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sábado, 1 de agosto de 2015

EL AMOR



La adquisición de la plenitud espiritual 

Durante la revolución bolchevique en Rusia, destaca un extraordinario psicólogo, Gurdjieff, que había dedicado su vida a entender qué es la criatura humana y llegó a decir que es la medida de sus propios problemas. Creó una psicología basada en la penetración del inconsciente del ser humano para encontrar los factores que producen la felicidad o la desdicha de cada uno. 

En aquel momento de la revolución, como era un personaje noble, consiguió del zar de Rusia la oportunidad de salir del país con un grupo de estudiantes de la nobleza, para hacer un viaje muy especial. A la vez consiguió un salvoconducto de los comunistas para poder atravesar las fronteras, pensando en retornar posteriormente. Con un grupo extraordinario de personas interesadas en encontrar la plenitud de la vida, comenzó su viaje dirigiéndose a la India. 

Posteriormente publicaría una obra que sería llevada a la pantalla cinematográfica, titulada la búsqueda de los hombres nobles o sagrados (Encuentros con hombres notables). Después de haber estado en India, visitó China, Japón, realizando investigaciones
Gurdjieff
profundas a respeto de la psiquis y del ser espiritual. Estuvo en Egipto, pero, a medida que el viaje se alargaba, muchos de aquellos entusiasmados seguidores fueron abandonándolo, porque las exigencias de Gurdjieff, eran muchas. Naturalmente para que el ser pueda encontrarse a sí mismo es necesario un esfuerzo muy grande, para penetrar en los abismos de su inconsciente y libertarse de los pantanos del alma. 


Después de casi un año en la búsqueda de hombres y mujeres notables, resolvió retornar a Europa, haciendo un largo viaje hasta Chipre y posteriormente directamente a París. De aquel grupo extraordinario de pensadores, psicólogos, aristócratas, quedó solamente un grupo reducido. Pero Gurdjieff, no era hombre que se desanimaba, gracias a una discípula francesa, consiguió en París una casa maravillosa donde pudo instalar la escuela que se llamaría “La conciencia integral del ser humano”. Allí, entonces, para disciplinar la voluntad y los hábitos de la aristocracia, hábitos de comodidad, de pereza, trabajaba en la tierra, hacía horticultura, jardinería, y al mismo tiempo teatro, estudios profundos de meditación y, por encima de todo, la lucha en contra de su inferioridad moral. 

La psicología gurdeviana tiene como base esencial la inmortalidad del alma. Gurdjieff es pionero en el área de la psicología clásica, para demostrar que la vida tiene un sentido profundo, que es la búsqueda de la plenitud. En ese momento el pensamiento psicológico había abandonado la psiquiatría de Freud. El psicoanálisis estaba construyendo sus escuelas en Europa, pero Freud había sustituido a Dios por la libido, y decía que el ser humano era esencialmente animal. La libido sexual predominaba en la criatura humana, por ser uno de los instintos más antiguos del proceso del desarrollo antropológico. Esto porque la procreación es un instinto básico de que todos los seres vivos necesitan: vegetales, animales y seres humanos. La propuesta de la divinidad del ser humano es una superchería mística de las antiguas doctrinas de la ignorancia. 

Gracias a esta posición dogmática, el notable psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, hubiera adoptado el pensamiento freudiano para entender a los psicópatas del sanatorio psiquiátrico donde él realizaba sus experiencias de estudio del ser profundo. Descendiente de religiosos, no podría huir de esta herencia del protestantismo de su padre, de su abuelo, de su bisabuelo. Pero un día tuvo un sueño, un sueño muy terrible y a partir de este momento se hizo materialista. Abandonó a Dios, las creencias religiosas, y comenzó a pensar cómo explicar el Universo, cómo explicar la vida, divorciándose de Freud, porque él era portador de fenómenos paranormales y uno de ellos aconteció en la biblioteca de Freud, en Viena. Jung comenzó a buscar una palabra que tradujera toda esa realidad que es el inconsciente profundo del ser. Y fue a encontrar la palabra en la doctrina cristiana primitiva, en San Ireneo, que es considerado uno de los padres de la Iglesia Cristiana primitiva. 

