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lunes, 21 de noviembre de 2011

El Espiritismo y la mujer



   Tanto en uno como en otro sexo, se encuentran excelentes médiums; sin embargo, las más bellas facultades psíquicas, parecen ser privilegio de la mujer. De aquí, la gran taréa que le incumbe en la difusión del nuevo espiritualismo.A pesar de las imperfecciones inherentes a todo ser humano, la mujer, para el que la estudia imparcialmente, no puede menos de ser un motivo de asombro y a veces de admiración. No es solamente en su rostro donde se realizan en la naturaleza y en el arte los prototipos de la belleza, de la piedad, de la caridad, sino que en lo relacionado con los poderes íntimos de la intuición y de la adivinación, ha sido siempre superior al hombre. Entre las hijas de Eva, fue en la antigüedad donde aparecieron sus célebres videntes y sibilas. Estos poderes maravillosos, estos dones de lo alto, la Iglesia creyó deber denigrarlos y suprimirlos en la edad media, valiéndose de los procesos contra la brujería. Hoy vuelven a encontrar su aplicación, porque es especialmente por medio de la mujer por la que se afirma la comunión con la vida invisible.
   Nuevamente vuelve la mujer a revelarse en su misión sublime de mediadora, que lo es en toda la naturaleza. De ella viene la vida; ella es su fuente misma, el regenerador de la raza humana que no subsiste ni se renueva, sino solo por su amor y sus tiernos cuidados. Y este cargo, preponderante, que desempeña en el dominio de la vida, lo cumple también en el dominio de la muerte; pero sabemos que la vida y la muerte son una, esto es, las dos formas alternantes, los dos aspectos contínuos de la existencia.
   Mediadora, la mujer lo es también en el dominio de las creencias. Siempre ha servido de intermediaria entre la fe nueva que avanza y la fe antigua que decae y se empobrece. Tal fue su misión en el pasado, en los primeros tiempos del cristianismo y tal es su misión en el presente.
   El catolicismo, que tanto debía a la mujer, no ha sabido comprenderla. Sus monjes, sus sacerdotes, viviendo en el celibato, lejos de la familia, no podían apreciar el encanto y la energía de este ser delicado, al cual consideraban más bien como un peligro.
   La antigüedad pagana tuvo esta superioridad sobre nosotras; en ella se conoció y cultivó el alma femenina. Sus facultades florecían libremente en los misterios. Sacerdotisa en los tiempos védicos, en el altar doméstico, tomando parte íntima, en Egipto, en Grecia, en la Gália, en las ceremonias del culto, en todas partes, la mujer era el objeto de una iniciación, de una enseñanza especial, que hacían de ella un ser casi divino, el hada protectora, el genio del hogar.
   A esta comprensión del cargo de la mujer, personificando en ella a la naturaleza, con sus intuiciones profundas, sus sensaciones sutiles, sus adivinaciones misteriosas, fue debida la hermosura, la fuerza y la grandeza épica de las razas griega y céltica.
   Porque tal como sea la mujer, así será el niño y así será el hombre. La mujer es, quien desde la cuna, forma el alma de las generaciones. Ella fue la que hizo aquellos héroes, aquellos poetas, aquellos artistas cuyas acciones, cuyas obras irradian a través de los siglos. Hasta los siete años, el niño permanecía en el gineceo bajo la dirección de la madre. Y sabido es lo que fueron las madres griegas, romanas, galas. Mas para cumplir la sagrada tarea de la educación, era necesaria la iniciación al gran misterio de la vida y del destino, el conocimiento de la ley de las preexistencias y de las reencarnaciones, porque esta ley, y solamente esta ley, da la venida del ser que va a florecer bajo el ala maternal, un sentido tan conmovedor y tan bello.
   Esta influencia bienhechora de la mujer iniciada que irradiaba sobre el mundo antiguo, como una suave claridad, fue destruida por la leyenda bíblica de la caída original.
   Según las Escrituras, la mujer es responsable de la caída del hombre; ella pierde a Adán y, con él a toda la humanidad; ella traiciona a Sansón. Un pasaje del Eclesiastés la declara como una cosa más amarga que la muerte. El matrimonio mismo parece un mal: Que los que tengan esposa sean como si no las tuvieran, exclama Pablo.
   Sobre este punto, como sobre tantos otros, la tradición y el espíritu judaicos, han predominado en la Iglesia sobre las miras de Cristo, que fue siempre benévolo, compasivo, afectuoso para con la mujer. En todas las circunstancias la cubre con su protección; le dirige sus más conmovedoras parábolas. Siempre le tiende la mano, aún cuando esté mancillada, aún cuando esté caída. Por esto, las mujeres, agradecidas, le forman una especie de séquito; muchas le acompañan hasta  la muerte.
  Por espacio de largos siglos, la mujer ha sido relegada al segundo término, rebajada, excluida del sacerdocio. Por una educación pueril, mezquina, supersticiosa, se la ha rodeado de trabas, se han comprimido sus más bellas aptitudes, oscureciendo y sofocando su genio.
   La situación de la mujer en nuestra civilización es difícil, dolorosa a veces. Las leyes y los usos no siempre favorecen a la mujer, la rodean mil acechanzas, y si desfallece, si sucumbe, raras veces se le tiende una mano piadosa. La relajación de las costumbres ha hecho de la mujer la víctima del siglo. La miseria, las lágrimas, la prostitución, el suicidio, tal es la suerte de un gran número de pobres criaturas en nuestras sociedades opulentas.
