Bienaventurados, vosotros, que ahora lloráis, porque reiréis.” – JESUS – LUCAS, 6: 21.
“Acordaros de que, durante vuestro destierro en la tierra, tenéis que desempeñar una misión que no sospecháis, quiera dedicándoos a vuestra familia, quiera cumpliendo las diversas obligaciones que Dios os “confió.” – Cáp. V, 25.
Cuando la aflicción te ronda el camino, anuncias traer el espíritu cargado de sombra, como quien se encuentra ausente del hogar, ansiando regreso, entretanto, eso no es motivo para que te precipites en el desanimo arrasador.
Te acusas en tinieblas y puedes mentalizar con la propia cabeza luminosos pensamientos de optimismo y fraternidad o retratar en las pupilas el fulgor del sol y la belleza de las flores.
Te entregaste a la mudez, proclamando no soportar los conflictos que te rodean y nada te impide abrir la boca, a fin de pronunciar la frase de confort y apaciguamiento.
Aseveras que el mundo es inmenso valle de lágrimas, cruzando los brazos para llorar los infortunios de la Tierra y posees dos manos por antenas de amor capaces de improvisar canciones de felicidad y esperanza, en el trabajo personal a favor de los que sufren. Te encerraste en aposento solitario para la cultura de la irritación, alegando que los mejores amigos no te entienden y pierdes horas enteras de llanto inútil y te enseñoreas de pretextos, a la manera de alabanzas preciosas, prontas a transportar en dirección de los que atraviesan pruebas mucho más dolorosas que las tuyas, junto a las cuales un minuto de tu conversación o leve migaja de lo que te sobra te granjearían la comprensión y la simpatía de enorme familia espiritual.
En verdad, existe la melancolía edificante, expresando salud de la Vida Superior, con todo aquellos que la registran en el amago del propio ser, se consagran con redoblado fervor al servicio del cielo, preparando en el propio corazón la nesga del cielo, susceptible de identificarlos al plano espiritual que esperan, ansioso suspirando por el reencuentro con las mentes que más aman. Aun así, es imperioso apartar de nosotros el hábito de la tristeza destructiva, con quien guerrea el culto del entorpecimiento.
Espíritus vinculados a las directrices de Cristo, no podemos olvidar que el Evangelio, considerado en todos los tiempos, como siendo un libro de dolor, por escribir obstáculos y persecuciones, dificultades y martirios sin cuenta, comienza exaltando la grandeza de Dios y la buena voluntad entre los hombres, a través de cánticos jubilosos y termina con la sublime visión de la Humanidad futura, en Jerusalén libertada, asentándose, gloriosa, en la alegría sin fin.
Extraído del libro “La Esperanza” Emmanuel, de Francisco Candido Xavier.
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