La palabra está formada por dos palabras griegas, “arques” y “tipoy”. Con estas «marcas antiguas», Carl Gustav Jung comenzó a construir el edificio de su doctrina profunda, basada en los arquetipos, diciendo que el ser humano proviene de un arquetipo fundamental que él llamaba “el arquetipo primordial”, el viejo, el arquetipo predominante en el Universo. Descodificando la doctrina de Jung llamaremos a este arquetipo Dios o Naturaleza o causa, o εἶδος (eidos); no importa el nombre que se le aplique. De este arquetipo fundamental, hay decenas de otros arquetipos, esencialmente el Self, el ego, la sombra y otros que fueron siendo establecidos para explicar la criatura humana. Cuando se refiere al Self, significa “sí mismo”, el ser profundo psíquico que no se muere. La psiquis después de la muerte del cuerpo permanece y a veces cambia de cuerpos; a esto llamamos reencarnación. Y también estableció el ego, aquello con lo que nos presentamos en la cultura, en la sociedad. Estos dos arquetipos serán predominantes en la naturaleza humana. 

La doctrina de la psicología analítica o profunda intenta explicar las herencias que forman parte de nuestra sombra. Tenemos una sombra fuerte, que son los vicios, las tendencias negativas y tenemos una sombra débil, que es la ignorancia. La misión de la vida en la Tierra es adornar nuestra sombra profunda de claridades. Hacer que ella se haga luminosa y, al mismo tiempo, hacer que la sombra débil se vuelva luminosa mediante la adquisición del conocimiento. Gracias a esta sombra, todos los psicólogos intentan comprender por qué hay personas buenas, personas dignas, hombres y mujeres honorables que de un momento a otro cambian y presentan una faz degenerada, por qué un banquero, un ministro, un hombre público, que tiene la honra de servicios nobles, súbitamente se permite la deshonestidad, una conducta reprochable, por qué maquilla las cuentas de la Bolsa para engañar, sabiendo en su inconsciente que oportunamente se descubrirá esta actuación. Por qué un profesor que lidia con niños, de un momento a otro, se transforma en un pedófilo; por qué un hijo súbitamente parece tener un ímpetu y le quita la vida a su madre, a su padre. 

La doctrina junguiana explica que es la sombra, que Allan Kardec llamará las malas inclinaciones. Estas malas inclinaciones son herencias de nuestras existencias pasadas, y Carl Gustav Jung propone entonces el esfuerzo moral, una ética de respeto por la vida, para lograr la cumbre de la evolución, que se llama “el estado luminoso”. La palabra se deriva del latín “lumen”, luz, que nosotros llamaríamos «el reino de los cielos», porque este estado luminoso está adentro nuestro. El Maestro Jesús dijo: «el reino de los cielos está adentro vuestro» y además Jung establecerá que la vida tiene un principio: no solamente ser humanitario, ser humanitario es un deber, sino trabajar por la humanidad, que es una conquista intelecto-moral. El individuo tiene que alcanzar el estado más elevado, tiene que lograr una posición de relieve. Además del estado luminoso, tiene que conseguir ese estado de ser integral. Los problemas humanos no lo deben perturbar, donde la sombra no se manifieste, porque en el eje Ego-Self es necesario que la sombra del ego se ilumine y se una a la realidad del Self. 

El ser que yo parezco tiene que unirse al ser que soy. Yo no soy Divaldo Franco, yo estoy Divaldo Franco, porque yo soy la suma de todas mis experiencias del Self para llegar a la individuación. Pero, para poder entender eso, a la luz de la ciencia espírita, que es el más notable tratado de psicología humanista, de psicología profunda, porque consigue poner puentes entre las teorías psicológicas y la realidad transpersonal del ser humano, nosotros tendremos que retornar a Gurdjieff. Éste tuvo un discípulo, un ruso inglés llamado Peter D. Ouspensky. Después de una lucha para construir el ser integral gurdieviano, los dos científicos presentaron algunas dificultades y se separaron, haciendo dos escuelas de pensamiento. La escuela de Gurdjieff en los años treinta, antes de la Segunda Guerra Mundial, comenzó a descomponerse y Gurdjieff, retornó a Rusia, permaneció en el continente europeo. Ouspensky, invitado a ir a Nueva York, tendrá oportunidad de explicar la doctrina de Gurdjieff y establecer que la criatura humana es un desafío a sí mismo, que nadie puede solucionar nuestros problemas, porque nuestros problemas resultan de nuestro proceso reencarnacionista. Somos espíritus en tránsito, etapa a etapa, archivando en nuestro inconsciente individual de Jung y en nuestro inconsciente colectivo de Freud y Jung, las experiencias que un día se transformarán en este estado luminoso. Por lo tanto, en la visión cristiana, «el reino de los cielos», que podremos conseguir en la Tierra como enseña el Espiritismo, no es algo que esté lejos, es algo que está cerca. 

