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lunes, 1 de diciembre de 2014

Situaciones penosas en la vida humana



       
 PRINCIPAL VIRTUD :  LA CARIDAD

De entre todas las virtudes la Caridad es la más sublime, ya que es una manifestación para con nuestros semejantes, la mayor de las virtudes teologales Según la conocida afirmación de San Pablo, (1 Cor 13,13).

Es un amor infuso de amistad que une al hombre con Dios y le connaturaliza y lo transforma en El y al ser principio de unión con Dios, es también el origen en el hombre de la vida divina, que crece con la caridad. Si todas y cada una de las virtudes ayudan al hombre a conseguir su plenitud, es en función de que la caridad, la reina de todas, las utilice para ordenar o elevar a Dios, Bien absoluto, la entera vida humana. Y en este sentido la caridad es vínculo de perfección (Col 3,14).

El mérito de la vida sobrenatural consiste principalmente en la caridad, como principio ordenador de nuestra actividad a Dios, y las demás virtudes sólo son meritorias cuando están vivificadas por la caridad. Por tanto el valor moral del hombre no está en las obras sino en el amor, que es la primera de las obras y el motor y el valorizador de las mismas. Dice san Juan de la Cruz, y lo repetirá santa Teresa de Jesús, que "Dios no necesita nuestras obras, sino nuestro amor". Por eso la caridad es la principal ley cristiana, cuyo primer mandato es amar a Dios y el segundo y semejante, amar al prójimo. "El que ame a Dios ame también a su hermano" (1 Jon 4,21). "En estos dos mandamientos se encierra la Ley y los Profetas" (Mt 22, 40). Y "la plenitud de la ley es el amor".
Los hombres, en el camino de la vida, no tienen la obligación de convertirse en filósofos, políticos, ni sabios, pero si tienen la obligación de ser buenos, justos y correctos en su obrar.

En este sentido, las virtudes Cardinales (Justicia, Templanza, Fortaleza, y Prudencia) y las virtudes Teologales (Fe, Esperanza, y Caridad) pueden convertirse en parámetros para aquellos hombres que deseen obrar correctamente y dentro del bien común.

"Si yo tuviera el don de profecías, conociendo las cosas secretas con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy. Si reparto todo lo que poseo a los pobres y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado, pero sin tener amor, de nada me sirve"; 1-Corintios, capitulo 13 versículos 2-3.
El concepto de la caridad, está íntimamente ligada con el amor divino y fraterno más que otra virtud o manifestación humana y su espíritu trasciende más allá de culturas y religiones.
Aquellos quienes en caridad dan sus bienes de noche y de día, en secreto y en público, tienen su premio con el señor.
El más bello ejemplo de caridad se puede extraer de la vida de la Madre Teresa de Calcuta. En cierta ocasión, la madre Teresa y las Misioneras de la Caridad habían recogido, de un desagüe de la ciudad, a un anciano que tenia la mitad de su cuerpo comido por gusanos. Las hermanas lo cobijaron en su albergue, limpiaron de gusanos su cuerpo enfermo y lo acostaron en una cama con sabanas limpias. El hombre antes de morir les sonrío y dijo;"He vivido como un animal en las calles, pero voy a morir como un ángel, amado y cuidado".Es esta la caridad que la Madre Teresa de Calcuta predica cuando nos dice que hay que dar y amar hasta que nos duela.
Dispensemos amor juntamente con el pedazo de pan y liberémonos de nuestra caridad complaciente para dar la ayuda más verdadera al necesitado, al amigo y al enemigo, Que no nos sorprendan en el juicio final, preguntando ¿Señor, Cuando te vimos hambriento y te dimos de comer?; ¿sedientos y te dimos de beber o forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos? ; ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te fuimos a ver?

LA CARIDAD MAS QUE UNA PALABRA, VIRTUD, O SIMPLEMENTE UN ACTO, ES UN SENTIMIENTO Y AL AMPARO DEL AMOR, ESTE SENTIMIENTO SE HACE UNA MANIFESTACION DEL AMOR DE DIOS. El DIOS AMOR QUE NOS LLAMA A VIVIR EN EL AMOR FRATERNO COMO FORMA UNICA DE VIDA.

