.
Cada existencia corporal, es, pues, para el Espíritu, un motivo de progreso más o menos perceptible.
Vuelto al mundo de los Espíritus, lleva consigo un nuevo caudal de ideas; su horizonte moral se dilata, sus percepciones son más finas y delicadas; ahora ve y comprende lo que antes no veía ni comprendía y su vista, que al principio no iba mas allá de su última existencia, abarca sucesivamente todas sus existencias anteriores, como el hombre que eleva en el aire, abarca cada vez más vastos horizontes.
En cada una de las estaciones del Espíritu en la erraticidad, se desarrollan a su vista nuevas maravillas del mundo invisible, porque cada vez se descorre para él un nuevo velo.
Al mismo tiempo su envoltura fluídica se mejora, se vuelve más ligera y brillante, hasta que por fin será resplandeciente. Es un Espíritu casi nuevo; es el labriego de que hemos hablado antes, pulido y transformado. El Espíritu primitivo ha muerto: sin embargo, siempre es el mismo Espíritu.
He aquí explicado como debe entenderse, según nuestro modo de ver, la muerte espiritual.
Tomado del libro “Obras Póstumas” de Allan Kardec
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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DETERMINISMO

La lucha y el trabajo son tan imprescindibles al perfeccionamiento del espíritu, como el pan material es indispensable a la manutención del cuerpo físico. Es trabajando y luchando, sufriendo y aprendiendo, que el alma adquiere las experiencias necesarias en su marcha hacia la perfección.
En la existencia humana coexisten  el determinismo y el libre albedrio, al mismo tiempo, uniéndose en el sendero de los destinos, logran la elevación y redención de los hombres.
El primero es absoluto en las más bajas etapas evolutivas y el segundo se amplía con los valores de la educación y de la experiencia. Conviene observar que sobre ambos flotan las determinaciones divinas, basadas en la ley del amor, sagrada y única, de la cual la profecía fue siempre el más elocuente testimonio.
Establecida la verdad de que el hombre es libre en la pauta de su educación y de sus méritos, en la ley de las pruebas, nos cumple reconocer que el propio hombre, a medida que se torna responsable, organiza el determinismo de su existencia, agravándolo o suavizándolo en sus rigores, hasta poder elevarse definitivamente a los planos superiores del Universo.
El hombre es libre en la elección de su futuro camino, y puede agravar o suavizar el determinismo de su vida, aunque la determinación divina  ley sagrada universal  es siempre la del bien  y la de la felicidad para todas sus criaturas, no siempre colabora fielmente  con la generosa providencia. Con los valores educativos que se tienen, los hombres son  convocados  a trabajos con responsabilidad junto a los otros seres  en duras pruebas, o en busca de conocimiento para la adquisición de la libertad.
El Creador es siempre el Padre generoso y sabio, justo y amigo, considerando a los hijos desviados como incurriendo en largas experiencias. Pero, como Jesús y sus apóstoles son sus colaboradores divinos, y ellos mismos instituyen las tareas contra el desvío de las criaturas humanas, enfocan los perjuicios del mal con la fuerza de sus responsabilidades educativas, a fin de que la Humanidad siga rectamente en su verdadero camino hacia Dios.
En la Tierra existen seres que actúan por determinismo, y para que nos hagamos una idea fijémonos en los animales y los hombres casi salvajes nos dan una idea de los seres que actúan en el planeta bajo determinación absoluta. Y esas criaturas sirven para establecer la realidad triste de la mentalidad del mundo, aún distante de la fórmula del amor, con que el hombre debe ser el legítimo cooperador de Dios, ordenando con su sabiduría paternal.
Sin saber amar a los irracionales y a los hermanos más ignorantes colocados bajo su inmediata protección, los hombres más educados de la Tierra exterminan a los primeros, para su alimentación, y esclavizan a los segundos como objetos de explotaciones groseras, con excepciones, de modo que los movilizan al servicio de su egoísmo y de su ambición.
En todas las situaciones de la existencia la mente del hombre enfrenta circunstancias del determinismo divino y del determinismo humano. La circunstancia a ser seguida, por tanto, debe ser siempre la del primero, a fin de que el segundo sea iluminado, destacándose esa misma circunstancia por su carácter de beneficio general, muchas veces con el sacrificio de la satisfacción egoísta de la personalidad. En virtud de esa característica, el hombre está siempre habilitado, en su intimidad, a escoger el bien definitivo de todos o el contentamiento transitorio de su “yo”, fortaleciendo la fraternidad y la luz, o agravando su propio egoísmo.

Extraído del libro “El Consolador” de Chico Xavier 

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Médiums de presentimientos

 El presentimiento es una intuición vaga de la cosas futuras. Ciertas personas tienen esta facultad más o menos desenvuelta; pueden deberla a una especie de doble vista que les permite entrever las consecuencias de las cosas presentes y la filiación de los acontecimientos; pero a menudo, también en el hecho de comunicaciones ocultas, y en este caso, sobre todo, es cuando podemos dar el nombre de médiums de presentimientos a los que están dotados de ella y son una variedad de los mediums inspirados.

