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sábado, 5 de marzo de 2011

En la hora de la asistencia


“Más cuando hagáis un convite, llamar a los pobres, a los lisiados, cojos y ciegos.” – JESÚS – LUCAS, 14: 13.

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“Auxiliad  a los infelices lo mejor que pudierais.” – Cap. XII, 9.


En las obras de asistencia a los hermanos que nos felicitan con las oportunidades del servicio fraterno, en nombre del Señor, vale resaltar la autoridad amorosa de Cristo  que nos lo recomendó.

Al recibirlos en la puerta, intentemos ofrecerles algunas frases de confort y buen ánimo, sin herirles el corazón, aun mismo que no podamos serles útiles.

Visitándoles el hogar, diligenciemos respirarles el ambiente  doméstico, afectuosamente, reconociéndonos, en la intimidad de la propia familia, que nos merece  natural respeto y  cooperación espontanea, sin trazos de censura.

Sirviéndoles en la mesa, huyamos de reprocharles los modos o expresiones, diferentes de los nuestros, callando anotaciones poco primorosas y manifestaciones de acidez, lo que les agravaría su sentido de inferioridad y su desventura.

Socorriéndoles el cuerpo enfermo o dolorido, reflexionemos sobre  los seres que nos son particularmente amados e imaginemos la gratitud de que seriamos poseídos, ante aquellos que los amparasen .

Si aceptamos la incumbencia de proveerlos en las filas organizadas para la distribución de diminutos favores, preservemos el reglamento  establecido, con llaneza y bondad, sin fomentar impaciencia o tumulto; y, si algunos de ellos, después de atendidos, volvieran a la nueva solicitación, recordemos a los hijos queridos, cuando nos piden repetición del plato, y procuremos satisfacerlos, dentro de las posibilidades en mano, sin desmerecerlos con cualquier reprimenda.

En la ocasión en que estemos reunidos, en equipo de trabajos, a fin de suplirlos, estemos de buen humor, resguardando la disciplina sin intolerancia y cultivando siempre  la generosidad, sin relajamiento, en la convicción de que, usando la gentileza, en el vehículo del orden, es siempre posible situar a los trabajadores del bien, en el lugar adecuado, sin desaprovechar su valioso concurso.

  Nosotros que sabemos acatar con aprecio y solicitud a todos los representantes de los poderes transitorios del mundo y que tenemos buenas maneras para el comportamiento digno en los salones aristócratas de la Tierra, sepamos  también ser afables  y amigos con nuestros compañeros en mayores dificultades.

  Ellos no son solamente nuestros hermanos. Son invitados de Cristo, en nuestra casa, por los cuales encontramos oportunidad de demostrar cariño y consideración para con Él, el Divino Maestro,  con pequeños gestos de amor.

Francisco Cándido Xavier del libro: “Libro de la Esperanza

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