El mejor modelo para enseñar el amor resplandeciente reflejado en la acción de la caridad es el de la figura del samaritano escogida  por Jesús, ya que socorre al adversario sin hacerle algún interrogante, y sin tener en cuenta que el hombre caído y expoliado era alguien que lo maltrata y desconsidera, y que, si estuviera en su lugar,  lo dejaría relegado a los buitres y a la muerte, sin el menor sentimiento de culpa, en el caso de que la situación fuese opuesta.
Sin embargo, se condolió, se vio a si mismo abandonado y vencido, reconociendo en el otro la imagen y
semejanza de Dios, porque es su hermano, pese a que él no lo considere y así, dominado por la compasión, lo socorrió, le dio su cabalgadura, siguiendo a pie y protegiéndolo  de cualquier caída, a fin de ampararlo en un hospedaje.
Ese hospedaje puede considerarse, como el vientre de una madre que alberga en el seno al hijo cansado y necesitado de protección, recolocándolo en el vientre y sustentándolo.
La armonía psicológica de la parábola es de contenido muy profundo que encanta y le concede carácter de integración en un contenido perfecto.
La sombra del hospedero también cede lugar a la claridad del Bien, porque este confía en que el extraño volverá para concluir el pagamiento, en caso de que el amparado exija mayores cuidados.
El hombre ultrajado, jamás conocerá a su benefactor. Tampoco este sabrá que aconteció, posteriormente con su beneficiado. El siente la necesidad de ayudar en aquel momento, porque después sería demasiado tarde. No hacer el bien es una forma de estimular el mal. Así sienten todas aquellas personas  que están liberadas del condicionamiento de responder perjuicio por perjuicio, perversidad por perversidad.
El verdadero sentimiento de caridad con Jesús, no se trata de una donación que humilla, del ofrecimiento de cosas y pertenencias inútiles, de los excesos  que abarrotan muebles y se enmohecen en los armarios.
El ya lo demostró cuando narro la parábola de la viuda pobre, que dio la moneda que la auxiliaría en la alimentación del día, y por eso, era mucho más valiosa que todo lo superfluo en joyas, monedas y objetos de alto precio que fueron colocados  en el gazofilacio.
Su ejemplo fue un auto donarse, entregar todo lo que poseía y le era necesario, anulando el egoísmo a favor del significado religioso de la ofrenda. Solamente así, dando y donándose, el individuo se salva, se libera de las pasiones, de la esclavitud de la posesión infeliz; se torna con el Bien que esparce  y disfruta, volviendo al reino de los cielos sin estar encadenado a la tierra.
La caridad resulta de la lección más pura y más profunda del amor de Jesús, que se prolongará por toda la Iglesia cristiana primitiva, pero que se corromperá  en la forma degradante de la limosna  que humilla y que aflige a aquel que necesita, marcándolo con la miseria, robándole  la identidad  que lo dignifica…
El Maestro, el Hombre de Bien fue buscado por el doctor de la Ley, el cual sabia con quien dialogaba, envidioso  y celoso, deseaba colocarlo en una trampa, pareciéndose  a un niño psicológico que, pese a ser adulto, se niega a la madurez de la responsabilidad, al auto análisis  de la auto conciencia.
Sintiéndose incapaz de ser semejante a Jesús, traicionó a su propia inferioridad, desenado perturbarlo, conducirlo al ridículo.
Su pregunta era la que presentan los impostores, sabiendo la respuesta, pero cotejándola  para que despierte celos inconfesables y envidia mezquina  en aquellos que lo escuchaban.El sabia sobradamente  qué era necesario para poseer la vida eterna, lo demostró al ser interrogado a su vez por Jesús a lo que estaba escrito en la Ley, siendo taxativo al repetir el Decálogo, demostrando la lucidez de la memoria  y el atraso de los sentimientos. El Maestro  con Su sabiduría  y profundidad de percepción, sabiendo que el interrogador conocía sobradamente la respuesta, se valió de las figuras dominantes  desagradables  de otro sacerdote y de un levita,  que representaba el lado oscuro de la sociedad preocupada con los triunfos de la ilusión para confrontarlo con el samaritano, que se colocaba en la condición de inferioridad, demostrando que el amor es soberano, que no depende de la posición social, de raza, de privilegio. El mismo es un privilegio que engrandece a quien lo vive y puede esparcirlo. La Parábola del buen samaritano es un poema  de la más profunda psicología del Maestro hacia la Humanidad, que después de oírlo conscientemente, nunca más podrá ser la misma, tornándose  necesario a cada individuo ATENDER AL MANDATO: - Entonces, ve dice Jesús, y haz lo mismo. Ayudar  es auxiliarse, libertar es la forma noble de tornarse libre. Amar es querer el bien para los demás, que pueden compartir con nosotros el bien de la caridad, que es la bienaventuranza divina. Con la misma caridad con que amamos a Dios, como objeto primario, debemos amar a los hermanos como objeto secundario. O lo que es lo mismo, nuestro amor de amistad con Dios, debe extenderse a todos los que comparten el bien divino que participan, y esto por la común bienaventuranza trascendente; por la filiación divina, por la que amamos a Dios como Padre y a sus hijos, los hombres, como El los ama; y por su incorporación a Cristo.

