Tema de frecuente discusión, por unos defendida, por otros censurada, la eutanasia, o "sistema que procura dar muerte sin sufrimiento a un doliente incurable", regresa a los debates académicos, frente a su aplicación sistemática por eminentes autoridades medicas, en criaturas incapaces físicas o mentales desde el nacimiento, internadas en Hospitales Pediátricos, sin esperanzas científicas de recuperación o sobrevivencia...
Practica nefasta que testimonia la predominancia del concepto materialista sobre la vida, que apenas ve la materia y sus implicaciones inmediatas, en detrimento de las realidades espirituales, refleja, también, la soberanía del primitivismo animal en la constitución emocional del hombre.
En la Grecia antigua, la hegemonía espartana, siempre armada para la guerra y la destrucción, insirió en su Estatuto el empleo legal de la eutanasia eugenésica en relación a los enfermos, mutilados, psicópatas considerados inútiles, que eran arrojados al Eurotas por pesar negativamente en la economía del Estado. Guiados por superlativo egoísmo y prepotencia, a pesar de los conflictos arbitrarios del exagerado orgullo nacional, se hicieron víctimas de la impulsividad belicosa que cultivaban...
Otros pueblos, desde la más remota antigüedad, se permitían practicar ese "homicidio ejercido por compasión"...
En circunstancia alguna, o bajo ningún motivo, cabe al hombre derecho de escoger y deliberar sobre la vida o la muerte en relación a su prójimo.
Los criminales más empedernidos, homicidas o genocidas entre los más hediondos, no deben tener cortadas sus vidas, sino antes ser aislados de la convivencia social, en celdas, o en trabajos rectificadores, en los cuales expurguen bajo la acción del tiempo y de la reflexión, que tarda más alcanza al infractor, haciéndolo expiar los delitos perpetrados. Aun cuando se trate de réprobos anatematizados por desconcierto mental, no faltan Nosocomios judiciales donde pueden recibir conveniente asistencia a la que tienen derecho, sin que sean considerados inocentes por los crímenes perpetrados... Recuperando la salud, eventualidad excepcional que puede suceder, cercados, por el peligro de probable reincidencia psicopática, podrán de alguna forma, retribuir de manera positiva a la Sociedad, los daños que hayan causado.
En lo que tañe a los enfermos considerados irrecuperables, conviene considerar que dolencias, ayer detestables como incurables, son hoy capitulo superado por el triunfo de hombres-sacerdotes de la Ciencia Médica, que la ennoblecen por la contribución que sus vidas ofrecen en beneficio de la Humanidad. Siempre hay, pues, posibilidad de mañana conseguir la victoria sobre la enfermedad irreversible de hoy. Diariamente, para ese desiderata, se sumergen en la carne Espíritus Misioneros que se aprestan a aligerar e impulsar el progreso, realizando descubrimientos y conquistas superiores para la vida, fuente poderosa de esperanza y conforto para los que sufren, en nombre del Supremo Padre.
Ante las expresiones teratológicas, al revés de la precipitación de la falsa piedad en aliviar a los pacientes de los sufrimientos, se ha de pensar en la terapéutica divina, que se sirve del presidio orgánico y de las jaulas mentales para ajusticiar a los infractores de variados matices que pasaron por la 'Tierra impunes, inadvertidos, mas que no pudieron huir a las sanciones de la conciencia en falta ni a la Legislación Superior, a la cual rogaron enseñanza de recomienzo, recuperación y sublimación porque anhelaban la edificación de la paz intima.
