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miércoles, 12 de septiembre de 2012

CALUMNIA


 ( Dada la falta de personas interesadas en visitar este blog, comienzo a plantarme el poner término al mismo. Cuando lo decida hacer, avisaré a quién pueda asomarse al último artículo, por si quieren seguir viendo solo el de "Inquietudes espíritas" u otro ).
- Jose Luis Martín -





     En la noche del 8 de marzo de 1956, tuvimos  nuestra atención volcada para el triste relato del Espíritu A. Ferreira que, ocupando los recursos psicofónico del médium,  nos ofreció significativa lección con respecto a la calumnia, conforme a sus experiencias.
De todas las potencias del cuerpo humano, la lengua será tal vez aquella que más reclama  nuestra vigilancia.
Por ella, comienza la gloria de la cultura en los cinco continentes, más, a través de ella, igualmente principian todas las guerras que atormentan al mundo.
Por ella se irradia la miel de nuestra ternura, más también, a través de ella, se derrama la hiel de la cólera.
Muchas veces es fuente que refresca y muchas otras es fuego que consume.
En muchas ocasiones, es herramienta que educa y, en muchas circunstancias, es lámina portadora de la destrucción o de la muerte.
Soy una de las víctimas de la lengua, no conforme acontece en la existencia humana, en la que los calumniados caen en la Tierra para erguirse en el Cielo, en sublime triunfo, más, según los padrones de la vida real, en la que los calumniadores que triunfaron entre los hombres experimentan, más allá, del sepulcro, la extrema derrota del espíritu.
Determinan nuestros amigos espirituales os ofrezca mi historia.
La voy a contar, sintetizando tanto como sea posible, para no cansaros la atención.
Hace casi treinta años, nuestra familia, dirigida por pequeño comerciante, en la venta por menor de Rio, era serena y feliz.
En casa, éramos cuatro personas.
Nuestros padres, Afranio y el servidor que os habla.

Entre mi hermano y yo, con todo, surgían antagonismos irreconciliables.
Afranio era bondad.
Yo era maldad oculta.
Mi hermano era dulzura, yo era crueldad…
En el aparecía la luz de la franqueza abierta.
En mi se escondía la torpe mentira.
Afranio era virtud, yo era el vicio contumaz…
En la época en que figuro el principio de mi relato, mi hermano se desposara con Celina, una joven recta y generosa que aguardaba el primer hijito.
En cuanto a mi, me entregue a las libaciones de la irresponsabilidad, encontré en la joven Marcela, tan liviana como yo mismo, una compañera ideal para mi clima de aventura.
Entretanto, cuando la vi, aguardando un niño, bajo mi responsabilidad directa, la abandone, despiadado, aunque vigilase los menores movimientos.
Fue así que, en nublada mañana de junio, observe un automóvil  visitar el refugio.
Me puse a vigilarla, reparando en el hombre  de frente descubierta que buscaba  la morada y reconocí a mi propio hermano.
Sorprendido y aterrorizado, di curso a los malos sentimientos que generaron, en mis ideas,  la infamia que pasó a dominarme la cabeza.
Encontré, en fin – concluí malicioso-  la brecha por donde solapar su reputación, y me aparte apresurado.
Jugué y bebí, volviendo  a la noche para el santuario doméstico, donde encontré aflictiva ocurrencia.
Afranio, ausentándose de nuestra pequeña lonja para depositar en un banco la expresiva importancia de cincuenta contos de reales – fruto de nuestras economías de dos años, para la realización de nuestro viejo plano de casa propia – perdiera la suma aludida, sin conseguir justificarse.