La caridad ama al hombre por Dios, y le procura, ante todo, sus bienes divinos. Es distinta de la filantropía, que ama al hombre por el hombre y quiere y procura sólo sus bienes humanos y temporales. En consecuencia, para que los amores naturales legítimos sean meritorios, deben ser elevados por la caridad. Una madre debe amar a sus hijos, no sólo como hijos de ella, sino primeramente como hijos de Dios, si quiere que su amor sea meritorio. Incluso en el hombre menos valorizado hay un valor divino que le hace acreedor al amor de los demás hombres. Dice Santo Tomás: "La razón del amor al prójimo es Dios; pues lo que hemos de amar en él es que esté en Dios. Y por eso el acto con que amamos a Dios es el mismo que el acto con el que amamos al prójimo". El amor a los enemigos obliga a romper el odio y el deseo de venganza. Por eso pecan gravemente las personas que dejan de saludarse o hablarse durante mucho tiempo, y hay obligación de reconciliarse cuanto antes. La caridad produce frutos: la misericordia, que es la primera y más importante de las virtudes con el prójimo, cuyas obras corporales y espirituales, son conocidas: Enseñar, dar buen consejo, corregir, perdonar, consolar, sufrir, rogar, visitar, dar de comer y de beber, vestir, dar posada, redimir, enterrar.
La beneficencia, es hacer a los demás algún bien, como signo de la benevolencia interior. A veces se relaciona con la justicia, cuando lo que se da, se debe; o con la liberalidad, cuando se da gratuitamente. Faltamos a la caridad con el odio, que desea el mal al prójimo, o se entristece por sus bienes; con  la envidia, o tristeza del bien ajeno, que se considera como mal propio, porque parece que rebaja la propia gloria y excelencia. La envidia, es uno de los pecados más viles, señal de un alma ruin, totalmente contraria al evangelio. Nace de la soberbia, y engendra el odio, la murmuración, la difamación, la alegría del mal y la tristeza en la prosperidad; y faltamos también a la caridad con, la discordia, la riña, el escándalo, la cooperación al mal.
León Denis nos dice  que   es muy difícil practicar la caridad con los hombres que no son amables, ya que nos complacemos  en  considerar únicamente, los malos aspectos de sus caracteres, sus defectos, sus pasiones y sus debilidades, olvidando con demasiada frecuencia que nosotros mismos  no estamos exentos de ellos, y que si ellos necesitan de caridad nosotros no tenemos menos necesidad de indulgencia.
No solo el mal reina en este mundo, hay también mucho bien en el hombre, hidalguía y virtudes. Sobre todo hay sufrimiento. Si queremos ser caritativos, y debemos serlo,  tanto por nuestro propio interés como por el orden social, no nos obstinemos  en nuestros juicios acerca de nuestros semejantes, en lo que pude llevarnos a la maledicencia  y a la denigración, debemos ver en el hombre, sobretodo, a un compañero de sufrimientos, a un hermano de armas en las luchas de la vida. Considerando los males que padecen  en todas las categorías de la