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lunes, 14 de febrero de 2011

En la hora de la verdad

Carlos Roberto Campetti

La vida está compuesta de constantes movimientos de preparación y experimentación que tienen por objeto impulsar al ser para que logre su perfeccionamiento. En ese sentido, el Espíritu Caírbar Schutel, afirma que "muchas veces, vivimos normalmente diez largos años, conquistando patrimonios espirituales, para vivir tan sólo diez minutos fugaces de modo extraordinario y excepcional. Son los clímax de la vida, donde somos llamados a rendir cuentas, inferir nuestras responsabilidades intransferibles..." (1).

De esas luchas resulta la transformación moral del ser para el bien en el campo interior. Nace así el hombre nuevo con capacidad de generar consecuencias positivas en sí mismo y fuera de si, en las relaciones con los demás seres.

La mayor parte de la humanidad, todavía, no ha comprendido la necesidad del bien ni del trabajo interior para conocimiento y conquista de uno mismo. Aunque muchos procuren mantener apariencias de bondad y busquen evidenciar que hacen el bien, en sus corazones y mentes no cultivan aún la convicción de que ése es el camino para la conquista de la felicidad. El egoísmo perdura en la intimidad de! ser y el orgullo sigue prevaleciendo en las relaciones familiares y sociales, sean profesionales o de entretenimiento.
Por eso, la mayoría dedica toda la vida en la búsqueda de ventajas materiales, de posiciones destacadas en el ámbito social que, según piensa, le pueden garantizar seguridad y felicidad en el mundo, olvidado del conocimiento y la conquista del mundo que lleva dentro, en su propia alma.

Como no es común que alguien se dedique, desinteresadamente, a la defensa de OITO, cada uno siente la necesidad de la lucha egoísta en defensa de sus propios intereses o, cuando mucho, en defensa de los intereses del grupo al cual pertenece.

Cuando nos dedicamos a observar el espacio y comparamos la Tierra con el cosmos que nos rodea, necesariamente concluimos que hay solidaridad en la Naturaleza y en el Universo. Que hay una interdependencia entre las cosas, los seres y entre unas y otros. Que de ahí surge la necesidad imperiosa de la búsqueda de caminos menos egoístas y materialistas en la vida.

Muchas veces nos vienen a la mente las preguntas:
¿Cuál es el motivo de nuestra existencia? ¿Por qué estamos en la Tierra? ¿Para dónde vamos, como Espíritus que somos, al morir nuestro cuerpo físico? ¿Qué necesitaremos en ese nuevo mundo que vamos a encontrar? ¿Qué debemos hacer para conquistar lo que nos será útil allá?
Para considerar seriamente esas y otras preguntas de la misma Naturaleza, el ser humano necesita calmar su agitación, hacer menos barullo y mantener más silencio interior. Así podrá comprenderse a sí mismo y saber cual es el verdadero motivo de su existencia: la reforma interior con la consecuente producción del bien en sí mismo que transbordará en provecho de muchos. Es lo que ocurre con los Espíritus superiores, llamados por algunos santos y ángeles, pero reconocidos por e! Espiritismo como hermanos nuestros que se han conquistado ya a sí mismos, han vencido el egoísmo y el orgullo y trabajan en sintonía con los planos superiores de la Vida paral la producción del bien de todos.
Libre Albedrío y Responsabilidad
Alguien podrá preguntar: ¿Pero, los ángeles no son seres especiales? No, no lo son. Son Espíritus como nosotros, pero que han conquistado mayor perfección. Y lo hicieron en el ejercicio de lo mismo que tenemos nosotros: el libre albedrío, esa facultad que nos permite elegir el camino a seguir, pero que, a la vez, nos brinda la responsabilidad por las decisiones que adoptamos.

El libre albedrío es una facultad brindada en germen por Dios a todas sus criaturas, pero que es desarrollada a medida en que el ser hace el esfuerzo de perfeccionamiento, de conocimiento de sí mismo y de las leyes que regulan el mundo en el cual está inserto. Cuanto más evolucionado sea el ser, más desarrollado será su libre albedrío, más grande su capacidad de decisión, pero también más amplia su responsabilidad.

Eso nos lleva a considerar que todo lo que recibimos de la vida, bueno o no, es resultado de nuestras decisiones. Los dolores y sufrimientos, así como los goces y placeres espontáneos del la vida resultan de nuestras acciones anteriores. Pero, mas que eso, resultan de nuestra forma de ser, de aquello que ya fe Demos condiciones de ver, sentir, comprender. Por eso, aquello que para unos representa una tragedia, para otros no paga de una ocurrencia común, sin mayor significado.