Escuche las inquietantes alegaciones, simulando preocupación, más, dando lugar a mis proyectos delictuosos, arquitecté  la mentira que debería arruinarlo.
Llamé a mi padre a la intimidad y lo envenene por los oídos.
Con mi palabra fácil, tejí la calumnia  que sirvió para imponer a mi hermano irremediable infortunio, contando a mi padre lo que había visto, en compañía de mujer menos respetable, perdiendo toda nuestra fortuna en una casa de juego, y acrecenté  que observara el cuadro lamentable  con mis propios ojos.
Mi madre y Celina, a reducida distancia, sin que yo reparase en su presencia, notaron  mi puñalada verbal, y todos los nuestros, dando crédito a mi verbo delincuente, pasaron de la confianza al menosprecio, dispensando al acusado el tratamiento cruel que le desmantelo la existencia.
Por seis días Afranio, desesperado, procuro en balde el dinero.
Y, después de ese tiempo, incapaz de resistir el escarnio de que era víctima, prefirió el suicidio a la vergüenza, ingiriendo el veneno  que le robo la vida física.
La desgracia nos penetro la lucha diaria.
Todos menos yo, que me regocijaba  con la oscura vergüenza, se rindieron a la tensión y al desespero.
Inquirida Marcela por mi padre, vinimos, sin embargo, a saber, que Afranio la visitara  por solicitación de ella misma, que se hallaba en extremada penuria.
Nuestro espanto, con todo, no quedó ahí, porque finalizados tres días después los funerales, un chofer humilde  nos procuró, discreto, para entregar una bolsa que traía  los documentos de Afranio, acompañados  por los cincuenta contos, esa bolsa que mi hermano había perdido inadvertidamente en el coche que lo sirviera.
Mi cuñada, en un parto prematuro, falleció en nuestra casa.
Mi madre, postrada en el lecho, no se levanto más y, pasados tres meses, la muerte se hizo de ella, tocado por infinito disgusto, mi padre acompaño sus pasos al cementerio de Caju.

Me encontraba, entonces, solito.
Tenía dinero y busque la vida fácil, más el remordimiento  paso a residir en mi  conciencia, atormentándome el corazón.
Me embriagaba para olvidar, más entontecida la cabeza, pasaba a ver, junto a mí, la sombra de mis padres y la sombra de Celina, preguntándome angustiados:
-¿Caín que hiciste de tu hermano?
La locura que me invadía  me domino al fin…
Conducido al caserón de la Playa Roja, allí gaste cuanto poseía para, después de un año de suplicio moral e irremediable tormento físico, abandonar mis huesos exhaustos en la tierra, en cuyo seno, en balde, imploro consuelo, porque el sufrimiento y la vergüenza me sitiaron la vida, destruyéndome la paz.
Estoy amargado, a través de todos los procesos imaginables, las consecuencias de mi crimen.
Soy un fantasma, despreciado en todas partes, sorbiendo la hiel y el fuego del arrepentimiento tardío.
 Solamente ahora, oyendo las lecciones del Evangelio, conseguí encender en mi alma leves chispas de esperanza…
Y a la manera de mendigo que bate a la puerta del reconfortamiento y del alivio, encuentro presentemente un nuevo camino para la reencarnación, que, muy en breve, me ofrecerá la bendición sagrada del olvido.
Entretanto, no sé cuándo podré encontrar, de nuevo, a mi padre y a mi madre, a mi hermano a mi cuñada, creadores de mi destino, para rescatar, ante ellos, el debito inmenso que contraje.
Mientras tanto, seré apenas internado en la carne para considerar los problemas que yo mismo cree, en perjuicio de mi alma…
Brevemente, volveré al campo de los hombres, más reapareceré, entre ellos, sin la gracia de la familia a fin de valorizar el santuario domestico, y renaceré mudo para aprender a hablar.
¡Que Dios nos bendiga!

   Por el espíritu A, Ferreira – Del Libro: Voces del Gran Más allá  médium Francisco Cándido  Xavier.


(  Gobierna tu casa y sabrás cuánto cuesta la leña y el arroz; cría a tus hijos, y sabrás cuánto debes a tus padres.)
Gonofa Juarez 




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