Cuando tenemos paz, tenemos Dios, tenemos armonía, tenemos «el reino de los cielos», el mal no nos hace mal, el elogio no nos transforma en vanidosos, los aplausos no nos transforman en ídolos, porque sabemos que somos ídolos con pies de barro, que fácilmente se rompen y el ídolo cae y se despedaza… 

Al llegar a la conciencia cósmica alcanzaremos la individualidad. Yo soy una individualidad, yo soy el espíritu inmortal, me encuentro en la Tierra para desarrollar una función transpersonal, para amar, porque por medio del amor, el ser llega a la plenitud. Las dificultades, los desafíos son experiencias que archivamos en el alma en nuestro inconsciente, diluidos entre el ego y el Self, y pasamos a decir: ¡Yo soy Dios! Como el Maestro preguntó: «¿No está dicho que vosotros sois dioses?» Por lo tanto, que vivamos como si fuéramos dioses, amamos a aquellos que vienen de otra dimensión, nos admiramos de la ternura, de la dulzura de Jesús y no queremos imitarlo. 

El Espiritismo, por ser la psicología profunda del alma, nos propicia esa plenitud, este estado de superación de las pasiones, herencias de nuestra evolución antropológica. Ya es tiempo de controlar el instinto con la razón, de sublimar la razón con la angelitud por medio de la intuición y vivir en la Tierra, este paraíso perdido al que se refiere Milton, el escritor inglés, cuando habla de un mundo mejor. El Espiritismo pues está en la Tierra para proporcionarnos salud integral. Es inevitable que tengamos enfermedades, pero mantendremos la salud general, este estado de alegría. Una alegría infinita se encarga de dominar nuestras almas para poder decir a Dios, cuánta alegría en conocer la doctrina de su hijo y vivirla, ahora sí, vivirla. Porque el Evangelio interpretado por el Espiritismo adquiere un sabor psicológico para tener una vida social, una vida humana, en los paradigmas de la plenitud. Plenitud, que es la integración perfecta del ego y el Self, y mirarnos los unos a los otros como hermanos, es claro que amando un poco más a éstos, amando menos a aquellos, pero no teniendo rencor, ni sentimientos negativos de nada ni de nadie. 

Divaldo Pereira Franco 
Revista Espírita de la FEE 

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EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS (302)

Mientras la unidad doctrinaria se concreta, cada uno cree que tiene consigo la verdad, y sostiene como verdadero sólo lo que él sabe, ilusión que los espíritus embusteros no dejan de alimentar. En ese caso, ¿en qué puede basarse para emitir un juicio el hombre imparcial y desinteresado? “No hay nube que pueda opacar la luz más pura. El diamante sin tacha es el que más vale. Así pues, juzgad a los espíritus por la pureza de sus enseñanzas. La unidad habrá de lograrse allí donde el bien nunca se haya mezclado con el mal. En ese punto los hombres se pondrán de acuerdo por la fuerza de los hechos, porque reconocerán que en esos hechos reside la verdad. Notad, además, que los principios fundamentales son los mismos en todas partes, y deben uniros en un pensamiento común: el del amor a Dios y la práctica del bien. Sea cual fuere, pues, el modo de progresar que se suponga para las almas, el objetivo final es el mismo, y el modo de alcanzarlo también es el mismo: hacer el bien. Y no existen dos maneras de hacerlo. Si surgieran disidencias sustanciales, en lo que se refiere al principio mismo de la doctrina, disponéis de una regla segura para evaluarlas. Esa regla es la siguiente: la mejor doctrina es aquella que mejor satisface al corazón y a la razón, y que dispone de más elementos para conducir a los hombres al bien. Os aseguro que esa es la que prevalecerá”.
El Espíritu de Verdad


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LEÓN DENIS


El amor, se entiende en la Tierra, como un sentimiento, un impulso del ser, que lo lleva hacia otro ser con el deseo de unirse a él. Pero en realidad, el amor reviste formas infinitas, desde las más vulgares hasta las más sublimes. Principio de la vida universal, proporciona al alma, en sus manifestaciones más elevadas y puras, la intensidad de radiación que calienta y vivifica todo a su alrededor; es por él que ella se siente estrechamente unida al Poder Divino, foco ardiente de toda la vida, de todo el amor.