Si juntamos a eso el hecho de que existe una ley de sinfonía que promueve la unión entre los seres que vibran de forma parecida, podemos concluir que estamos siempre rodeados de compañías que se asemejan a nosotros, sean encarnadas o desencarnadas. Esas compañías nos secundan en nuestros pensamientos, palabras y acciones, influenciándonos de forma amplia en las decisiones que tomamos. Eso no disminuye nuestra responsabilidad, pues siempre tenemos el libre albedrío de aceptar o no las influencias recibidas. Si cultivamos las tendencias para el bien, somos apoyados por Espíritus que desean nuestro bien. Si nos dejamos llevar por tendencias viciosas, por el deseo de] mal, somos influenciados y, as veces, hasta guiados, por Espíritus menos evolucionados, ignorantes, aún indisciplinados, rebeldes, siendo algunos, incluso, sublevados en contra de las leyes de ]a Vida superior.

Desviación Moral
En ese caso, si el ser no acepta lo que le indican las leyes superiores, por inercia o rebeldía no atiende a las orientaciones de los buenos Espíritus y se deja influenciar por los Espíritus ignorantes y rebeldes, cae en una desviación moral.
Ese mismo hecho ya es resultado del egoísmo y del bagullo que, según enserian los Espíritus superiores, son las dos mayores llagas de la humanidad y madres de todos los demás vicioso Entre otros y sin ánimo de citarlos todos, por lo tanto, son hijos del egoísmo y del orgullo, la envidia, los celos, la ambición, la avaricia, el fanatismo.


La envidia y los celos

Todos los vicios son tormentos voluntarios, pues hacen sufrir a aquel que los cultiva con sus propios deseos y acciones. Pero la envidia y los celos se evidencian mucho como tormentos voluntariosos Son contradictorios en sí mismos y, por una cuestión de simple lógica, podrían ser rehusados, pelo para algunos es muy difícil liberarse de ellos.

En el caso de la envidia, la persona siente pesar del bien ajeno, es infeliz por desear algo que el otro posee o ser como el otro es. Como si pudiera ser más feliz si tuviera aquello, si ocupase aquella posición o si fuera como aquella otra persona. Pero eso no paga de una ilusión, que es, también rebeldía con relación a la Providencia Divina, pues Dios nos brinda justo lo que necesitamos en el momento evolutivo en que nos encontramos. Pero, la envidia, surge aparentemente sin control posible desde lo más íntimo del ser. ¿Cómo vencerla? ¿Cómo luchar en contra de ella? Como con relación a las demás imperfecciones, no hay receta pronta. Pero siempre es una cuestión de disciplina y perseverancia. De nada adelanta martirizarse por una imperfección observada en uno mismo. Hay que buscar, con sinceridad de propósito, el camino que llevará a la victoria sobre sí mismo y sus tendencias inferiores. La literatura espiritista brinda páginas interesantes sobre esos temas que ofrecen contribuciones importantes para la meditación y el fortalecimiento del alma en su lucha de auto superación.
Los celos son considerados normalmente un problema que surge en la relación de parejas. Pelo están presentes en múltiples tipos de relaciones. Una persona se deja dominar por el recelo de que cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda, llega a ser alcanzado por otro. Considerando tan solo los celos entre personas, se puede afirmar que surgen porque uno se considera poseedor de derechos con relación al otro o a la situación vivida. En realidad nadie es dueño de nadie. Ni del cónyuge, ni de los hijos o padres, ni de los amigos. Cuando existe el verdadero amor no hay interés en dominar al otro, en poseer al otro como si fuera un objeto. Pero cuando, lo que predomina en la relación entre los seres es el interés egoísta, la pasión, el simple deseo sexual u otro de cualquier naturaleza, en algún momento puede surgir la inseguridad que genera peleas constantes, dificultando la continuación del entendimiento. Para dominar los celos, hay necesidad constante de considerar que el otro es otro y tiene su propia voluntad que necesita ejercitar tanto como uno mismo para desarrollarse y madurar. Además posee derechos de buscar opciones, de elegir, siendo que su amor hacia nosotros, sea de cónyuge, de hermano, de hijo, de padre o madre, de amigos etc. sólo es verdadero y fuerte si es espontáneo y voluntario.

La ambición y la avaricia
También ocupan importante papel en el corazón de gran parte de la humanidad en nuestros días la ambición y la avaricia. La ambición se caracteriza por fuerte deseo de poseer fama, riquezas, poder o dignidades. La avaricia es el afán desordenado de adquirir y poseer riquezas para atesorarlas. El apego exagerado a los bienes y posiciones materiales indica siempre pobreza de entendimiento de la realidad espiritual. Al considerar que algún día dejaremos el cuerpo de carne y tendremos que abandonar, a veces obligados, todo lo que pertenece al mundo material, somos llevados a pensar sobre como será entonces para nosotros. Los ambiciosos y avaros sufren mucho mientras están encarnados y, más aún, cuando desencarnan, pues, en vez de seguir bacía la conquista de las realidades espirituales que su nueva condición les permitiría, siguen presos a las ilusiones materiales. Esos sufrimientos solamente disminuyen y desaparecen con el desprendimiento y el despego.