sociedad. ¿Quién no soporta el peso de las tristezas y de las amarguras? ¿Quién es el que  no oculta una llaga  en el fondo de su alma? Si nos colocamos en este punto de vista  para considerar al prójimo, nuestra benevolencia se cambiará al punto de simpatía. Procuremos aliviar los males, enjugar las lágrimas, trabajando con todas nuestras fuerzas para que se produzca en la Tierra un reparto más equitativo de los bienes materiales y de los tesoros del pensamiento.  Una buena palabra, un consejo desinteresado, un cordial apretón de manos, tienen mucho poder sobre las almas ulceradas por el dolor. Los vicios del pobre nos indignan y, sin embargo, ¡cuánta disculpa hay en el fondo de su miseria! No pretendamos ignorar sus virtudes, que son mucho más asombrosas, puesto que florecen en el lodazal. ¡Cuantas abnegaciones oscuras hay entre los humildes! ¡Cuántas luchas heroicas y tenaces contra la adversidad! Sin duda, mucho fango y muchas cosas repugnantes se encuentran en las escenas de las vidas de los débiles.  Quejas y blasfemias, embriaguez y proxenetismo, hijos sin corazón y padres sin entrañas: todas las fealdades se confunden en ellas; pero bajo este exterior repulsivo existe siempre el alma humana que sufre, el alma hermana nuestra, digna siempre de interés y de afecto. Sustraerla al lodo de la cloaca, esclarecerla, hacerla subir, grada a grada por la escala de la rehabilitación  ¡Qué gran tarea! Todo se purifica con el Sol de la Caridad. Es el fuego que abrazaba al Cristo a los Vicentes de Paul, y a todos aquellos, que en su inmenso amor hacia los débiles y los abatidos, encontraron el principio de su abnegación sublime.
La caridad tiene otras formas diferentes de solicitud para con los desdichados. La caridad material o bienhechora puede aplicarse a un cierto número de semejantes  bajo la forma de socorro, de sostén o de estimulo. La caridad moral  debe extenderse a todos  los que participan de nuestra vida en este mundo. No consiste en limosnas, sino en una benevolencia que debe envolver a todos los hombres, desde el más virtuoso al más criminal y regir nuestras relaciones con ellos. Esta caridad podemos practicarla todos, por muy modesta que sea nuestra condición. La verdadera caridad es paciente e indulgente. No humilla ni desdeña a nadie; es tolerante, y si trata de disuadir, es con dulzura y sin violentar las ideas que se profesan. Sin embargo, esta virtud es escasa, por el cierto fondo de egoísmo que nos lleva más bien a observar, a criticar los defectos del prójimo, mientras permanecemos ciegos a los nuestros. Cuando en nosotros existen tantos errores, ejercitamos de buen grado nuestra sagacidad en hacer resaltar los de nuestros semejantes. La verdadera superioridad moral no existe sin  la caridad y si en la modestia. No tenemos derecho a condenar en otros las faltas que estamos expuestos a cometer, y aunque estemos seguros de tener dominada esa falta, no debemos olvidar que hubo un tiempo en que nos debatíamos entre la pasión y el vicio.

