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jueves, 19 de enero de 2012

Alma y teoría celular



Todo el que sabe mirar la Naturaleza con ojos filosóficos descubre que ella es la gran educadora, donde reside toda la verdad, y observando ve los secretos que permanecen velados para los ignorantes. Nada aparece súbitamente  y en el estado perfecto, así lo dicen las leyes que rigen las multiples evoluciones  de la materia física o viva.

El sistema solar, nuestro planeta, los vegetales, los animales, el lenguaje, las artes, las ciencias, todo, lejos de haber brotado espontáneamente, es el resultado de una larga y gradual ascensión, desde las formas rudimentarias hasta las modalidades que en nuestros días conocemos.

En el alma humana, sucede lo mismo, vemos en la Tierra que pasa por fases de diversas manifestaciones, desde el salvaje hasta el genio de las naciones civilizadas.

El alma tanto en el ser humano como en el animal  es indivisible, dado que  los primeros fulgores   del instinto  son los signos reveladores  de su acción. A partir de los animales simples como los zoófitos, ha adquirido sucesivamente  el periespiritu, mediante transformaciones incesantes, sus propiedades funcionales.

La envoltura del alma es el  “periespiritu”, tanto en los animales como en el hombre, individualiza al principio pensante por medio del fluido universal que lo constituye.
Este punto poco estudiado, ha sido corroborado y comprobado, con la intervención  de mediúms videntes, que el alma animal no se destruye con la muerte.

Si el principio inteligente del animal sobrevive a la materia, si goza de individualidad, es posible aplicarle  las mismas reglas que rigen al alma humana, explicándose así todo.

Por medio del Espiritismo  se comprobó  experimentalmente  la necesidad de la reencarnación del alma humana; la ley de continuidad  en los seres vivos, permite  creer que el alma del animal está sometida a ese mismo proceso: de este modo el principio inteligente  animaría sucesivamente  organismos y más organismos cada vez más perfeccionados, a medida que  fuera adquiriendo capacidad  para dirigirlos.

El Espiritismo, no inventa nada,  al proclamar la existencia del periespiritu, demuestra que tal órgano  reproduce fluìdicamente la forma corporal de los animales, que es permanente  en medio del flujo perpetuo de las moléculas vivas y, consecuentemente  que en él es donde radican  los instintos  y las modificaciones de la herencia. Por ser inmutable, pese  a los incesantes  cambios de que  es testimonio el hombre contiene – digámoslo así -  los estatutos y las leyes  que dirigen la evolución del Ser; no se disgrega con la muerte, sino que se constituye  la individualidad  póstuma  del principio intelectivo; tomando en registro  todas las modificaciones que le proporciona  las numerosas y sucesivas existencias, acabando por hacerse apto, después de haber recorrido toda la serie, no solo para organizar y dirigir organismos  muy complicados, sino para hacerlo sin conocimiento del alma.

Si no sabemos como  están constituidos los seres vivos, es difícil comprender  el papel de periespiritu y del sistema nervioso. Los médicos, los naturalistas  y los filósofos hablan constantemente  en sus escritos de las sustancias vivas, de moléculas orgánicas, de materia organizada, de tejidos, de órganos, etcétera; pero pocos dan una definición precisa de tales frases. En los animales superiores se advierte la carne, los huesos, los tendones, los nervios, los vasos, las membranas, etcétera.  Se ha adquirido la certeza  de que el organismo de un vegetal o animal cualquiera, proviene  de la reunión,  de la asociación  de un número inmenso de células, y las partes diferentes del cuerpo animal o vegetal  son debido a las modificaciones  que las células sufren.  En química, por descomposiciones  sucesivas, los productos más complejos pueden siempre reducirse  a los elementos primordiales, a los cuerpos simples  de que están formados; en historia natural, la célula aparece  como el residuo último  de toda clase de residuos. La molécula orgánica, es el elemento  anatómico por excelencia de que están formados todos los seres vivos.

La célula esta compuesta de tres partes: aunque varia en su forma, siempre  se compone de tres partes 1ª) un núcleo solidó que está en el interior 2ª) un liquido que baña al núcleo, y la 3ª) una membrana que lo envuelve todo.

La parte esencial, la parte verdaderamente viva, es el líquido, al que se ha dado el nombre de protoplasma; de manera que este líquido gelatinoso es el que constituye realmente el fundamento de la vida orgánica. En tanto él vive en los millones de células que forman un cuerpo, el cuerpo vive también; cuando él muere en una parte cualquiera de las células que componen un miembro, el miembro muere; si se destruye, en fin, el protoplasma en la totalidad de las células, el cuerpo entero muere.

Si la teoría de la evolución es exacta, la vida debió principiar en la Tierra por la formación del protoplasma. Este hecho se verifica en nuestros días. Las exploraciones de los grandes fondos submarinos han dado a conocer una sustancia gelatinosa que parece ser la primera manifestación vital". Los notabilísimos trabajos de Haeckel respecto a tales seres rudimentarios, confirman plenamente las deducciones de Darwin y dan al transformismo una base seria.

El modo de reproducción de las células  es muy simple: cuando a alcanzado cierto volumen, se producen  una o muchas divisiones en su masa, se fracciona en dos o más partes, y cada una de ellas, se hace independiente, se nutre y crece como la célula, madre, hasta que llega el momento que a su vez da  nacimientos a otras células semejantes. Algunas veces las células originarias de la primera nos e separan, sino que forman una serie de células  asociadas, que dan nacimiento a su vez a otras y otras,  también unidas, según el grado de vitalidad que posean. Esto es lo que acontece a los animales, vegetales  y al hombre.