          - El Libro de los Mediums- Allan Kardec-

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EN LA LUZ DEL AMOR
( Comunicado Mediúmnico )

Mis queridos hermanos y hermanas de nuestro ideal con Jesús. Supliquemos juntos al Señor, los dones del entendimiento y la paz, la fe y el amor fraternal.

Frente a la infinita misericordia de nuestro Padre, que se manifiesta entre nosotros en luces de bondad sin igual, tenemos que considerar en gratitud y reconocimiento la amistad sincera que nos debemos unos a otros, el esfuerzo por el mensaje de Amor del Evangelio y el trabajo que nos ennoblece los días, la vida interior, siempre alabando a Dios.

Vemos las manifestaciones de corazones generosos que en nosotros, pequeños candidatos a la luz cristiana, observan lo que compete y corresponde a Nuestro Señor Jesús, nuestro profundo agradecimiento por la bondad y ternura, un estímulo real para nuestro corazón aún imperfecto, lo cual nos impulsa a la continuación de la gran lucha por la renovación de nosotros mismos a la luz del Evangelio.

No utilizamos aquí, en estas notas de reconocimiento y gratitud, el efecto convencional del pensamiento humano divorciado del amor de Dios, no. Destacamos la verdad, que se estampa en la vida, que hemos pasado entre lágrimas y sacrificios, la fe y el servicio a descubrir en el goce sublime.

Todos nuestros desacuerdos en la Tierra siguen siendo manchas de nuestras tendencias inferiores, con las sombras transitorias entre las claridades imborrables del amor divino. En la jornada Espírita cristiana los desafíos siempre son consecuencia de nuestras imperfecciones. Les digo esto con la sinceridad de las experiencias de los años de bendito aprendizaje y labor entre el mundo físico y el espiritual.

Chico, a quien todos ustedes identifican con la bondad inalterable de sus almas tan queridas, no es sino la proyección de los potenciales que surgen, bellos e inmortales, de sus sentimientos ya convertidos a nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro encargo en el Espiritismo alcanza niveles muy altos de responsabilidad, porque frente a  todas las fisuras de la sociedad humana, la revelación sublime que llegó con Allan Kardec, nos conduce al olvido de todos nuestros impedimentos y las adulteraciones de los excelsos propósitos evangélicos, luego revividos por las enseñanzas de los espíritus.

La manifestación más importante del amor es la fe, la cual nos corrige los defectos, nos abriga en las tragedias y penurias de todo tipo, nos dirige hacia el Señor, a la cima de la colina y se eleva cada vez más por el mecanismo de la evolución y el progreso. La dicha de los que realmente entienden la doctrina de los espíritus está en servir, ya que sirviendo sin exigencias, sin elitismo, sin la sombra dolorosa de la vanidad y el orgullo, ejercitamos el don del amor. No hay otra manera, mis hermanos, para ver y sentir a Dios dentro de uno mismo.
El “cisco” que les habla en éste instante, todavía lo es. Durante mucho tiempo, necesitará de las oraciones amorosas y amigas de todos vosotros.

Una encarnación, iluminados por la doctrina y buscando la propia educación en las disciplinas liberadoras, es un paso importante, pero no la santidad, como muchos piensan. El respeto a todos es el principio básico de la elevación. No reconocemos autoridad en quien no ama, excluido de los propósitos divinos. (...) La verdadera comprensión de lo que el Espiritismo nos revela, nos hace mejores y nos permite apoyar a los buenos espíritus en esta escalera que va hacia el infinito de la creación, mostrándonos a Dios.

Amémonos unos a otros, hermanos míos, sin competencias, sin vanidades, sin orgullo, sin menospreciar lo que Jesús nos enseñó en su misión redentora acerca de nuestros viejos y peligrosos hábitos humanos.
Acerca de nuestro Brasil, le corresponde la bendición de la responsabilidad más delicada: la vivencia del Evangelio puro y simple, en que la fe y la caridad den sus manos ilustres a todos nuestros hermanos que sufren y niegan la presencia de Dios.

Damos gracias, con el corazón y el alma comprometidos en servir y amar, porque la más alta distinción de un hijo de Dios Todopoderoso está en hacer Su Augusta Voluntad en todas las situaciones del camino. Suplico a nuestro Ángel Maternal, nuestra Madre Santísima para que los bendiga a todos en Su nombre, el Señor y Maestro, nuestro Gobernador Planetario. Que nuestros benefactores de siempre, al servicio de Ismael en Brasil, y en favor de todo el mundo, nos inspire hoy y todos los días que vendrán en la compasión y la amistad, la confianza y el desinterés.

Gracias mis queridos amigos. El homenaje de los corazones va hacia Jesús, como todos los nacimientos de agua que luego abastecen los océanos. Sirvamos sin desaliento, sin exigencias, porque el amor es nuestro premio supremo, hablando de Dios a nuestro ser.

Del servidor más pequeño y amigo de todos,

Chico Xavier

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