Antes que nada, Dios es amor. Por amor, creó a los seres para asociarlos a sus alegrías, a su obra. El amor es un sacrificio; Dios extrajo de él la vida para darla a las almas. Al mismo tiempo que la efusión vital, ellas recibirían el principio afectivo destinado a germinar y expandirse a lo largo de los siglos, hasta que hayan aprendido a darse a su vez, o sea, a dedicarse, a sacrificarse por los otros. Con este sacrificio, en vez de humillarse, se engrandecen, ennoblecen y aproximan al Foco Supremo.

El amor es una fuerza inextinguible, se renueva sin cesar y enriquece al mismo tiempo a aquel que lo da y a aquel que lo recibe. Es por el amor, sol de las almas, que Dios más eficazmente actúa en el mundo. Por él atrae hacia sí a todos los pobres seres retardados en los antros de la pasión, los Espíritus cautivos en la materia; los eleva y arrastra en la espiral de la ascensión infinita hacia los esplendores de la luz y de la libertad.

El amor conyugal, el amor materno, el amor filial el fraterno, el amor a la patria, a la raza, a la Humanidad, son refracciones, rayos refractados del amor divino, que abarca, penetra todos los seres y difundiéndose en ellos, hace brotar y florecer mil formas variadas, mil espléndidas florescencias de amor.

Hasta las profundidades del abismo de la vida, se infiltran las radiaciones del amor divino y van a prender en los seres rudimentarios, por el afecto a la compañera y a los hijos, las primeras claridades que en ese medio de egoísmo feroz, serán como la aurora indecisa y la promesa de una vida más elevada.

Es la invocación del ser al ser, es el amor que provocará, en el fondo de las almas embrionarias, los primeros brotes de altruismo, de piedad, de bondad. Más arriba, en la escala evolutiva, entreverá el ser humano, en las primeras felicidades, en las únicas sensaciones de ventura perfecta que le es dado gozar en la Tierra, sensaciones más fuertes y suaves que todas las alegrías físicas y conocidas solo por las almas que saben verdaderamente amar.

Así, de grado en grado, bajo la influencia e irradiación del amor, el alma se desarrollará y se engrandecerá, verá ensancharse el círculo de sus sensaciones. Lentamente, lo que en ella no era sino pasión, deseo carnal, se irá depurando, transformando en un sentimiento noble y desinteresado; el afecto a uno sólo o a algunos se convertirá en afecto a todos, a la familia, a la patria, a la Humanidad. Y el alma adquirirá la plenitud de su desarrollo cuando sea capaz de comprender la vida celeste, que es todo amor y a participar de ella.

El amor es más fuerte que el odio, más poderoso que la muerte. Si Cristo fue el mayor de los misioneros y de los profetas, si tanto imperio tuvo sobre los hombres, fue porque traía en sí el reflejo más poderoso del Amor Divino. Jesús pasó poco tiempo en la Tierra; fueron suficientes tres años de evangelización para que su dominio se extendiese a todas las naciones. No fue por la Ciencia ni por el arte oratorio que él sedujo y cautivó a las multitudes; fue por el amor. Desde su muerte, su amor quedó en el mundo como un foco siempre vivo, siempre ardiente. Por eso, a pesar de los errores y faltas de sus representantes, a pesar de tanta sangre derramada por ellos, de tantas hogueras encendidas, de tantos velos extendidos sobre su enseñanza, el Cristianismo continuó siendo la mayor de las religiones; disciplinó, moldeó el alma humana, amansó el carácter feroz de los bárbaros, arrancó razas enteras de la sensualidad o de la bestialidad.

Cristo no es el único ejemplar a presentar. Se puede, de un modo general, verificar que de las almas eminentes se desprenden radiaciones, efluvios regeneradores, que constituyen como una atmósfera de paz, una especie de protección, de providencia particular. Todos aquellos que viven bajo esta benéfica influencia moral sienten una calma, un sosiego de espíritu, una especie de serenidad que da un ante gozo de las quietudes celestes.