Suicidas, - esos pobres rebelados contra la Divinidad - que despedazaron el cráneo, en embestidas de odio contra la existencia, reencarnan perturbados por la idiotez, sordo-mudez, conforme a la parte del cerebro afectada, o por hidrocefalias, mongolismos; los que tentaron ahorcarse, reaparecen con los procesos de la paraplejia infantil; los ahogados, padecen enfisema pulmonar; los que descerrajaron tiros al corazón, retornan bajo el yugo de cardiopatías congénitas irreversibles, dolorosas; los que se utilizaron de tóxicos y venenos, vuelven bajo el tormento de las deformaciones congénitas, de la asfixia respiratoria, o estertorosos por úlceras gástricas, duodenales y canceres devoradores; los que despedazaron el cuerpo en fugas espectaculares, recomienzan victimados por atrofias, deformaciones, limitaciones punzantes, en que aprenden a valorizar la grandeza de la vida.. .
Agresores, exploradores, amantes de la rapiña, de las arbitrariedades, de los abusos de cualquier naturaleza vuelven a los escenarios en que se empecinaron, o corrompieron, o se hicieron infelices, alcanzados por la impronta de las soberanas leyes del orden y del equilibrio, rehaciendo el camino antes recorrido criminalmente y atesorando los sagrados valores de la paciencia, la comprensión, el respeto a si mismos y al prójimo, la humildad, la resignación, armándose de bendiciones para futuros cometidos dichosos.
¿Quien se podrá atribuir el derecho de interrumpirles la santificadora existencia preciosa?
Las personas que se les vinculan en la condición de padres, cónyuges, hermanos, amigos, también les son participes de los dramas y tragedias del pasado, responsables directos o inconscientes, que ahora se rehabilitan, debiendo extenderles manos generosas, auxilio fraterno, por lo menos migajas de amor.
Nadie se deberá permitir la interferencia destructiva o liberativa por medio de la eutanasia en tales procesos redentores. Personas que se dicen penalizadas por los sufrimientos de familiares y que desean que les sean luego cesados, casi siempre actúan por egoísmo, presurosos de liberarse del compromiso y de la responsabilidad de ayudarlos, sustentarlos, amarlos más.
No faltan terapéuticas médicas y quirúrgicas que pueden amainar el dolor, perfectamente compatibles con la caridad y la piedad cristianas.
A nadie es dado precisar el tiempo de vida o sobrevida de un paciente. Son tan escasos de exactitud los pronósticos humanos en este sector del conocimiento, cuanto no sucederá en otros!
¿Cuántos enfermos, rudamente vencidos, desesperados recobran la salud sin aparente razón o lógica?
¿Cuántos otros hombres en excelente forma, portadores de sanidad y robustez, son victimados por sorpresas orgánicas y sucumben imprevisiblemente?
El conocimiento de la reencarnación proyecta luz en los más intrincados problemas de la vida, dirimiendo los equívocos y dudas en torno a la salud como a la enfermedad, a la desdicha como a la felicidad y contribuyendo eficazmente para la perfecta asimilación de los postulados renovadores de los que Jesús Cristo se hizo abanderado por excelencia y el Espiritismo, el Consolador encargado de demostrarlo en los tormentosos días de la actualidad.
Argumentan, en tanto, los utilitaristas que las importancias prodigadas con los pacientes irrecuperables podrían ser utilizadas para pesquisas valiosas o para impedir que hombres sabios enfermasen, o para asistir convenientemente a los que, dolientes, pueden ser salvados ... Y desvarían, utopistas, insensatos sin considerar las fortunas que son tiradas en espectáculos ruidosos y funestos de exaltación de la sensualidad, del Fausto exagerado, de las disipaciones, sin que se les ocurra la necesidad de la aplicación correcta de tales patrimonios en medidas preventivas saludables o socorro a las multitudes famélicas y desnudas que pululan en todas partes, pereciendo, a modo de migaja de pan, revolviéndose en la desesperación por la ausencia de una gota de luz o una insignificante contribución de misericordia.
Cada minuto en cualquier vida es, por tanto, precioso para el Espíritu en rescate bendito. ¿Cuantas resoluciones nobles, decisiones felices o actitudes desdichadas ocurren en un relámpago, imprevistamente?