El fanatismo y la guerra

Sea religioso, político, patriótico o de cualquier naturaleza, el fanatismo es siempre partidario. Pretende el fanático que el grupo al cual pertenece es siempre el mejor y debe imponerse a los demás. El fanatismo es gran generador de disputas, peleas y guerras. Ha producido ya dos grandes guerras mundiales y cientos de otras en diversos plintos de nuestro planeta. Ha matado más que todas las enfermedades juntas. Además, por medio de las guerras, ha generado diversas enfermedades, algunas de ellas convertidas en epidemias terribles. Pero el fanatismo no genera sólo las guerras externas, pues esas son fruto de otro tipo de guerra que domina aún a los hombres: la guerra que uno mantiene dentro de sí. Por falta de vigilancia sobre pensamientos y sentimientos e! ser humano exterioriza una psicósfera fea y pestilente que posibilita la vinculación espiritual con entidades espirituales ignorantes y viciadas. Periódicamente, ese estado interno desequilibrado se exterioriza en momentos de irritación o de simple conversación liviana e inconsecuente. Cuántas veces no surgen críticas, lamentaciones, indicaciones y comentarios sobre problemas que nada tienen que ver con uno, análisis crudos de la vida ajena... ¡Muchas personas normalmente no perciben que están, de esa forma, contribuyendo para la manutención de la guerra en nuestra Tierra!

La Necesaria y Urgente Reforma Interior
El estado de agitación interior, de indisciplina, de inconformidad por un lado y la ausencia del hábito sano de cultivar buenos pensamientos, de observar los aspectos positivos de las situaciones y de la vida, de la oración, de la meditación... generan ese clima de disputas constantes, de falta de cooperación de unos con otros.
En ese clima, los que ya han despertado para la necesidad de construcción del bien en sí mismos y en el mundo exterior, que no son pocos en la. Tierra, a pesar de que aún son minoría, sienten muchas dificultades para hacer prevalecer los ideales nobles que guían sus vidas.

Por eso, trabajan para promover la reforma íntima que se hace tan necesaria, pero, más que eso, se hace tan urgente. De nada adelanta al hombre construir un imperio en el mundo exterior si no trabaja para transformar su corazón en simple morada para el amor.

El estudio del Espiritismo surge como una necesidad inmediata para todo aquel que desea dar el paso definitivo rumbo al conocimiento de sí mismo, transformándose en ciudadano útil al universo al cual pertenece. No es que el Espiritismo vaya a salvar a alguien, pues ninguna filosofía de vida o religión salva a nadie. Pero el Espiritismo presenta, de forma racional, lógica y tocante al corazón, el conocimiento de las leyes Divinas que rigen nuestras vidas. Indica e ilumina el camino a seguir, brindando oportunidad para que podamos llegar a la meta que es la felicidad.

En ese estudio nos vamos a encontrar con Allan Kardec indicándonos, entre muchos otros conocimientos, que el progreso es inexorable, contando con la Ley de Causas y Efectos para impulsarnos hacía adelante. Veremos lo que León Denis nos explica sobre la acción del dolor y sus funciones en nuestras vidas. Encontraremos una multitud de autores exponiéndonos los conceptos de distintas formas, contribuyendo para que podamos ampliar nuestra visión liberándonos de las imperfecciones Y vicios que limitan nuestra capacidad de acción en el bien.

Por la necesaria y saludable meditación, entenderemos que el Evangelio es el mejor instrumento para indicamos el camino de nuestra redención por el amor que cubre la multitud de los pecados y alcanzaremos el sentido profundo de la propuesta de Jesús de adorar a Dios en Espíritu y Verdad. (2)

Cuando llegue la hora de la verdad, sea en los momentos breves de testimonios y pruebas, sea en los tiempos de estudio y preparación, ante las oportunidades que la Vida brinda a cada uno, espontáneas y naturales se multiplicarán las acciones nobles y constructivas, hijas del hombre nuevo que, siguiendo la propuesta del Maestro, hace brillar su luz para que los hombres, viendo sus buenas obras, glorifiquen a Dios nuestro Padre. (3)

- Carlos Roberto Campetti -

 XAVIER, F. C. En las Culminaciones de la Lucha. In: Ideal Espírita.
            Espíritu Caírbar Schutel. 2ª. ED. CEC, Uberaba (MO), 1963. p. 191
            2. Juan, 4:19-24
            3. Mateo,5: 16

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