Cuando el pesar abruma, cuando la miseria oprime, cuando la soledad nos arroja en brazos de la desesperación, es necesario buscar un lenitivo al sufrimiento, y para un alma pensadora no hay lugar más a propósito para consolarse y aligerarse el peso de la pena que visitar a los enfermos que gimen en los hospitales. Cuando se contempla a varios enfermos que no tienen junto a su lecho a un alma viviente, y se les ve cómo miran a todos los que pasan, con esa mirada ansiosa, con esa sonrisa tristemente irónica como diciendo: ¡hasta aquí me persigue la fatalidad!.. .. ¡hasta en esta mansión donde reina la igualdad del infortunio, soy más desgraciado que los demás!... ¡nadie se acuerda de mí!... ¡y luego dicen que hay Dios!...
Yo, que me he quejado tantas veces de mi expiación, cuando más desanimada me encontraba acudía presurosa al Hospital de la Santa Cruz, y allí hacía un verdadero examen de conciencia, ¡y qué pequeña me encontraba después de contemplarme por dentro!... ¡qué descontentadizo aparecía mi Espíritu!... ¡qué exigente!... ¡qué voluntarioso! ... ¡qué ignorante!.. . ¡qué desconocimiento tan completa de las justas leyes de la vida!... ¡pedir alegrías!... ¡pedir amores!... ¡pedir el calor del sentimiento cuando no se ha pensado en el dolor ajeno!... ¡cuando se ha huido de la tétrica mansión del indigente!.. .y no habiendo tenido que abandonar el hogar, pudiendo resistir los embates de la miseria, quejarse y renegar de haber nacido es cometer un gran delito, no pensando, no recordando que hay otros muchos pobres que, más desgraciados que nosotros, sufren las más crueles torturas en el lecho de un hospital.
Estas y otras muchas reflexiones se agrupaban en mi mente cuando contemplaba a los enfermos que miraban a la multitud, unos pidiendo misericordia con sus dolientes miradas, y otros amenazando con su amarga sonrisa a los que pasaban de largo sin dirigirles una palabra de consuelo.
En mis visitas a los hospitales he aprendido a conocer la justicia de Dios y me he convencido de la inferioridad de mi Espíritu. Allí me he visto muy pequeña y muy grande a la vez, ¡qué contrasentido! , ¿no es verdad?...no tiene explicación posible en el lenguaje humano lo que yo he sentido, lo que yo he progresado sentada junto al lecho de un enfermo en la sombría sala de un hospital.
* * *
“Es verdad (me dice un Espíritu), yo lo sé, porque muchas veces me has hecho compañía en mis amargas horas de dolor. ¿Te acuerdas de Aureliano? ¿Te acuerdas cuando me acompañaste al Hospital de la Santa Cruz? ¡Cuán bien me hiciste en compañía de la bonísima Filomena, alma llena de amor, dispuesta siempre al sacrificio! Muchas veces recorro las estancias de dicho hospital, porque allí pagué una mínima parte de mis muchas deudas, y allí recibí las pruebas inequívocas de tu amorosa compasión. ¡Cuánto bien me hacías!... ¡me compadecías sinceramente! ... ¡te interesabas tanto por mi bienestar!.. . ¡Pedías a Dios con tan íntimo sentimiento que pusiera fin a mi tortura!... Te posesionaste tan a lo vivo de tu papel de madre que a un ser que hubieras llevado en tu seno no le hubieras prodigado tantas atenciones y tantos desvelos. ¿Correspondí yo a tu tierna y espiritual solicitud? No; descendí a la mezquindad de cálculos egoístas, te fingía amores que yo no era capaz de sentir; llevé la perturbación a tu Espíritu, la duda y la ansiedad, y gracias a tu firme propósito de ser una sacerdotisa del Espiritismo, pudo más tu vocación que el halago de mi mentido amor, y rechazaste (aunque con pena) todas mis ofertas de matrimonio. Mucho luchaste, pero al fin venciste, para bien tuyo y para bien mío, porque tú te evitaste el más cruel desengaño, y yo otro nuevo delito. Tu negativa te engrandeció a mis ojos, me vi en toda mi pequeñez, nos separamos y a través de la distancia se fue agigantando tu Espíritu ante el mío, y más de una vez, dominado por mi enfermedad incurable, te pedí perdón por haber turbado la melancólica tranquilidad de tu vida. En mis noches de insomnio, ¡cuánto pensaba en ti!... ¡se fueron alejando las impurezas de mi mente y llegué a considerarte como a un Espíritu desencadenado, te vi muy lejos de mí, muy lejos!...dejé la Tierra y he permanecido mucho tiempo ni solo ni abandonado, porque todos tenemos nuestra familia de Espíritus afines, pero sí a una gran distancia de ti, distancia tan inmensa que ni te he visto, ni te he presentido. Te he recordado muchas veces como se recuerda un sueño agradable del que no se conserva más que una vaga impresión,
algo que no tiene nombre, que acaricia como una ráfaga de viento perfumado que agita las copas de los árboles a cuya sombre nos sentamos para reposar.