Penetrándose el hombre de responsabilidad y caridad, iluminado por la fe religiosa, fundada en hechos de la inmortalidad, de la comunicabilidad y de la reencarnación, abominara en definitivo la eutanasia intentando todo para cooperar con su hermano en los justos resarcimientos que la Divina Justicia le otorga para la conquista de la paz interior y de la evolución.
- Merchita -
Extraído del libro “Después de la Tempestad” de Divaldo Pereira Franco
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Lo que se queda oculto
Actualmente, todos claman contra la impunidad.
Los medios de comunicaciones revelan sin cesar los variados tipos de ilícitos y nos causa indignación constatar cómo el proceso de punición es moroso y fallo.
Muchos corruptos encuentran lagunas en el sistema legal y salen ilesos.
Grandes criminales siguen libres, manipulando los incontables recursos judiciales.
El dinero público desaparece sin que nadie sea responsabilizado.
Obras son súper facturadas y los encargados afirman total ignorancia del ocurrido.
Mientras tanto, la sociedad indignada clama por providencias.
Sin embargo, la justicia humana reprime sólo las conductas más escandalosas.
El legislador terrenal elige algunos comportamientos más nefastos a la convivencia social y los prohíbe mediante puniciones.
Aún así, los responsables con frecuencia logran burlar las consecuencias legales.
Ocurre que, por encima y más allá de los reglamentos humanos están, soberanos, los Códigos Divinos.
Ellos establecen la fraternidad, la pureza, el trabajo y la honestidad como deberes ineludibles.
Para estar en armonía con el Estatuto Divino no es suficiente aparentar una vida recta.
Adelanta poco cumplir ritos u ofrecer al mundo una apariencia de recato y sobriedad.
Un sin número de gestos pequeños implican violación a la ley de armonía que rige la vida.
Los padres que no educan a sus hijos violan una misión sagrada que les fue confiada.
Al no dedicar tiempo al perfeccionamiento moral de sus retoños desdeñan a la Ley del Trabajo.
Consecuentemente, responden por las desviaciones causadas por su negligencia.
Parejas que se desgracian, con palabras y gestos, desconsideran el mandamiento de la fraternidad.
Comentarios crueles acerca del prójimo igualmente vibran negativamente delante de la Conciencia Cósmica.
La práctica de pasiones tumultuadas, actos que maculan la inocencia ajena, el desamparo material o moral a los parientes necesitados o enfermos...
Son muchos los ejemplos de conductas no reprimidas por la legislación humana, pero incompatibles con la Ley Divina o Natural.
Es conveniente meditar acerca de eso, siempre que surja el deseo fuerte de clamar contra la impunidad del prójimo.
Nadie defiende que los actos deshonestos persistan exentos de sus consecuencias.
La sociedad necesita de reglas para que la convivencia de sus integrantes siga armónica.
La falta de respeto a esas reglas necesita ser reprimida, so pena de instaurarse la anarquía.
Pero, si el equívoco debe ser combatido eso no debe implicar el odio a los equivocados.
Es necesario medir nuestra propia debilidad antes de lapidar a los demás.
Las Leyes Divinas jamás son engañadas.
Aunque ciertas degradaciones permanezcan ocultas, aún así producen consecuencias que son alcanzadas por las Leyes Divinas.
Por ahora, la mayoría de los habitantes de la Tierra, de alguna manera, aún huye de su deber.
Así, es importante mirar hacia el prójimo con generosidad, mientras cuidamos de corregir nuestro propio comportamiento.
Urge, gradualmente, dejar de aparentar pureza y pasar a vivirla en plenitud.
Si eres favorable a la responsabilidad por los actos practicados, ve como actúas en todos los ámbitos de tu vida.
Cuida para que lo que se queda oculto no te condene delante de tu conciencia.
Jamás podrás engañarla.
Piensa en eso.
Redacción del Momento Espírita
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