La perfección en la tierra no existe. Y no debemos olvidar que seremos juzgados con la misma medida  con la que juzguemos a nuestros semejantes. Las opiniones que sacamos de ellos son casi siempre un reflejo de nuestra propia naturaleza.  Procuremos por eso siempre disculpar antes que condenar.

El porvenir se nos presenta siempre funesto si conservamos las malas conversaciones, y la maledicencia en nuestras reuniones. El eco de nuestras palabras resonará al otro lado de la vida. El humo de nuestros pensamientos malévolos  será una espesa nube en la que quedaremos envueltos y oscurecidos en el más allá. Por eso guardémonos de las críticas, de las palabras burlonas y sarcásticas que  envenenan el porvenir. Huyamos de la maledicencia  como de una peste; retengamos en nuestros labios toda frase amarga dispuesta a escaparse de ellos. En esto estriba nuestra felicidad.

El hombre caritativo hace el bien en la sombra; disimula sus buenas acciones, mientras que la vanidosa proclama lo poco que hace. “Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda” dijo Jesús – “El que  hace el bien con ostentación ya ha recibido su recompensa”.

Dar a escondidas, ser indiferente a las alabanzas de los hombres es mostrar una verdadera elevación de carácter, es colocarse por encima  de los juicios de un mundo y buscar la justificación  de los actos en la vida que nunca acaba.
En estas condiciones, la ingratitud y la injusticia no pueden alcanzar al hombre caritativo. Hace el bien  porque es su deber y sin esperar obtener ventaja alguna. No busca recompensas; deja a la ley  eterna el cuidado  de hacer  que se deduzcan las consecuencias de sus actos, o, más bien, ni siquiera piensa en ello. Es generoso sin cálculo. Para favorecer a los demás, sabe  privarse de sí mismo, penetrado de la idea de que no existe merito alguno en dar lo superfluo. Por eso, el óbolo del pobre, el dinero de la viuda, el pedazo de pan compartido con el compañero  de infortunio tienen más valor que la prodigalidad del rico. El pobre, en su carencia de lo necesario, puede aun socorrer al que es más pobre que el.
El oro no agota todas las lágrimas ni cura todas las llagas. Hay males para los que una amistad sincera, una ardiente simpatía, una efusión del alma harán más que todas las riquezas.
Por eso seamos generosos con los que han sucumbido en su lucha contra el mal, contra sus pasiones,; seamos generosos para con los pecadores; los criminales y duros de corazón. Pensemos siempre que su responsabilidad depende de sus conocimientos, que más se pide a aquel que más sabe. Seamos piadosos con los humildes, con los débiles, con los afligidos y con todos aquellos que sangran por las heridas del alma  o del cuerpo. Busquemos los ambientes  donde el dolor abunda, donde los corazones se resienten,  donde las existencias se consumen en la desesperación y el olvido. Descendamos por esos mismos abismos de miseria, con el fin de llevar hasta ellos los consuelos que reaniman, las buenas palabras que reconfortan y las exhortaciones  que vivifican, con la finalidad  de hacer que brille en ellos la esperanza, ese sol de los desdichados. Solamente con abnegación y el afecto nos aproximaremos a ellos en la distancia, prevendremos los cataclismos sociales, extinguiendo el odio que se alberga en los corazones de los desheredados.
 Todo lo que hagamos por nuestro hermano se graba en el gran libro fluídico cuyas páginas se desarrollan a través del espacio, paginas luminosas donde se inscriben nuestros actos, nuestros sentimientos y nuestras ideas. Y esas deudas nos serán pagadas largamente en las existencias futuras.

Nada queda perdido  ni olvidado. Los lazos que unen a las almas a través de los tiempos son tejidos con las buenas acciones del pasado. La sabiduría eterna lo ha dispuesto así para el bien de los seres. Las buenas obras realizadas en la Tierra constituyen para su autor un venero de infinitos goces en el porvenir.

La perfección del hombre se resume en dos palabras: caridad y verdad. La caridad  es la virtud por excelencia; es de esencia divina, ya lo dijimos antes. Resplandece en todos los mundos  y reconforta a las almas  como una mirada, como una sonrisa del Eterno. Aventaja en los resultados al saber y al genio. Estos no se manifiestan sin algo de soberbia. Son reconocidos y a veces desconocidos; pero la caridad, siempre dulce y bienhechora, enternece los corazones más duros y desarma a los espíritus más perversos inundándolos de amor.

La caridad, cualquiera que sea la forma por la que se exprese, debe tener siempre por efecto estrechar los lazos del afecto humano, de la fraternidad entre las almas. Cuando todos los hombres se unan en las obras de beneficencia y practiquen la filantropía, sin llevar en cuenta creencias ni opiniones y se hallen unidos todos, no por el credo que profesan, más si por la obra que realicen, la Humanidad habrá dado un paso gigantesco en el camino de su evolución.

Sed filántropos, sed caritativos, practicad la beneficencia, fundar instituciones benéficas, que todo esto corresponda al genuino sentimiento de la caridad, no les imprimáis cuño confesional, sea cual sea. La caridad es caridad, y nada más que caridad y abraza a todas las creencias y religiones, sin distinción alguna, porque todos somos hijos de Dios objetos de su amor inagotable. Dar cuño a una obra de beneficencia distinguirla con un adjetivo ajeno a su función, para diferenciarla de otras, es ensuciarla despojarla del mayor valor que la debe distinguir, adornándole la frente con inmaculada aureola de la verdadera caridad.
Desempeñemos desde ahora todas nuestras tareas con caridad. Si no encontramos retribución espiritual, en el dominio del entendimiento, en sentido inmediato, sabemos que el Padre nos acompaña a todos  devotamente.
Si encontramos piedras y espinos en el camino, fijémonos en Jesús y pasemos.