Esta sensación es más pronunciada aun en las sesiones espiritas dirigidas e inspiradas por almas superiores; nosotros mismos lo experimentamos muchas veces en presencia de las entidades que presiden los trabajos de nuestro grupo de Tours. (204)

Esas impresiones se van encontrando cada vez más vivas a medida que se alejan de los planos inferiores donde reinan los impulsos egoístas y fatales y se suben los escalones de la gloriosa jerarquía espiritual para aproximarse al Foco Divino; se puede así verificar, por una experiencia que viene a completar nuestras intuiciones, que cada alma es un sistema de fuerza es un generador de amor, cuyo poder de acción aumenta con la elevación.

Por esto también se explican y se afirman la solidaridad y la fraternidad universales. Un día, cuando la verdadera noción del ser se desembarace de las dudas e incertidumbres que perturban el pensamiento humano, se comprenderá la gran fraternidad que une a las almas. Se sentirá que son todas envueltas por el magnetismo divino, por el gran soplo de amor que llena los Espacios.

Aparte de este poderoso lazo, las almas constituyen también agrupaciones separadas, familias que se fueron poco a poco formando a través de los siglos, por la comunidad de las alegrías y de los dolores. La verdadera familia es la del Espacio; la de la Tierra no es más que una imagen de aquella, reducción debilitada, como lo son las cosas de este mundo comparadas con las del Cielo. La verdadera familia se compone de los Espíritus que subieron juntos las ásperas sendas del destino y son hechas para comprenderse y amarse.

¿Quién puede describir los sentimientos tiernos, íntimos, que une a esos seres, las alegrías inefables nacidas de la fusión de las inteligencias y de las conciencias, la unión de las almas bajo la sonrisa de Dios?

Estas agrupaciones espirituales son los centros benditos donde todas las pasiones terrestres se apaciguan, donde los egoísmos se desvanecen, donde los corazones se dilatan, donde vienen a retemplarse y consolarse todos aquellos que han sufrido, cuando, libres por la muerte, vuelven a juntarse con los bien amados, reunidos para festejare su regreso.

¿Quién puede describir el éxtasis que proporciona a las almas purificadas, que llegaron a las cumbres luminosas, la efusión en ellas del amor divino y los noviazgos celestes por los cuales dos Espíritus se unen para siempre en el seno de las familias del Espacio, reunidas para consagrar con un rito solemne esa unión simbólica e indestructible? Tal es el casamiento verdadero, el de las almas hermanas, que Dios reúne eternamente con un hilo de oro. Con esas fiestas del amor, los Espíritus que aprendieron a hacerse libres y a usar de su libertad se funden en un mismo fluido, a la vista conmovida de sus hermanos. De ahí en adelante, se seguirán unos a otros en sus peregrinaciones a través de los mundos; caminan, de manos dadas, sonriendo a la desgracia y consumiendo en la ternura común la fuerza para soportar todos los reveses, todas las amarguras de la suerte. Algunas veces, separados por los renacimientos, conservarán la intuición secreta de que su aislamiento es apenas pasajero; después de las pruebas de la separación, entrevén la embriaguez del regreso al seno de las inmensidades.

Entre los que caminan en este mundo, solitarios, entristecidos, curvados bajo el fardo de la vida, hay los que conservan en el fondo del corazón el vago recuerdo de su familia espiritual. Estos sufren cruelmente de la nostalgia de los Espacios y del amor celeste y nada entre las alegrías de la Tierra los puede distraer y consolar. Su pensamiento va muchas veces, durante la vigilia y más todavía durante el sueño, a reunirse a los seres queridos que los esperan en la paz serena del Más Allá. El sentimiento profundo de las compensaciones que los aguardan explica su fuerza moral en la lucha y su aspiración para un mundo mejor. La esperanza siembra de flores austeras los atajos que ellos recorren.

*

Todo el poder del alma se resume en tres palabras: - Querer, Saber, Amar!

Querer, o sea, hacer converger toda la actividad, toda la energía, hacia el blanco que se tiene que alcanzar, desarrollar la voluntad y aprender a dirigirla.

Saber, porque sin el estudio profundo, sin el conocimiento de las cosas y de las leyes, el pensamiento y la voluntad pueden desviarse en medio de las fuerzas que buscan conquistar y de los elementos a quien aspiran gobernar.

