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jueves, 23 de septiembre de 2010

Desapego




Vivimos en una época de celebridades, invitaciones fáciles a la riqueza, al consumismo, a las pasiones avasalladoras. Transitamos aturdidos por un mundo donde se destaca el que más tiene.

En todo momento, la publicidad televisiva, los anuncios en las revistas y periódicos, los outdoors, invitan: "Compra más. Ostenta más. Obtén más y mejores cosas."

Es un mundo en el que lujo, belleza física, ostentación y vanidad ganaron tanto espacio que dominan los juicios.

Se mide la importancia de las personas por la calidad de sus zapatos, ropas y bolsos.

Se da más atención al que posee la casa más requintada o ubicada en los barrios más famosos y ricos.

Solamente son buenos los coches que posean más accesorios y que impresionan por ser bellos, caros y nuevos. Siempre muy nuevos.

Adolescentes no quieren repetir ropas y desprecian los artículos que no sean de marca. Mujeres compran todas las novedades en cosméticos. Hombres se regocijan con los trajes caros en los escaparates.

Nos transformamos, finalmente, en esclavos de los objetos. Objetos de deseo que dominan nuestra imaginación, que impregnan nuestra vida, que consumen nuestros recursos monetarios.

Y, ¿cómo reaccionamos? ¿Hacemos algo – en la práctica – para combatir esa situación?

Sin embargo, en los deseos está la fuente de nuestra tragedia humana. Si superáramos el deseo de tener objetos ya habríamos dado varios pasos en el camino del progreso moral.

Experimente mirar los escaparates de un centro comercial. Mire cuidadosamente los zapatos, ropas, joyas, chocolates, carteras, accesorios, perfumes.

Solo por un momento, no se deje seducir. Intenta mirarlo todo como lo que efectivamente son: objetos.

Luego dítelo a ti mismo: "No poseo ninguno de esos objetos y aún así soy feliz. No dependo de nada de eso para estar contento."

Recuerda: es el deseo de poseer, sin poder tener, lo que lleva a muchos a optar por el crimen. Se apropian de lo que no les pertenece, seducidos por el brillo falaz de las cosas materiales.

Dejan atrás los sufridos, personas que trabajaron arduamente para ahorrar dinero… Dejan en pos de si frustración, infelicidad, indignación.

Pero, existen también los que se fijan en las personas. Miran a los demás como algo a ser obtenido, guardado, encerrado, no compartido. Estos, se esclavizan a sus parejas, hijos, amigos y parientes. Exigen exclusividad, generan crisis y conflictos. Manifiestan posesión e inseguridad. Extravasan egoísmo y no permiten que el otro se exprese o sea amado por otras personas.

Es el deseo, una vez más, norteando la vida, reduciendo a las personas a tiranos, deformando las almas.

Finalmente, existen los que se apegan de forma enfermiza a las situaciones. Un cargo, un status, una profesión, una relación, un talento que trae destaque. Es lo suficiente para que se dejen arrastrar por lo transitorio.

Estos aman el brillo, el aplauso o lo que consideran fama, poder, gloria.

Para ellos, es difícil despedirse del momento en que dejan de ser personas comunes y pasan a ser notados, comentados, envidiados.

¿Cuál es el secreto para liberarse de todo ello? La palabra es desapego. Pero… ¿cómo alcanzarlo en este mundo?

Recordar constantemente que todo es pasajero en esta vida. O sea, para evitar el sufrimiento, la receta es la superación de los deseos posesivos.

En la práctica, así funciona: piensa que las situaciones cambian, los objetos se rompen, las ropas y zapatos se desgastan.

Incluso las personas pasan, pues viajan, se separan de nosotros, se mueren…

Y debemos estar preparados para esas eventualidades. Es la dinámica de la vida.

Pensando de esa forma, poco a poco la persona promueve una auto-educació n que le enseña a buscar siempre lo mejor, pero sin generar cualquier apego egoísta.

En resumen, amar sin exigir nada a cambio.



Redacción del Momento Espírita

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