Trabajo realizado por Merchita , extraído del libro de Divaldo Pereira Franco “Jesús y el Evangelio, a la Luz de la Psicología Profunda, de Internet y del libro de León Denis  “Después de la muerte".

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SITUACIONES PENOSAS  EN LA VIDA HUMANA

    A veces en la vida del hombre, las tormentas lo azotan, son  rencillas, desgracias, perdidas de seres queridos, en fin ocasiones en las que él debe ser fuerte para no sucumbir por la fuerzas de las pasiones que a veces son muy elocuentes.
Debemos ser conscientes  de que por  las necesidades de la vida siempre sucederán cosas buenas y malas  y hemos de tener en cuenta nuestras aptitudes positivas para luchar con  las negativas en las lecciones de la vida para ver el arco iris con sus esplendidos colores, que asomara cuando ella se calme.
Cuando estas situaciones se presentan hemos de parar para analizarlas, ver la gravedad del asunto sobre diversas perspectivas,  y ver  en ellos que es lo que podemos hacer, a lo largo de la historia de la humanidad son innumerables las veces que nos hemos  preguntado cómo actuar en situaciones de rencillas, de desacuerdos, todas las religiones o corrientes ideológicas tienen sus principios fundamentados en el respeto a la vida, los mínimos de convivencia y otros, lo cual en resumen afirma que si fuéramos menos violentos, si pensáramos más en los demás, si respetáramos la vida como principio fundamental, todos viviríamos mejor, pero resulta evidente que tener conocimiento de estos hechos, o haber hecho estos planteamientos y haber convencido al menos en teoría a numerosos grupos de seres humanos no ha sido suficiente para corregirnos.
Cada día enfrentamos una batalla, y con ella aprendemos una lección, en cada lección viene el crecimiento. Con el crecimiento viene la madurez. Aprendemos a no lamentar la dificultad, sino a estar agradecido por ella. Debido a ella nos volvemos mejores.
La gran batalla se ejerce en el interior  de cada uno, con el fin de instalar en el corazón el amor y la verdad en los sentimientos. No es una lucha fácil, la que mantenemos entre el hombre viejo que hemos sido y el nuevo que intentamos ser, pues somos herederos de vicios y de desmanes  que se han prolongado a través de los milenios, hasta que llegamos a la época actual, donde hemos despertado para  emociones renovadoras  y positivas, que deben predominar  sobre las pasiones  animalizadas que aun no han desaparecido.
Siempre existe en nosotros  la preocupación de conseguir la victoria en contra de los otros, aquellos que denominamos enemigos, que no piensan como nosotros, olvidando que los verdaderos adversarios se encuentran escondidos  o ignorados  en los rincones oscuros de nuestra alma.
La Doctrina Espirita  está  en nuestro mundo para despertarnos  ella es la vivencia  de los postulados nobles  que se nos presentan  como las virtudes tradicionales, ampliadas por las realizaciones  de elevación moral y comportamental.
El vigilarnos, constituye  un deber intransferible si realmente deseamos la concretización  del orden y del bien vivir  en nuestro mundo, con el fin de que estemos preparados ante esas tormentas  para no dar guarida  a las intuiciones del mal, representado por las antiguas tendencias, por las sensaciones primitivas,  por las terribles villanos  descendientes del ego, los hijos de la ira, del miedo y de sus secuaces, que aun nos dominan.
La existencia en el cuerpo físico, es una oportunidad de aprendizaje que la vida concede al  ser espiritual en su proceso de crecimiento  interior, facultando con ello  los recursos apropiados  para que la divina llama  que existe en todos  alcance la plenitud.  De acuerdo  con la forma como nos comportamos  en el ministerio, estaremos sembrando los hechos del futuro, que tendremos que enfrentar , a fin de reincorporarnos si estamos caídos y corregirnos.
Cada reencarnación es una sublime concesión divina para la construcción dichosa de la inmortalidad personal.
Bendecida escuela, la Tierra es el reducto  hermoso en el cual todos nos perfeccionamos, retirando la costra pesada  del primitivismo, que impide el brillo  del diamante estelar  del espíritu que somos. Las tormentas en el proceso evolutivo se encargan  de liberarnos, permitiendo  que las facetas lapidadas por el dolor  y pulidas por el amor reflejen las bellezas siderales.
Amigos seamos valientes, ante la adversidad mantengámonos firmes en la fe, que vigoriza el espíritu. Todo pasará, y si apenas hicimos ruidos, no quedaran secuelas en los corazones que nos rodearon en los momentos trágicos, el arcoíris saldrá y llenará de nuevo la vida de color. Animándonos el camino.