Aun en las asociaciones más complejas las células que constituyen un ser vivo no pierden por completo su independencia: cada una de ellas vive por su cuenta, y las diversas funciones fisiológicas del animal, no son otra cosa que la resultante de los actos cumplidos por un cierto grupo de células.

El objeto de todo organismo es vivir, y cada parte concurre a la consecución de este resultado en la esfera que le es propia. Se puede comparar el cuerpo vivo a una manufactura, cada órgano a un conjunto de obreros y cada obrero a una célula. Cada obrero tiene que efectuar un trabajo especial, pero uniendo las piezas elaboradas de este modo, se obtiene el objeto manufacturado.

"La comunidad, como el individuo, tiene su unidad abstracta y su existencia colectiva; es una reunión de individuos, frecuentemente en número inmenso, que no obstante puede ser considerada como un individuo solo, como un ser único, aunque compuesto. Y es así, no solamente para la abstracción más o menos racional, sino para la realidad, materialmente, lo mismo para nuestra inteligencia que para nuestros sentidos, porque está constituida como un ser organizado, de partes continuas y recíprocamente dependientes, todas ellas fragmentos de un mismo todo, aunque cada una por sí sea a su vez un todo más o menos bien circunscrito; todas ellas miembros de un mismo cuerpo, aunque cada una constituye un cuerpo organizado, un pequeño colectivo...

"Como la familia y la sociedad, la comunidad puede estar muy diversamente constituida. La fusión anatómica, y, por consecuencia, la solidaridad fisiológica de los individuos así reunidos, puede estar limitada a unos pocos puntos y a unas pocas funciones vitales, o extenderse a la casi totalidad de los órganos y de las funciones. Todos los grados intermedios pueden presentarse también, y se pasa por gradaciones insensibles de seres organizados en quienes las vidas colectivas permanecen aún casi independientes y los individuos claramente diferenciados, a otras en que los individuos son de más en más dependientes y mixtos, y tras éstas a otras en que todas las vidas se confunden en una vida común y las individualidades propiamente dichas desaparecen más o menos completamente en la individualidad colectiva".

Los animales superiores son estas individualidades colectivas, aunque sólo desde el punto de vista vital. Hemos visto ya que la fuerza vital es un principio y un efecto: un principio porque es necesario un ser vivo para comunicar la vida, y un efecto, porque una vez fecundado el germen, las leyes físicas y químicas se encargan del mantenimiento de la vida. Aquí no caben equívocos: la fuerza vital tiene existencia propia, puesto que cada ser puede reproducirse en un semejante suyo, y puesto que no se puede dar vida artificialmente a un compuesto inorgánico. Más todavía: suponiendo que se llegara, por ejemplo, a fabricar un músculo sensible de manera que produjese los mismo fenómenos que un músculo ordinario, el músculo fabricado no podría regenerarse, como acontece incesantemente en el organismo vivo. Luego, aunque el principio vital opere y se mantenga por medio de leyes naturales, no cabe ninguna duda de que es distinto de tales leyes. Aquel principio es una fuerza, una transformación especial de la energía; no goza de existencia sobrenatural, pero sí es el producto necesario de la evolución ascendente, el primer grado, no de la organización, pero sí del mantenimiento, de la reparación de la materia viva. Pueden hallarse indicios de este principio reparador hasta en la materia bruta: un cristal está capacitado para cicatrizar sus heridas. Pasteur ha puesto este hecho en evidencia (véase Comptes rendus, del 16 de mayo de 1881).

Si a un cristal roto en cualquiera de sus partes se le coloca en la disolución a que debe su origen, se observará que no solamente crece en todas sus caras, sino que se inicia un trabajo de reconstitución mucho más activo en la parte lesionada, hasta que el daño queda reparado; una vez conseguido esto, se reestablece la simetría. Si se colora el agua madre con una sustancia violeta, por ejemplo, se verá distintamente el trabajo suplementario que se realiza para la reconstitución de la parte destruida.

El principio vital, por consiguiente, es una fuerza esencialmente organizadora y reparadora y, en los vegetales y los animales, él es quien repara las células destruidas por el uso, siguiendo un plan determinado. Podemos considerarle en cierto modo como el desenvolvimiento, el grado superior, la transformación exaltada de esa fuerza que en los cuerpos brutos conocemos por afinidad. Además, el fluido vital obra sobre las moléculas que produce el fantasma magnético. Si se niega la existencia de una fuerza vital, aunque invisible e imponderable, no es posible comprender cómo un cuerpo vivo conserva una forma fija, invariable, según la especie a que pertenezca, a pesar de la renovación incesante de las moléculas del cuerpo.

En tanto la vida es difusa, como en los animales inferiores; en tanto todas las células pueden vivir individualmente sin necesitarse unas a otras, el principio inteligente no se revela en ellas de un modo claro, puesto que en estos seres rudimentarios no se observa sino la irritabilidad, es decir, la reacción a una influencia externa sin sensibilidad apreciable; pero desde el momento en que el sistema nervioso aparece, se concentran en él las funciones animales, la comunidad viviente se transforma en individuo, y el principio inteligente toma a su cargo el gobierno del cuerpo, manifestando su presencia por los primeros fulgores del instinto.

Trabajo realizado por Merchita, extraído del libro Evolución Anímica de Gabriel Delanne


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