Por encima de todo, es preciso amar, porque sin el amor, la voluntad y la ciencia serian incompletas y muchas veces estériles. El amor las ilumina, las fecunda, les centuplica los recursos. No se trata aquí del amor que contempla sin actuar y sí del que se dedica a esparcir el bien y la verdad por el mundo. La vida terrestre es un conflicto entre las fuerzas del mal y las del bien. El deber de toda alma viril es tomar parte en el combate, traerle todos sus impulsos, todos sus medios de acción, luchar por los otros, por todos aquellos que se agitan aun en la vía oscura.

El uso más noble que se puede hacer de las facultades es trabajar por engrandecer, desarrollar, en el sentido de lo bello y del bien, a la Civilización, a la sociedad humana, que tiene sus llagas y fealdades, sin duda, más que es rica de esperanzas y magníficas promesas; esas promesas se transformarán en realidad vivaz el día en que la Humanidad haya aprendido a comulgar, por el pensamiento y por el corazón, con el foco de amor, que es el esplendor de Dios.

Amemos, pues, con todo el poder de nuestro corazón; amemos hasta el sacrificio, como Juana de Arco amó a Francia, como Cristo amó a la Humanidad, y todos aquellos que nos rodean recibirán nuestra influencia, se sentirán naciendo para una nueva vida,

El hombre, busca alrededor de ti las desgracias a socorrer, los males a curar, las aflicciones a consolar.

Ensancha las inteligencias, guía los corazones extraviados, asocia las fuerzas y las almas, trabaja para ser edificada la ciudad elevada de paz y de armonía que será la ciudad del amor, la ciudad de Dios. Ilumina, levanta, purifica. Qué importa que se rían de ti. Qué importa que la ingratitud y la maldad se levanten a tu frente. Aquel que ama no recula por tan poca cosa; aunque coja espinos y silbidos, continúa su obra, porque ese es su deber, sabe que la abnegación lo engrandece.

El sacrificio propio también tiene sus alegrías; hecho con amor, transforma las lágrimas en sonrisas, hace nacer en nosotros alegrías desconocidas por el egoísta y el malo.

Para aquel que sabe amar, las cosas más vulgares son interesantes; todo parece iluminarse; mil sensaciones nuevas despiertan en él. Son necesarias la sabiduría y la Ciencia, largos esfuerzos, lenta y penosa ascensión para conducirnos a las altas regiones del pensamiento. El amor y el sacrificio allá llegan de un solo salto, con un único entrechocar de alas.

En su impulso conquistan la paciencia, el coraje, la benevolencia, todas las virtudes fuertes y suaves. El amor depura la inteligencia, engrandece el corazón y es por la suma de amor acumulado en nosotros que podemos evaluar el camino que tenemos andado hacia Dios.

*
A todas las interrogaciones del hombre, a sus indecisiones, sus temores, a sus blasfemias, una voz grande, poderosa y misteriosa responde: Aprende a amar! El amor es el resumen de todo, el fin de todo. De esa manera, se extiende y desdobla sin cesar sobre el Universo la inmensa red del amor tejida de luz y oro. Amar es el secreto de la felicidad. Con una sola palabra el amor resuelve todos los problemas, disipa todas las oscuridades. El amor salvará al mundo; su calor hará derretir los hielos de la duda, del egoísmo, del odio; enternecerá los corazones más duros, más refractarios.

Aun en sus magníficos derivados, el amor es siempre un esfuerzo hacia la belleza. Ni siquiera el amor sexual, el del hombre y el de la mujer, deja, por más material que parezca, de poder aureolarse de ideal y poesía, de perder todo el carácter vulgar, si, mezclado con él, hubiera un sentimiento de estética y un pensamiento superior. Y esto depende principalmente de la mujer. Aquella que ama, siente y ve cosas que el hombre no puede conocer, posee en su corazón inagotables reservas de amor, una especie de intuición que puede dar idea del Amor Eterno. La mujer es siempre, de cualquier modo, hermana del misterio y la parte de su ser que toca el infinito parece tener más extensión que en nosotros. Cuando el hombre responde como la mujer a las invocaciones de lo invisible, cuando su amor está limpio de todo deseo brutal, si no hacen más que uno por el espíritu como por el cuerpo, entonces, en el abrazo de esos dos seres que se descubren, se completan para transmitir la vida, pasará como un relámpago, como una llama, el reflejo de las más elevadas felicidades entrevistas. Son, todavía, pasajeras y mezcladas de amarguras las alegrías del amor terrestre; no andan desacompañadas de decepciones, retrocesos y caídas.