Merchita

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CONSEJOS PARA UN ALMA NECESITADA DE HUMILDAD (De un hermano del Más Allá)


Pasar desapercibido, no llamar la atención sobre si mismo, ni siquiera sobre lo que se hace, pues toda obra pertenece al Señor. Por tanto ser humilde es estar ajenos a todo mérito o reconocimiento que prodigue el amor propio. Se buscará la entrega total de vida y obra, de resultados y triunfos que no son nuestros.
Al alcanzar esta manera superior de vivir, en que la entrega absoluta de los resultados y de la vida misma en lo que tiene de bueno y aprovechable alcanzaremos a escalar los primeros peldaños de la humildad.
El olvido de si mismo. El reconocimiento de nuestra desvalía frente a la importancia de la Obra Divina y de la Divinidad misma. El despertar de la conciencia considerando nuestra insignificancia y la grandiosidad de la naturaleza.
Ser capaz de engranarse en la obra que se desarrolla, sin buscar ventaja, con absoluto desinterés, sin aprovecharse de nadie…
Vivir la vida entera sin percibir siquiera que podamos tener algún valor, mas, considerando lo valiosa que puede ser nuestra entrega para ayudar el destino de otros…
Saber que la grandeza esta en el conjunto de la obra, donde participamos de una manera imperceptible, sin despertar envidias, ni admiraciones innecesarias.
Buscar la felicidad en la conciencia tranquila, en la conciencia feliz por el bien hecho.
Estos consejos no pretenden agotar un tema por sí extenso y profundo, sin crear sensibilidad sobre el rumbo de los caminos que han de ser abiertos y transitados por todo aquél que quiera llegar a ser humilde. Como ocurre con todos los asunto grave mientras más se le estudie mayores serán los horizontes que se extiendan ante nuestra vista asombrada ante la grandeza de la Obra Divina y la conciencia de nuestra propia precariedad.
Nada lograremos sin esfuerzos.
Si queremos alcanzar valores superiores debemos luchar para moldear nuestra naturaleza material, pero más que nada la disciplina del carácter, la transformación del hombre animal en el ser angelical. Visión acabada de una entidad que viene por siglos construyéndose así misma, a veces sin quererlo, dejándose arrastrar por la fuerza de las cosas. Otras empujando el rastro de la existencia, por el sendero apropiado, impulsándolos con la voluntad – esa fuerza superior del alma – en el sentido correcto.
¡Nada podrá impedir que alcancemos las metas anheladas!
¡Luchemos pues con valor y denuedo seguros de eliminar de nuestra alma, toda sombra, toda mácula, todo rastro de negatividad para que podamos reflejar el brillo de la luz que emerge de nuestro yo, deliberado ahora de todo el peso, de toda opresión que por siglos hemos cargado: El orgullo y el egoísmo, que venceremos para alcanzar la ansiada humildad siguiendo las huellas de Aquél que lavó los pies a sus discípulos y que siendo grande, no dudó en compartir la vida con los pequeños y necesitados!
Todo camino tiene su comienzo, generalmente suele ser una nueva vereda o una senda que luego se amplía.
“Buscad y encontraréis” nos aconseja el Señor. Busquemos, pues, todo lo necesario para cultivar la humildad, hoy y siempre.

Olegario.
Comunicación recibida en la sociedade Beneficente Bezerra de Menezes, en campiñas, SP, Brasil, en la noche del 28/04/99, durante una reunión de psipictografía o pintura mediúmnica.

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