“¿Por qué te acercaste tanto a mí en mis últimas horas de tribulación? ¿Me debías aquellas atenciones que eran la expresión de todos los amores? ¿Serví yo de instrumento para atormentarte y hacerte luchar entre tus deberes y tus deseos? No lo sé, ni tú tampoco lo sabes, pero los dos conservamos un recuerdo imperecedero de nuestras confidencias en un hospital; los dos en aquellos momentos acortábamos la distancia que nos separaba: ¡tú descendías hasta mí!... ¡yo ascendía hasta ti!...y de mucho me hubiera valido no mezclar lo divino con lo humano, porque el amor de las almas es divino, los cálculos egoístas no tienen la menos sublimidad.
“Hoy veo más claro, y cuando menos lo esperaba, te he visto abrumada por el dolor. Yo estaba a tu lado cuando le diste el último adiós al compañero de tus trabajos, y desde entonces estoy contigo, ¡te has quedado tan sola!... ¡te encuentras entre ruinas!...está s desorientada, miras en torno tuyo y no ves más que cuentas pendientes. Cuanto te rodea te hiere y te lastima; estás rodeada de antiguos acreedores y todos te presentan sus letras diciéndote: ¡paga!... y ahora no puedes ir al hospital, tu dolor no se puede curar con otro dolor, pero los dolores ajenos llegan hasta ti en otra forma; el libro de la vida no se cierra para ti, siempre te presenta sus hojas llenas de historias tristes, tú ya sabes leer de corrido en el manuscrito de lo desaciertos, y estudiarás sin descanso hasta tus últimos momentos.
“Estoy muy contento de estar cerca de ti, soy más bueno que antes, ¡cuánto quisiera decirte!, pero no me dejan.
“Adiós”.
* * *
¡Qué sorpresa he tenido con la anterior comunicación! ...Agradable, sí, agradable; siempre es grato el recuerdo de una obra buena, y en aquella ocasión serví de amparo a un infeliz Espíritu que era un pobre de solemnidad. ¡Qué hermoso es recordar una hora de Sol! Y el Sol brilla para el alma siempre que ésta quiere vivir prodigando el consuelo y el amor
- Amalia Domingo Soler-
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PARA REFLEXIONAR
Testificar.- Un acto de amor
Testificar de la fe no es, necesariamente, un acto que pueda agraviar o desagradar a otra persona. Pat Riddle, un pastor luterano de Carolina del Norte, cuenta un hecho interesante,acontecido con él y su esposa durante la luna de miel en Savannah, Geórgia. En una de las noches, decidieron comer en un restaurante chino que se ponía prójimo al local donde estaban albergados. No era un local lujoso. Parecía hasta bien modesto, pero resolvieron experimentar su comida.
Verificaron, en el local, que la comida era maravillosa.
Cuando terminaron la cena, se dirigieron a la caja, para pagar la comida. La señora responsable, de alguna forma percibió que eran recién-casados y les preguntó se aceptarían un presente. Contestaron que sí y ella se bajó por detrás de la caja registradora y agarró una pequeña casa de porcelana china. A lo les entregar el regalo, ella dijo:
"Siempre conserven Cristo en su casa y casamiento. Esta casa recordará a ustedes de mantenerlo en sus vidas. Éste es mi presente para ustedes". Ellos se quedaron muy agradecidos por aquel testimonio cristiano, demostrado con un gesto de grande cariño y amor. La atención de aquella mujer del restaurante chino fue fundamental para el fortalecimiento de sus vidas y para que viniesen, un día, a trabajar en la obra del Señor.
¿Hemos buscado mostrar la presencia del Señor en nuestras vidas? Hemos dejado la luz de Cristo brillar por donde pasamos? ¿Hemos aprovechado todas las oportunidades para compartir la bendición de tener Jesús en el corazón?
Muchas veces vemos hermanos hablando del Señor de una manera desagradable e inconveniente. Acusan los que no tiene Cristo de que estén yendo para el infierno o sirviendo al diablo, o cosas semejantes. Dios es amor y los discípulos del Señor necesitan mostrar ese amor. El Evangelio debe llevar alegría, paz, regocijo, y jamás enconamiento. No tenemos el derecho de agraviar o acusar quienquiera que sea. Tenemos de mostrar la vida maravillosa de aquéllos que, de verdad,tienen Cristo en sus vidas y fueron rescatados de un mundo de dudas e incertidumbres para un camino de fe y esperanza, de vida y vida con abundancia, de la perdición para la eternidad con Dios.
Lo que importa para todos es conocer la Verdad que liberta. Todo lo demás no es indispensable.
Aportado por Paulo Barbosa
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