Solamente Dios es el amor en su plenitud; es el brasero ardiente y al mismo tiempo, el abismo de pensamiento y luz, de donde dimanan y para quien asciende eternamente los ardientes efluvios de todos los astros, las ternuras apasionadas de todos los corazones de mujeres, de madres, de esposas, de afectos viriles de todos los corazones de hombres.

Dios genera y llama al amor, porque es la Belleza infinita, perfecta, y es propiedad de la belleza provocar el amor. ¿Quién, pues, en un día de verano, cuando el sol irradia, cuando la inmensa cúpula azulada se extiende sobre nuestras cabezas y de los prados y bosques, de los montes y del mar sube la adoración, la oración muda de los seres y de las cosas, quien, pues, dejará de sentir las radiaciones de amor que llenan el Infinito?

Es preciso nunca haber abierto el alma a estas influencias sutiles para ignóralas o negarlas. Muchas almas terrestres quedan, es verdad, herméticamente cerradas a las cosas divinas o si no, si sienten sus armonías y bellezas, esconden cuidadosamente el secreto a sí mismas; parecen tener vergüenza de confesar lo que conocen lo que de mayor y mejor experimentan. Tentad la experiencia. Abrid vuestro ser interno, abrid las ventanas de la prisión del alma a los efluvios de la vida universal y de súbito, esa prisión se llenará de claridades, de melodías; un mundo todo de luz penetrará en vosotros. Vuestra alma arrebatada conocerá éxtasis, felicidades que no se pueden describir; comprenderá que hay a su alrededor un océano de amor, de fuerza y de vida divina en el cual ella está inmersa y que le basta querer para ser bañada por sus aguas regeneradoras. Sentirá en el Universo un Poder soberano y maravilloso que nos ama, nos envuelve, nos sustenta, que vela sobre nosotros como el avaro sobre la joya preciosa, e, invocándolo, dirigiéndole un llamado ardiente, será luego penetrada de su presencia y de su amor.

Estas cosas se sienten y expresan difícilmente; sólo las pueden comprender aquellos que las saborearan. Y que todos pueden llegar a conocerlas, a poseerlas, despertando lo que hay en sí de divino. No hay hombre por más perverso, por peor que sea, que en una hora de abandono y sufrimiento, no vea abrirse un resquicio por donde se filtren hasta él un poco da claridad de las cosas superiores un poco de amor.

Basta haber experimentado una vez sola estas impresiones para no olvidarlas más. Y cuando llega el final de la vida con sus desilusiones, cuando las sombras crepusculares se acumulan sobre nosotros, entonces estas poderosas sensaciones despiertan con la memoria de todas las alegrías sentidas, y el recuerdo de las horas en que verdaderamente amamos cae como delicioso rocío sobre nuestras almas disecadas por el viento áspero de las pruebas Y del dolor.

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      LA INMORTALIDAD DEL ALMA

"El hombre es esencialmente,un Espíritu inmortal,que no desaparece,por tanto con la muerte orgánica,el perecimiento del cuerpo físico.
Con la llegada del espiritismo,lo que era una cuestión de fe empieza a ser un hecho corroborado por la experimentación y observación.Sin embargo,no es ningún absurdo admitir la inmortalidad del Espíritu humano por fuerza de fe razonada.
la inmortalidad del alma resulta comprobada por el laboratorio mediúmnico del Espiritismo,cuyas sesione prácticas traen hasta nosotros,a los llamados muertos,que simplemente son criaturas humanas desencarnadas,todavía perfectamente vivas,con todas las características que les distinguían de éste mundo,cuando aquí se encontraban en cuerpos somáticos.
Factor importante,principio elemental de toda doctrina espiritualista,el espiritismo comprueba,sin dogmas,sin misterios,racionalmente,la supervivencia del Espíritu,verdad inalienable gracias a la cual construye el sistema con que explica,hasta donde lo permiten las limitaciones de la inteligencia humana,el mundo en que vivimos y el mecanismo de su evolución.
De hecho,nadie muere,puesto que,al desencarnar,dejando en la tumba el cuerpo material,mas vivo que nunca,guardando sus características,no es mejor o tampoco peor de que cuando se encontraba en la tierra" 


- Lidia Gómez-
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