   Actualmente se produce una reacción. Bajo el nombre de feminismo, se acentúa un movimiento, legítimo en su principio, exagerado en su objeto, pues a la par de justas reivindicaciones, afirma miras que harían de la mujer, no ya una mujer, sino una copia, una parodia del hombre. El movimiento feminista desconoce el verdadero oficio de la mujer y tiende a rechazarla lejos de su vía normal y natural. El hombre y la mujer han nacido para desempeñar deberes distintos pero complementarios bajo el punto de vista de la acción social, son aquí valientes e inseparables.
   El espiritualismo moderno, con sus prácticas y sus doctrinas, todas de ideal, de amor, de equidad, juzga de otra manera la cuestión y la resuelve sin esfuerzo y sin ruido. Devuelve a la mujer su verdadero lugar en la familia y en la obra social, mostrándole el sublime cargo que le corresponde en educación y en el adelanto de la humanidad.  Hace más aún.  Por el espiritualismo vuelve ella a ser el mediador predestinado, el lazo de unión entre las sociedades de la tierra y las del espacio.
   La gran sensibilidad de la mujer hace de ella el médium por excelencia, capaz de expresar, de traducir, los pensamientos, las emociones los padecimientos de las almas, las divinas enseñanzas de los espíritus celestes. En la aplicación de sus facultades encuentra goces profundos, una fuente viva de consuelos. La parte religiosa del Espiritismo la atrae y satisface las aspiraciones de su corazón, su necesidad de ternura se extiende más allá de la tumba sobre los seres desaparecidos. El escollo para ella, lo mismo que para el hombre, es el orgullo de los poderes adquiridos, es la excesiva susceptibilidad. Los celos, al suscitar rivalidades entre los médiums, son a menudo una causa de desagregación en los grupos .  De ahí la necesidad de desenvolver en la mujer, al mismo tiempo que sus poderes intuitivos, sus admirables cualidades morales, el olvido de sí misma el goce del sacrificio, y en una palabra, el sentimiento de los deberes y de las responsabilidades unidas a su misión mediadora.
   El materialismo, al no considerar en nosotros más que el organismo físico, hace de la mujer un ser inferior por su debilidad y la arrastra hacia el sensualismo. Por él, esta flor de poesía se doblega bajo el peso de las influencias degradantes, se deprime y se envilece. Privada de su cargo mediador, de su pura aureola, esclava de los sentidos, ya no es más que un ser instintivo, impulsivo, apropiado para las sugestiones del amor malsano. El respeto mutuo, las fuertes virtudes domésticas desaparecen; la discordia, el adulterio, penetran en el hogar, la familia se disuelve, la felicidad se desvanece. Una joven generación escéptica, desilusionada, surge del seno de una sociedad decadente.
   Pero con el espiritualismo, la mujer levanta de nuevo su frente inspirada. Se asocia estrechamente a la obra de armonía social, al movimiento general de las ideas. El cuerpo no es más que una forma prestada, la esencia de la vida es el espíritu, y bajo este respeto, el hombre y la mujer son iguales. De esta manera, el espiritualismo moderno vuelve á las ideas de nuestro Padre. Los celtas, establecen la igualdad de los sexos sobre la identidad de la naturaleza psíquica y el carácter imperecedero del ser humano. Les señala un puesto igual en los grupos de estudios.
    Por el espiritualismo, la mujer se desprende del abismo de los sentidos y se remonta hacia la vida superior. Una luz más pura ilumina su alma, su corazón es un foco de tiernos sentimientos y de nobles pasiones. Recobra en el hogar su misión toda de gracia, de piedad, de abnegación, su grande y divino cargo de madre, de hermana, de educadora, de tierna consejera.
   Desde entonces termina la lucha entre los dos sexos. Las dos mitades de la humanidad se unen, se equilibran en el amor para cooperar, reunidas, al plan providencial, a las obras de la inteligencia divina.
  La sensibilidad de la mujer, su ternura, feminidad, y su gran sentimentalismo, la permiten siempre adentrarse en los dramas de la vida, donde ella siempre elabora trabajos, ensaya métodos, y derrama esplendor, cuando la experiencia la hace ganadora de galardones imperecederos. Con el amor, todas las puertas le son accesibles, porque ella sabe muy bien habilitarse para toda ocasión, como femenina y delicada, ella se adorna según las circunstancias, con el fin, de procurar siempre ejecutar  bien su papel. Instalemos el amor en nuestros corazones,  y tendremos en el futuro un gran tesoro, de donde sacaremos el material necesario, para elaborar un trabajo digno en nuestro cometido, en el área de servicio que nos toca elaborar en esta vida.  
Comentario, elaborado, con mucho amor y cariño de (Merchita).


El olvido de las vidas anteriores, es un beneficio de Dios, quien en su bondad ha querido ahorrar al ser humano, recuerdos casi siempre penosos.En cada nueva encarnación, es lo que él mismo ha hecho de sí.Para él, constituye un nuevo punto de partida. Conoce sus actuales defectos y reconoce que éstos son secuela  de los que antes tenía. De estos no tendrá porqué preocuparse. Bastante tiene con los que ya posee.
- Allan Kardec -

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